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Nora Rugama. Foto: Dolores Menéndez

Nora Rugama, psicóloga nicaragüense: “Tener un presidente denunciado por abuso sexual da un mensaje de impunidad”

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Las Bravas | Con la experta en violencia sexual sobre su trabajo en un país que transformó la lucha contra el abuso sexual en una persecución contra las que luchan.

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Nora Rugama tiene una edad indescifrable, aun en una cifra precisa: 40. Sin embargo, cuenta más vidas que las que dice la cifra y menos edad de la que demuestra su rostro. Vive en un país que no le reconoce su experiencia en una de las formas de racismo institucional que se disfraza de burocracia y saca las garras a las que llegan para destriparlas de su experiencia y dejarlas pasar como inexpertas en conocimiento y mano de obra para cuidar a los que otras manos descuidan.

Nora es psicóloga, experta en violencia sexual, y sufre una de las violencias que también afecta a las que construyeron su profesión con algo más que títulos y con algo más que convicción: una experiencia indeleble que no puede ejercer, de donde se tuvo que ir por luchar contra el abuso sexual en un país que dice luchar contra el abuso sexual, pero que no acepta el saber que no nace de sus propias academias.

Nora es nicaragüense, una nacionalidad destripada de patria, un mito que no importa si no se cosecha café y es una postal de utopías perdidas, una canción que dejó de sonar y que tiene a sus ciudadanas como cascabeles que ya no suenan cuando no sirven a una orquesta internacional. Nora es una expulsada de una revolución que traicionó a las mujeres y una migrante en España que no abre los brazos, sino que sólo toma lo que le conviene de las que llegan y no aprovecha lo que saben porque el saber se lo quedan como una pertenencia europea.

Nora no habla porque no la dejan. Podría trabajar con víctimas, pero no le convalidan el título de psicóloga que tramita desde que llegó en 2017. Esa minimización de su experiencia es parte del racismo institucional que señala durante el encuentro internacional “Refugiadas: la potencia política de las defensoras de derechos humanos en el exilio”, organizado por la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG), Calala (Fondo de Mujeres) y Mujeres con Voz.

Ella no sólo tiene calificaciones, sino también huellas que no se olvidan. Fue abusada a los dos años por un tío político y su mamá buscó ayuda. Estuvo medicada cinco años. A los 16 decidió estudiar. A través de la terapia entendió qué le había pasado. Su abusador, que vivía al lado, la seguía amenazando con el dedo. Ella un día le pudo gritar que ya no estaba chiquita y deletrearle que él era un abusador sexual. Su mamá y su hermana la defendieron. Su familia la culpó de querer matar a su abuela del disgusto y de la necesidad de llamar a un sacerdote para exorcizarla. No era el demonio, era el trauma. A los 23 años pudo escribir el artículo “Romper el silencio: mi fortaleza”. En ese momento conoció a la alemana Brigitte Hauschild. Ella había trabajado como cooperante en Nicaragua. En 1998 escuchó el testimonio de Zoilamérica Ortega, hija de Rosario Murillo, que fue abusada por su padrastro, Daniel Ortega, y lo denunció.

Ortega y Murillo convirtieron a Nicaragua en una dictadura y a la lucha contra el abuso sexual en una persecución contra las que luchan.

La voz de Zoila despertó un recuerdo tapado en Brigitte de un abuso sexual que había sufrido, en su casa, durante la infancia. Fue a un grupo de ayuda en Berlín llamado Wildwasser. Volvió a Nicaragua a trabajar con el mismo formato al que tradujo como “Aguas Bravas”. Con ese revolcón de ideas fundó la organización en 2007 y la convirtió en fundación en 2013. En 2014, Brigitte recibió la “Cruz de Caballero de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania”. Lo de caballero no era necesario, lo del premio sí.

Entre la calma y la valentía, Nora formó parte de esa espuma pionera, imprescindible y perseguida, que cambió la atención en violencia sexual. En 2017 se tuvo que ir de Nicaragua. La fundación persistió hasta 2019 y, finalmente, Brigitte también emprendió viaje. Falleció el 28 de setiembre de 2024 en Alemania. Otro premio sería que su trabajo siga y que las que formaban parte de Aguas Bravas, además de refugiadas, sean reconocidas por su experiencia y capacidad. Ahora Europa ya no recoge la orilla, la deja en la arena, pero el conocimiento de Nora –con antecedentes en atención a 300 víctimas de abuso de forma personalizada y en trabajo con adolescentes que sufren explotación sexual comercial– se resguarda de las franquicias que sólo ven utilitarismo donde hay sabiduría.

