Nota publicada en Cosecha Roja en el marco del proyecto Periodismo situado
El 24 de marzo el gobierno mexicano anunció que el país entraba en la fase 2 de contención epidemiológica de la covid-19. Esto implicó el cierre de escuelas y universidades, suspender reuniones y eventos de 100 personas o más, la restricción de actividades laborales que impliquen el traslado de personas, y permisos a los adultos mayores y mujeres embarazadas para trabajar desde sus casas.
En su conferencia mañanera el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo: “Los hombres podemos ser más desprendidos, pero las hijas están siempre pendientes de sus madres, de sus padres”. “Tenemos millones de enfermeras”, celebró. La estrategia de México para enfrentar la pandemia del coronavirus deja muchas preguntas abiertas. Quizás una de las más apremiantes sea quiénes cuidan a las que cuidan.
No es casualidad que el presidente diga que los hombres “pueden ser más desprendidos”. Ellos pueden desprenderse de los trabajos de cuidado porque estos recaen casi exclusivamente en las mujeres. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), nueve de cada diez cuidadoras primarias en México son mujeres (2017).
Ahora el gobierno delega en estas cuidadoras la responsabilidad estatal del trabajo de cuidado. Según datos de la Encuesta Laboral y de Seguridad Social (ELCOS 2017), más de la mitad de los hogares tienen al menos un integrante en condición de dependencia y 80% de ellos son cuidados por mujeres.
También llama la atención que el presidente se refiera a las y los adultos mayores en masculino, a pesar de que 54,2% de la población mayor esté compuesta por mujeres. Por su género, ellas también tienen labores de cuidado impuestas socialmente. ¿Quiénes cuidarán ahora a las abuelas mexicanas, cuando la gran mayoría cuida a nietas y nietos para que madres y padres puedan salir a un trabajo asalariado?
A esto se suma que 27,6% de los hogares mexicanos están sostenidos por una mujer (INEGI 2018), usualmente en familias monoparentales, y que 64% de las mujeres tienen empleos informales (2018), es decir, puestos precarios, mal pagados y sin seguro social. El Observatorio de Trabajo Digno establece que la brecha salarial por género en México es de 16%, una de las más grandes de América Latina.
Esto aumenta la vulnerabilidad de las mujeres a perder su empleo, pues si un integrante de la familia debe ocuparse a tiempo completo de los trabajos de cuidado, independientemente de las normas de género, lo más probable es que sea quien gana menos o quien tenga el empleo menos estable. Esto tiene el potencial de regresar a las mujeres a un modelo familiar de antes de mediados del siglo XX, pues con la recesión muchas no podrán volver a sus trabajos asalariados como antes, perdiendo independencia y aumentando su vulnerabilidad a muchas formas de violencia machista.
En México se estima que seis de cada diez mexicanas sufren violencia intrafamiliar y que cuatro de cada diez casos de feminicidio son a manos de la pareja y en el hogar (INEGI 2018). Esto quiere decir que las labores de cuidado no sólo serán una carga desproporcionada y excesiva en las mujeres, también significa que las ponen en peligro de muerte.
Es cierto, en México el Estado ha delegado todas las responsabilidades de cuidado en las mujeres, al punto de que hasta su campaña para el aislamiento social está basada en un personaje femenino, Susana Distancia. Lo que se observa una y otra vez es que el grueso del trabajo necesario para salir de esta crisis de salud, social y económica está delegado en las mujeres, sin que el Estado planee programas de apoyo específicos y con perspectiva de género. Pero la fuerza de trabajo de las mujeres no es un recurso infinito, ni nuestros cuerpos son inmunes al cansancio y la enfermedad, y mucho menos si el Estado ni se preocupa por darnos las condiciones adecuadas para enfrentar unas responsabilidades que hemos asumido históricamente pero que nunca elegimos de manera voluntaria.
¿Cuidará el Estado mexicano a las mujeres que cuidan? Todo parece indicar que no. Y esto nos llama a exigir políticas estatales que repiensen los trabajos de cuidado no como algo privado que se hace por amor, sino como el eje del soporte de la economía de un país. O, en palabras de Quiroga, “la única respuesta total y efectiva ante las crisis en la reproducción de la vida está dada por las instituciones universales, públicas y gratuitas, por los espacios de lo común, lo solidario, lo colectivo”.