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Portadas de varios diarios, el 27 de junio de 1973.

Día de miércoles: ¿cómo cubrieron los diarios el golpe de Estado del 27 de junio de 1973?

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El País, El Día, Acción, El Popular y Marcha tuvieron diferentes enfoques para informar a la población lo que había pasado en la madrugada de ese día y en las jornadas que vinieron después.

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Leído por Andrés Alba.
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“Mafalda, ¿podrías fijarte si un diario que hay por ahí es viejo o es el de hoy?”, se puede leer en la primera viñeta de una de las tantas series de la tira cómica creada por el argentino Joaquín Salvador Lavado, alias Quino. Mafalda lee el titular: “Rechazó la URSS una propuesta norteamericana” y, acto seguido, contesta: “Las dos cosas, papá”. La historieta fue publicada –como era tradición– en la tapa del diario El País, pero exactamente esa no era la de un día cualquiera sino que estaba en la portada del 27 de junio de 1973, cuyo titular, en grandes y renegridas letras, era: “Disolvieron las cámaras”.

En la noche del martes 26 de junio de 1973, hace medio siglo, el Senado realizó una sesión extraordinaria que terminaría el 27 pasada la 1.30 de la mañana (según consigna el diario de sesiones del Parlamento). Entre otros asuntos, se resolvió crear una comisión investigadora por las denuncias de torturas a detenidos de parte de las Fuerzas Armadas en Paysandú. Pero ya desde el arranque de la sesión se olfateaba que el entonces presidente colorado Juan María Bordaberry iba a decretar la disolución de las cámaras, haciendo carne el golpe de Estado, como lo demuestran las palabras del senador y caudillo blanco Wilson Ferreira Aldunate, que fue uno de los primeros legisladores que hablaron aquella famosa noche: “A lo largo de todo el día de hoy, circularon persistentes rumores, que luego terminaron transformándose casi en noticia, según los cuales estaría a punto de culminar –si es que no ha culminado ya– un triste proceso que finalizaría con la violación, por parte de Juan María Bordaberry, de sus juramentos constitucionales y un asalto a las Instituciones y a las libertades públicas. Si eso llegara a confirmarse, como muchos tememos que ocurra, habría que decir –como es corriente en estos casos– que a Bordaberry y a sus cómplices los juzgará la Historia”.

Está la Historia con mayúscula, esa que se lee en grandes libros, se plasma en los nombres de las calles y en los monumentos de las plazas y nos enseñan en la escuela, pero también está la otra historia, con minúscula, la del día a día, que en épocas analógicas, de cosas palpables, se cristalizaba en la prensa escrita, cuando los diarios eran el principal medio para informarse y tenían casi la exclusividad en eso de marcar la agenda. ¿Cómo reflejaron los diarios aquella noche? ¿Qué les pareció digno de destacar?

En la portada de El País de aquel 27 de junio, el título meramente descriptivo, sobre la disolución de las cámaras, estaba acompañado por un colgado que informaba: “Crearían un Consejo de Estado; renuncian varios ministros; los salarios aumentarían 50%; suba de servicios estatales del 20%”. Además, el diario consignaba que, luego de confirmado el rumor que “insistentemente” había circulado –sobre la disolución de las cámaras–, la Oficina de Prensa de la Presidencia se abocó a la tarea de editar un “extenso proyecto” que constaba de “otras importantes medidas”, que establecieron, por ejemplo, “la terminante prohibición de efectuar cualquier tipo de reunión sin el previo consentimiento oficial” y el adelantamiento de las “vacaciones de Julio”.

“Esta monstruosa administración municipal”

Podríamos pensar que, dado que el rumor estaba en la vuelta y que todo el mundo intuía el último paso del quiebre institucional, el editorial de El País de aquel día se referiría a ese hecho, que era el tema más importante del momento –del mes, del año–. Pero no. El diario con sede en Plaza Cagancha le dedicó su editorial del 27 de junio de 1973 a quejarse de la Intendencia de Montevideo –empezando por sus funcionarios–, que desde 1972 estaba comandada por el colorado Óscar Víctor Rachetti, quien luego del golpe de Estado se quedaría un rato más en el cargo –un rato de los largos: hasta 1983–.

