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Eclipse parcial de sol en el Arco del Estado Mayor en San Petersburgo, el 25 de octubre.

Foto: Olga Maltseva, AFP

Sanciones de doble filo

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El efecto búmeran acentúa las tensiones en Europa.

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Los errores de cálculo militar del Kremlin en Ucrania tienen su contrapartida en Occidente. La economía rusa no colapsó por las sanciones, sino que “nada en liquidez” y logró establecer mercados alternativos. El euro se desmorona y Estados Unidos se fortalece. A la vez, hay una cooperación “inédita” en seguridad entre Bruselas y Washington.

Unos meses atrás, los líderes europeos querían creer que “la guerra económica y financiera total” lanzada contra Moscú sería un paseo. “Rusia es un país muy grande y un pueblo muy grande, [...] pero apenas supera el PIB [producto interior bruto] de España”, señalaba el comisario de Mercado Interior de la Unión Europea (UE), Thierry Breton, en la radio RTL el 1° de marzo, al tiempo que aseguraba que el impacto en Europa de las sanciones de Occidente contra Rusia “será leve”. Seis meses después de la primera ronda de dichas medidas occidentales, la economía rusa se resiente, pero el colapso no se ha producido. El Fondo Monetario Internacional (FMI) preveía una recesión de 8,5 por ciento en marzo. El Banco Mundial habla ahora de una caída de 4 por ciento del PIB. A este ritmo, la riqueza del país está lejos “reducirse a la mitad”, como lo anunció el presidente estadounidense Joseph Biden el 26 de marzo en Varsovia ante una multitud de polacos.

Por su parte, la UE enfrenta una inflación de dos dígitos, impulsada por los precios estratosféricos de la energía. A fines de setiembre, Francia liberó el equivalente al presupuesto nacional de educación para financiar medidas de apoyo al poder adquisitivo; Berlín triplicó esta cantidad con un plan para salvaguardar su industria por un valor de 200.000 millones de euros. En Reino Unido, donde la suba de precios podría alcanzar el 20 por ciento a principios de 2023, un movimiento social en los ferrocarriles por una suba de salarios está paralizando el país. Para moderar las facturas de gas y electricidad de los hogares británicos, el gobierno gastará 15.000 millones de euros, una medida que forma parte de un esfuerzo presupuestario que asciende a 6,5 por ciento del PIB1. Esto no incluye las entregas de armas ni la ayuda financiera a Ucrania, que, según el FMI, necesita 7.000 millones de dólares mensuales para hacer funcionar su gobierno.

Con la crisis energética como telón de fondo, algunos sectores ya afectados por las alteraciones causadas por la pandemia (química, siderurgia, producción de fertilizantes o de papel) funcionan a media máquina o cierran: al ser demasiado intensivos en energía, su rentabilidad está en rojo. Algunos grupos anunciaron que quieren trasladar su producción a Vietnam, al Magreb o... a Estados Unidos. Este último aumentó en 63 por ciento sus entregas de gas natural licuado, vendido a un precio alto a Europa y a Reino Unido para sustituir el producto ruso2. Sesenta empresas alemanas, entre ellas Lufthansa, Aldi, Fresenius y Siemens, se ven tentadas de trasladar parte de su producción a Oklahoma, Estados Unidos, cuyo gobernador elogió sus ventajas comparativas ante los inversores en las columnas del periódico económico Handelsblatt.

El 3 de octubre, sin embargo, la diputada francesa Aurore Bergé felicitó a su jefe Emmanuel Macron por su balance al frente de la UE: “Nuestra presidencia ha alentado [sic] la idea de la autonomía estratégica europea”. Ante el desastre que se anuncia, la expresión podría prestarse a burla. Porque la (relativa) unidad europea alabada por la diputada de la mayoría sólo se corresponde con su alineación con los objetivos e intereses de Washington. ¿Una estrategia deliberada o un error de cálculo?

