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Aline Sousa (i) luego de colocar la banda presidencial a Luiz Inácio Lula da Silva, el 1º de enero de 2023, en Brasilia.

Foto: Carl de Souza, AFP

¿Quién es esa chica?: con Aline Sousa, la recicladora que le colocó la banda presidencial a Lula

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La joven aseguró a la diaria que en este gobierno los clasificadores “volverán a discutir sobre reciclaje, políticas ambientales y políticas de inclusión productiva”

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Sale de la Catedral en un descapotable, jura y firma sin Bolsonaro presente en el Congreso (más bien, con Bolsonaro en Estados Unidos), asume por tercera vez el gobierno de Brasil. Lula da Silva llega finalmente a la explanada del Palacio de Planalto, se pone al frente de un triángulo humano que lo escoltará por la rampa: detrás tiene a su vicepresidente, Geraldo Alckmin, y a la esposa, Maria Lúcia Ribeiro Alckmin, y después a un grupo que parece la Liga de la Justicia de los desamparados: un cacique, un metalúrgico, un niño, un profesor, una cocinera, un joven con parálisis cerebral, un artesano, una recicladora. No sabemos quiénes son, pero se parecen a nosotros.

Al costado, Rosângela Janja da Silva busca y alza a Resistencia, una perra –que podría ser prima de la finada Manuela Mujica– adoptada en 2018 en el campamento #LulaLivre de Curitiba, donde acompañó la vigilia que exigía la libertad del mandatario. Ahora Lula abre apenas las piernas para sostener su postura, mientras espera que le indiquen cuándo avanzar hacia la sede gubernamental. Viste un traje azulado, da pequeños toques con la mano izquierda sobre su cara para secar el sudor. El líder petista asume este 1º de enero un gobierno multiespecie. Y la banda presidencial se la coloca una mujer negra, alta, que luce unas trenzas largas, un jean y una remera blanca con alguna consigna militante. En la transmisión televisiva no dicen su nombre. Las redes estallan: ¿quién es esa chica?

Recién sobre las siete de la tarde, Lula presentaría uno por uno en un hilo de Twitter a los integrantes de esta escolta que representó al pueblo en su asunción y devela el misterio: ella es Aline Sousa, tiene 33 años, es clasificadora de residuos (cartonera/catadora) desde los 14 y es la tercera generación de recicladoras urbanas en su familia –su mamá y su abuela también atravesaron Brasilia recogiendo basura para sobrevivir, contará luego a la diaria–. Moradora de Taguatinga, una ciudad satélite que queda a 20 kilómetros del centro del poder político, Aline también es madre de siete hijos, seis varones y una mujer; el más grande tiene 15 años, la más pequeña, dos.

En 2007, con sólo 17 años, Sousa creó la cooperativa Reciclo junto a su familia y otros recicladores. Dos años después, estos trabajadores fueron incluidos en un programa de vivienda de la Caixa Econômica Federal y consiguió su propia casa, donde vive con sus hijos, el marido, un cuñado y la esposa de este.

En 2012, la joven fue electa directora de la Central de Cooperativas de Materiales Reciclables del Distrito Federal y alrededores (Centcoop-DF) y en 2015 pasó a ser la primera presidenta de esa organización, referente del cooperativismo de recicladores en América Latina. Sousa también integra el Movimiento Nacional de Catadores desde hace diez años, como articuladora nacional y representante de Brasilia, la Secretaría Nacional de la Mujer y la Juventud de Unicatadores, y es miembro de la Red Lacre, una articulación latinoamericana que forma parte de la Alianza Global de Recicladores y que le permitió conocer diversas experiencias de lucha en todo el mundo.

El rostro de las clases periféricas

Para Aline, la asunción de Lula simboliza un reciclaje a fondo, “en todo sentido”.

“Fue un acto noble, histórico y justo en muchos sentidos”, dice a la diaria desde su oficina, por videollamada de Zoom. “Siento mucho orgullo porque fue rescatar la democracia, consagrarla, y darle credibilidad a la fuerza del pueblo que no estuvo representado en los años anteriores y que sufrió mucho, especialmente las mujeres negras y de las periferias de nuestro país, que fuimos muy desvalorizadas [durante el gobierno de Bolsonaro]. Todavía sufrimos mucho racismo y estar ahí, colocando la banda al presidente, reforzó la importancia de nuestro papel como recicladoras en la sociedad y en la política”.

