Ninguno de los dos nació en Uruguay, pero eligieron al país como su patria adoptiva y aquí construyeron su familia. Mario Kaplún y Ana Hirsz se conocieron en la década de 1940 en “el Club del Libre Debate”, donde se daba a jóvenes tiempo y espacio para discutir ideas de su época, en el que Kaplún era moderador y Hirsz participante. Resulta difícil presentarlos en una sola frase, dado la diversidad de roles y facetas que los caracterizó, aunque siempre con el objetivo de hacer del mundo un lugar un poco más justo.
Los dos nacieron en 1923, Kaplún en Argentina y Hirsz en Polonia, pero Ana tuvo que emigrar de niña junto a su familia tras el surgimiento del nazismo. Aunque Mario haya tenido una mayor visibilidad, ambos dedicaron sus vidas al ejercicio y el estudio de la comunicación popular, con diversos cruces: teatro, educación, derechos humanos y religión, entre muchos otros. Este año, diversas instituciones académicas de varias partes del mundo les rindieron homenaje con la excusa del centenario de su nacimiento y, justamente, fue una buena oportunidad para visibilizar y darle la merecida relevancia a la figura de Ana. Así lo explicó a la diaria Gabriel Kaplún, uno de los tres hijos del matrimonio.
De alguna forma, Gabriel siguió su legado desde la academia. En su retorno a Uruguay después de la recuperación democrática, Mario ayudó a la entonces Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (Liccom) a dar sus primeros pasos como un servicio de la Universidad de la República (Udelar), cuando mucha gente dudaba de la pertinencia de enseñar comunicación en el nivel universitario. Varios años después, Gabriel fue director de la Liccom y fue un actor importante en el proceso de construcción de la Facultad de Información y Comunicación (FIC), donde ahora es grado 5, concretamente en el Departamento de Especializaciones Profesionales del Instituto de Comunicación.
Una de sus líneas de trabajo consiste en estudiar los trayectos de formación, inserción y consolidación profesional de los comunicadores, que, según ha mostrado su equipo, tienen carreras cada vez más híbridas, es decir, con cruces diversos entre los distintos campos profesionales que hay a su interna. Seguramente, ello no le llama para nada la atención después de la marcada hibridez de sus padres, aunque en esa época no se nombrara de esa forma.
Mario se recibió de maestro de escuela, pero nunca ejerció. Desde joven se dedicó a hacer programas de radio, algunos de ellos con un perfil educativo. En la década del 50 llegó a Uruguay y en un principio fue socio en una agencia de publicidad, oficio que no disfrutaba, pero que lo ayudó a comprender el funcionamiento del sistema mediático. Sistema del que también fue parte, ya que llegó a conducir programas en televisión abierta como Sala de audiencias, con –de nuevo– una apuesta por el debate de temas de actualidad. En esos años, junto con Ana elaboró y protagonizó diversas series radiales, en las que ellos mismos dieron voz a distintos personajes. Incluso, a partir de su experiencia Kaplún elaboró un manual de radio que hasta hoy sigue siendo usado en distintas universidades del continente.
Ana, por su parte, se dedicó en buena medida al teatro, al principio como actriz –donde fue dirigida por su esposo–, pero luego también escribió y dirigió radioteatro, y, años después, dio talleres de teatro popular, con el objetivo de que diversas personas encontraran en ese medio su capacidad creativa y de expresión. También escribió cuentos y algunos llegaron a publicarse.
El exilio y después
La dictadura que comenzó en Uruguay en 1973 los obligó a exiliarse y el destino fue Venezuela. Lejos de ser un parate a su producción intelectual y a sus líneas de acción social, política y comunitaria, siguieron en ese camino. Con la obra de Paulo Freire como empuje, fue en el exilio que Hirsz desarrolló su pasión por la educación popular, que ya venía experimentando a través de tantos talleres con personas y comunidades de distintas procedencias.
Por su parte, Mario siguió desarrollando su línea crítica de pensamiento en el incipiente estudio de la comunicación en el continente. Según valora Gabriel, quien también ha seguido esa línea de investigación en su trayectoria académica, en 1973 su padre publicó un libro que sentó las bases de los estudios del entramado político y económico de los medios de comunicación: La comunicación de masas en América Latina. De hecho, no oculta su sorpresa por el tipo de estudio, que aborda a todo el continente y arroja varios elementos cuantitativos, en una época en la que no existía internet, que hoy permite el acceso a información de manera más sencilla.
Su línea de pensamiento crítico lo llevó a pelearse con los entonces incipientes estudios culturales en el continente, en particular con la obra de algunos de sus referentes, como Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero. Según recuerda Gabriel, su padre no estaba del todo convencido de poner todo el peso en la decodificación que hacían los distintos receptores de los mensajes mediáticos, porque, de esa manera, perdía sentido estudiar la intencionalidad y los mensajes de las empresas mediáticas.
Justamente, en la adolescencia Gabriel y sus amigos fueron “conejillos de indias” del método de lectura crítica de medios de su padre, que incorporaba herramientas de la semiótica pero buscaba colocar a los analistas en un rol activo. De esa manera, buscaba salir de discursos un tanto autoritarios, que parten de la base de que no hay que consumir determinados contenidos mediáticos por su baja calidad. Se trata de otras de sus líneas de trabajo educativo que luego ha sido continuada y desarrollada en facultades de comunicación de distintas partes del mundo.
