“No hay una vida que no nos duela”, es una canción de Adriana Lucía que la define. La cantante colombiana fue el emblema de la comunicación alternativa durante las protestas sociales que derivaron en la caída de la derecha en el gobierno. Pero las amenazas, que empezaron en ese momento, persisten sobre ella y su familia.
La cantante denunció en su cuenta de Instagram que le llegan mensajes como este: “Tú y tus hijas serán empaladas desnudas en la Plaza de Bolívar exhibidas como banderas y los vagabundos beberán de la sangre que se derrame”. Lo inadmisible se naturaliza y las que ponen el cuerpo tienen que salirse de las redes y de los espacios de protagonismo y participación para no correr riesgo, para proteger a sus hijos, para no desmoronarse ante cada actuación o posteo.
“Ni mis hijas ni yo merecemos este nivel de acoso”, resaltó la cantante. Adriana Lucía ganó el concurso MasterChef Celebrity. Tiene un restaurante en Bogotá, La Tienda del Porro (el porro es el ritmo del caribe y su música emblemática), en el que recibieron amenazas telefónicas que indicaban que iban a quemar el lugar.
La cantante es una luchadora por la paz, que fue clave en sus transmisiones en vivo en Instagram, durante el paro de 2021 –las protestas sociales que duraron 50 días en contra de una reforma impositiva propuesta por el presidente Iván Duque–, en el apoyo a la seguridad de los jóvenes en primera línea. Trabajó para que chicos y chicas abandonen grupos armados y puedan reinsertarse socialmente, y sueña con una Latinoamérica en donde haya lugar para juntarse a llorar, a ser felices y a reconstruirse.
¿Cómo fue que pasaste de ser cantante a defensora de derechos humanos?
Yo empecé muy niña a cantar y, en un momento, me retiré de la industria, mas no de la música, pero ahí trabajé siete años en procesos de desmovilización y reinserción con los chicos que vuelven a insertarse de nuevo en la sociedad después de estar en grupos armados.
¿Cómo se explica la historia de conflicto armado de Colombia en el contexto latinoamericano?
Si tú quieres comparar a Colombia con la historia de algún país de Latinoamérica, no lo vas a encontrar. Se parece mucho más a países de África. Por eso cuando la gente repite ese discurso, que ahora está en toda Latinoamérica, de “nos vamos a volver como Venezuela”, yo siempre les digo: “Colombia no se parece a Venezuela. No tiene los conflictos de Venezuela. No tenemos la estructura de Venezuela”. Nosotros somos un país rico, lleno de muchas bendiciones, pero eso mismo que nos bendice nos maldice y nos convierte en un corredor perfecto del narcotráfico.
¿Por qué tienen condiciones perfectas para el narcotráfico?
Porque tú puedes estar en una zona y, a través del río y del mar, sacarlo por otra zona, parece que alguien lo hubiera diseñado. Por eso lo que nos bendice nos maldice, porque uno dice “qué hermoso, qué bello, qué lindo, nos podemos comunicar”, y eso ha sido el gran problema de Colombia.
¿Cómo fue la deriva de las guerrillas colombianas para convertirse en un brazo armado del narcotráfico?
La violencia de Colombia nació con la búsqueda de los derechos, pero se convirtió en una guerrilla narcotraficante. Por eso nacen los paramilitares como los grandes salvadores. Yo soy de una región en el Caribe [Córdoba] de donde se gestó prácticamente el paramilitarismo en Colombia.
¿Cómo fue el surgimiento del paramilitarismo?
Es una historia muy dolorosa porque llegan como esas autodefensas que se convierten en paramilitares muy sanguinarios que, al igual que la guerrilla, secuestran. El pueblo queda aprisionado entre dos bandos con una ausencia total del Estado. En algunos lugares ni siquiera conocen el Estado.
¿Quién manda cuando nadie manda?
¿Quién manda? Pues el grupo armado que manda en la región. Esa es la historia de nuestro país. Cuando llega la idea de un proceso de paz –y eso es muy difícil de explicarle a un extranjero– hay un sector de la sociedad que no quiere el proceso de paz [el 2 de octubre de 2016, 50,2% votó por el No a la paz y 49,7% por el Sí, en un plebiscito que pretendía mostrar el apoyo a la pacificación de Colombia].
¿Cómo fue que empieza el intento por desmovilizar el militarismo?