De los 800.000 recicladores en actividad, relevados en una encuesta del Movimiento Nacional de Recolectores de Materiales Reciclables (MNCR) de Brasil, 70% son mujeres.

Desde 2003, el primer año de Lula como mandatario brasileño, el líder pasa la Navidad con los clasificadores de residuos. En esta nueva gestión, se buscará que este tipo de encuentro se vuelva cotidiano “con toda la clase trabajadora, desde el diálogo”, dice Aline.

A pesar del reconocimiento político, desde el punto de vista de la legislación, el papel de las recicladoras y los recicladores sólo fue realmente calificado como esencial después de la Política Nacional de Residuos Sólidos, establecida en 2010 con la Ley 12.305.

“Brasilia está construida en la línea del horizonte. Brasilia es artificial”, escribía la periodista Clarice Lispector en 1962, dos años después de que quedase inaugurada la capital, fascinada y temerosa por la creación del arquitecto Oscar Niemeyer, por “esa belleza terrible” de esta ciudad “trazada en el aire”.

La peculiaridad que Brasilia reúne, además de la arquitectura de los imponentes edificios de Niemeyer, el urbanismo minucioso de las grandes avenidas diseñadas por Lúcio Costa y el trazado de Burle Marx en el paisajismo del Eje Monumental, es la zona de la Explanada de los Ministerios. Un extenso césped con 17 edificios de construcción uniforme, que albergan los órganos del Poder Ejecutivo. Al final se encuentra el Congreso Nacional.

Aunque la ha recorrido como nadie desde muy pequeña, el acto de asunción de Lula abrió en Aline nuevos temores sobre Brasilia, este “paisaje del insomnio –describía Lispector– donde el ser orgánico no se deteriora, se petrifica”. La clasificadora confiesa que tenía miedo de subir la rampa. De frente tenía el Planalto, la clase política, la promesa de ser vistas y escuchadas, pero recordó que “el lixo [basura] estaba ahí desde antes de edificar ningún palacio... y las recicladoras también”.

Dice Sousa que al ser “una ciudad modelo, planificada, llana, Brasilia podría ser fácilmente sustentable y el modelo de recolección de residuos muy simple”. Sin embargo, de las 2.200 toneladas de residuos domiciliarios que se producen a diario allí y llegan al vertedero de la ciudad, sólo 25% son reciclables. Ya en 2021, el informe gravimétrico elaborado por el Servicio de Limpieza Urbana indicaba que esto podría generar ingresos para cientos de familias que trabajan en cooperativas del Distrito Federal, pero esto no sucede porque “no reciben el tratamiento correcto”, opina Aline.

Del reconocimiento a la invisibilidad

Para Sousa, la primera vez que los clasificadores fueron “vistos” en Brasil fue desde la gran marcha que hicieron en el año 2000. Esto creció con las políticas públicas que desarrolló el primer gobierno de Da Silva, al ser invitados al Palacio de gobierno en 2003, con el decreto de 2006 que estableció destinar los materiales reciclables de los organismos estatales para las organizaciones de catadores y con el diseño de una Política Nacional de Residuos (PNR) en 2010 para abarcar todas las problemáticas. Pero la gestión de Bolsonaro “diezmó” los avances en esta temática, opina la presidenta de la Central de Cooperativas de Recicladores.

En abril del año pasado, el gobierno publicó el Plan Nacional de Residuos Sólidos (Planares), un conjunto de estrategias para gestionar la PNR vigente desde hace una década. Para Aline, los objetivos presentados fueron “tímidos” en relación con las necesidades y la acumulación de debate sobre la temática que hay en el país.

“En tiempos de Dilma [Rousseff] conseguimos reunir a 200 delegados en una conferencia sobre medioambiente. Discutimos un formato de plan que fuera inclusivo, que tuviera objetivos que pusieran a los recicladores en el centro del debate, pero esto no sucedió”, cuenta Aline.

Tras el golpe a Rousseff, el plan fue archivado, y cuando resurgió con Bolsonaro, la mención a la importancia de los agentes de reciclaje fue prácticamente nula. Como medida a corto plazo (hasta 2024), se estableció el fin de los vertederos (aún hay unos 3.000 en todo Brasil) y el objetivo de alcanzar una tasa de reciclaje de residuos de 48% en 2040.

