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Emmanuel Macron, tras su victoria en las elecciones presidenciales de Francia, en el Champ de Mars, el 24 de abril.

Foto: Ludovic Marin, AFP

Tres bloques y dos perdedores

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Recomposición política en Francia.

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Aunque los votos a favor de Emmanuel Macron aumentan a medida que aumentan los ingresos y la edad de los votantes, estos datos no resumen la sociología electoral de las últimas elecciones presidenciales. Las posturas sobre Europa, las vacunas, el islam y la emergencia ecológica a menudo jugaron un rol decisivo, al igual que el nivel de desconfianza hacia el “sistema”.

La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas prolongó la agitación del espacio político iniciada en 2017. Han surgido tres grandes espacios de un tamaño bastante comparable, cuya originalidad radica en que sólo encajan de forma muy imperfecta –por usar un eufemismo– en la vieja división izquierda-derecha. Este es el caso, en particular, de la coalición reunida en torno al presidente reelecto, Emmanuel Macron, que reúne a los votantes que, en 2012, seguían divididos entre François Hollande y Nicolas Sarkozy. Pero este es también el caso de la coalición de Marine Le Pen, que constituye un “bloque identitario” en el que la mayoría de los votantes no se identifica con la izquierda o la derecha y ya no atribuye mucho valor a estas nociones. Solamente la coalición de Jean-Luc Mélenchon (La Francia Insumisa, LFI) parece, por fin, ajustarse parcialmente a la vieja división que ha estructurado durante mucho tiempo la vida política francesa.

Para comprender estas transformaciones, hemos desarrollado un método basado en la convicción teórica de que las posiciones de los individuos sobre los grandes temas que dividen nuestras sociedades constituyen el factor más estructurante de sus preferencias políticas. Estas posiciones forman sistemas de opinión estables y marcados por un alto grado de inercia: un votante no cambiará sus opiniones sobre el islam, el feminismo, la ecología, la redistribución de la riqueza, etcétera, durante una campaña electoral. La identificación de estos sistemas de opinión permite, por tanto, comprender cómo se estructura el electorado e ir más allá de las explicaciones superficiales –en términos de imagen de los candidatos o de calidad de su campaña– para identificar mejor, en el caso que aquí nos interesa, las raíces ideológicas y políticas de la tripartición en curso.

El fin del “viejo mundo” político

Los estudios que hemos llevado a cabo en los últimos meses muestran que tres clivajes principales estructuran el espacio político. El primero se refiere a cuestiones culturales e identitarias. Divide a los votantes en cuestiones de migración, el lugar del Islam y, en menor medida, cuestiones sociales y ecológicas. El segundo clivaje es la relación con el “sistema”. Opone una demanda de transformación radical a una demanda de estabilidad, o incluso de defensa del statu quo. Este es, si se quiere, el eje del antagonismo “pueblo contra élite”. Por último, la tercera gran división se refiere a las cuestiones económicas: opone una demanda de políticas sociales y de redistribución a un posicionamiento liberal favorable al mercado y ampliamente desafiante del “asistencialismo” y el gasto público. En función de las posiciones ocupadas por los individuos en estos tres grandes clivajes, pero también según el radicalismo de este posicionamiento, dividimos al electorado en dieciséis grupos que denominamos “clústeres”. Corresponden a las dieciséis sensibilidades ideológicas que se pueden identificar en la sociedad francesa actual:1 multiculturalistas, socialdemócratas, progresistas, solidaristas, centristas, rebeldes, apolíticos, socialrepublicanos, eclécticos, conservadores, liberales, refractarios, euroescépticos, socialpatriotas, antiasistencialistas e identitarios.

La coalición de Macron está unida principalmente por la división organizada en torno a la oposición entre pueblo y élite. Esta dualidad enfrenta, en realidad, una demanda de transformación “radical” con una demanda de “moderación”, que va de la mano de una adhesión general al sistema tal como es. Ya en 2017 Macron fue capaz de reunir lo que quedada del ala liberal del Partido Socialista (PS) y una centroderecha en la línea de Alain Juppé, cuya mano derecha, Édouard Philippe, resultó ser precisamente el primer ministro ideal. El punto de confluencia de este electorado es también sociológico: para describirlo, el encuestador y politólogo Jérôme Sainte-Marie ha hablado con razón de un “bloque de élite”.2 Hay una sobrerrepresentación de licenciados y ejecutivos que viven en grandes áreas metropolitanas. Pero la convergencia es también política: esta coalición electoral comparte un fuerte apoyo a la Unión Europea. Macron consiguió unir a los partidarios del Sí en el referéndum de 2005 sobre el Tratado Constitucional Europeo. Esta corriente “moderada”, “razonable” y proeuropea tiene su baricentro en el clúster de los centristas, un grupo que ha apoyado a Macron desde 2017 (80 por ciento de los votos). Dos de nuestros clústeres son característicos de la unificación de este bloque elitista alrededor de Macron: los socialdemócratas y los liberales. Esquemáticamente, en la década de 2000, los primeros constituían el núcleo del electorado del PS y los segundos el del electorado de la Unión para un Movimiento Popular (UMP). Uno representa la intelligentsia de izquierda moderada; el otro, la intelligentsia de derecha moderada. Uno se suscribe a Le Monde; el otro, a Le Figaro. Uno de ellos se decantó masivamente por Hollande en 2012; el otro, de forma igualmente masiva, por Sarkozy. Estos dos grupos, que nunca antes habían votado juntos, se unieron a los centristas para formar la coalición de élite que ahora constituye la base del macronismo. Las últimas elecciones completan la unificación de este bloque de élites integrando a grupos que hasta entonces habían mantenido cierta lealtad a la derecha. Hace cinco años, los liberales seguían votando mayoritariamente a François Fillon. Este año, eligieron a Macron en la primera vuelta. El partido Los Republicanos (LR) corrió este año la misma suerte que el PS cinco años atrás. Por eso, al final del primer quinquenio del gobierno de Macron, no queda casi nada del “viejo mundo” de la política.

