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Andrés Ojeda.

Foto: Gianni Schiaffarino

Andrés Ojeda: “No hay ninguno más colorado de convicción que nosotros, que nunca vimos una vaca gorda y nacimos a la intemperie”

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El precandidato colorado recuerda sus primeros años de militancia, habla del caso de Amodio Pérez, que fue el “quiebre” en su carrera de abogado y explica cómo gasta el dinero en la campaña.

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La tangente es un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria para deslizarse por otros terrenos.

En el baño de Andrés Ojeda marca presencia el lado oscuro de La Fuerza: hay un dispenser de jabón líquido con la forma y el color -negro- de la cabeza de Darth Vader, el malvado personaje de Star Wars. Pero ese chiche está lejos de ser la única referencia a la legendaria saga creada por George Lucas que se puede encontrar en el apartamento del abogado y precandidato del Partido Colorado (PC). En el living-comedor, cuidando a una lámpara, hay un pequeño Darth Vader, por si quedaba alguna duda de su obsesión. Ojeda dice que ese fanatismo por La guerra de las galaxias viene de sus padres, “muy consumidores de ciencia ficción”. Agrega que le gustan los superhéroes “y todas esas cosas”, pero Star Wars es lo que se lleva el “mayor culto”.

Ojeda dice que tiene más muñecos de Darth Vader que de otros de los tantos personajes de la saga porque es el “más encumbrado”, aclara que también cuenta con stormtroopers, los soldados imperiales -los de impoluta armadura blanca-, y agrega: “No tengo más cosas porque voy a quedar como un adolescente, entonces, me da vergüenza y no lo tapo de cosas. Si fuera por mí, tendría un stormtrooper tamaño real acá parado, sin ningún problema”.

Pero no se engañen los lectores: más allá de estos pequeños detalles de hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana, el apartamento de Ojeda está lejos de parecer una juguetería; de hecho, la decoración es bastante minimalista. El precandidato dice que no ha tenido tiempo “de meterle más cariño personal” a su hogar, ya que la campaña electoral “ayuda muy poquito y vivir solo ayuda menos todavía” (hace un año y medio se separó de su esposa, la modelo, actriz y también abogada Natalie Yoffe).

“Al final, terminás como desprendiéndote de los lugares porque vivís en la ruta, tu casa es el auto. Capaz que después de la campaña me hago un poco más de tiempo”, dice. Si bien en la interna colorada hubo sablazos retóricos que dispersaron sus luces láser para allá y para acá, Ojeda les baja el perfil a las idas y vueltas y aclara que en el PC no hay ningún Darth Vader porque son “todos compañeros”.

Su apartamento actual está ubicado en Buceo, pero Ojeda vivió la mayoría de su infancia y adolescencia en Punta Gorda, aunque acota que en toda su vida -nació en 1984, tiene 40 años- se debe haber mudado como diez veces, y pasa a recordar el itinerario de mudanzas como si fuera el empleado de una inmobiliaria. Nació en un edificio de Pocitos, pero al rato sus padres compraron un apartamento en una cooperativa en Punta Gorda, luego, “una casita” en Carrasco, después se separaron y se volvieron a mudar, y así, y así.

Fue cuando Ojeda tenía 12 años, a mediados de los 90, que sus padres se divorciaron. Acota que en esa época ya era común tener padres separados, pero no tanto como ahora. “Siempre lo recuerdo como una etapa medio turbulenta, porque son cambios muy grandes, y más cuando la separación no es en los mejores términos... Igual, hasta las separaciones en buenos términos nunca son en los mejores términos”, dice.

Foto: Gianni Schiaffarino

Ojeda estudió en el colegio La Mennais, porque la cooperativa en la que vivía quedaba a la vuelta, ahí en Punta Gorda, y sus abuelos también vivían cerca, en un apartamento al que luego él se fue vivir solo, cuando falleció su padre -con 60 años-, en 2013. Ojeda tiene una hermana, y recuerda que cuando murió su padre ella prefirió no ir a vivir allí, porque “no quería estar cerca de lo que le generaba cierto dolor”, pero él tuvo la reacción opuesta: “A mí me generaba una sensación enorme de familiaridad, entonces, me encantaba y terminé yendo para ahí”.

