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Manifestación convocada por organizaciones de derechos humanos bajo el lema “No hay víctimas buenas ni malas, sólo femicidios”, en Buenos Aires.

Foto: Luis Robayo, AFP

Redes rotas y los tres pueblos

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Un análisis a raíz del triple femicidio de Lara Gutiérrez, Brenda del Castillo y Morena Verdi en Argentina.

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Editar

El mismo día en que secuestraron en La Tablada (La Matanza, provincia de Buenos Aires) a Lara Gutiérrez (15 años), Brenda del Castillo (20 años) y Morena Verdi (20 años), torturadas y asesinadas mientras se transmitía en un vivo de Instagram y TikTok, para ser luego descuartizadas en un búnker narco en Florencio Varela, una estación de servicio Shell de Entre Ríos publicaba en sus redes sociales un sketch realizado por sus empleados en el que escenificaban, a modo de chiste, un femicidio. En la última toma se los veía tirando una bolsa de basura dentro de un camión y dándose golpecitos en la espalda por haberse “sacado de encima” finalmente a la community manager de la estación, que los hostigaba con sus pedidos. El video, que contó con la participación de todo el equipo de comunicación de la empresa y fue reposteado por la cuenta oficial, estuvo subido hasta que empezó la cadena de repudios y tuvieron que bajarlo con unas disculpas insólitas en las que dicen que la Shell jamás haría apología de la violencia de género.

Unos días antes, medios nacionales y streamers con cientos de miles de seguidores –incluso algunos que se autoperciben feministas– entrevistaban a Gustavo Cordera, con la excusa del regreso de la banda Bersuit Vergarabat, dándole una suerte de derecho a réplica por aquellos dichos de 2016 en los que justificó la violación a mujeres. “Hay mujeres que necesitan ser violadas”, había dicho Cordera, más específicamente.

Los tiempos cambiaron desde 2016 en Argentina y en el mundo. No es ninguna novedad. Tampoco son una novedad el entramado criminal organizado, las redes narco y la complicidad policial, las violencias contra las mujeres. Pero lo que sí es una novedad, en Argentina al menos, porque en otros países de América Latina viene ocurriendo desde hace años, es la espectacularización de estos femicidios y la saña en los cuerpos, con códigos típicos de las mafias que inscriben mensajes a modo de disciplinamiento, de despliegue de poder y de terror. El lenguaje de la guerra.

Cuando la Policía Federal –que hasta hace un tiempo manejaba enteramente el negocio de la droga en la provincia de Buenos Aires y de alguna manera hacía control de daños desapareciendo cuerpos de víctimas– dio a conocer las circunstancias del asesinato de estas tres chicas del conurbano, hubo dos reacciones: por un lado, estupor por la crueldad del crimen; por otro lado, la justificación: si las chicas se juntaban con narcos o se prostituían, de alguna manera, se la habían buscado. No eran víctimas, o eran malas víctimas. Y nada tenía que ver el Estado o el gobierno con estos crímenes, y, por supuesto, nada tenía que ver el machismo. En los comentarios de los mismos medios que sacan una noticia sobre “viudas negras” por semana, los usuarios o bots lanzan las chicanas: “¿Femicidio? ¿Por qué le dicen femicidio a un crimen a chicas metidas con una banda narco? ¿Qué tiene que ver el género con esto?”.

Pedagogías

El feminismo argentino, diverso y fragmentado, noqueado aún por el backlash violento del gobierno de Javier Milei, el feminismo popular de los barrios, el que organiza los comedores y las ollas populares, el que sostiene a las mujeres víctimas de violencia, tuvo que salir, otra vez, a hacer pedagogía y explicar que sí, que el hecho de que fueran mujeres no es un dato menor, que la crisis es generalizada y la miseria profunda, pero la feminización de la pobreza es un dato objetivo y los cuerpos feminizados –las mujeres trans lo saben perfectamente– son depositarios de una crueldad extra en las tramas vinculadas al crimen organizado, sea narco, redes de prostitución o de trata.

