Cuando se habla públicamente de mejorar el sistema educativo uruguayo, por lo general se suele apuntar a intentar adaptar o reproducir rasgos y prácticas de otros países. En pocos casos se mira hacia la propia historia de la educación uruguaya, pese a que existen numerosas experiencias que comparten muchos de los elementos que se llevan a la práctica en países considerados exitosos. Precisamente, con la idea de retomar ese legado, el 10 de noviembre el Programa Integral Metropolitano (PIM) de la Universidad de la República, el Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) y la escuela 157 de Villa García convocaron a la comunidad educativa de la zona. Pese a que la actividad se llevó a cabo un sábado de mañana, el hall de la escuela estaba repleto de maestras, profesores del liceo, universitarios y vecinos, que intercambiaron sobre el legado de la Unidad Educacional Cooperaria (UEC) en Villa García, que entre 1952 y 1975 lideró el maestro José Pedro Martínez Matonte, quien fue director de la escuela entre esos años.
Si bien no hay muchos registros del trabajo de Martínez Matonte, existen algunos artículos que recogen parte del trabajo de la UEC. Por ejemplo, el diputado frenteamplista y profesor Sebastián Sabini publicó en 2013 una columna en la página web del Espacio 609, en la que resume que el programa pedagógico se caracterizó por “desarrollarse dentro de los parámetros curriculares”, por ser “una experiencia contextualizada” y por “poseer un planteo educativo integral de educación permanente”, además de trabajar con el medio y presentar una propuesta de autogestión. Respecto de este último punto, Sabini cuenta que en el marco de la UEC se crearon tres cooperativas: la agraria escolar, que alimentaba el comedor escolar y vendía los productos cultivados; la habitacional, con la que se levantó una edificación de 1.600 metros cuadrados en el marco de un taller de albañilería al que acudían vecinos de la zona; y la artesanal, en la que se desarrollaron talleres y cursos de producción e industrialización de productos en actividades como cerámica, tejido y costura, y que también incluía actividades deportivas y culturales. Además, señala que la UEC tomó una dimensión más formal e institucional en 1966.
En un artículo publicado originalmente en la revista La Torta Frita y reproducido por el portal Zur, se agrega que, por impulso de Martínez Matonte, en la zona también se logró inaugurar una policlínica y un liceo popular que, al poco tiempo, recibió la autorización del Consejo de Educación Secundaria. El maestro fue amigo de Julio Castro, quien fue inspector de primaria en parte del período en el que estuvo al frente de la escuela 157. Según resume el artículo, Martínez Matonte “propiciaba un espacio de trabajo donde la comunidad, docentes y técnicos encontraban un lugar para crear en comunidad”. Además, se agrega que en 1975 fue destituido por la dictadura y apresado durante tres años, primero en el Cilindro Municipal y luego en Cárcel Central. El artículo recuerda que después de la recuperación de la democracia logró volver a ser director de la escuela de Villa García, pero el Consejo de Educación Primaria tramitó su jubilación por haber excedido los 36 años de trabajo. Finalmente, murió en 1990 a causa de un cáncer.
El legado
En la jornada de intercambio, Anabela Paleso y Claudia Moreira, del proyecto Memorias Pedagógicas del Grupo de Estudios en Políticas y Prácticas del Instituto de Educación de la FHCE, expusieron un trabajo en el que se propusieron analizar de qué forma el legado de la UEC sigue presente en la escuela 157. Plantearon que la propuesta de Martínez Matonte concebía a los estudiantes en forma integral, ya que apostaba a que utilizaran al mismo tiempo “las manos y la cabeza”. En suma, señalaron que durante su gestión la escuela fue de tiempo completo y también se implementó un sistema de evaluación de los niños en ciclos –algo que actualmente se impulsa desde la Administración Nacional de Educación Pública– cada dos años, como forma de abatir la repetición. Al respecto, entendieron que se ponía en primer plano el proceso del niño.
De acuerdo con lo que plantearon las docentes, en el marco de la UEC se concebía al entorno del centro educativo como parte del proceso educativo y no se lo veía como una limitante, ya que había un reconocimiento de los saberes de la comunidad. Esta situación desembocaba en un “vínculo de horizontalidad” entre la escuela y el barrio. Además, señalaron que la forma de proceder de los educadores de la UEC era “primero hacer y después avisar”, en el sentido de que se hacían cosas sin esperar el aval de las autoridades o de las familias. Al respecto, las maestras de la escuela dijeron que es una lógica que sigue presente en el centro educativo, donde muchas veces las docentes les cortan las uñas a los niños o los despiojan sin que haya una consulta explícita a las familias. Además, en el intercambio se planteó que la escuela tiene “un no sé qué” que hace que quienes trabajan en ella sientan un compromiso especial, como el de muchas maestras que van a buscar a sus estudiantes a sus casas para que asistan a clases, cuando las familias no los llevan. Por lo tanto, se habló de “la escuela como promotora de sentido de lo común” y como responsable por su entorno, un concepto que adquieren los docentes del centro. En el intercambio todos coincidieron en que el legado de Martínez Matonte sigue presente en la escuela, aunque existen ciertas condiciones para que pueda aplicarse, como la continuidad de los equipos docentes y de dirección, ya que ello permite que haya mayor confianza, lo que a su vez repercute en mayor autonomía y autocrítica.
Rafael Katzenstein y Vanina Inchausti, estudiantes del curso Alternativas Pedagógicas y Territorio, que dan en conjunto el PIM y la FHCE, presentaron un trabajo en el que estudiaron la escuela 157 y se preguntaron en qué medida se puede generar una alternativa al sistema de enseñanza. Según encontraron, en el centro existe cierta tensión “entre lo oficial y lo local”, lo que ilustraron con que entre los docentes nadie sabe el nombre de la escuela, que es “Treinta y Tres Orientales”. Además, señalaron que muchos maestros eligen quedarse trabajando en la escuela por un componente afectivo, más allá de que no les queda cerca. No obstante, plantearon que si bien hay docentes que eligen por primera vez trabajar en el centro ya conociendo la historia del lugar, en muchos otros casos dicho conocimiento previo no existe. En relación con los padres que participan con más asiduidad en las actividades de la escuela, dijeron que lo hacen “porque se sienten bien”.
Además, observaron que existe un interés de los educadores por saber qué les pasa a los niños con los que conviven a diario, y también se interesan por su futuro. Al respecto, nombraron la preocupación de los actores educativos de la zona por la ausencia de una escuela técnica de UTU en el lugar, ya que entienden que sería provechoso para los jóvenes, que sólo tienen un liceo cerca. Al respecto, Katzenstein e Inchausti afirmaron que la escuela y el liceo de Villa García son de los pocos lugares de intercambio cultural en la zona y que se convirtieron en referentes educativos.
A modo de síntesis, plantearon que la libertad es una de las claves para que la escuela funcione de esa forma, no sólo a nivel de los docentes sino también de los vecinos del lugar, que pueden ingresar al local cuando lo deseen.