El casete foro es otro de sus grandes aportes a los contenidos educativos y, de alguna manera, innovó en los métodos de educación a distancia. Se trata de una metodología que desarrolló aún en Montevideo, pero que se expandió en la década de los 80 en Venezuela. La propuesta consistía en el envío de un casete grabado de un solo lado a grupos –mayormente de campesinos– en el que había distintos contenidos y propuestas para el debate. Del otro lado, cada grupo grababa sus aportes y luego un equipo docente seleccionaba los más valiosos para compartir con el resto, lo que volvía a ser distribuido en cintas de audio.
Comunicación y educación
Con un marcado desvelo por hacer a la comunicación menos unidireccional y más dialógica, en esos años y junto con Hirsz también llevó adelante distintos talleres de comunicación popular en los que participaron comunicadores y estudiantes de comunicación de todo el continente. Con todo ese acumulado, Kaplún publicó en 1985 una de sus obras de referencia, El comunicador popular, donde elabora y presenta herramientas para lograr procesos de comunicación más dialógicos y participativos, según resume su hijo Gabriel en el texto La calle ancha de la comunicación latinoamericana, dedicado a resumir la trayectoria de Mario.
Además, en ese libro Mario Kaplún desarrolla su idea sobre la forma en que se interrelacionan las distintas concepciones de educación y comunicación. En resumen, vincula la idea de educación bancaria de Freire –desde donde se considera al alumno como un mero depósito de informaciones– con la noción de comunicación meramente transmisiva contra la que tanto combatió. Del otro lado, el modelo de educación liberadora de Freire encuentra su correlato en la comunicación dialógica, para la que Kaplún marca la necesidad de romper con la dicotomía emisor-receptor y propone la figura del “emirec”, por la que todos somos emisores y receptores al mismo tiempo.
En su vuelta a Uruguay, que se concretó un poco después del retorno de la democracia, Mario trabajó para el Centro Cooperativista Uruguayo y Hirsz para el Servicio Paz y Justicia. Si bien en esa época la agenda de los derechos humanos estaba fuertemente marcada por lo que acababa de ocurrir en la dictadura, desde una perspectiva más amplia Hirsz se preocupó por que también estuvieran considerados otros derechos, como los sociales y los culturales, para lo que fue clave su vínculo con la educación popular.
Nadie es profeta en su tierra
Con su entrada más formal al mundo académico a través de la Liccom, donde fundó el área de Comunicación Educativa, y de su participación en la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación, Kaplún continuó estrechando vínculos con académicos de otros países. De hecho, la mayoría de los homenajes en el centenario de su nacimiento fueron en el extranjero, más allá de su transmisión a través de streaming para llegar a cualquier parte del mundo conectado.
En esos eventos se pusieron a dialogar distintos docentes e investigadores que, muchas veces sin conocerse, continuaron con el legado de Kaplún y Hirsz. En Uruguay, por su parte, fueron homenajeados en la FIC, donde se montó una muestra que recoge parte del material que fue donado por Gabriel al Archivo General de la Udelar (AGU). En el sitio web del AGU se puede observar toda la información disponible, que cuenta con algunas imágenes digitalizadas. De todas formas, se puede ir presencialmente para acceder a otros documentos que se encuentran únicamente en formato físico, como decenas de cartas que Kaplún intercambió, a saber, con referentes de la intelectualidad de su época en distintas partes del mundo. De hecho, recientemente se publicó un libro con entrevistas de Mario a quienes consideraba referentes y fundadores de los estudios de comunicación en el continente.
Según contó su hijo, este año también fueron homenajeados por un colectivo de maestros uruguayos que trabajan con foco en la educación popular y ubican a Kaplún como uno de sus principales referentes, en la misma línea que Julio Castro o Miguel Soler. Por su parte, está previsto que el año que viene la muestra se monte en el programa Apex de la Udelar, en el que también trabajó Mario Kaplún, convirtiéndose en uno de los referentes en su etapa inicial, junto a Pablo Carlevaro y José Luis Rebelato.
Considerado uno de los actores fundacionales de la comunicación en el continente en muchos países, podría pensarse que la obra de Mario Kaplún es una referencia en la carrera de Comunicación de la Udelar, sin embargo, es estudiado mayormente en la orientación profesional que él fundó y luego fue renombrada como Comunicación Educativa y Comunitaria. Al respecto, su hijo Gabriel reflexiona que hay algo del dicho que establece que nadie es profeta en su tierra, sobre todo por lo polifacético de la obra y la actuación de sus padres, que los ha llevado a abrir diversas líneas de trabajo con ideas que se mantienen vigentes y que pueden ser profundizadas.
Entre estas, una de las más evidentes es el vínculo entre la comunicación masiva y la educación, con la especial preocupación en generar contenidos que salgan del tedio y el aburrimiento que muchas veces domina a los contenidos mediáticos educativos. Pero también están los trabajos en economía política de la comunicación, en la construcción de alternativas mediáticas a las hegemónicas, en recepción crítica y en la preocupación por la retroalimentación y escucha que todo comunicador debe tener antes de pensar en emitir cualquier mensaje o proyectar una acción.
No obstante, hay otras menos visibles, incluso para su familia, como la veta religiosa que desarrollaron Mario y Ana, concretamente dentro del movimiento de la teología de liberación, donde también aportaron ideas y se vincularon con algunos de sus referentes, como el filósofo y teólogo Juan Luis Segundo. Otra de las líneas que al propio Gabriel le interesa explorar es la participación de su padre en el gobierno de facto de Juan Velasco Alvarado, en Perú, con una agenda de reformas que en su momento entusiasmó a parte de la izquierda uruguaya. En concreto, en el archivo se puede leer una carta del académico brasileño Darcy Ribeiro, quien ofició de jefe de Kaplún, que realizó un trabajo de corta duración en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, probablemente dando talleres de formación, según sospecha su hijo, que no lo sabe con certeza.