Entre Punta Gorda y Malvín, Ojeda tuvo una infancia “bien tradicional, de barrio”, según recuerda, y con los amigos de la cooperativa siempre andaban juntos. Ya de más grande, cuando su familia se mudó a Carrasco, ahí “era todo menos barrio”, por lo tanto, le pareció “bastante más aburrido”. “Ahí tenía algunos amigos, pero que los conocía del colegio; fue más difícil, extrañaba mucho más lo otro, porque tenía una vida más movida. Malvín en eso era diez veces mejor”, dice.

El precandidato recuerda que ya en la escuela era de esos que hablaban mucho y acompañaban el palabrerío con la debida gesticulación. Siempre que en alguna ronda alguien tenía que alzar la voz por los demás, el encargado era él. Por eso en la escuela le decían que de grande tenía que ser “abogado o político”. “Mirá la vida hasta dónde nos trajo”, acota Ojeda, que si bien es el precandidato a la presidencia más joven, al hablar desparrama ese vicio de político veterano: el plural mayestático. Entonces, se refiere a él como si fueran muchos, y cuando incluye a los demás -su equipo político, por ejemplo-, siempre queda la duda de a quiénes se refiere…

Poco tiempo después de entrar a la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, Ojeda empezó a trabajar en un estudio jurídico -con 19 años- en el que hizo “todo lo que había que hacer”. “Me faltaba el plumero, pero se aprende”, acota, y agrega: “Lo agradezco, porque si no hubiera pasado por ese trabajo, no sé si hubiera terminado la facultad. Porque a veces la carrera no es muy amigable con la práctica: se pone un poco tediosa, teórica y despegada de la realidad”.

Derecho y crisis

¿Por qué elegiste volcarte al derecho penal?

Ahí encontré un lugar de motivación distinto, porque es la materia que hace la diferencia. No le quiero faltar el respeto a ningún otro, pero no es lo mismo ejecutar un cheque o hacer una sucesión que estar peleando atrás de la libertad de las personas. Es la materia más vocacional, la que más te cambia la vida y la de mayor sensibilidad.

Las series de abogados suelen ser todas de penalistas, como Matlock.

Es lo más atractivo. Si prendés la tele, el 90% de los temas que hay en la opinión pública son de penal; que veas una noticia de un juicio civil no es lo más común.

Cuando empezaste a estudiar abogacía también arrancaste a militar en el PC.

Sí, entré en la facultad en 2002, y apenas entramos vino la huelga grande y la ocupación, que se hizo larga y tenía muy poca representatividad: la mayoría de los chiquilines preferían ir a la facultad que ocuparla en modo de protesta. Ahí me vinculé con el Foro Universitario. De hecho, muchos de los que andamos en la vuelta hoy venimos del mundo gremial, no solamente colorados. Yo compartí generación con Martín Lema [diputado blanco], Nicolás Martinelli [ministro del Interior] y Daniel González, que ahora está en la intendencia [de Montevideo] con Carolina Cosse, era del [Frente Estudiantil Zelmar Michelini] Frezelmi en aquella época.

¿Por qué decidiste militar en el PC?

En el Foro Universitario un día me invitaron a una reunión con [Julio María] Sanguinetti, en lo que era la sede del Foro Batllista, en 2002 o 2003, y salí embelesado. Creo que tenía cierta predilección y convicción por un tema de valores, y Sanguinetti en un cuerpo a cuerpo es un tipo muy elocuente; salí copado, y acá estoy, 20 años después, en esta vuelta.

¿Tu familia no era de hablar de política?

Nada. De hecho, la única referencia es que mi abuelo por parte de padre siempre fue muy amigo de [Liber] Seregni, sobre todo previo a la dictadura. Él siempre fue frenteamplista, pero no tanto por un tema ideológico sino más por un tema personal de amistad con él.

Foto: Gianni Schiaffarino

¿Tu abuelo no te quiso influenciar para que militaras en el Frente Amplio (FA)?

Al contrario, se puso contento de que yo tomara interés por la política, más allá del partido. Él compraba La República todos los días y siempre discutíamos cosas. Lo que pasa es que entré a facultad en 2002 y él falleció en 2004, tampoco tuvimos tanto tiempo para eso.