En cuanto a los recicladores, la directriz más destacada es la formalización de profesionales y cooperativas en los contratos con las intendencias: hoy sólo 4% tiene el modelo de contratación correcto.

El futuro es diálogo

Habiendo viajado por América latina, África del Sur y Europa, conociendo cómo reciclan otros países y cómo se organizan los clasificadores también, Aline quiere llevar a esta “ciudad abstracta, redonda y sin esquinas” –Lispector dixit– a una política de “lixo cero”, como vio en la ciudad de Bologna, Italia, donde el sistema de recolección de residuos se hace por separado: vidrio, papel, orgánico, y las cooperativas de clasificadores manipulan estos residuos separados en origen de manera mecanizada. Hoy el sistema de clasificación en Brasilia es “degradante”, dice la presidenta de Centcoop-DF. Por eso no quiere que sus hijos sean recicladores.

“No quiero que pasen por lo mismo que yo. He andado decenas de kilómetros, me han gritado ‘vagabunda’, ‘puta’. He pasado muchos días de lluvia sufriendo para sobrevivir, como mi abuela y mi madre, que se vieron obligadas a hacer este trabajo. ¿Cómo voy a desear que mi hijo tenga esta misma realidad?”.

Muchos recicladores llevan a sus hijos para que vean el esfuerzo cotidiano (y los riesgos) que implica. Cuando el primogénito le dijo que quería estar en la cooperativa, Sousa le mostró cómo llegan mezclados los residuos todos los días.

“Él puede volver a este trabajo de otra manera: como contador, como abogado, como administrador de empresas. Necesitamos que las nuevas generaciones puedan hacer de este trabajo un empleo calificado”, asegura.

Ese es parte de su plan personal: desea terminar la carrera de Derecho, que comenzó a estudiar durante la pandemia, cuando podía combinar el trabajo productivo y reproductivo con la formación universitaria, gracias a las clases virtuales. Por estos días se le hace muy difícil retomar las clases en la semipresencialidad.

Así lo cuenta: “A las 7.30 de la mañana estoy llevando a mi tercer hijo a la parada del autobús para ir al colegio. La clase en la facultad empieza a las 8.00. Yo vivo a unos 25 o 30 kilómetros de la facultad, tendría que tomar otro ómnibus. ¿Puedo usar el coche que tengo hoy para trasladarme? No corresponde: lo tengo para el trabajo, no para asuntos personales: ir a la universidad es un asunto personal. Yo no sé manejar, así que debería pedirle a mi marido que salga de casa y me lleve, pero tiene que quedarse con los niños porque son muy pequeños para estar solos. Son muchas cosas, pero conseguiré reorganizarme. Espero que este año podamos encontrar guarderías para cuidar a mis hijos, porque hasta ahora los cuidaban mi suegra, mi marido, mis hermanas, mi abuela, mi madre; también una escuela de tiempo completo para los más grandes u ocupaciones como la escuela de fútbol: un proyecto comunitario que se desarrolla en la cuadra donde vivo, al que van cuando salen de la primaria”.

¿Por qué eligió Derecho? “No hay ningún movimiento que se ocupe mucho del tema de los derechos de los recicladores. Entonces alguien tiene que entender todo este contexto desde su origen, para poder presentar las carencias de los recicladores y poder dialogar en igualdad de condiciones en los ámbitos de negociación y articulación, donde no siempre gana el que más sabe, sino el que tenga un perfil y un discurso más técnico, y poder ser un poco más serio”.

Según datos brindados por Sousa, hay 35.000 recicladores organizados en Brasilia en unas 42 cooperativas. La referente considera que podría haber una cooperativa por cada ciudad del país, pero este trabajo “debe dejar de ser degradante” y los recicladores “tienen que ser parte del sistema de recolección”, no sólo clasificando, sino participando en el diseño de políticas públicas que les atañen, formando parte del diálogo con funcionarios y académicos que siguen hablando y decidiendo por ellos.

“Armar un circuito de diálogo será la principal característica del presidente Lula para construir un país para el pueblo”, señala Aline. “En este gobierno, los clasificadores volveremos a discutir sobre reciclaje, políticas ambientales, políticas de inclusión productiva”.