La conmoción de la invasión explica en parte esta ceguera: apenas ocurrido el ataque, Berlín suspendió de manera definitiva la apertura del gasoducto Nord Stream 2, algo que Washington llevaba años exigiendo. Pero este movimiento se vio facilitado por la estrecha colaboración orquestada por la Comisión Europea entre ambos lados del Atlántico. Según una investigación de Financial Times3, el gobierno del presidente Joseph Biden pasó “entre 10 y 15 horas semanales al teléfono o en videoconferencia con la Unión Europea y los Estados miembros” entre noviembre de 2021 y febrero de 2022, fecha de la invasión, para elaborar un paquete de sanciones previendo ese escenario. Bjoern Seibert, jefe de gabinete de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ocupó un rol clave en la gestión del expediente, yendo y viniendo entre Washington y los Estados miembros. “Nunca en la historia de la Unión Europea hemos tenido contactos tan estrechos con los estadounidenses en materia de seguridad, es algo realmente inédito”, asegura una fuente de la Comisión.

La otra “guerra relámpago”

Para la primera ronda, los aliados transatlánticos acordaron una estrategia de represalias financieras masivas.4 A la exclusión de siete bancos rusos del sistema de mensajería interbancaria Swift se sumó una medida: la congelación, es decir, la requisición, de la mitad de las reservas internacionales del banco central ruso (alrededor de 300.000 millones de euros) para paralizar un rescate del rublo. Contra todo pronóstico, el sistema bancario ruso resiste. Los controles de capital y la obligación de los exportadores de convertir 80 por ciento de sus divisas en moneda nacional limitan los daños. Y los rusos, acostumbrados a las crisis (1988, 1998, 2008, 2014), no se precipitan a los cajeros automáticos.

Tras el relativo fracaso de este bliztkrieg financiero, el tabú de las sanciones energéticas se desmoronó. El descubrimiento de los abusos del ejército ruso contra la población civil en la ciudad ucraniana de Bucha el 1° de abril hizo crecer la presión. A la afirmación del ministro de Economía alemán, que dijo que “el suministro de gas ruso no es sustituible a corto plazo” y que su interrupción “nos perjudicaría más que a Rusia”, le respondió el director del Centro de Energía del Instituto Delors: “una pura y simple mentira”5, sin detallar qué otros proveedores estarían disponibles. Este economista, de buen corazón, critica a Alemania por ser incapaz de “renunciar a dos puntos de PIB para salvar vidas [ucranianas]”. Y se muestra didáctico: “Lo más importante es que [el presidente ruso] Vladimir Putin no tenga más dinero para hacer su guerra”.

Adoptados en abril y mayo, los embargos energéticos (inmediatos sobre 90 por ciento del petróleo, escalonados para el gas), al contrario, llenan sus bolsillos. Provocaron una avalancha sobre los proveedores sustitutos (Noruega, Argelia, Estados Unidos). Como resultado, el aumento estrepitoso de los precios compensó la caída de los volúmenes de exportación. Sólo por el petróleo, Moscú ganará un promedio de 20.000 millones de dólares al mes en 2022, frente a los 14.600 millones de dólares de 2021.6 En lugar de desangrarse, “Rusia está nadando en liquidez”, declara Elina Ribakova, jefa adjunta de Economía en el Instituto de Finanzas Internacionales, con sede en Washington.7 La misma economista predijo en febrero “una caída [de la moneda], presiones sobre las reservas y, potencialmente, un colapso total del sistema financiero ruso”.8 Impulsado por el precio de los hidrocarburos, el rublo empezó a cotizar a su nivel previo a la guerra (80 rublos por dólar) a finales de abril, y luego se disparó.

El efecto búmeran de las sanciones acentúa las tensiones en Europa. Para salvar su industria, Berlín se está endeudando masivamente a tasas confortables, a diferencia de Italia o Grecia, provocando la división de la zona euro. La disputa se centra también en la limitación del precio del gas, apoyada por 24 países, entre ellos Francia, que consideran que los europeos son capaces de imponer un precio a sus proveedores, en particular a los estadounidenses. “El conflicto en Ucrania no debe desembocar en una dominación económica estadounidense y un debilitamiento de la UE –parece descubrir tardíamente el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, ante su Asamblea Nacional–. No podemos aceptar que nuestro socio estadounidense venda su GNL a un precio cuatro veces superior al que lo vende a sus fabricantes”. Alemania, Dinamarca y Países Bajos se niegan a aceptar el tope, por temor a que desvíe los flujos de un mercado europeo sediento de gas.