El editorial, titulado “De la anécdota al símbolo”, señalaba que hacía pocos días, por 18 de Julio, se había visto “una interminable flota de camiones municipales recolectores de basura” manejados por funcionarios que para “exhibir sus reclamos no encontraron otro medio más adecuado que utilizar aquellos bienes de propiedad pública”. Se subrayaba que “aquel espectáculo” evidenciaba “una vez más la pérdida absoluta de respeto ya no sólo a la autoridad sino a la sociedad a quien deben servir”.

El editorialista preguntaba en dónde andaba esa “nutrida cantidad de vehículos” en medio “de esta ciudad erizada de basurales”. Además, decía que en la próxima Rendición de Cuentas la comuna capitalina se llevaría “cifras insospechadas”, porque “cuesta mantener esta monstruosa administración municipal, que en su parálisis, en la desmesura de su burocracia, en la anarquía de sus servicios, succiona implacablemente recursos que disminuyen la capacidad de consumo o comprometen aún más la de producir”.

Al otro día del golpe, el 28 junio, los diarios no salieron, y retomaron las ediciones el 29 –los que sobrevivieron a la clausura impuesta por la novel dictadura, claro está–. El País de ese día traía la noticia “no hay ex legisladores presos y sólo piden captura de Erro”. En el cuerpo de la nota se leía que el Poder Ejecutivo había dispuesto la captura del senador Enrique Erro –que se encontraba en Buenos Aires–, “por sus vinculaciones con la sedición”, y que “pueden los restantes ex legisladores circular libremente por todo el territorio nacional como cualquier otro ciudadano”.

“Por consiguiente, y según se desprende de tal información recogida en medios autorizados, pueden volver a Uruguay todos aquellos que se fueron precipitadamente el martes [26 de junio]”. En la foto que ilustraba la nota aparecían Erro y Zelmar Michelini, y en el pie de la imagen decía que ambos “pasean del brazo por una calle céntrica del Gran Buenos Aires”.

No Gre Gre sino Gregorio (Álvarez)

El Día, diario fundado por José Batlle y Ordóñez en 1886, tuvo como título de su portada del 27 de junio: “Ambas ramas legislativas disueltas hoy por decreto. Fue creado un ‘Consejo de Estado’”. Además, ya en la tapa se informaba que exactamente a las 5.22 de la mañana un funcionario de prensa de la Presidencia había anunciado oficialmente que a los pocos minutos se darían a conocer varios decretos, entre ellos, el de disolución de las cámaras. En la segunda página se repasaban las palabras de los senadores en la última sesión, bajo el título “en medio de la tensión se alzaron las vibrantes voces de los parlamentarios”. En la siguiente página se consignaba que “los mandos militares propondrían que el índice de aumento a los salarios sea de 50%”.

Por su parte, el diario Acción, por entonces dirigido por el colorado Jorge Batlle –y que había fundado su padre, el expresidente Luis Batlle Berres, en 1948–, en su edición del 27 de junio fue uno de los pocos periódicos que pusieron en la tapa una foto que ilustraba el golpe de Estado: se veía una tanqueta y tres militares al costado, con el Palacio Legislativo de fondo. En el pie de la foto se podía leer: “El Palacio Legislativo fue ocupado esta mañana por fuerzas militares, personalmente comandadas por los generales Gregorio Álvarez y Esteban Cristi. Previamente había sido rodeado por vehículos militares, tal cual se observa en la nota gráfica”. El título de portada fue: “Clausuran cámaras: renuncian ministros. Consejo de Estado sustituye al Parlamento y proyectará reforma de la Constitución”.

En las páginas interiores, Acción también fue de los pocos diarios que en la nota sobre el golpe hicieron una referencia explícita –destacada en el colgado, arriba del título– a que el decreto presidencial arremetía contra los medios: “Crean Consejo de Estado; establecen censura de prensa”.

En efecto, el tercer artículo del decreto de Bordaberry establecía: “Prohíbese la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información, comentario o grabación que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente decreto, atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo, o pueda perturbar la tranquilidad y el orden públicos”.

Acción no esquivó el bulto en su editorial del 27 de junio y ya desde el título fue directo al grano: “Golpe de Estado”. Allí opinaban que “ni la más fecunda imaginación jurídica puede sostener por lado alguno que el Ejecutivo puede disolver el Parlamento por simple decreto y sustituirlo por un cuerpo designado por él”. “Estamos, entonces, ante un golpe de Estado, liso y llano”, se agregaba.