Para eso, unos 70 líderes recicladores mantendrán un diálogo directo con la ministra de Medio Ambiente, el presidente de la Secretaría General de la Presidencia, y los ministros de Derechos Humanos, de Desarrollo Social y de Trabajo.

La figura de Marina Silva al frente de la cartera ambiental es para Sousa una buena señal para que los recicladores sean parte de la recuperación del medioambiente anunciada por la reconocida líder ecologista brasileña. Y a ese diálogo debe sumarse el empresariado, para generar un “escenario de emprendimiento” con la clasificación de residuos. “Aunque muchos de nosotros pensamos que la palabra ‘emprendedurismo’ no debería usarse tanto porque venimos de un modelo económico totalmente diferente, queremos buscar un maridaje de la economía solidaria con el empresariado y por eso siempre intentamos aportar y tener intercambios con los distintos sectores sociales”.

Más que un susto

“Cuando descubra lo que me asusta sabré también lo que amo en esta ciudad”, escribe Lispector en su primera recorrida por esta ciudad donde la hiedra aún no había crecido. “Brasilia es ciencia ficción”, sigue 12 años después (1974) en la segunda crónica que publica sobre la capital construida en el medio de la nada. El 8 de enero de 2023, la expresión de Lispector pareció una profecía autocumplida: a una semana de esa imagen del pueblo subiendo la rampa, el Planalto se llenó de invasores: bolsonaristas intentando dar un golpe.

Las escenas causaron tristeza y estupor no sólo a los brasileños, sino a la comunidad internacional. Cristales rotos, valiosas obras de arte destruidas, sangre, orina y heces en los pasillos de los edificios del Palacio de gobierno, del Congreso Nacional y del Supremo Tribunal Federal. El cálculo final de los daños aún no está cerrado, pero la estimación ya supera los 20 millones de reales (casi cuatro millones de dólares).

Aline vio el ataque al principio perpleja, luego asustada: “Con la visibilidad que me dio la asunción, la gente me convertía en un objetivo inmediato, ¿no?”. En la capital del país, Bolsonaro obtuvo 59% de los votos en la segunda vuelta.

“Tuve que sacar a mis hijos de casa, incluso hoy no duermen allí, están en casas de familiares”, cuenta.

La rutina de Aline ha cambiado desde el 8 de enero. Antes, utilizaba el ómnibus como medio de transporte; ahora, sólo viaja con el coche de la cooperativa. En la familia, el tema no pasó desapercibido. Incluso “blindada” por integrantes de su organización, que buscaron cuidar su salud mental y no la dejaron acceder a redes sociales, su hijo mayor entró en contacto con más de una noticia falsa sobre ella en Instagram, así como su madre escuchó un podcast en el que la insultaban. Para ella, lo que ocurrió aquel día no es una acción de militantes de derechas, sino “terrorismo”, “un ataque extremista de conservadurismo”.

“Es un ataque, no contra mí ni contra Lula, sino contra la democracia, un modelo que ellos condenan. Pero la lucha nos salva y nos refugia”, dice.

Hasta el momento, la Fiscalía ha denunciado a 653 personas por vandalismo y el Ministerio Público exige que, además de la sanción penal, se indemnice al Estado por los daños materiales causados.

Más de 1.500 golpistas detenidos al día siguiente del atentado destruyeron bienes públicos y dejaron un reguero de basura en la ciudad durante su ocupación frente al Cuartel General del Ejército. El Servicio de Limpieza Urbana informó que se retiraron 60 toneladas de mugre transportadas en 12 viajes de camión.

La mujer nueva

“Brasilia aún no tiene el hombre de Brasilia”, observaba Lispector en 1962. ¿Es acaso Aline la mujer de Brasilia? El hombre nuevo quizás nunca llegó a establecerse en la capital del país verdeamarillo, tal vez porque lo que iba a engendrar era una mujer nueva.

“Y también soy una mujer ‘periférica’, ¿verdad?”, dice Aline. “Viví aquí en Brasilia durante diez años en una ocupación irregular, vengo de esa realidad, hasta que conseguí el derecho a la casa propia en una cooperativa de vivienda. Así que después de sufrir varios desalojos cobardes, políticas de exclusión y la devastación de los derechos de quienes estamos en esta situación, después de ganar mi casa, tengo una sensación de libertad, de ciudadanía, de sentirme como persona. Esa fue la misma sensación que tuve cuando le colgué la faja al presidente: que somos importantes”.

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