Tres círculos concéntricos. Esa es la figura que usa Carmen Albana Sanz, una maestra uruguaya radicada en España, para explicar de qué manera la educación puede trabajar sobre la inteligencia emocional de las personas. Precisamente, ese concepto está en el círculo interior, seguido por las habilidades emocionales y, finalmente, el círculo más grande es el de la educación emocional.
Sanz ha dedicado su trayectoria al estudio de esta área y asegura que, más allá de que ha entrado con más fuerza en América Latina en los últimos años, uno de los autores que pusieron la inteligencia emocional sobre el escenario mundial fue Daniel Goleman, con la publicación de un libro en 1996. No obstante, es un concepto que había sido desarrollado por otros psicólogos al menos desde 1904, señaló la docente en diálogo con la diaria. Por ejemplo, nombró el aporte clave de Howard Gardner, quien en 1985 descubrió las “inteligencias múltiples”, entre las que están la inteligencia intrapersonal y la interpersonal.
Al igual que la actual transformación curricular en curso en Uruguay, la docente trabaja bajo un enfoque competencial. Según definió, entiende las competencias como “la predisposición a los conocimientos que tienen los alumnos” y que fueron “adquiridos en el desarrollo del aprendizaje”, de forma que “son capaces de ponerlos en la realidad en la que viven para solucionar sus problemas”.
En concreto, planteó que la evidencia marca que cuando los estudiantes son capaces de construir las habilidades o competencias socioemocionales, en los centros educativos se generan “unos climas de aprendizaje muy diferentes de los que tenemos hoy”. Sobre los cambios curriculares en curso, Sanz celebró que entre las diez competencias priorizadas por la Administración Nacional de Educación Pública “hay ocho que recorren prácticamente la educación emocional”. Como ejemplo, señaló que la competencia interpersonal refiere a que el individuo “tiene que reconocer que tiene emociones”, pero también entra en juego la regulación de estas.
Justamente, contó que en el modelo de intervención que ella aplica desde Bambú, un grupo que ha creado junto con otras profesionales, trabajan con un modelo de pensamiento que funciona “como un semáforo”. “Por ejemplo, tú le dices al niño que pare, piense y actúe. Cuando lo logras, evidentemente la respuesta ya no es el puñetazo”, dijo, y agregó que esa lógica es clave para lograr una sociedad con menos violencia, al igual que ocurre con la empatía, a la que definió como “compasión en movimiento”.
No obstante, planteó que uno de los nudos más críticos para que este enfoque se extienda en las escuelas y centros de educación media uruguayos es que pocos docentes están formados en educación emocional. En ese sentido, apuntó que existen “tímidos acercamientos” al tema, la mayoría desde el sector privado, pese a que en un aula todo el tiempo están surgiendo emociones. Según dijo, esto lleva a que los docentes hagan “lo que pueden” con base en el “sentido común”, lo que los puede conducir a cometer errores.
Sanz es docente en la Universidad de Montevideo, institución que desde 2017 elabora propuestas de formación dirigidas a directores de centros educativos, y actualmente la universidad cuenta con un posgrado en el tema. De hecho, este fin de semana Sanz estará en la tercera edición del Congreso de Aprendizaje Socioemocional que organiza el colegio Queen’s School, donde presentará los resultados de su tesis doctoral, realizada en una escuela de Casavalle.
La profesional afirmó que la falta de espacios de formación hace que muchas veces se termine apelando a recursos en línea sobre educación emocional que no están adecuadamente validados. En ese sentido, aseguró que este tipo de actividades “tienen que estar dentro del contexto de una metodología y de una evaluación”, y agregó que desde el colectivo que integra están “luchando para que la educación emocional se incluya como parte de la formación docente de los maestros y profesores que están trabajando actualmente”, pero también que haya acciones dirigidas hacia las familias de los estudiantes.
Por todo ello, Sanz forma parte de un grupo de profesionales que reclama que en Uruguay se genere una ley de educación emocional. Al respecto, explicó que incluso aunque ese enfoque esté incluido en la actual transformación educativa, el hecho de plasmarlo en una ley daría otras garantías y haría que fuera más dificultoso que el tema desapareciera de la currícula con un cambio de gobierno. El próximo lunes el colectivo será recibido por la Comisión de Educación y Cultura de la Cámara de Senadores.
