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Ser y hacer comunidad desde el confinamiento

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La experiencia del Centro Educativo Verdisol, según sus educadores.

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Editar

Resulta algo complejo poder establecer lo educativo cuando el confinamiento se hace presente y no somos un centro ‒educativo‒ con el formato escolar.

La pequeña y fugaz experiencia remite al Centro Educativo Verdisol, de la asociación civil Obra Don Calabria, que trabaja con la modalidad club de niños, niñas y adolescentes, que en su mayoría tienen entre nueve y 12 años de edad y viven el barrio que da nombre a nuestro proyecto.

Desde el principio, conjuntamente con la necesidad del aporte alimenticio, surgió la de pensar qué cosas pueden aportar al encierro desde lo educativo pero que a su vez traigan consigo algunas cuestiones fundamentales: a) la no superposición con las tareas escolares ‒sabemos que llegaban, vía internet y repartidos‒; b) articuladamente con lo anterior, actividades lúdicas, recreativas y de expresión plástica; c) que permitieran cierta complicidad adulta en su desarrollo; d) que nos permitieran estar simbólicamente como educadores/as, es decir, que fuesen cosas que los niños y niñas supieran que se desprenden de nuestra práctica y no algo que “copiamos y pegamos”; e) finalmente, que compartieran ciertas características, con una mirada etnográfica del barrio en general y del centro en particular.

Pasamos por varias actividades, como la elaboración de cuadernillos de entretenimientos ‒sopas de letras, dibujos para colorear, entre otros‒, la colectivización de recetas de fácil elaboración y algún tutorial de cómo dibujar. Digamos que hasta acá hay bastante de lo que ha circulado por redes. Si bien cumplíamos con algunos de los propósitos, todavía quedaba la “esencia”, eso singular que nos une, que no aparecía.

¿Cómo hacer lo mismo en medio de una cuarentena? ¿Cómo no hacer lo mismo? ¿Cómo dirigir una actividad sin presencia? ¿Es posible hacer que un grupo de niños, niñas y familia pueda estar en movimiento? ¿Es posible, sin estar presente, hacerse presente?

Si bien aparecen muchísimas más preguntas, en las siguientes actividades quizás se puedan obtener algunas respuestas provisorias y precarias, pero con el convencimiento de que comparten la sencillez de quien nos conoce y conocemos. Ambas actividades tienen dos objetivos distintos: una apunta a la comunidad y la otra a niños, niñas, adolescentes y familias, objetivos que por suerte lograron desenmarcarse y fundaron ciertos entrecruzamientos bien interesantes.

La primera actividad consistía en, a partir de un texto poético dedicado al barrio, elaborar un relato, una sensación, un poema o una narración. Podía ser sobre el barrio o sobre la situación que estábamos viviendo.

La propuesta fue a través del perfil de Facebook del centro, y la única modificación realizada fue la edición del fondo del texto. Las narraciones editadas eran compartidas y en el primer comentario se hacía un agradecimiento y una breve reseña, que tenía como fin acaparar la atención de los lectores que aún no habían leído el texto.

Verdisol es un barrio que comparte una unión muy fuerte, que se acentúa en situaciones de emergencia; una de las primeras ollas populares de esta pandemia comenzó allí. Esta actividad logró visualizar lo que el barrio tiene como distintivo, pero que sabemos que comparte con otros.

Las narraciones no se hicieron esperar: llegaron muchas que fueron compartidas, comentadas, agradecidas, en las que además de texto había personas, vidas presentes y pasadas, infancias, símbolos y toda una identidad compartida.

Participaron vecinos, vecinas, personas que vivieron en el barrio, otras que trabajaron allí, adolescentes, quienes fueron adolescentes en el barrio; fueron varios textos que iban desde la construcción de la comunidad hasta la situación de cuarentena. Todos con el común denominador del esfuerzo y la solidaridad colectiva. Quedaron en nuestro acervo un cúmulo de narraciones que movilizaron y pusieron sobre la mesa el hecho de ser y hacer comunidad, a la espera de que pasado este tiempo se puedan compilar y distribuir en otro formato.

Sin dudas que la experiencia también tiene un componente en los niños, niñas y sus familias, ya que muchas de estas participaron y de una forma u otra se colectivizaron entre ellas algunos de los textos.