Más allá del corto plazo

No cabe duda de que Rusia no ha afrontado lo más difícil: su debilitamiento económico estructural está en marcha. En cuanto a los hidrocarburos, Asia solamente podrá absorber una parte del déficit. Pekín se resiste a soltar un embargo a las tecnologías occidentales, a riesgo de exponerse a las represalias estadounidenses. Por ello, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borell, pide “paciencia estratégica”. Pero ¿podrá afirmar que las sanciones son “eficaces” cuando la recesión rusa se profundice en 2023? Todo depende del objetivo que se persiga: ¿la derrota militar rusa?; ¿el fin del régimen de Putin? Nada indica que el corsé de medidas que fracasó en Irán o Corea del Norte tenga éxito en Rusia. Más aún cuando algunos países se niegan a permitir que la undécima economía mundial quede aislada. A pesar de su acercamiento con Washington, por rivalidad con China, Nueva Delhi añadió pedidos masivos de petróleo ruso (casi un millón de barriles diarios) a sus tradicionales compras de armas. Pilar de la influencia estadounidense en Medio Oriente, Arabia Saudita se alió con Rusia en el seno de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para sabotear la iniciativa de limitar los precios del petróleo. El cártel decidió reducir la producción a expensas de Washington, a pesar de la visita a Riad del 14 y 15 de julio del presidente estadounidense, que ahora promete “consecuencias”.

Esta es la paradoja de “este nuevo arte de gobernar la economía, capaz de infligir daños que rivalizan con el poder militar”, que Biden pregonó en Varsovia en marzo.9 Al aplicarlo a Rusia, el segundo exportador mundial de petróleo y uno de los principales proveedores de productos esenciales, como el fertilizante y el trigo, Washington y sus aliados han puesto un torniquete en el torrente sanguíneo mundial. Ahora bien, “la integración más generalizada de los mercados amplió los canales a través de los cuales se transmiten los choques de estas sanciones a la economía mundial –explica un estudio del FMI–10. Como es lógico, son precisamente los países [emergentes, importadores netos de materias primas] los que no se han sumado a las sanciones contra Rusia. Esto se debe a que son los más expuestos al riesgo de una crisis de la balanza de pagos si las exportaciones rusas siguen bajo presión durante un período prolongado”. Por ello, cada vez hay más formas de eludir las restricciones a través de países no alineados con Washington, lo que hace ilusorio el objetivo de aislar a Rusia de forma hermética.

Para variar, el presidente brasileño de extrema derecha, Jair Bolsonaro, impostó el tono de portavoz popular a principios de octubre: “Pero no creemos que el mejor camino sea adoptar sanciones unilaterales y selectivas que son contrarias al derecho internacional. Estas medidas han obstaculizado la recuperación de la economía [después de la pandemia de covid-19], atentan contra los derechos humanos de las poblaciones vulnerables, incluso en Europa”.11 Durante una reunión con su homólogo ruso (ya tomada como una provocación por París), el presidente senegalés, Macky Sall, pidió a Occidente que excluyera el sector alimentario del ámbito de sus sanciones, juzgando que estas crean “graves amenazas para la seguridad alimentaria del continente”, haciéndose eco de la advertencia de la Organización de las Naciones Unidas sobre un “posible huracán de hambrunas”. Casi 20 millones de afganos se enfrentan a una aguda inseguridad alimentaria desde la retirada de Estados Unidos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Las sanciones aún no han salvado ninguna vida ucraniana, pero ya están matando.

Hélène Richard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. “National policies to shield consumers from rising energy prices”, Brugel, 21-9-2022. 

  2. Les Échos, 4-10-2022. 

  3. “Weaponisation of finance: how the west unleashed ‘shock and awe’ on Russia”, Financial Times, 6-4-2022. 

  4. Mathias Reymond y Pierre Rimbert, “Juego de roles”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, junio de 2022. 

  5. “Malgré Boutcha, les Européens peinent à sanctionner le gaz russe”, Huffington Post, 5-4-2022. 

  6. The Wall Street Journal, 30-8-2022. 

  7. Ibid

  8. “War in Ukraine could cause sizable contraction for Russian economy, IIF says”, The Wall Street Journal, 28-2-2022. 

  9. Discurso pronunciado en Varsovia, marzo de 2022. 

  10. Nicholas Mulder, “L’arme des sanctions”, FMI, junio de 2022. 

  11. “Lula y Bolsonaro sobre Ucrania y las sanciones contra Rusia”, Noticias del mundo, 1-10-2022. 

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