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Sofía Carrillo.

Foto: Roxana Casas

Sofía Carrillo Zegarra: “Si no frenamos la violencia y el racismo, no van a existir más mujeres que hablen”

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Las Bravas | Con la periodista destacada en 2022 por Forbes como una de las “50 mujeres más poderosas del Perú” por su trabajo en el ámbito de la comunicación y su activismo afrofeminista y antirracista.

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Sofía Carrillo Zegarra habla de amor y alerta sobre el peligro de quedarse sola para las mujeres que luchan, para las que no bajan la mirada, para las que no se esconden, para las que no se camuflan, para las que no se callan, para las que no pasan inadvertidas, para las que no se esconden, para las que no escuchan más de lo que hablan, para las que enseñan, para las que se hacen un lugar en donde no hay espacio, para las que dan la cara, para las que ponen el cuerpo, para las que ponen los cuerpos que no eran invitados por los hombres y, tampoco, por otras mujeres con cuerpos, pieles, tramas, aceptadas para ser las que ocupan los lugares que se abren para algunas, pero no para todas, las mujeres.

Sofía habla de amor, de sororidad, de doloridad (de entenderse en el dolor) y de acuerpamiento, de formas de amor colectivo en donde la agresión no se deje pasar porque no es inocua, sino que hace llagas. Ella es una que multiplica su cuerpo por el de muchas y, sin embargo, convive con la contradicción de descorazonarse por el costo de la soledad en una de las deudas latentes más importantes entre los desafíos de los feminismos interseccionales.

El objetivo es no ser individualidades que representan a movimientos sociales más amplios, no caer en liderazgos o influencias unipersonales, pero no dejar solas a las que hablan para que muchas más puedan hablar con el reconocimiento y los costos de la visibilidad pública de las que nunca fueron invisibles, sino tapadas, negadas y ensombrecidas, para que no se luzcan, para que no se destaquen, para que no incidan y para que, si lo hacen, el costo sea tan alto que su ejemplo no sea ejemplo sino heroísmo.

Ella es afroperuana y afrofeminista. Ninguna definición la define si no se antecede de su identidad afro. Habla entre una marea de personas que escuchan, leen, comen y buscan en la Feria del Libro de Lima, con inteligencia, claridad y valentía. Habla con alegría de hablar y la certeza de un camino recorrido. Habla entre papitas a la huancaína, pollito asado y botellas de Inca Cola que pueblan las mesitas en donde América Latina despliega su cultura de sabrosura entre las filas para escuchar de filosofía, literatura y psicoanálisis en las charlas que muestran que la cultura todavía se abre paso.

Sofía habla de política en un país donde gobierna una mujer (Dina Boluarte) sin el respaldo de las urnas y donde la falta de horizonte deja vacante la esperanza de recambio y abierta la posibilidad de retroceder sin reacción. Habla sin rendirse, pero con el cansancio del desgaste, los ataques y los miedos que acechan el desafío de ir por más, sin ser menos para las que se animan y las que merecen ser acompañadas para que el envión no se detenga.

Sofía es periodista y conductora del programa AfroRaíces de Radio Nacional, de Perú. Además, es cofundadora e integrante de la Alianza por la Educación Sexual Integral “¡Sí Podemos!”. La revista Forbes la calificó como una de las “50 mujeres más poderosas del Perú”. También fue seleccionada por Telemundo como figura latinoamericana en la campaña “Muchas naciones, un solo destino”, mientras que Amnistía Internacional la reconoció como defensora de los derechos humanos en el marco de la campaña mundial “Valiente”.

“Siempre he sido muy soñadora, era mi manera de escapar”, confiesa Sofía, que habla partiendo las palabras, como si convidara las letras entre papelas de bombones y las ideas servidas como un budín que tiene como virtud la simpleza para que la inteligencia no quede bajo cuatro llaves o en recetas complejas, sino en una bandeja accesible para entender y disfrutar.

Ella se imaginaba ante cámaras o hablando en público, a pesar de que no había ninguna conductora o periodista parecida a ella. “Quería ser actriz, pero no me atreví a intentarlo porque imaginaba que siempre me iban a poner de empleada del hogar. No sentía que iba a poder hacer esa lucha porque nadie cercano a mí me iba a acompañar y, una vez más, no tenía muchos referentes”, subraya. De niña, recitaba en los actos escolares y ese momento estelar la hacía feliz. “Era mi manera de luchar contra los estereotipos y el racismo, porque les iba a quedar claro que no era la negrita bruta”, destaca.

Su mamá, Sofía Zegarra, y su papá, Felipe Carrillo, que migraron de Chincha, una zona rural de Perú, a Lima, siempre la alentaron a luchar, a que no se callara, a que no se dejara discriminar y a que no les diera entidad a los comentarios racistas. Pero, aunque su familia la alentaba, la realidad no dejaba de ser una puerta que le cerraba el camino. “Las mujeres afros e indígenas, racializadas, siempre tenemos que demostrar que somos capaces, adecuadas, convenientes –describe–. A mí, cada cierto tiempo, me recuerdan que tengo que demostrar que soy capaz”.

¿Por qué es importante no sólo hablar de por qué se lucha, sino, también, de los costos amorosos de las mujeres que luchan?

Desde nuestra posición de activistas es mucho más común vernos plantear la demanda, nuestra indignación, lo que nos duele, pero poco hablamos del amor, de nuestros procesos personales, incluso colectivos, porque en esta vorágine tratamos de cuidarnos porque así nos exige la sociedad que nos golpea de manera permanente con su machismo, con su heteronormatividad, con su homofobia, con su lesbofobia. Hablar del amor es un acto revolucionario en estas épocas.

