En los comicios de 2013 en Paraguay, Horacio Cartes fue electo presidente. El movimiento Kuña Pyrendal obtuvo 0,16% de los votos en esa elección y fue el único partido con una mujer candidata a la presidencia. La fórmula estuvo integrada por Lilian Soto y Magui Orina Balbuena. En la actualidad, Soto es consultora del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Hace algunas semanas visitó Uruguay para participar en un encuentro sobre trabajo doméstico. En ese marco conversó con la diaria.
¿Cuáles fueron los mayores desafíos de ser candidata a la presidencia en un país tan conservador como Paraguay?
Cuando asumí el desafío de ser candidata, fue con un proyecto político feminista, socialista y ecologista. Había nacido en un contexto de amplias alianzas que permitieron que el Partido Colorado dejara de gobernar Paraguay en 2008, pero en 2012 un golpe parlamentario tumbó al gobierno y cercenó cualquier posibilidad de que en las elecciones de 2013 se volviera a reeditar esa alianza. Uno de los aliados, el Partido Liberal, había sido también artífice del golpe, lo que impedía que vuelva a generar esa alianza. Entre 2012 y 2013 la decisión de Kuña Pyrendal fue colocar la propuesta feminista en el escenario político de una manera testimonial. Llevamos los temas que nos interesaban: el género, el modelo económico productivo y las cuestiones de clase.
¿Hubo reticencia de los demás actores políticos a tratar estos temas?
Mucha. Por supuesto que el movimiento fue satanizado y nos convertimos en el grupo que estaba vinculado con el aborto, con el matrimonio igualitario y con todos los temas que aún son difíciles para la sociedad. En mi opinión, se abrió un espacio de mucha visibilidad para tratar otros temas. Eso fue un aporte en una sociedad conservadora en la que tantos años de dictadura impidieron todo lo que significa pensamiento y discusión.
Jair Bolsonaro ganó la presidencia de Brasil con un discurso misógino. ¿Por qué cree que fue viable?
Creo que hay un deterioro muy importante de la credibilidad de la política, además de una ocupación de los ámbitos comunitarios por parte de los sectores eclesiales. Cuando las políticas públicas no responden a las necesidades de las personas, se genera la posibilidad de que se amplíe su poder político sobre el pensamiento. Lo que está pasando en Brasil nos demuestra el poder del fascismo y la reacción de los sectores más conservadores ante los avances de las mujeres y de los sectores que hemos obtenido derechos. Eso genera un temor muy grande, sobre todo porque se está disputando el poder, y me refiero al poder como la transformación de certezas que fueron instaladas durante mucho tiempo como normales. Los feminismos desafían todo eso.
Menciona una resistencia de los sectores conservadores. ¿Hay también una resistencia de la izquierda?
Tenemos que analizar por qué las izquierdas no están acompañando las luchas feministas como propias. ¿Cómo es que podemos tener presidentes que se oponen al aborto, como Tabaré Vázquez y Rafael Correa? ¿Cómo puede existir un Foro de San Pablo, que agrupa a los partidos feministas, que sigue apoyando a un misógino como Daniel Ortega, que está masacrando a su pueblo? El análisis tiene que ir por varios corredores: claramente la izquierda ha contribuido al patriarcado, ha aportado su gran dosis de pensamiento y práctica en la región y en el mundo. La mujer acompaña, pero los liderazgos son difíciles de alcanzar. Otro elemento clave es que estamos hablando de una redistribución del poder; esa redistribución implica que lo compartan, algo que tiene que estar sustentado en un pensamiento democrático y de compromiso.
Cuando en Uruguay se discutió la Ley de Cuotas en el Parlamento, uno de los argumentos en contra fue que las mujeres tienen que acceder a los puestos por su capacidad y no por una cuestión de género. ¿Qué opina de esto?
A la derecha se lo acepto porque siempre es reaccionaria, pero los compañeros de izquierda no pueden poner esa excusa. Los feminismos están construyendo pensamiento y teoría de forma permanente. ¿Cuál es el sector que desde hace años viene construyendo resistencias y generando nuevas propuestas? Los feminismos. Otro gran elemento que produce temor es que los feminismos hoy en día son masivos. Ya no son pequeños grupos, ya no pueden decir que sólo están las feministas burguesas que discuten en sus universidades; está el feminismo campesino, el popular, el comunitario. Mujeres que hacen el clic y comienzan a darse cuenta de lo que significa el patriarcado, esas mujeres se declaran feministas y están en todas partes.
¿Cree que el feminismo corre el riesgo de transformarse en un eslogan de campaña?
