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Nelly Marichal (archivo, octubre de 2021).

Foto: Alessandro Maradei

Aislamiento de las mujeres y poca información: la violencia de género galopa en las zonas rurales

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En el marco del Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se conmemora el 15 de octubre, la diaria habló con representantes de distintos departamentos del país sobre la situación de la violencia basada en género en la ruralidad.

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Leído por Andrés Alba.
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En el medio rural, “la mujer muchas veces queda inmersa en un mismo círculo que la va ahogando; en situaciones de maltrato, de descalificación y de tenerla como que es menos que el varón”. Nelly Marichal, integrante de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay (Redmu) por el departamento de Canelones, le cuenta a la diaria la complejidad de ser víctima de violencia basada en género en el medio rural.

Ella asegura que en la ruralidad la violencia hacia las mujeres está tan naturalizada por ellas mismas y las familias que no siempre son “conscientes de esas situaciones”. Para Elvira Soria, integrante de Redmu por el departamento de Paysandú, “la situación de violencia basada en género es igual en todo el país, pero en el ámbito rural es más tabú y se tiene menos información”.

En Uruguay, ocho de cada diez mujeres mayores de 15 años dicen haber vivido violencia de género a lo largo de su vida, según la Segunda Encuesta de Prevalencia de la Violencia Basada en Género y Generaciones de 2019. Los datos arrojan que en Montevideo y el área metropolitana los porcentajes son mayores, 83% y 84%, respectivamente, mientras que para las localidades mayores a 5.000 habitantes se registró 72% y, en las localidades menores a 5.000 habitantes y zonas rurales, 60%.

De todas formas, desde el Instituto Nacional de Mujeres (Inmujeres) consideran que no se puede afirmar que en las localidades más pequeñas las situaciones de violencia sean menos frecuentes. La explicación es sencilla: en las ciudades las mujeres tienen mayores posibilidades de identificar ciertas situaciones como violencia, y mayor acceso a información y a servicios públicos de atención que en las localidades pequeñas o en la zona rural.

Las mujeres rurales organizadas y las especialistas entrevistadas aseguran que esas son algunas de las principales dificultades para las mujeres que sufren violencia en el medio rural: el aislamiento y la falta de información. Dicen que el vecino más cercano puede vivir a cinco kilómetros de distancia –“si te pegan y gritás, nadie te está escuchando”, explican–, que no tienen demasiados puntos de convivencia donde compartir con otras mujeres que las puedan apoyar, y que muchas veces el policía de la comisaría más cercana es amigo del esposo.

“En la ruralidad el patriarcado es más fuerte que en la ciudad”, asegura Soria. “Es el hombre el que domina todo. Son pocos los que comparten las decisiones del trabajo, de la familia y de la casa con la mujer”. Marichal agrega que es el hombre el que decide si compra un vehículo nuevo o una casa, el que va a las ferias, el que compra las herramientas, el que va al banco y hace los trámites, y el que decide si se atiende la salud de los hijos o de las mujeres mismas. “El que pone el lomo soy yo”, repiten los hombres en el medio rural y así zanjan una desigualdad histórica con las mujeres.

Mientras que, para Soria, la mujer es más “sumisa”, “está sometida a ese autoritarismo y no se rebela”. Ella pone el ejemplo de que, aunque la mujer sepa manejar vehículos, es siempre el hombre el que maneja. O cuando los técnicos agropecuarios visitan el territorio, es el hombre el que los recibe y el que tiene la palabra.

“Esas cosas han cambiado muy poco en el norte del país, donde la mujer es más bien empleada y no productora familiar”, explica Soria desde la localidad de Beisso en Paysandú. Y Marichal agrega que “estas situaciones, sin ser graves, también son formas de violencia que te van postergando, que hacen que tu verdadero ser no se luzca”.

“Los varones no están preparados para asumir lo que las mujeres estamos descubriendo de nosotras mismas: que nuestra opinión y nuestras ideas valen, que nuestro trabajo es mucho más que lo que se ve”, explica Marichal. Ella agrega que “no están preparados para darse cuenta de que esta es una cultura machista, por algo reaccionan tan fuertemente cuando las mujeres decimos no”. Además, considera que “en los talleres y capacitaciones de género los varones también deberían estar. Sólo así se puede generar un cambio”.

Muy solas

“Cuando una mujer llega a una comisaría está desesperada, ya no puede más”, dice Karina Kulik desde Fray Bentos, Río Negro. La presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU) se refiere a que, en general, las mujeres en el medio rural no van a la comisaría ante el primer hecho de violencia, sino que resisten hasta que no aguantan más.

Una vez que llegan decididas a denunciar al agresor, las entrevistadas reportan casos en los que las disuaden de denunciar, les dicen que ese no es el lugar correcto y tienen que ir a una comisaría especializada en violencia de género (que no existen en todas las localidades, incluso en Colonia, Flores y Salto sólo hay una por departamento), o el policía es amigo de la familia. De todas formas, Kulik asegura que “los organismos estatales están apoyando más a la mujer para que se anime a denunciar” los hechos de violencia.