En 2004 fue tu primera elección; votaste al PC, obviamente.

Laburé bastante por [la candidatura de Guillermo] Stirling en un grupo colorado en Montevideo.

¿Y cómo te pegó semejante derrota?

Y... Lo bueno es que estamos curados de espanto. No hay ningún colorado más colorado de convicción que nosotros, que nunca vimos una vaca gorda y nacimos a la intemperie. Entonces, cuando a mí me hacen cuestionamientos de coloradismo: señores, tenemos agarrada la bandera, sin soltarla, en los peores 20 años del partido, tengo el examen aprobado hace rato. El que estuvo en la rambla repartiendo las listas de Stirling, que te las tiraban por la cabeza... Aparte, por cosas que no hice: porque yo tenía 20 años, no tomé ninguna decisión en 2002; esa factura no era para mí ni lo es hoy.

Los cuestionamientos a tu coloradismo se dieron cuando se viralizó un video de una entrevista con Orlando Petinatti en su programa de radio, en la que te hizo un cuestionario básico sobre la historia del PC y no supiste contestar.

Nosotros hemos participado en todos los homenajes partidarios. Cuando se festejaron los 180 años del partido, en Durazno [en 2016], lo armamos nosotros. Es más, te cuento una infidencia: contratamos a Mario Silva [fallecido cantante de música tropical] para el final, hubo un lío para pagarle y le tuvimos que pedir guita prestada a Sanguinetti. Ahora, iban dos horas de entrevista con Petinatti, estaba cansado, me preguntó y me agarró a contrapierna.

Del Jackson a la tele

Ojeda se recibió de abogado en 2011 y empezó a trabajar en ese estudio en el que hacía de todo; luego, se desempeñó como abogado interno en una compañía de seguros, y más adelante se largó solo con su propio estudio, junto con un socio, Fernando Posada. “Eso fue el quiebre de todo, el antes y el después”, dice Ojeda, en referencia al caso que lo puso bajo los focos de las luces y los lentes de las cámaras -de televisión, de fotos, etcétera-. En 2015 asumió la defensa del extupamaro Héctor Amodio Pérez, que había vuelto al país para presentar su libro, luego de décadas fuera de Uruguay.

“La historia de Amodio Pérez es casi imposible no conocerla, por lo menos en parte. Su aparición en 2013 hizo que el mito tuviera cara, porque no se sabía si estaba vivo o no, había una cosa muy de leyenda a lo Jimmy Hoffa atrás de esto”, dice Ojeda, y pasa a recordar el momento y lugar exacto en el que estaba cuando lo llamaron para ofrecerle defender al extupamaro, porque dice que no se lo olvida más.

Era viernes, caía la medianoche y Ojeda estaba de championes y remera, por entrar al boliche Jackson; un colega lo llamó por teléfono y le dijo que tenía un caso que no podía tomar y quizás a él le interesaba. “Estaba con la que después terminó siendo mi esposa y le dije ‘te dejo en tu casa, porque me voy al Sheraton a ver a este cristiano’”, recuerda, y subraya que toda la situación fue digna de Macondo. En el hotel se encontró a Amodio Pérez y su esposa, que estaban “comiendo pizza y tomando Espinillar”. Luego de charlar un rato, para el abogado, “no tenía mucho sentido lo que había pasado”, porque le habían caído “20 policías de Interpol a pedirle el documento de identidad”.

Ojeda recuerda que en aquella primera semana el juzgado quedó “casi cerrado” para ese caso, entonces, entraba con su defendido a las 13.00 y salía a las 19.00, frente a toda la maraña de canales de televisión en vivo. “Yo salí en cadena nacional todos los días, toda la semana; imaginate, el tipo era el asunto central del país, me paraba todo el mundo en la calle a preguntarme sobre eso; fue una bomba de exposición. Tenía nerviosismo por hacerlo bien, porque era el asunto debut de alguien que pretendía dedicarse a esto mucho tiempo”, confiesa.

El precandidato asegura que la gente se empezó a dar cuenta de que el asunto de Amodio Pérez era “todo el Estado, que aparte eran sus excompañeros cobrándole una factura”. Recuerda que en ese alto nivel de exposición pública estuvo un mes, hasta que finalmente procesaron a Amodio Pérez [por reiterados delitos de privación de libertad en dictadura; aunque al año siguiente el procesamiento se revocó y la causa fue archivada]. La explosión de esa “bomba de exposición” dejó como esquirla que Ojeda empezó a tener columnas sobre temas penales en Canal 4.

