Aprovechando que transitamos la recta final del Carnaval 2019 en Montevideo, quisiera profundizar algunas reflexiones que podrían incluir sendas lecturas pedagógicas. Ello no exime de algunas discusiones acerca de la conformación del campo de lo pedagógico, cuestión que, aunque relevante, postergaremos aquí: se podría interrogar si los conjuntos carnavaleros quieren transmitir un mensaje o qué otros objetivos persiguen al participar; si una actividad como el Carnaval educa, quiénes son los educadores y quiénes los educandos; cuáles son los distintos lenguajes en juego (artes escénicas, oralidad, música, entre otros); o qué tiempos y espacios se requieren para comunicar.
Como primer asunto me referiré a lo que ya algún conjunto aludió: que en un mediano plazo el concurso de carnaval pueda realizarse fuera del Teatro de Verano Ramón Collazo. Más allá de pros y contras que puedan ponerse en una balanza, en una noche de febrero una de mis hijas me recordaba uno de sus trabajos para la asignatura Historia, durante su pasaje por el ciclo básico de secundaria: “Influencia y vigencia de la cultura grecorromana en nuestros días”. A medida que iba desplegando su memoria, visualmente recorría las instalaciones del Teatro de Verano como un anfiteatro similar a los griegos, recostado sobre las canteras del Parque Rodó como aquellos se ubicaban sobre las laderas de las colinas que rodeaban a las ciudades griegas. Recordaba que esto no era casualidad, sino que funcionaba como una especie de caja de resonancia para retener la voz, ya que, obviamente, no había equipos de amplificación que potenciaran las voces; que una función similar cumple la bóveda que se eleva encima del escenario; que estructuras similares se sitúan en el Parque de la Hispanidad, en Durazno, en Paysandú, a orillas del río Uruguay, o en un espacio abierto en la Torre de las Telecomunicaciones de Antel; que aquellos anfiteatros se utilizaban, entre otras cosas, para las fiestas dionisíacas en las que se honraba al dios del vino, Baco, y que mucho de este espíritu festivo guarda nuestro Carnaval; que los gobiernos mismos organizaban estas y otras fiestas y obras como modo de comunicar sus ideas y construir una identidad común mientras se comparte el espacio público, y eso ya desarrolla una dimensión política que retomaremos más adelante.
Es decir, podría registrarse una pedagogía en tanto intencionalidad de educar al pueblo, favoreciendo una participación, identificándose con personajes y mensajes (o rechazándolos, provocando la discusión), persiguiendo un ideal de realización y de ciudadano, concretándolo en la areté. La actualización de estas claves nos remite a una dimensión pedagógica: en qué medida queremos comunicar a las futuras generaciones los elementos que se ponen en juego en el espacio del Teatro de Verano, y su relación con la interacción entre conjuntos y públicos, con el entorno geográfico, con el ejercicio de la ciudadanía, con los sentidos de la celebración, con un modo de convivir, entre otros aspectos. O si otros lugares de la ciudad habilitan otras pedagogías alojando al concurso de carnaval, y el Teatro de Verano continúa, mediante espectáculos, actos y encuentros, alimentando el legado que nos viene desde lejos, desde Grecia y Roma.
Por otro lado, ya en un tablado, luego de la actuación de la murga Queso Magro, otra de mis hijas señala: “Pero no hubo ninguna crítica política”. Para nuestra familia Queso Magro es una murga muy querida y esperada por la agudeza de sus textos, la búsqueda de un humor diferente, el abordaje desde lo no obvio, la reflexión que, salpicada de una ironía filosa, otorga mayor profundidad a las temáticas abordadas. El comentario de mi hija me sonó a desilusión: se había sentido algo defraudada y su comentario no apuntaba a una cuestión meramente reglamentaria.
Entonces, aunque tal vez Queso Magro no busca esto, nuestra familia se ensimismó en un intercambio sobre qué es política y qué no. Algunos señalaron que la consideración de las letras de la palabra “Montevideo” situadas en Kibón no era una mera cuestión lingüística, sino que esa palabra se pinta de distintos colores según la ocasión, y esas ocasiones son las relevantes por los motivos que suscitan su celebración (diversidad sexual, Uruguay y su participación en el Mundial de fútbol); o que la murga sufre porque todos se apoyan en ellas, lo que sirve para plantear la cuestión del turismo o cómo nos apropiamos o cuidamos del espacio público y lo sentimos, justamente, público; o la comparación sutil de la M con la de Moscú o Milán, problematizando nuestro tercermundismo, o con la de Melo y nuestra centralización. Otros respondían que habíamos reído mucho, que los versos eran ingeniosos, pero que no se habían disparado esas otras dimensiones, y se cuestionaban si no habían entendido la propuesta global. Y luego la discusión siguió con el cuplé de los dientes, que cuestiona nuestros tiempos contemporáneos y su individualismo, su preocupación exacerbada por la estética, cuando hay una epidemia de colocación de brackets aun cuando los dientes sean postizos o uno tenga edad avanzada.
Creo, con la distancia que otorga el correr de los días, que nos situamos en la encrucijada por la cual, en un polo, “todo es político”, ya que todas las acciones humanas guardan relación con cierto horizonte de convivencia, relación con los demás, consideración del otro, construcción conjunta; mediante las instituciones que creamos damos trámite a lo político, colocando en el centro la preocupación por la justicia. En el otro polo, la política es sólo aquello que explicita las acciones que, con cierta racionalidad, se introducen para alcanzar determinados objetivos para la vida en sociedad y zanjar conflictos. Y todo aquello que depende directamente del individuo no remite a lo político. En definitiva, lo que reclamaba mi hija era que Queso Magro no había sido explícita.
Los niveles de explicitación, según lo que se quiere transmitir o no, están en el orden de lo pedagógico: cuál es la intención formativa, cuáles son los sentimientos y pensamientos a despertar, cuál es la reacción a provocar, o cuáles son los objetivos a perseguir con la actuación. Estas son cuestiones centralmente pedagógicas. Se trata de seguir a Jacques Rancière y su El maestro ignorante (1987), ya que es posible que Queso Magro ignore lo que despertó en nosotros.
Mag. Álvaro Silva Muñoz, Departamento de Pedagogía, Política y Sociedad (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República).