Evidencia propia
Sobre la educación emocional, Sanz consideró que “absolutamente todos podemos ser educados en las emociones” y, dentro de esa rama, se realiza el desarrollo de las competencias emocionales. Acerca de la evidencia que muestra mejoras en los aprendizajes y en índices de violencia, ansiedad o depresión en quienes las desarrollan, la docente señaló que estas vienen desde distintas disciplinas, como la psicología positiva y las neurociencias. Por ejemplo, mencionó que recientemente esos indicadores fueron medidos en una población de 700.000 estudiantes y se observó una mejora de 11% en su rendimiento académico.
La docente se mostró convencida de que estos programas deben aplicarse en forma extendida y sistemática en los centros educativos y que es necesario comenzar por los niños más chicos. En ese sentido, enfatizó que hay distintas investigaciones que muestran que “en la medida en que aplicamos programas de educación emocional a través de profesores y maestros formados, hay unos índices que tienden a bajar y se genera un ambiente positivo para el aprendizaje”.
Sanz contó que los resultados de su tesis doctoral van en el mismo sentido, ya que el año pasado trabajó con más de 220 alumnos de cuarto, quinto y sexto grado de la escuela 350 de Unidad Casavalle. Allí también se capacitó a las maestras y aplicaron las actividades en función del modelo diseñado desde Bambú. Al respecto, contó que se trabajó a partir de cinco competencias emocionales: la conciencia emocional, la regulación emocional, la autonomía emocional, las habilidades sociales y las habilidades para la vida y el bienestar.
“A través de unos instrumentos de evaluación validados, hemos analizado cómo estaban los niños al comienzo del curso, y hemos evaluado y establecido cuestionarios sobre qué pensaban los maestros de las necesidades sociales y emocionales de los alumnos”, contó. Sobre el proceso de trabajo, agregó que a lo largo de todo el año las maestras le iban enviando “reportes sobre cómo se comportaban los alumnos: si había o no violencia, si la violencia era verbal o física” y dónde ocurría. Dicho reporte también incluyó información sobre las inasistencias y sobre el sentimiento de tristeza en los niños y el clima de aula.
Luego de ser formados, los docentes aplicaron el programa de educación emocional e “iban viendo cómo estas variables iban cambiando a lo largo del curso escolar”. Luego de procesar los resultados, se registraron mejoras en todos los indicadores. Por ejemplo, Sanz contó que la regulación en los niños pasó de 17% a 34% al final de la intervención, lo que terminó mejorando el clima escolar y bajando las situaciones de violencia. Por su parte, contó que la asistencia de los escolares también mejoró, ya que había niños que faltaban varios días a la semana, pero terminaron “con alumnos que prácticamente no faltaban a clase”.
Sobre la formación de los docentes en la escuela, apuntó que 80% no había recibido ningún tipo de formación y, del 20% restante, la mitad había leído cosas en internet y la otra mitad había asistido a una formación virtual que se brindó desde el Ministerio de Educación y Cultura. “Los maestros claman por una formación” en educación emocional, apuntó, y afirmó que, si bien los docentes uruguayos son “muy trabajadores y comprometidos” con las necesidades de sus estudiantes, terminan dando en clase aquello sobre lo que están convencidos de dar.
Consultada sobre las limitantes que tienen este tipo de programas en territorios fuertemente marcados por la violencia y las necesidades socioeconómicas insatisfechas, Sanz respondió con su propio ejemplo, ya que nació en el barrio Borro de Montevideo y tuvo una infancia marcada por muchas carencias, pero advirtió que la educación fue clave para mostrarle otra forma de ver el mundo. Precisamente, entiende que “no existe una actividad tan transformadora como la educación” y que puede marcar un diferencial sólo con “mostrar que existe una realidad diferente” y que “la violencia no es el camino, sino que siempre el camino es a través del diálogo”.