En tu página de Wikipedia dice que además de abogado y político sos una “figura mediática”. ¿Cómo te cae esa etiqueta?

No hubiera sido mi definición... Tiene un componente peyorativo, pero a esta altura ni me va ni me viene; creo que es parte del trabajo, incluso de los abogados, con los cambios de época que hemos tenido y con la publicidad que tiene el Código [del Proceso Penal]. Hoy sale un fiscal, te parte al medio, ¿y vos no decís nada? Me parece que dejás rengo un tema, tu parte de la defensa.

Tu matrimonio también fue mediático, alimentó los programas y portales de “espectáculos”. ¿Cómo viviste esa exposición?

Con naturalidad, porque en aquel momento se dio así y la verdad que fluyó, creo que es parte de la vida. Aparte, ella [Natalie Yoffe] tenía un nivel de exposición mucho más grande que el mío, así que era imposible que no ocurriera.

¿Pero esa exposición no podía afectar tu trabajo de abogado?

No me afectó. De hecho, laburamos bien después, hemos tomado asuntos de cada vez mayor porte; y si hay un tema grande penal, de tono empresarial o político, difícilmente nosotros no estemos al menos consultados. O sea, quizás estamos en el top de los abogados a los que se consulta cuando hay temas grandes. Eso, con menos de 40 años, en Uruguay es bien interesante, porque es un país muy conservador con las edades: en la política, la abogacía y las profesiones tradicionales las canas se miran.

¿Cómo te definís ideológicamente?

Pragmático. Creo que las ideas se dividen en “sirve” y “no sirve”, esas son las únicas dos columnas que me gusta mirar. Después, si me obligás a entrar en el espectro: nosotros tenemos ese coloradismo de centro de toda la vida, no nos gusta que nos pongan ni en un lado ni en el otro; me parece que es nuestro lugar natural y el de Uruguay mismo. Creo que la gente, si la apurás, es toda de centro, con su matiz y demás, pero en el fondo el uruguayo es sensato, no gritón y te equilibra; me parece que ahí hay un espacio bien interesante.

En la elección pasada fuiste asesor en seguridad de Ernesto Talvi. ¿Por qué no seguiste en su sector, Ciudadanos?

Porque al irse Ernesto, Ciudadanos ya no es Ciudadanos; Robert [Silva] no es Ernesto Talvi, entonces, al salir Ernesto, ese proyecto quedó sin alma. Yo mantuve el contacto con Ernesto todo este tiempo y siempre aprovecho para agradecerle la generosidad que ha tenido de mantener este vínculo. Sé que él es muy celoso de las conversaciones que tiene, porque como salió, se fue [vive en España] y demás, no está bueno que él esté alimentando cuestiones por ahí, pero no sólo tuvo la generosidad de mantener el vínculo, sino también de hacer el único comentario político público después de su salida, para apoyarnos a nosotros. Te está dando la pauta de que quizás Ciudadanos hoy no representa lo que él en algún momento intentó generar.

Las viejas estructuras y la nueva campaña

Me quedé con eso de que sos “pragmático”: te voy a mencionar algunas leyes clave para ver qué opinás. Por ejemplo, la ley que despenalizó el aborto, de 2012.

Esa ley es nuestro orgullo, porque es una propuesta de Julio María Sanguinetti. Sin perjuicio de que después se vetó y que fue otro el proyecto, eso es de paternidad del PC; o sea, es más que una cuestión de estar de acuerdo: podemos decir que es nuestra.

Pero fue el gobierno del FA, del presidente José Mujica, el que la impulsó y aprobó.

La primera vez que se aprobó [2008], la vetó el presidente Tabaré Vázquez, del FA, y después se aprobó otra ley, prácticamente igual, con algún negociado mayor para que se pudiera votar, pero en el fondo el concepto central es nuestro.

¿Cómo te cae la ley que regularizó la marihuana?

