La idea inicial era hacer un “liceo obrero”, basado en distintas experiencias internacionales permeadas por la educación popular. Pero varios conflictos impidieron su concreción: las voces empresariales visualizaron la iniciativa como una posible formación ideologizada y dogmatizada, mientras que los sindicatos de la educación aseguraron que se trataba de una forma de privatización de la enseñanza, según narró a la diaria Fernando Ferreira, dirigente de la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida (FOEB). El dirigente sindical admitió que, en ese momento, no supieron “transmitir de manera fehaciente lo que estábamos buscando”.
Fue entonces que el proyecto mutó y se convirtió en lo que es hoy: “centros socioeducativos, abiertos a la comunidad y al barrio, en interacción con la escuela pública”, describió Ferreira. En 2016 se efectivizó la idea y, según el dirigente sindical, en este caso “se entendió que el propósito era colaborar con la educación pública”.
Parte del leitmotiv es que los centros puedan complementar a las escuelas de contextos vulnerables que no son de tiempo completo, por tanto, las jornadas son de tres horas y media en el horario de la mañana y de la tarde, y los niños asisten a contraturno de su horario escolar. Era esencial “poder llegar ahí con la federación y atender a niños en situación de vulnerabilidad que no podían acceder a escuelas de doble turno”, manifestó Ferreira.
Explicó, además, que los centros se financian con el aporte de trabajadores del grupo 1 de los Consejos de Salarios, en el que están también las contribuciones de las empresas. En resumidas cuentas, lo que era un aumento salarial es trasladado a un fondo que se audita por las cámaras empresariales y la FOEB, entre otras agrupaciones. La propuesta surgió en el Consejo de Salario de 2015 y prosiguió en los demás consejos hasta el día de hoy. “Al estar conformes con cómo comenzó y continuó, ahora tenemos convenio hasta 2025, así que hasta ese momento al menos los tenemos asegurados”, afirmó Ferreira.
Juan Pedro Mir es el coordinador pedagógico de los centros socioeducativos de la FOEB y hace su tarea de forma militante. En diálogo con la diaria, destacó la particularidad de que detrás de estos espacios esté la federación: “Es una experiencia muy potente por el enorme apoyo del sindicato, que le da al centro una robustez muy importante en su funcionamiento logístico; es un diferencial, porque el hecho de estar vinculado al movimiento social le da más solidez”.
Por otro lado, contó que los centros nacieron en zonas de “alta vulnerabilidad social”, donde además podían contar con espacios sindicales que los apoyaran. Así fue que en un principio llegaron a Casavalle, con el apoyo del sindicato de la bebida, y también al interior del país, por intermedio de núcleos sindicales: en Pan de Azúcar, con el apoyo de los trabajadores de Nativa; en Minas, con los de Salus; y en Paysandú, con los de Norteña.
La identidad de los centros
Se sirve merienda o desayuno. Hay ajedrez, inglés, recreación, arte, música, huerta y apoyo escolar. Pero, sobre todas las cosas, hay cercanía tanto con las infancias como con las familias: los niños y niñas “entran al centro como si fuera su casa y cada uno de los miembros son como su familia”, aseguró a la diaria Cecilia González, coordinadora del centro de Paso Carrasco. También contó una anécdota para ejemplificar su afirmación: “Tuve una bebita el año pasado y me traían ropita o juguetes de sus hermanos que ya no usaban, o ropa que hacía su abuela, y eso es algo que te potencia para continuar con el mismo propósito”.
Para González, el propósito general es “trabajar por y para los chiquilines y que ellos superen los obstáculos”. Aun así, remarcó que cada taller tiene su propio objetivo y, en su caso, se detuvo en la importancia de “apoyar lo social” y, justamente por el rol que cumple, que trabaja en el área del apoyo escolar, el propósito también es que puedan superarse en la escuela. Asimismo, planteó que existe una “gran diferencia” con la escuela: la proximidad. “El trato con las escuelas tiene que tener cierta jerarquía, y acá no. Al no ser escuela, [el vínculo] es más directo”.
El apoyo escolar que tanto González como los demás coordinadores brindan en cada centro se enfoca en las tareas domiciliarias que la escuela les manda cada día y “en lo que hay que hacer más hincapié a nivel escolar”. Al mismo tiempo, existe una articulación entre el centro educativo y la escuela a la que va cada niño, que permite un seguimiento y acercamiento individual.
La dinámica, a su vez, dista de la estructura clásica de la escuela y se desarrolla en formato de taller: González explicó que los estudiantes se dividen en dos subgrupos, uno de tercero y cuarto año escolar, el otro de quinto y sexto. Los talleres tienen una duración de 50 minutos y varían cada día, mientras que el apoyo escolar se mantiene a diario. Por otra parte, no todo es centro adentro: también hay salidas didácticas y talleres con la participación de las familias y los propios niños.