¿Por qué crees que, como decía la escritora bell hooks, el costo de la lucha contra el machismo y el racismo es la soledad para muchas mujeres?

Cuando una vive el desamor, se siente como la única que exige (y la sensación de que a veces está exigiendo de más) y que está acostumbrada a conformarse con las migajas, piensa que pide demasiado y que pedir demasiado va a traer consecuencias que no necesariamente está dispuesta a afrontar.

¿Qué pasa con el conflicto amoroso en las mujeres afro que ya sufren otras discriminaciones estructurales en el plano de la subjetividad?

Hablamos de mujeres en términos generales, pero imagínate el ser, además de una mujer que ya vive el impacto del machismo, del sexismo en su vida, una mujer racializada, ser una mujer a la que le han enseñado que su cuerpo nunca será suficiente con respecto a otras mujeres y tampoco suficiente para los hombres, incluso para hombres afrodescendientes y para hombres de distintas etnias. Los mensajes que hemos recibido, a lo largo de nuestra vida, a través de todos los escenarios, incluso familiares, escolares, a través de los medios de comunicación, es que no somos suficiente. No somos la imagen a la cual aspirar. Entonces las mujeres afrodescendientes y de piel oscura estamos en el subsuelo.

¿Qué pasa cuando las mujeres reivindican su cuerpo pero esa reivindicación no es acompañada por los varones y por un cambio en la cultura de la seducción, el erotismo y el amor?

Nuestra voz se empieza a alzar y empezamos a decir “esta soy yo con mis cabellos, con mi color y todo lo que eso representa”, pero los hombres no están dispuestos a asumir eso. Ni siquiera a querer entenderlo.

¿Esta actitud masculina es nueva o ya tiene historia?

Es algo que se vivió en la década de los 70 con la revolución de las mujeres negras en Estados Unidos, que no encontraban en el movimiento de mujeres blancas un espacio que las representara, pero tampoco encontraban en el movimiento afroamericano un espacio que las incluyera, y que, al no ser apoyadas ni por sus hermanos afroamericanos hombres ni por las mujeres que luchaban por sus derechos, buscaron un espacio propio. Es un proceso doloroso porque eso significa no calzar. El sentimiento de soledad, de ausencia, de exclusión es permanente en nuestras vidas.

¿Qué provoca esa sensación de soledad?

Yo debo reconocer que hay momentos en los cuales quiero desistir porque sí me he sentido sola.

¿Qué deberían repensar otras mujeres en relación con las mujeres afro?

Las mujeres que están saliendo a las calles a luchar tienen que ser conscientes de que hay mujeres racializadas que se quedan en sus casas para que ellas puedan hacerlo. ¿Estamos hablando de los derechos de todas las mujeres realmente? ¿Cómo podemos tener conciencia real de la diversidad de las mujeres y no solamente en el discurso? Yo sentía que la agresión que vivía como mujer negra no era tan importante para el movimiento de mujeres. No me sentía acompañada, respaldada por el feminismo blanco, y eso era muy doloroso. Alcé la voz contra esto y en los últimos tiempos veo un mayor acuerpamiento.

En este momento la violencia digital está silenciando a mujeres con voz pública en las redes sociales. ¿Cómo se incrementan los mensajes de odio cuando se acumulan el machismo y el racismo?

Cuando yo hablo de temas vinculados a los derechos de las mujeres, de aborto, de diversidad sexual, en mi Twitter las cosas que me están diciendo son muy duras, porque atacan directamente mi identidad afrodescendiente. Me tildan de bruta, de tonta, de que ya no pienso porque pasaron las 12 del día, que es algo muy común en Perú decirle eso a una persona afrodescendiente, que pasando las 12 del día ya no piensa. A mí ya me lo han dicho personalmente, lo he vivido en las calles, pero es muy fuerte también verlo en estas plataformas porque hay demasiada impunidad.

¿Qué se puede hacer frente a la violencia digital?

Todavía sigue siendo insuficiente la manera de reaccionar como movimiento de mujeres cuando las agredidas no son mujeres blancas. Falta aún que nos podamos plantear una participación de manera mucho más horizontal, mucho más real en cuanto a reconocer las trayectorias de vida y los impactos que hay por ser mujeres racializadas. Y no estoy planteando un afán separatista, al contrario, creo que esto enriquece al movimiento porque reconoce nuestra diversidad, nuestras particularidades y nuestras trayectorias de vida.

¿Cómo se ejerce el racismo en América Latina?

Hace diez años viajé a Buenos Aires, Argentina, y en el aeropuerto, en Migraciones, la mujer que me atendió me trató súper mal, llamó al supervisor sin ninguna razón para que viera mis documentos. Y además me dijo: “¿Tú has estudiado, de verdad has ido a la universidad?”, y eso no es lo que tiene que determinar, pero la manera como me miró y el desprecio que me evidenció fue muy duro. Por eso empezamos a problematizar la sororidad y a hablar de doloridad, que es cómo el dolor nos une a partir de ciertas particularidades y características.

¿Cuál es el efecto de la violencia y el racismo?

Si no frenamos la violencia, no van a existir más mujeres que hablen. Hay mujeres afro que ya me dicen, cuando ven los ataques que recibo: “Yo no voy a meterme en ese rollo de la disputa política”. Yo creo que hay que estar en espacios de toma de decisión, pero es muy difícil hacerlo.

¿Qué reclamos feministas quedaron obsoletos?

Las propuestas de paridad y alternancia no nos alcanzan a las mujeres afrodescendientes, a las mujeres indígenas, a las mujeres trans, a las lesbianas. Si no hay conciencia de género, si no hay conciencia racial, las acciones afirmativas serán insuficientes y, la verdad, poco trascendentes.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.

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