Hay un intento, y digo un intento porque, después, se demostró de mil maneras que había sido una desmovilización de los paramilitares un poco mentirosa. Algunos guerrilleros se desmovilizan, especialmente menores de edad, y con esa población empiezo a trabajar.
¿Qué pasaba con esos chicos y chicas?
En las regiones más pobres del país eran presas muy fáciles para contratarlos para sicariato, para seducirlos para vender droga o para llevárselos a un grupo armado. Ahí no contaba la ideología. Yo trabajaba con estos muchachos y a ellos lo único que les importaba era quién mandaba en la región y quién pagaba más. O, en algunos casos, eran secuestrados por los grupos al margen de la ley. La guerrilla secuestraba jóvenes o le decía a la mamá o al papá “me das esto o me llevo a tu hijo”. Y se lo llevaban.
¿Cómo te impactó trabajar con estos jóvenes?
Como cantante vivía en otra realidad, en una burbuja. En Colombia no estamos acostumbrados, como en Argentina, a que los artistas hablen, compongan, escriban canciones. Aquí los artistas somos un florero, una decoración. El que habla pierde, porque los grupos económicos están ligados a quienes mandan en las regiones, y eso trae muchas consecuencias.
¿Tu participación social te trajo muchos costos?
Muchos costos, muy altos. Los artistas que levantamos la mano, en las protestas sociales, empezamos a ser muy discriminados, nos cancelaron de todo. Yo era jurado de un programa de entretenimiento y me quitaron el contrato. Empezamos a aparecer como unos locos.
¿Por eso empezaste a generar vivos en Instagram para contar otra historia?
Yo empecé a ver la necesidad de que la gente conozca esta otra cara de la moneda. En los medios de comunicación se contaba que había un poco de gente marginal tirando piedras, armada, destruyendo cosas, y que la Policía y el Escuadrón Móvil Antidisturbios, que fue cambiado de nombre, en 2022, por “Unidad para el Diálogo y Mantenimiento del Orden”, que era el escuadrón especial para las protestas, tenían que llegar a pararlo de alguna manera. Pero cuando tú te enteras de que lo que está del otro lado son seres humanos que están pidiendo cosas justas, empiezo a ver qué puedo hacer para visibilizar a esas personas y cómo hago para que la gente se entere. Porque yo sé quiénes son los líderes de las regiones, pero el común de los ciudadanos no.
¿Qué cosas sabías que la mayoría de la población desconocía?
En Colombia han asesinado a muchos líderes sociales. Desde el final del período de [Juan Manuel] Santos [2010-2018] empezó una matanza terrible porque el gobierno no llevó a cabo el proceso de paz. ¿Por qué hay gente que no quiere la paz? Número uno: no tenían que hacer un plebiscito. ¿Por qué nos tienen que preguntar si queremos o no queremos la paz?
La paz no es plebiscitable.
Es un error preguntarle a la gente: “¿Usted quiere dictadura o no quiere dictadura?”. Y una vez que lo hacen, la gente tiene rabia y odio en contra de la guerrilla. Y lo que la parte de la derecha empieza a decir es “aquí les van a dar curules [bancas legislativas] en el gobierno; esta gente que nos secuestraba y nos mataba ahora son los que mandan, no van a pagar un día de cárcel”. Nadie sabía lo que era una justicia transicional, ni que llegara el Estado a las regiones donde no conocen una carretera, no tienen agua, no tienen un acueducto, no tienen una escuela, no tienen hospitales.
¿Cómo se demonizó el proceso de paz?
En las protestas, los sectores críticos decían “¿cómo bloqueó la carretera y no dejaron pasar la ambulancia?”. Pero ¿la pregunta no debería ser por qué esa persona no tiene hospital en su pueblo? No está bien que bloqueen una ambulancia, pero ¿está bien que la persona dure cuatro horas en una ambulancia para encontrar el hospital más cercano? Hay una falla estructural más grande y es la ausencia del Estado, que permite que cualquiera que mande, aunque mande mal, sea el que mande.
¿Cómo empezaron tus vivos en Instagram sobre las protestas sociales y cuál fue el impacto?
Me pasó la cosa más terrible que jamás esperamos, y es que en pleno live matan a un chico. Me acuerdo de eso y me descompongo. No podía creer que yo estuviera viendo con mis ojos lo que estaba pasando. Y como había tanta gente conectada, la gente dice: “¿Quién mató a ese chico?”. Pues lo acaba de matar la Policía.