Luego, criticaban a Bordaberry y preguntaban: “¿Alguien piensa que solo y aislado va a poder hacer lo que no supo hacer cuando contaba con amplias mayorías parlamentarias y una opinión pública favorablemente predispuesta? ¿Cree él por ventura que podrá, sin apoyo popular, borrar los problemas que hoy conforman el marco nacional de escepticismo y problemas tremendos en el diario vivir de la gente?”.

El editorial de Acción subrayaba que “echarle la culpa a las instituciones de lo que son carencias de los hombres es un recurso fácil y escapista”. Más adelante, criticaba la “rígida censura de prensa, que impide no sólo divulgar noticias sino aun opinar o comentar los sucesos”, y con ello “se rompe otra tradición y se comete otro tremendo error”. “El ciudadano tendrá su opinión y más honda y firmemente adversa será cuanto más advierta que en el país se cierra el camino a la voz democrática y se renuncia a los principios que han sido la base de su organización histórica”, agregaba.

Por último, Acción señaló que desde el mes de febrero de 1973 el país estaba viviendo un clima de “anormalidad indudable”, que en ese momento estaba culminando, al darse “un paso más”, porque “se quiebra la Constitución y se salta al vacío”. Esa fue la última edición del diario Acción, ya que luego del golpe fue clausurado varios días por la dictadura que no quería que la llamaran dictadura, y terminó cerrando definitivamente.

“NO ES DICTADURA”

En tanto, el diario El Popular, del Partido Comunista, en su edición del 27 de junio tituló bien grande y bien negro, con apenas dos palabras: “Graves horas”, y arriba decía: “Salarios: paran estatales y en sector privado, hoy”. Adentro se destacaba la “tensa sesión del Senado esta madrugada”. La columna de opinión, titulada “El país en la encrucijada” , empezaba: “En el momento que escribimos estas líneas, aún no se han dado a conocer los comunicados oficiales o decretos de gran gravedad que están en el ámbito público, pero si se confirma lo que está en todos los comentarios, estaremos ante hechos de extrema peligrosidad, ya que apuntarían en primer lugar contra el Parlamento, y mediante un gobierno encabezado por el Sr. Bordaberry que frontalmente actuaría al margen de la Constitución. Cabe preguntarse ¿esto es lo que el país reclama? ¿Esto es lo que el país espera?”.

Por último, el semanario Marcha, dirigido por Carlos Quijano –y con Julio Castro como subdirector–, salió tres días después del golpe de Estado –en una edición de “emergencia”, según explicaron, y por eso se disculparon por los “vacíos y errores” que pudiera traer–. Fue el único medio de prensa que le buscó la vuelta para expresar eso que no se podía decir en el título de tapa. Entonces, “haciéndole caso” al decreto censurador, en la portada –que se volvió célebre– imprimió bien grande la frase “NO ES DICTADURA”; una directa ironía que, obviamente, en realidad decía que sí lo era –en la parte de abajo de la tapa se publicó todo el decreto dictatorial, en letras pequeñas–.

La nota central del semanario –cuatro páginas– estaba dedicada al tema y se tituló “sin velos y sin máscara”. Marcha repasó varias notas previas que había publicado, demostrando que lo que sucedió la noche del 27 de junio de 1973 se veía venir.

La introducción de la nota ya decía casi todo: “Nadie puede sorprenderse. Esta ominosa caída del 27 de junio es el resultado de un proceso que se inició hace tiempo y que se cumplió, paso a paso, a la luz del día. Durante este último año escribimos en repetidas oportunidades sobre el tema. Nada agregamos, nada quitamos ahora, a cuanto dijimos. Era obligación prever y, de antemano, juzgar y condenar. Era obligación, también, disipar equívocos, adelantarse a los manidos sofismas y a las despreciables razones que en circunstancias semejantes siempre manejan los actores de turno –nada nuevo ni siquiera bajo el sol de esta tierra– y esforzarse por impedir la funesta ejecución. Todo se consumó; pero algo se ha ganado de todos modos. Ya rasgado está el velo y caída la máscara”.

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