Muchos van a intentar convertir las demandas feministas en eslogan de campaña. Pero creo que los feminismos somos suficientemente diversos como para construir, criticar y hacer esas identificaciones. Podemos discernir si alguien dice que es feminista pero después no apoya, por ejemplo, los derechos de las trabajadoras domésticas. Hay cuestiones que sencillamente pueden ser discursivas, pero eso no significa que las vayamos a validar. Hoy los feminismos tenemos mucha capacidad para contrarrestar esas cosas. Ya sabemos que somos muchas, que producimos cambios, que podemos levantar ciertas banderas y que toda la sociedad las toma. Tenemos que hacer esa separación para que no haya una utilización de nuestras luchas.
Hay movimientos políticos y sociales que hablan de la “ideología de género”. ¿Por qué cree que se están usando este tipo de términos que no son acuñados por los feminismos?
Apelan a lo emocional y lo vinculan con mentiras, si a eso lo mezclamos con contextos que a veces tienen dificultades para tener todos los elementos de análisis, esas consignas prenden. ¿Quién no tiene una familia? Las niñas y los niños están en todos nuestros espacios. Tenemos que identificar cuáles son las carencias de debate y de educación que tenemos. Si alguien logra instalar un término como el de “ideología de género” quiere decir que la categoría analítica y descriptiva de las ciencias sociales no ha sido suficientemente debatida. Quien comprende la categoría género, la perspectiva de género y la construcción cultural jamás diría que es una ideología. Si alguien lo dice y lo cree, implica una deficiencia.
En Uruguay hay partidos que dicen no ser de izquierda ni de derecha, y se basan en la idea de la gestión. ¿Los feminismos pueden prosperar en este tipo de organizaciones?
Los feminismos están prosperando en todos los contextos políticos y sociales. No es algo que pueda frenar, pero creo que ese es uno de los discursos más peligrosos para cualquier sociedad. Hay una necesidad de lo adversarial, porque la gente tiene que encontrar cuáles son las diferencias. Los conflictos siempre existen en una sociedad, porque hay distintas posiciones, somos todos muy diversas y diversos. Lo que quieren decir quienes plantean que no existe el conflicto y que no tienen ideología es que son el futuro de la sociedad, porque no existe el conflicto. En realidad, está colocando una visión hegemónica de su propio pensamiento. Los conflictos están, las diferencias existen, la izquierda y la derecha existen.
En Uruguay, hasta ahora, hay dos precandidatas: Carolina Cosse por el Frente Amplio y Verónica Alonso por el Partido Nacional. Esta última está muy vinculada a la iglesia evangélica pentecostal y tiene un discurso muy conservador, lo que lleva a que la gente que cree que las mujeres tienen que acceder al poder se cuestione qué tipo de mujeres llegan a hacerlo.
La presencia política de las mujeres permite definir cuál es el tipo de mujer que te interesa que esté. Cuando no existe la posibilidad de participación no hay ninguna de ellas. Cuando hay diversidad se confrontan pensamientos. Si hay mujeres a las que le interesan los derechos de las mujeres, van a pensar en representantes de esas características. Habrá mujeres que piensen que la sumisión es un elemento que les satisface y, por ende, apoyarán a alguien que plantee la sumisión.
Ha afirmado que los movimientos feministas son horizontales. ¿Esto es una desventaja a la hora de conformar liderazgos políticos?
No, porque los feminismos son una forma de vivir la vida y de actuar colectivamente ante ciertas cuestiones. Eso no significa que tengamos que confluir en un mismo proyecto político. Lo que esa forma de organización hace es colocar otro tipo de posibilidades de construir poder. Yo no coincido con los liderazgos únicos, ni desde los feminismos, ni desde la izquierda. El mesianismo no se sostiene. Tenemos graves problemas por apostar a las mismas personas; a la izquierda le pasa que apresan al líder y se queda sin candidato. Creo que esta forma de organización de los feminismos demuestra las posibilidades de construir poder de otra manera.
¿Le parece que América Latina necesita más partidos políticos feministas?
La gran ventaja que tienen los feminismos es la diversidad de expresiones. Me parecen tan válidos los partidos feministas como las feministas dentro de los partidos, si somos capaces de tender redes y construir sororidad –lo que no quiere decir que estemos todas de acuerdo–.
¿Qué acciones concretas se pueden tomar en la vida cotidiana para que haya mayor equidad de género?
Hay tres o cuatro consignas que hoy son claves. Una es “no nos callamos más”. Como somos muchas tenemos más respaldo. Contá que te acosan, lo discutiremos todas. Contá que te violentan en tu casa, entonces todas estaremos respaldándote. Otra cosa es organizarnos donde estemos. Lo tercero que me parece clave es perderle el miedo a la palabra “poder”; “poder” no es sólo estar en los cargos públicos, sino también transformar el pensamiento en la sociedad. Todas estamos peleando y disputando poder. El poder es lo que transforma.