“Para nuestra alegría, cada centro empezó a tomar robustez y se empezó a correr la voz de que los niños que iban tenían un diferencial en los centros educativos respecto de los que no concurren”, comentó Mir. A propósito, a partir de una sistematización dieron cuenta de que ninguno de los niños y niñas que asistieron a los centros de la FOEB repitieron el año escolar en 2018, 2019, 2020 y 2021 –de 2022 aún no están los datos–. “Fortalece la escolaridad y, lejos de competir con la escuela, la complementa”, destacó.
Ya desde 2017 y 2018 los centros comenzaron a considerarse “un espacio educativo en sí mismo, basado en el desarrollo de la cultura y el trabajo, la perspectiva de derechos humanos, de género y con la mirada ambiental”, explicó Mir. En ese marco, agregó que esos son los ejes curriculares transversales, aunque señaló que cada centro tiene su identidad particular.
El momento más crítico desde que los centros comenzaron a funcionar fue durante la pandemia. “Fue muy dura”, aseguró Mir. Según contó, hubo un “retraso” en las áreas de socialización, de escritura, lectura y matemática. Para González, de hecho, la pandemia marcó “un antes y un después”. En ese período abrió el centro del que es coordinadora y, según comentó, el equipo docente tuvo que “apoyar muchísimo lo que tiene que ver con lo escolar, porque existían desfasajes, algunos se habían olvidado, no se podían conectar e iban al centro a buscar conectividad”.
En ese período el foco estuvo en “tratar de nivelar lo más posible”. Para eso hubo una mayor articulación con las familias, las maestras comunitarias y las escuelas. Además, Mir detalló que si bien lo clásico es brindarles desayuno o merienda y que la alimentación sea tan sólo “un complemento”, durante la emergencia sanitaria acompañaron también con canastas de alimentos para las familias.
Desafíos entrantes
La asistencia a los centros es gratuita y requiere inscripción previa –que inicia en noviembre– para conformar una lista por orden de llegada, además del requisito de que el niño o la niña debe ir a la escuela. Usualmente hay un cupo de entre 30 y 40 estudiantes –dependiendo de la capacidad locativa–, pero también existe una lista de espera para que ingresen cuando alguien interrumpe su asistencia.
Para este año los cupos ya están cubiertos: habrá 450 estudiantes en todo el país, aseveró Mir. Hasta el momento, hay ocho centros en funcionamiento: cuatro en Canelones, dos en Montevideo, uno en Paysandú y otro en Lavalleja, pero parte del desafío del año que comienza es extender la cantidad de centros.
Por otro lado, Mir señaló que desde el año pasado también funcionan centros de apoyo liceal en Canelones y que pretenden que el impulso continúe. “La experiencia fue buenísima porque les permitió [a los adolescentes] tener un lugar de referencia: iban dos o tres veces por semana y tenían educadores que los acompañaban para hacer las tareas que les mandaban en el liceo o la UTU”, comentó.
Para 2023 y 2024 los desafíos son varios, pero uno que se reitera en el discurso de los distintos actores consultados es la necesidad de fortalecer el vínculo con la comunidad educativa y las familias. Mir acotó que pretenden desarrollar charlas con los niños, niñas y sus familias sobre derechos sexuales y reproductivos, ambientales, y los requerimientos que surjan de la comunidad.
Las proyecciones también están fuertemente ancladas a las necesidades que manifiestan los estudiantes: “La proyección te la dan los gurises cuando al cierre del año te dicen qué les gustaría tener en las actividades de este año. Ahí están los desafíos. Y hay intereses de avanzar cada vez más en robótica, computación, lo que hoy les pide el conocimiento”, contó Ferreira, y aseguró que todos los puntos mencionados se tendrán en cuenta.
Mir acotó que a partir de la escucha de los niños y las niñas se desprendió que, a su vez, hay un afán por tener recreación y expresión plástica, y eso se va desarrollando según las necesidades de cada centro.
“Se apropian del inglés, del ajedrez, de manifestaciones culturales que, de no ser por centros como estos, no estarían llegando”, reflexionó Mir. Para el maestro, la lógica de estos espacios socioeducativos es “la vieja herencia del movimiento obrero, que la cultura es parte de la construcción de un individuo libre”. Dijo que se trata de una educación “laica, solidaria, respetuosa de los derechos de la niñez: es una potencia de la cultura”.
Ferreira, por su parte, concluyó que la federación considera “fundamental” el “ayudar a construir una sociedad mejor porque nuestros hijos, nietos y familias merecen vivir en una sociedad solidaria y en mejores condiciones que las de ahora”. Para estar más cerca de ese objetivo apuestan a los centros socioeducativos y también a los grupos de trabajo de la FOEB que se vinculan con merenderos y a nivel barrial.
Asimismo, dijo que “hay una conformidad enorme” con el funcionamiento de los centros y que “ver a toda esa gurisada contenta nos indica que estuvimos en el camino correcto”. “La idea es mantener lo que ya tenemos, y la posibilidad de seguir avanzando siempre va a estar”, subrayó.