Combatir el discurso instalado de que el fútbol es de varones no es fácil. Es tarea militante. Pero es aun más difícil combatirlo tras las rejas, en una cárcel de varones, donde la masculinidad patea las puertas y se impone en la selva del más macho, del más guapo, del más poronga, del más malo.
Vero hace un gesto con el revés de la mano para acomodarse el pelo que le cae sobre la frente, mide los dos metros que siempre quiere medir una nueve, o una zaguera. Charlotte se menea como en una pasarela que va a la cancha. Vicky dice que no puede moverse mucho porque tiene una puñalada que le dio su compañero de celda, porque se le fue la moto nomás. A la Coneja le pasó algo parecido: tiene un tajo en la espalda que le duele para el abrazo. Pamela ni se enteró que había partido y anda de suecos, una cicatriz en su pierna derecha dice que ahí hubo fierros, o que los hay aun. Con esa no puede patear, será la de apoyo.
—¿Le pegás con la otra?, le pregunto. —No le pego con ninguna, me contesta.
Maru se pintó y todo, se descalza los pies porque también lleva suecos, y le da de medias. Lo mismo Lorena, de la Aduana, que no afloja el tranco en el mediocampo ni un ratito; quiere patear el centro e ir a cabecear. Paulita se ajusta el vestido y se perfila para recibir. Recibe con zurda y acomoda con derecha, se va por la punta y enfila al medio. Cuando la arquera sale despavorida del trampero, ella intenta un sombrero que se parece más a una gorra de visera con una pipa fluorescente, pero pasa cerca. Sigue el juego. Salen jugando con Sharon, que se distrajo hablando en el alambrado con uno que le arrastra el ala, entonces Sofi se apura y saca un óbol. Grita ofuscada que hace rato no llegamos al otro arco. Le digo que se ponga de nueve y le tiro la primera que agarro. Sin siquiera controlar gira al ritmo de los piques y conecta mordido un balón que rebota en las rodillas de la golera. Sofi entiende que la nueve tiene que estar ahí, siempre, hasta por las dudas. Vero, la del revés de la mano corriendo el pelo de la frente, resalta entre las cabezas que miran hacia abajo en busca de la pelota. Las patas largas se enredan en el entrevero y suenan las tibias, el cuero de la pelota, las risas de ellas.
Si las trans son el último orejón del tarro sin fondo de la sociedad, en una cárcel de varones lo son aun más. Víctimas del griterío abusivo de los milicos rasos, de otros presos de infamia acostumbrada; si hasta el abuso es una costumbre, afuera y adentro. Hay cosas que son de afuera y cosas que son de adentro. Hay cosas de afuera que se agravan adentro. Hay afueras que son horizontes para pensar, tachar los días que pasan y soñar con dios o con alguien por el estilo que nos saque de los pelos del infierno por un rato, que nos haga olvidar la falopa que nos hace picar el cuerpo, que nos haga olvidar el olor de la mugre pegada en el pelo de días aplastado contra la almohada de la vereda. La que hace el gol gana. La que hace el gol gana el partido. Definimos por penales de todas formas porque es lo más lindo que hay: el punto, la pelota, la distancia, la golera meciéndose como el perrito aburrido de los bondis que pasan más allá del perímetro.