Nora trabaja como teleoperadora en un call center. Son otras las que hablan de la ayuda a las víctimas de abuso sexual que empezó en su propia historia y en una fundación que hace historia. Pero el silencio del que huyó también es el silencio en el que no se recibe su palabra, sino sólo su escucha telefónica. La voz no es de las que saben, sino de las que dicen saber y niegan la sabiduría de las que pagan costos por haber empezado a tejer la bravura de no tolerar el abuso sexual y la violencia machista.

¿Por qué te interesaste por trabajar con víctimas de abuso sexual?

Yo viví abuso sexual cuando tenía dos años de parte de un tío político (el esposo de una tía) y crecí con todas las implicaciones que tienen las secuelas traumáticas de la violencia sexual. Tenía terrores nocturnos, mucha ansiedad, problemas de concentración, y mi mamá quería saber qué le pasaba a la niña. Ella buscó mucha ayuda y no encontró a nadie. Ninguna de todas las personas a las que recurrió (psicólogos y psiquiatras) le dijo “lo que le pasa a tu niña es que ha habido abuso sexual”. En Nicaragua no hay muchos especialistas. Yo pasé mi infancia y mi adolescencia con medicaciones psiquiátricas.

¿La medicación psiquiátrica tapaba los síntomas y no dejaba revelar las causas?

Era tapar los síntomas mal tapados porque la medicación que me daban no tenía nada que ver con lo que yo tenía y la medicación lo que hacía era dormirme. Estaba dopada la mayor parte del tiempo. Hasta que cuando tenía 16 años decidí dejarla porque sí y estudiar psicología por lo que me pasaba y porque vengo de una familia muy pobre y era la carrera donde más posibilidades tenía de obtener beca. Ahora me apasiona la psicología.

¿Y cómo te das cuenta del abuso que no estaba develado?

Yo nunca me rendí y, por alguna razón, tampoco le perdí la fe a la psicología. Seguí buscando ayuda. Fui a un psicólogo que me dijo que cómo no iba a saber que eso se llamaba violencia sexual. En el cuarto año de la carrera, tuve la suerte de conocer a una especialista. Por fin entendí que todo lo que me pasaba en ese momento de mi vida era una secuela traumática. Hice cita con esa persona y empecé lo que yo llamo mi primera terapia porque fue con ética feminista y en la que yo estaba en el centro como persona y sin sentirme culpabilizada ni estigmatizada. Pude ganar seguridad en mí misma, hablar de mi historia en voz alta y empezar a trabajar como psicóloga con mayor confianza. Yo era muy sumisa y a partir de ahí pude tener relaciones sexoafectivas.

¿Cuáles fueron las consecuencias de contar el abuso?

Fue un parteaguas en mi familia porque mi mamá me creía, mis hermanas me creían, pero nadie más; el resto de la familia se posicionó con el agresor, como suele suceder en muchas de las situaciones de violencia en las que no le creen a la víctima y el agresor termina siendo tratado como un “pobrecito”.

¿Cómo empieza el trabajo con Aguas Bravas?

La fundadora de Aguas Bravas es Brigitte Hauschild, una alemana que vivió en los años 80 en Nicaragua y que, traduciendo el testimonio de Zoilamérica, en 1998, se da cuenta de que ha vivido abuso sexual. Entonces regresó a Alemania, a su país, a trabajar su historia y después volvió a Nicaragua, a la red de mujeres, como para agradecer y ofrecer una herramienta para trabajar directamente con sobrevivientes de abuso sexual. Formó a más de 242 psicólogas en la Red de Mujeres Contra la Violencia y nos invitó a hacer grupos de apoyo entre las mujeres que habíamos vivido violencia sexual y que teníamos algún tipo de trabajo y motivación de hablar en público para poner este tema sobre la mesa. Trabajamos desde Managua, pero nos movíamos a todas partes, a Matagalpa, a León, a Granada, a Rivas, a donde nos llamaran. Nosotras no teníamos una campaña para llegar a las mujeres. Las mujeres llegaban a nosotras.

¿Cómo fue el trabajo con Aguas Bravas en Nicaragua?