FIlosóficamente, estoy de acuerdo, pero quedó pragmáticamente muy mal resuelto el rol del Estado, y ahora es complicado de acomodar. Hubo un error con la venta en farmacias y la producción del Estado, pero ya es un tema operativo; en cuanto al objeto, yo estaba bastante de acuerdo con el proyecto inicial de [Luis] Lacalle Pou, que era muy parecido al de Fernando Amado.

¿Con el diputado colorado Gustavo Zubía, que bajó su precandidatura para apoyarte, tenés alguna diferencia en materia de seguridad?

Francamente, muchas menos de las que yo pensaba que iba a tener. Tenemos énfasis muy distintos: él tiene un énfasis muy represivo y nosotros un énfasis muy preventivo, entonces, ahí amalgama bastante bien; de hecho, logramos consensuar 20 propuestas. Podrían haber sido 200, pero yo le dije “la gente no va a leer tantas, vamos a hacer 20”. Quedé muy conforme con el laburo, incluso pusimos las que estábamos en desacuerdo.

¿Cuáles?

Él no está de acuerdo con el Ministerio de Justicia, y yo no estoy tan de acuerdo con el triunvirato de la Fiscalía, pero creo que ambos nos podemos llegar a convencer.

Pululan las suspicacias sobre lo que gastaste en publicidad para la campaña. ¿Pusiste más plata que los demás precandidatos?

Estamos gastando diferente, en buena medida, y te voy a explicar por qué. Siempre se dice que las elecciones internas son voluntarias, razón por la cual gana el que tiene mejor estructura en el territorio, pero estoy bien convencido de que eso quedó viejo, y rentar punteros en el territorio hoy tiene poco sentido. Lo aprendí por la vía de los hechos: en 2009 trabajé en la campaña de Luis Hierro [López], entre él y José Amorín [Batlle] tenían una estructura brutal; Pedro Bordaberry, sin casi dirigencia en el territorio -por lo menos, no de renombre-, sacó 71% de los votos, les pasó la motoniveladora a todos. En 2019, Talvi compitió con las estructuras de Sanguinetti y Amorín, las dos muy buenas; Ernesto tenía toda gente nueva, la mayoría no había juntado un voto en su vida, y metió arriba del 50% y superó por más de 20% a Sanguinetti.

Entonces, con lo que consigamos, prefiero comunicar proyecto, persona, idea, comunicar todo; nos jugamos la vida en conectar con la gente. El resto tiene una apuesta mucho más tradicional; yo la comprendo, no la critico, pero lo que hemos vivido en este siglo nos tiene que hacer aprender que la política cambió. Por algo un Javier Milei gana en lugares donde nunca fue, porque evidentemente la comunicación cumple otro rol. Por eso prefiero que todo lo que juntemos vaya a publicidad. Por ejemplo, nosotros no hicimos un gran acto de lanzamiento de campaña, que es caro; hicimos números y dije “señores, este precio en un lanzamiento, no, hagamos publicidad”.

Te voy a hacer un ping pong de asociación libre, te tiro nombres y decís lo primero que se te ocurre.

Luis Lacalle Pou.

Un buen presidente.

Julio María Sanguinetti.

Un referente.

Ernesto Talvi.

Un amigo.

Carolina Cosse

Un riesgo.

Yamandú Orsi

Un flan.

Guido Manini Ríos

Una incógnita, no termino de sacar esa ficha.

¿Qué hay de cierto en ese rumor de que tu candidatura en realidad está impulsada por el Partido Nacional?

Y las pirámides las hicieron los marcianos...

Una banda

“En la época de la facultad, yo tenía el pelo largo, andaba de remera y con un bajo en la espalda, otra vida”, recuerda Ojeda. Hace 20 años participó en el concurso Pepsi Bandplugged, de grupos de rock, que emitía Canal 10, con una banda llamada Garaje, de la que supo ser el bajista y, según dice, tenía influencias de rock alternativo “pos-Nirvana” -aquel concurso lo terminó ganando Doberman, la banda de Nacho Obes-.

“Yo no cantaba porque no puedo cantar, no porque no quisiera; algunas letras eran mías, pero de un humano de 20 años”, aclara. Agrega que recuerda con mucho cariño aquella época e incluso dice que algún día le gustaría “volver a tener tiempo para tocar”.

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