Si bien en Uruguay desde siempre hicimos gala de no ser como nuestros hermanos argentinos (en cuanto a lo peor de ellos), y a ningún uruguayo le cae en gracia que se lo confunda con uno en países lejanos, exóticos o extraños, desde tiempos inmemoriales se nos da por copiarles cosas, como si no tuviéramos imaginación propia. Es curiosa esa ambivalencia uruguaya que siente rechazo por lo peor de lo que nos ofrecen los argentinos, pero que al mismo tiempo lo desea y lo saborea y nos hace sentir más celestes que nunca cuando un compatriota gana Gran Hermano.
Hace como 40 años Cacho de la Cruz se vestía de vieja y se reunía en una mesa con nuestras principales figuras en Almorzando con Chichita, parodiando el programa de la imperecedera Mirtha Legrand.
Y a fines de la década del 80 tuvimos nuestra propia versión de Feliz domingo para la juventud, aquel programa que conducía Silvio Soldán y que duraba todito el santo día, bodrio gracias al cual los niños salían raudos y veloces a jugar en las plazas y las calles.
Hace no mucho aparecieron las versiones uruguayas (y ya con el mismo nombre) de La peluquería de don Mateo y Polémica en el bar, quién sabe con qué necesidad, porque perfectamente podrían haber hecho la misma pavada en un programa llamado La verdulería de don Bartolo o haber juntado a discutir a los gritos al exgordo Puglia, Patricia Madrid y Julio Ríos en, por ejemplo, Puterío en la puerta de la escuela pública o sencillamente Conventillo en la feria de Tristán Narvaja.
Los trotskistas hacen lo mismo. Nace un trotskista en Uruguay y ya quiere formar una sección afín a un partido trotskista argentino afiliado a la Cuarta Internacional.
Y nuestras feministas troscas (que parece que hay como media docena) acaban de festejar los diez años de Pan y Rosas, una agrupación homónima a la argentina que responde al Partido de los Trabajadores Socialistas y a la cual podrían haberle puesto, como para no ser tan copionas, Corasán y Cretonas o Galleta de Campaña y Lazos de Amor, que hubiera quedado igual de antipatriarcal como de revolucionario.
Con La Libertad Avanza Uy es más o menos lo mismo. Salvando el hecho de que en nuestra democracia el cupo para loquitos sueltos, a diferencia del resto del mundo, tiene un techo bastante bajo. Domingo Tortorelli, en las elecciones de 1942, sacó muy pocos votos a pesar de tener propuestas brillantes, como hacer las carreteras en bajada para ahorrar combustible (no olvidemos que había restricción por la guerra) y que en todas las esquinas hubiera canillas de leche.
Y Omar Freire, en la década del 80, con su propuesta de “servicio sexual obligatorio” (mediante la cual las mujeres no tendrían derecho a negarse a tener relaciones ante el solo deseo del varón) ni siquiera fue tenido en cuenta por la Corte Electoral.
Hasta que la exitosa irrupción en las elecciones de 2019 de Cabildo Abierto resultó ser el susto que despertó al mamado, aunque en breve se diluyó y volvimos al loquito suelto en pequeña escala, un Salle... una Sallecita y hasta por ahí.
¿Qué le falta a La Libertad Avanza Uy para atraer al fachito loco de a pie y ser protagonista en las próximas elecciones? Primero, no avanzar muy rápido. Porque una cosa es ser medio facho, pero ante todo somos uruguayos. Y los uruguayos vamos medio lento... Le damos la vuelta al mate con dedicación. Analizamos la situación, a ver si estará bien así de yerba después de que lo ensillamos. No hacemos todo a lo loco como los argentinos.
La Libertad no puede avanzar más rápido que el 103 a las siete de la tarde porque al uruguayo le da vértigo, por más facho que sea.
La Libertad Ahí Anda, Remandolá (LLAA-R) sería un nombre más propicio según nuestra idiosincrasia. Su líder, Nicolás Quintana, debería contar (como Milei) con una mascota imaginaria a la que le haga mimos imaginarios y le ponga pastillitas de Dog-Chow imaginarias. Pero imaginaria de verdad, no como la mascota que estuvo pensando en adoptar Andrés Ojeda y que al final no adoptó nunca.
Además, el nuevo partido debería contar entre sus cuadros políticos con una vieja facha y alcohólica y con pasado zurdo como Patricia Bullrich. La única candidata que reúne casi todos esos requisitos sería Graciela Bianchi, en caso de querer irse del Partido Nacional por la infiltración comunista que está sufriendo (que llevó a Beatriz Argimón a ser embajadora ante la Unesco), para incorporarse a La Libertad Avanza Uy.
Sólo hay que servirle unos vasos de vino y esperar que se ponga a tuitear cualquier pelotazo en pedo y que al otro día no se acuerde de nada y se pregunte: “¿Yo puse eso que dice Montevideo Portal?”.
Pero, sobre todo, el nuevo partido deberá conseguir las firmas que le bocharon en la Corte Electoral antes de festejar en las redes con sus inspiradores argentinos y con bombos y platillos: no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo.