En la actividad “Feminismos, violencia de género y futuro”, realizada en el Centro Cultural de España, participaron referentes feministas de la sociedad civil y la política, quienes intercambiaron miradas sobre cuál es el estado de situación de los feminismos en un escenario de “brutalización” de la violencia hacia mujeres, infancias y disidencias, y de avance de la extrema derecha global que se consolida cada vez en más países y que tiene una agenda marcada por el arrebato de derechos conquistados por el movimiento feminista y LGBTI+.
“¿Dónde estamos paradas y cuáles son las violencias y los desafíos?” fue la pregunta disparadora de la periodista Stephanie Demirdjian, editora de Feminismos de la diaria, quien moderó el debate, para iniciar un conversatorio que duró cerca de dos horas sin pausas. El panel estuvo integrado por Josefina González, activista transfeminista y licenciada en Ciencias de la Comunicación; Victoria Marichal, psicóloga especializada en violencia de género, activista feminista e integrante de Proyecto Ikove, colectivo conformado por sobrevivientes de violencia sexual; Sol Ferreyra, más conocida como Sol Despeinada, médica, docente y divulgadora argentina de temas sobre género, feminismos, educación sexual integral; y Mónica Xavier, directora del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).
Josefina González señaló que desde 1979, con la adopción de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw) –que obligó a los estados a integrar la perspectiva de género en sus leyes y políticas–, “se han ido reformulando posicionamientos, líneas estratégicas y campañas que dialogan entre sí”.
En paralelo, emergieron planes “internacionalmente financiados por corporativismos, ultraderechas y sectores conservadores de las iglesias católica y neopentecostales”, que tienen “organización política y social y están pensados a través de una estrategia clara de combate a las libertades” sobre los cuerpos feminizados y el acceso a derechos básicos”. Además, dijo, tienen relación directa con la construcción de un “enemigo que tiene cara de mujer, de niñeces, de pobreza y nombre de feminismos y disidencias”.
A su vez, aseguró que la lucha no es sólo por el “derecho a la identidad, la afectividad, tener una vida digna y derechos básicos”, sino también por el derecho a la tierra. Citó un documental de la periodista brasileña Ana Arana sobre el ataque que sufrió el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra durante el mandato del expresidente Jair Bolsonaro, cometido por “un grupo organizado que tenía vínculo con el gobierno y con los terratenientes que querían expropiar esas tierras y desalojar a estas personas”. “Una marica pobre que araba las tierras con su mano fue el único testigo sobreviviente”, contó.
Dominación de las masas y culpa volcada en el feminismo
“Vengo del futuro” fueron las primeras palabras de Sol Despeinada, en referencia a la situación que vive Argentina desde que asumió el presidente ultraderechista Javier Milei. En ese sentido, aseguró que las ultraderechas “se están organizando de maneras hostiles, muy estratégicas, y no hay que subestimarlas”. Aseguró que “hay dinero invertido y expectativas de futuro puestas en un cambio radical en tecnología, política, poder y roles”.
La referente argentina sugirió no destinar tiempo a “discutir con libertarios”, sino a “poner frenos concretos”, ya que entiende que “llegan al poder siendo violentos y no engañan a nadie; las personas votan la violencia”. Afirmó que esa violencia se transforma “en dominación absoluta de las masas con sus discursos”. También recordó que cuando asumió Milei se instaló la frase “las feministas se pasaron tres pueblos”, para culpabilizarlas por el triunfo de la ultraderecha, y eso sembró la duda en muchas activistas feministas de su país, incluso en ella, de “si haber salido a la calle a pedir que no maten a tus amigas, tu hermana, a tu amiga trans” fue haber ido muy lejos.
Sin embargo, rápidamente entendió que no: “Nada que pudimos haber hecho o dicho [las feministas] influye en una crisis económica como la de Argentina”, señaló, y agregó: “Ocúpense de las muertas y las desaparecidas y después discutimos quién tiene la culpa de un femicidio. El feminismo no tiene que ser el chivo expiatorio de ningún problema político”.
Por su parte, la directora de Inmujeres dijo que las ultraderechas operan “no sólo en la agenda de derechos, sino en la negación del cambio climático, de los avances de la ciencia y del multilateralismo”. A pesar de que “son muy poderosas, no estamos noqueadas”, aseguró, y propuso pensar “en clave de esperanza, de tejer redes, de no sólo resistir, sino soñar y protagonizar futuros”.
¿El feminismo está dormido o anestesiado?
Marichal empezó su intervención cuestionando la idea de que “el feminismo está dormido en Uruguay”. “Está activo todos los días”, dijo, y mencionó acciones que realizan a diario colectivos para acompañar a familiares de víctimas de abuso sexual y a mujeres que tuvieron intentos de autoeliminación. “Las luchas no están sólo abocadas a la conquista de derechos y a la erradicación de la violencia de género, sino articulando cuestiones para un mundo vivible desde la economía y los ecofeminismos”, explicó la activista y psicóloga.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Consideró que el del “feminismo dormido” es un discurso sostenido por “quienes no quieren que existamos”, y es “una violencia legitimada por el poder”, tanto por presidentes como por representantes políticos que “sustentan en medios de comunicación discursos patriarcales, la cultura de la violación y la violencia”. Sin embargo, apuntó que colectivos como Proyecto Ikove trabajan diariamente en cuestiones concretas, como haber impulsado proyectos de ley como los de la imprescriptibilidad de los delitos sexuales y la tipificación del suicidio femicida.
Sol Despeinada aseguró que el feminismo, más que “dormido”, “está anestesiado”, dado que hay “una forma de domesticación de las mujeres y de las diversidades, que es la feminización de la pobreza”. Está vinculada a que las mujeres están al mando de las ollas populares y “tienen muchos hijos porque no han podido acceder a un centro de salud ni a educación sexual integral”, y los padres están ausentes, ya sea porque abandonaron el hogar o porque murieron, explicó. Por eso las mujeres “tienen que salir a trabajar, perdiendo su autonomía y poniendo en riesgo su economía”.
“Estamos cansadas”, aseguró Marichal, ya que se combina la “extrema violencia con un capitalismo que nos deja poco tiempo y posibilidades para el disfrute, para la reconexión con la vida y el placer”. Y, a veces, hasta imposibilita “pensar cuáles son esos escenarios de disfrute, de bienestar y cómo podemos reconstruirnos”. Recomendó “volver a las bases, a juntarnos y reconocer lo que venimos haciendo”.
La materialización de los discursos de odio
González advirtió que “no son sólo discursos de odio, son materializaciones”, y planteó como ejemplos recientes los casos de violencia vicaria en Soriano y el triple femicidio en Argentina, que inundaron las redes sociales de posteos y que también se trasladaron a las calles, donde, en los dos países, mujeres, familiares y vecinos con rabia, tristeza y pedidos de auxilio se movilizaron en reclamo de que el Estado brinde garantías y justicia. Para la activista transfeminista, “la batalla no es sólo cultural, es política, ideológica y de posicionamientos fuertes”.
Marichal señaló la violencia digital como otro frente de ataque, y puso como ejemplo una publicación que subió a Instagram para expresar su conmoción por el reciente caso de violencia vicaria. Mencionó que hubo comentarios con “un sinfín de justificaciones y responsabilizando a las mujeres y a la ley de violencia de género”, con el argumento de que “si [las mujeres] no alejaran a los padres de sus hijos, no los matarían”. “¿Cómo es posible que un hombre secuestra y asesina a sus hijos y la culpa es de las mujeres, del feminismo, de la ley, y no de la persona que asesinó?”, cuestionó.
Romper el aislamiento y tejer redes
El segundo bloque abordó la construcción de estrategias de resistencia y contención contra la crueldad, la precarización y los discursos de odio. Marichal sostuvo que el Estado “debe escuchar las voces de las personas que están en territorio, viviendo las situaciones e históricamente se les ha quitado voz; ahí están las respuestas”, aseguró. Consideró además que hay que “romper el aislamiento que generan el patriarcado, el capitalismo y la interproductividad”.
También indicó que faltan espacios para pedir ayuda ante casos de violencias sexuales –que por lo general se develan después de un cierto período de tiempo de haberlas sufrido–, debido a que las Comuna Mujer o los servicios de Inmujeres “atienden casos de violencia actuales”, lo que genera “agotamiento y extenuación”. En este sentido, dijo que hay que “acercar la política pública a las necesidades reales y acompañar el avance de los feminismos”.
En un sentido similar, Sol Despeinada dijo que otro desafío es que “constantemente tenemos que revalidar la credibilidad de nuestros discursos”, cuando se narra un abuso o una violación. Esto sucede, por ejemplo, ante la Justicia, cuando se solicitan pericias físicas para probar el hecho; sin embargo, “la mayoría de las violencias dejan marcas no visibles”, porque estas situaciones “suelen darse por el vínculo de confianza entre el adulto y la infancia”.
Por su parte, Xavier aseguró que el Estado debe “tejer alianzas, estar unidos con los movimientos sociales y sus reivindicaciones para aislar a quienes realizan estos discursos y ejercen prácticas violentas, negadoras, reduccionistas” y, a su vez, generar “pedagogía política, batalla cultural y comunicacional para proponer otros horizontes”. También sugirió sumar “evidencia” desde la academia, por ejemplo, para evitar la vinculación de niñas, niños y adolescentes con un padre que es violento contra su madre. E hizo un mea culpa, como representante del gobierno, de que “el Estado a veces no da respuesta y necesita estar en los territorios”.
En la misma línea, González planteó la necesidad de “construir una pedagogía y un discurso más simple, sin perder la profundidad y complejidad que traen los feminismos”, para construir memoria y acercar estas luchas a quienes están alejados de las cuestiones de género y diversidad. Reivindicó el transfeminismo como camino posible al incorporar la interseccionalidad que ofrece “múltiples y plurales posibilidades y cuestiones que atraviesan a las personas”. Además, puntualizó que los feminismos y las izquierdas deben “dejar de pedir permiso para poner la vida en el centro”.