En México no se habla de femicidio, sino de feminicidio, y este último término tiene la particularidad de integrar la responsabilidad del Estado en la cadena de violencias sociales y culturales. No es casual. México, azotado por el narco desde hace décadas, es un país donde se han normalizado los crímenes como el triple femicidio de La Matanza. En su libro La guerra contra las mujeres (2016), sobre los feminicidios de Ciudad Juárez, la antropóloga feminista argentina Rita Segato desarrolló su concepto de “pedagogía de la crueldad” justamente para hablar de la metodología disciplinadora de estos crímenes que tienen que ver con el narco, sí, pero no solamente.

Segato vincula la violencia machista extrema y el terror narco, y estatal, a los gobiernos neoliberales del capitalismo tardío. ¿Qué tienen que ver entonces el capitalismo y los gobiernos de ultraderecha con el narco y las chicas asesinadas? Todo que ver.

Lara, Brenda y Morena eran tres chicas de La Tablada, un barrio de La Matanza donde el Estado fue perdiendo presencia de forma acelerada en los últimos años: se desmantelaron programas sociales y comedores, las escuelas están al límite. Todo el terreno que ha perdido el Estado fue ganado por el narco o por las iglesias evangélicas. Militantes barriales cuentan cómo el tejido social roto por la ausencia estatal está siendo reemplazado por las redes narco: ¿no entra una ambulancia al barrio? El narco te lo soluciona. ¿No se asfalta una calle? El narco lo arregla. El precio: las vidas de chicos soldaditos, de adolescentes prostituidas. La esperanza de vida se reduce, las vidas se ponen intensas y rápidas, y el único motor es el consumo: acceder a determinados bienes, imitar determinados estilos de vida, copiados de cuentas de influencers de las redes sociales, esas mismas que hablan de “autocuidado”, pero no de cuidados sociales o comunitarios, sino de cuidados individuales para mejorar nuestra autoestima.

Porque todo esto sucede en el “territorio”, como las ciencias sociales llaman a los barrios, pero también en los espacios digitales. Con la transmisión en vivo del triple femicidio, esos territorios se unificaron, ya no hay desdoblamiento: el show del terror es uno solo.

LaraBrendaMorena: tres nombres que también son uno solo y se repitieron como un mantra tristítismo en la marcha multitudinaria en la ciudad de Buenos Aires del sábado pasado. Fue la segunda movilización en la semana. La primera, también masiva, fue el mismo miércoles 24 en que se conocieron la noticia y las circunstancias del triple femicidio. El miércoles miles de personas se reunieron en la plaza Flores, la Policía intentó reprimir y terminó siendo corrida por las feministas, una postal inhabitual en estos tiempos de Milei. La marcha del sábado fue una continuación de la del miércoles, como una ceremonia extendida, llena de rabia pero sobre todo de dolor. Los carteles se multiplicaron y no eran de las organizaciones sociales: eran de personas que habían ido sueltas con algo para decir, más bien para responder. Los carteles que más se vieron hacían alusión a los “tres pueblos”.

“No nos pasamos tres pueblos”, “nos tenemos que pasar mil pueblos más”, “hay que prender fuego los tres pueblos”, decían algunos. Cuando el gobierno de Milei ganó las elecciones, algunos sectores del peronismo –incluso el que se considera progresista– responsabilizaron al feminismo por el giro a la derecha con la expresión “las feministas se pasaron tres pueblos”. El problema de que emergiera la ultraderecha y su latigazo disciplinador era culpa nuestra. Teníamos que hacer autocrítica, agachar la cabeza.

El narcofemicidio, femicidio territorial, triple crimen de LaraBrendaMorena, lamentablemente, no va a cambiar ninguna lógica de violencia territorial, ni será un antes y un después. Luego del show mediático del Ministerio de Seguridad de las capturas narco y del uso para seguir alimentando una guerra contra los pobres, hay que ver qué hace la Justicia y cómo se sigue acompañando a las familias. Lo que sí quedó claro, después de las dos marchas de la semana pasada y el tratamiento mediático, es que en medio de la pauperización de las vidas y sentidos comunes destrozados, el feminismo (diverso, fragmentado, con todas sus vicisitudes) es el único movimiento social que está sabiendo acompañar y poner en palabras lo indecible, tres pueblos después.

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