¿Cómo se amplificó tu transmisión?
Me empiezo a conectar con los actores Santiago Alarcón y Julián Román. Mi propósito nunca era “vamos, muchachos, a triunfar y arrasar”, porque era imposible que unos chicos con una piedra pudiesen salir, si se dice así, no sé si es la palabra, triunfantes, victoriosos, contra unas tanquetas. Mi idea era cuidarlos y “esto tiene que parar”.
¿Cuáles fueron los momentos en que las transmisiones cambiaron la historia?
Una de las noches más impresionantes fue un día en que un chico se conectó de Bucaramanga, donde está la Universidad Industrial de Santander, que es una de las universidades públicas más grandes, y me dijo: “Estamos atrapados, no podemos salir porque estamos rodeados de tanquetas”. Era muy tarde. En el día todos marchábamos divinos, volvíamos a casa y en la noche era un desastre. El muchacho toma el celular y me muestra los tanques. Yo digo: “¿Qué?”, todo al aire. Y el muchacho toma el celular y me muestra que hay tanques de guerra, o sea, una cosa demencial que nunca nos hubiéramos enterado en los noticieros. Y yo le dije: “Muéstrame cuántos son tus compañeros”. Y él me dice “somos 2.000”. Yo pensé que eran como mucho diez. Me muestra y está toda la población de la universidad. Empiezan a disparar y yo hago un llamado a la gente a que vaya a la universidad y que rodee a los muchachos. Me contactó el alcalde porque tenía un nivel de visibilidad que permitía que me vieran. Y cuando vi a la población afuera esperando a los chicos, de verdad, lloré como una loca. Así fue durante dos meses.
¿Cómo empezaron las amenazas?
En ese momento me toca parar porque empiezo a recibir amenazas graves de muerte. Tuve que pensar cómo me metí en esto. Es Colombia, aquí a la amenaza hay que ponerle atención. Me tocó parar un tiempo. Y una vez que volví, otra vez vuelven las amenazas. Ahí el expresidente Iván Duque me llamó a una mesa de diálogo abierta. Yo rechazo la idea de ir y le digo que cambio mi lugar por todas las personas que quieren hablar con él, pues no considero que por ser una persona conocida sea más digna de estar, y sí las personas que llevan años buscándolo. Y esto desata otra ola muy fuerte de agresiones y vulgaridades, de tener días enteros de mandarme imágenes de cadáveres, una cosa horrible.
¿Te arrepentiste?
Lo volvería a hacer una y otra vez. Cuando conoces a las madres de tantos desaparecidos, que ni siquiera tienen un cuerpo para llorar, entiendo que es el lado del que quiero estar.
¿Con qué sensación te quedaste?
Tengo una sensación dulce en la boca. Siento que Colombia está frente a otra sociedad. Yo me acuerdo de que, hace muchos años, mi sueño mayor era que no pareciéramos unos hippies locos, sino que hubiese una gran población que se interesara en que alcanzáramos la paz. Y, especialmente, paz para la gente que está en las zonas rurales más apartadas, que son los que cargan con los grandes dolores de la violencia, pero también son las que más tienen por enseñarnos porque saben perdonar y reponerse. No sé cómo lo hacen. No sé uno cómo sobrevive a masacres y a violaciones. Pero lo hacen, son inspiración. La paz total es mi deseo como colombiana.
¿Cómo se conjuga el arte con la paz?
Hay una cosa que no debe ser una coincidencia y es que las regiones más golpeadas por la violencia son las que producen más arte y están llenas de músicos. Y estoy segura de que han podido sobreponerse por eso.
¿Qué se necesita para pensar en otro futuro posible?
Los latinoamericanos necesitamos más espacios para ser felices. Necesitamos más parques llenos de músicos. Necesitamos más festivales. Necesitamos más reuniones. Necesitamos llorar más juntos. Consolarnos más juntos. Celebrar juntos. Abrazarnos. Es la única manera de soñar que cuando toquen a una mujer tocan a todas, que cuando tocan a un niño nos tocan a todos los niños. Ese es el sueño mayor que tenemos, y el arte es un camino poderoso.
Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y las experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de ¿El amor es o se hace? (2023), Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.