Tuvimos diez años en los que trabajamos sin ningún inconveniente más que los propios riesgos que se viven por trabajar este tema, poniendo sobre la mesa el gran problema de la impunidad de Nicaragua, porque Daniel Ortega entra al poder ya denunciado por violencia sexual. Entonces eso deja un mensaje de impunidad, de “aquí yo hago lo que quiero”. Yo me fui de Aguas Bravas por el bienestar de Aguas Bravas, porque era el tiempo tan convulso en el que todo el mundo hacía algo extralaboral por Nicaragua, pero solamente ir a una manifestación o ayudar a los azul y blancos, como nos hacíamos llamar, era arriesgado. No te creas que para estar señalada en Nicaragua tenías que hacer grandes cosas. A veces era simplemente pasar y dejar una bolsa de pan.

¿El trabajo no pudo continuar por la persecución?

La fundación trabajó hasta 2019, pero ya habían empezado a cerrar ONG. A nosotros lo que nos hicieron fue ahogarnos. No nos daban los permisos para trabajar. Nunca cumplíamos con los requisitos. La situación llegó a un punto en el que el banco nos dijo que ya no podía recibir dinero para el proyecto porque no teníamos la documentación. El Ministerio de Gobernación decía que la documentación no estaba completa. Siempre faltaba una coma, un punto. Era una situación irreal. Te decían que habías llegado tarde aunque hicieras fila desde la noche anterior. Fue así que nos dejaron sin poder trabajar porque no teníamos dinero. El personal se tuvo que ir porque no había para pagarle. Y nos cuestionaban cómo pagábamos los servicios si no teníamos proyecto y era un caos completo. Realmente, cuando cerraron Aguas Bravas fue una sensación muy agridulce porque ya habían cerrado más de 4.000 ONG; no era como un duelo, era un poco naturalizado. Hasta nos arrebataron esa posibilidad. La violencia siempre tiene el arte de hacerse naturalizar. Entonces fue difícil ese momento y saber que la casa estaba vandalizada y que se robaron todo. Todo absolutamente.

¿Cómo debería actuar el mundo con Nicaragua por la persecución a las mujeres?

Yo creo que el gobierno de Daniel Ortega se mantiene también por la complacencia de las izquierdas a nivel mundial. No es casualidad que en Europa hayan tardado tanto en pronunciarse sobre la situación política de Nicaragua. Tiene que ver con la mística de la revolución, los años 80, y esta negación de las izquierdas a decir que también hay dictaduras, pero, bueno, dictadura es dictadura y esta es una dictadura que tiene una historia de izquierdas. No es de izquierda, pero tiene historia de izquierda.

¿Por qué Nicaragua es visitada por tantas europeas y europeos como una meca revolucionaria en los 80 y las exiliadas nicaragüenses son devaluadas en sus conocimientos en Europa?

España se pierde un capital profesional importante porque las profesionales de la salud mental podríamos hacer intervenciones con conocimiento del contexto que pueden estar más acertadas hacia las personas. Pero el tema de las homologaciones es una lucha constante, pues limita mucho el acceso al mundo laboral y a poder recuperar parte de la vida que una tenía. Cuando venís como refugiada y entrás al sistema de acogida, las ofertas están muy limitadas al trabajo de servicios.

¿Por qué se desaprovecha tu capacidad para tratar el abuso sexual mientras España se muestra como un país fundamental en la lucha contra la violencia sexual?

Antes trabajaba para un call center de supermercado; ahora trabajo para un call center de telecomunicaciones. Estoy ahí, luchando; ya he obtenido la equivalencia, y ahora estoy aplicando para poder estudiar un máster habilitante con la equivalencia. Las personas de Latinoamérica estamos entre que nos organizamos y hacemos la lucha y también sobreviviendo al exilio y sobreviviendo también al trabajo y al estudio, con todo lo que implica estudiar en España, que es caro. Pero hago el esfuerzo para no sentir que se levanta una pared que se hace muy dura.

¿Tu profesión es parte de tu identidad?

Si hay algo que me mueve a mí actualmente en todos estos duelos migratorios es la profesión. Cuando me preguntan quién soy, yo sigo siendo psicóloga, yo sigo siendo defensora de derechos humanos. Estoy aquí, estoy allá; no dejo de pensar como defensora porque yo estoy construida y me he formado para ello. Esa parte es la más dura, la más compleja para mí, la más dolorosa. Hay una responsabilidad porque no es casualidad que para las personas migrantes y refugiadas todo sea más difícil, tanto a nivel de la gestión, de la documentación y para ejercer tu profesión. Es parte de un racismo institucional más grande que hace que no fluya la gestión.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y las experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de ¿El amor es o se hace? (2023), Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.

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