Según Marichal, una de las situaciones de mayor desamparo para las mujeres que atraviesan violencia de género (física, económica, patrimonial, verbal, psicológica, entre otras) es que son ellas las que se tienen que ir de la casa. “El hombre se queda y es la mujer la que se va a la casa de los padres, a lo de una amiga o por ahí. Y te quedás sin la casa, que es lo que te da la seguridad de ser quien sos”, agrega. Eso implica quedarse sin las herramientas de trabajo, sin los animales y, en muchos casos, hasta sin ropa. “‘Si te fuiste, acá no tenés nada’, les dice el esposo, cuando en realidad tenés todo”, asegura Marichal. “Y no te animás a hacer el reclamo porque tenés miedo”.

La integrante de Redmu dice que las mujeres que pasan por estas situaciones “lo transitan muy mal” y que en algunos casos llegan a enfermarse, por lo que lo primero que tienen que atender es su salud. “Lo doloroso que es este tránsito, no sabemos dónde pedir ayuda, a dónde ir. No todas tienen los medios económicos y el apoyo de la familia. Los hijos te apoyan pero hasta ahí nomás, es más difícil si trabajan con el padre”, agrega.

Las entrevistadas coinciden en que el juicio de la familia y el “qué dirán” pesa mucho sobre las mujeres que sufren violencia. Por eso, Marichal dice: “La mujer queda muy sola en estas situaciones, tanto que a veces no se animan ni a decirles a sus propias compañeras. Cuando nos reunimos, los conversamos y es tanto el dolor y la vergüenza, el sentir que fracasaron, que no se animan a contarlo”. Además, ella dice que otras mujeres pueden darle apoyo y consuelo a esa mujer que sufre violencia, pero “no mucho más”.

Cuando las mujeres intentan salir de las situaciones de violencia, Marichal asegura que “no son suficientes los lugares donde se puede ir. No vemos que las mujeres tengan las respuestas que necesitan”. Por su parte, Soria agrega que si bien “las leyes están, y se habla mucho de este tema, aún no se ha logrado tener una seguridad para las mujeres” que denuncian a sus agresores.

Puertas adentro

Desde 2022 el Inmujeres desarrolla el curso “Promotoras del derecho a una vida libre de violencia basada en género en el medio rural”, a través de las divisiones de Violencia Basada en Género y de Autonomía y Desarrollo. La primera edición se realizó en Montevideo, entre agosto y octubre de 2022, y participaron 24 mujeres de diez departamentos. Debido a las dificultades en la movilidad para las mujeres que viven en el medio rural, se hizo una segunda edición entre julio y octubre de 2023 en Paysandú, donde participaron 25 mujeres de ocho departamentos.

Las participantes son mujeres residentes en zonas rurales propuestas por las tres organizaciones que nuclean a las mujeres rurales organizadas: la AMRU, la Comisión Nacional de Fomento Rural y la Redmu. Rafaela García, integrante de la división de Violencia Basada en Género de Inmujeres, cuenta a la diaria que en los cursos se forma a las mujeres en la escucha y en poder brindar información y orientación para que aquellas que atraviesan violencia basada en género conozcan qué recursos tienen disponibles.

“Nos preguntamos cómo hacer llegar los recursos disponibles a las mujeres rurales. Vimos que si bien el aislamiento es muy particular, el vecino que está lejos igual es una persona conocida, pero la figura de la promotora es esa vecina con la que se ven cada tanto en los festivales de las escuelas o en los grupos de mujeres que se juntan a tejer o a producir miel y dulces, y pueden conversar. Esas mujeres son una referencia para otras mujeres que viven violencia y no saben qué hacer o no tienen recursos. Les pueden decir ‘lo que te está pasando es esto’, pueden pensar en algunos lugares a donde ir, o les pueden brindar los teléfonos de Inmujeres para recibir mayor información”, explica García.

La especialista asegura que los teléfonos de Inmujeres (0800 4141 desde un teléfono de línea y *4141 desde celular) sirven para que las mujeres reciban orientación sobre qué hacer y a dónde recurrir. Y dice que funcionan muy bien en el medio rural porque pueden llamar en cualquier lugar y momento del día. También destaca los 35 servicios de atención a mujeres en situación de violencia basada en género ubicados a lo largo del país que gestiona el Ministerio de Desarrollo Social. Sin embargo, para Marichal, “los teléfonos no son una herramienta tan práctica en el campo. Estás encerrada en tu casa, esperás que nadie te oiga, esperás que el esposo no esté para salir, pero ¿a dónde vas?”.

Por su parte, Soria dice que la violencia es muy común y no le ve salida: “Las soluciones están muy centralizadas, si no es ahora por esta capacitación [de Inmujeres] que están haciendo, a las pocas personas que llegan a capacitarse les cuesta arrimarse a esas situaciones que son muy puertas adentro. Uno va con un folleto, acá tenés un teléfono donde informarte, pero a veces las mujeres no lo aceptan”.

Ahora, además de los cursos de Inmujeres, las mujeres rurales entrevistadas ven como positivas otras experiencias. Por ejemplo, Soria cuenta que en la Escuela Agraria de Guichón, Paysandú, se hizo un curso sobre la utilización de hongos para prevenir la garrapata bovina. En ese curso “se le exigía al productor que ponía el campo para hacer la experiencia que tenía que estar la familia presente. No aceptaban que estuviera él solo y que la mujer se fuera para adentro de la casa”, explica.

Para Soria, “esa es una manera de empoderar y darle valor a la mujer. Una manera de ir educando para evitar la violencia. Que el hombre vaya reconociendo que la mujer tiene tanto derecho como él de estar al frente de la producción”.

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