Con esta actividad se concretó uno de los pilares de nuestro centro, que es el trabajo en y con la comunidad. Nos preguntábamos cómo realizar una propuesta que nos mantuviera siendo quienes somos, en una línea de trabajo que nos permitiera estar sin hacernos presente; aquí una posible respuesta.

La casería

Otra actividad significativa fue una cacería, que devino casería. Sin contextualizar parece algo poco atractivo de contar, pero teniendo en cuenta el anclaje comunitario presentado anteriormente, una actividad preponderante en nuestra propuesta es la cacería. Consiste en salir a la “caza” ‒esto es una oportunidad que ofrece Verdisol en tanto complejo de viviendas‒ de un listado de cosas a encontrar, que a modo de cartografía nos permite, como educadores, localizar, ponderar, visualizar, discutir aquellos espacios comunitarios de interés para los niños y niñas: qué lugares asocian al saber sobre determinado tema o a qué personas consultan para obtener determinado dato. Hubo cacerías literarias, del Día de los Trabajadores, sobre derechos humanos, fotográficas del barrio, en papel, por Whatsapp... Se presenta como una buena didáctica cuya metodología reviste cierta mirada etnográfica.

Esta ha sido otra forma de mantener cierta estabilidad, con algo que ellos y ellas esperaban ‒quizás‒ que propusiéramos.

La cacería devino “casería”, por el simple hecho de que la caza se limitó a la casa. Y como pocas veces ‒o nunca, quizás‒ parte del caserío estaba a una hora determinada realizando la misma actividad, buscando las mismas cosas, intentando cumplir el mismo reto, y a su vez los diferenciaba el hecho estar en sus hogares.

El día previo a la actividad se envió un mensaje vía Whatsapp con una imagen llamativa anunciando que al otro día, a determinada hora, comenzaría la “casería”. Se explicó que la actividad consistía en la búsqueda de algunos objetos que debían ser dejados en un lugar determinado –piso, sillón, mesa– y al final, cuando tuvieran todo reunido, deberían enviar una foto. En nuestro caso propusimos un premio sencillo, que enviamos días después a quienes participaron.

El mismo día de la casería, temprano y faltando unos minutos, se envió nuevamente otro mensaje, para motivar y generar expectativa, hasta que finalmente se mandaron las cosas a buscar en la casa –cosas que comúnmente podemos llegar a tener en nuestros hogares, independientemente de nuestro contexto–. En la medida en que fueron llegando las fotos, se envió un último mensaje, para decir que lo lograron. Los mensajes mantenían todos el mismo formato, para unificar el juego.

Quizás la actividad puedan haberla hecho muchos educadores y educadoras en varias oportunidades, y no hay “nada nuevo bajo el sol” en este caso. Lo que sí es relevante –a nuestro criterio– es la intencionalidad educativa que reviste, que no está descolgada de una metodología que contempla determinadas formas de ver sujetos, y a la comunidad, de poner en marcha un proyecto con una planificación acorde a esta mirada metodológica, logrando imprimir cierta identidad como centro dentro de un barrio.

Las devoluciones a la propuesta fueron inmediatas; familias corriendo por las casas, padres, madres, hermanas y hermanos buscando y colaborando para cumplir el objetivo, adultos que mencionan jugar como niños/as, niños y niñas entusiasmados de jugar con sus referentes. Nos hicieron llegar, además de fotos, audios con risas, anécdotas, incluso algunas caserías realizadas mucho más tarde de la hora pautada, lo que denota un interés por encima del premio o de cumplir con nosotros/as.

Podemos reafirmar que en esta actividad también logramos acercarnos y estar desde nuestro hacer cotidiano, como si estuviésemos presentes pero desde otro lado, involucrando a niños y niñas, pero también a sus referentes.

Logramos salirnos un poco de la cuarentena, de lo tedioso que puede ser no salir, de lo complejo de no saber explicar un deber, de lo desesperante de pensar si hay o no para comer, de lo incierto de un futuro inmediato, para poder jugar, simplemente eso, jugar, con la rebeldía de parar este tiempo y hacerlo otro.

Paola Román, Laura Chiozzi, Ximena Silveira y Martín Bilche.

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