Orillas opuestas

Sobre cuestiones económicas e identitarias, socialdemócratas y liberales se sitúan en orillas opuestas. Unos están a favor de la redistribución y los servicios públicos, mientras que los otros exigen menos impuestos y funcionarios. Unos son progresistas culturales, mientras que los otros son conservadores que a menudo han apoyado activamente La manif pour tous [“La Manifestación para todos”, colectivo opuesto al matrimonio homosexual en Francia]. Sin embargo, en el momento de la votación, estas escisiones quedan relegadas a un segundo plano, en una suerte de mutuo acuerdo. El movimiento de los “chalecos amarillos” [protesta social surgida en octubre de 2018], en primer lugar, aceleró el vuelco de la derecha liberal a favor de Macron, mientras que la crisis sanitaria acabó de reunir, al menos provisoriamente, a este bloque de élites. Los “moderados” de ambas orillas –progresistas, socialdemócratas, centristas, liberales, pero también conservadores– rechazan, sobre todo, el “populismo” y el “degagismo”3 encarnados por la movilización de las rotondas.

La crisis de la covid-19 reprodujo un patrón similar, activando también la división entre pueblo y élite. Macron jugó con el antagonismo entre la “gente razonable”, que confiaba en las vacunas, y los “conspiroparanoicos irresponsables”, hostiles a las medidas sanitarias y a la vacunación. “Joder a los no vacunados”4 fue una señal dirigida a ellos. Muy lógicamente, los clústeres más instruidos y acomodados apoyaron masivamente las medidas gubernamentales, mientras que los clústeres populares y de bajo nivel educativo se dividieron: una parte de ellos participó en las protestas contra el pase sanitario. La radicalización en la división pueblo-élite dio lugar también a un arco contestatario de gran amplitud que reúne principalmente a seis de nuestros dieciséis clústeres: los multiculturalistas, los solidarios, los rebeldes, los refractarios, los euroescépticos y los socialpatriotas. Tienen en común que son de clase trabajadora o capas medias con poca riqueza económica, que apoyaron masivamente a los “chalecos amarillos”, que se abstienen más que los demás y que se orientan principalmente hacia dos candidaturas: la de Mélenchon y la de Le Pen. También son los más resistentes al liberalismo y, de manera general, al “sistema” que encarnan las élites de las que desconfían.

Este frente “anti-Macron” sociológicamente se asemeja al bloque del No del referéndum de 2005: sobrerrepresentación de trabajadores y empleados, ciudadanos que residen en zonas rurales, votantes del Frente Nacional y de la izquierda radical. Sin embargo, tal como está, resulta imposible unir y federar electoralmente a este grupo al estar tan profundamente dividido en la cuestión identitaria.

Si Le Pen logró resistir la ofensiva de Éric Zemmour, es ante todo gracias a la solidez de su base electoral “histórica”, compuesta por los clústeres más populares de nuestra segmentación: los refractarios, los euroescépticos y los socialpatriotas. Sobre la división identitaria, son votantes a favor de las fronteras, muy antiinmigrantes y hostiles al islam. Estos votantes manifiestan también una extrema desconfianza hacia el “sistema” del que Macron tiene, a sus ojos, todos los atributos: exalumno de la Escuela Nacional de Administración (ENA), exbanquero de inversiones, liberal, proeuropeo. Sus palabras sobre la “gente que no es nada”5 fueron particularmente descalificativas. Es un electorado que se distanció progresivamente de una izquierda que ya no percibe como protectora y con la que no comparte para nada sus valores multiculturalistas.

Al reenfocar su imagen y aprovechar el radicalismo de Zemmour, Le Pen también sedujo a los votantes que hasta entonces la habían eludido. Los conservadores, que constituyen un clúster de derecha, rural, de edad avanzada y de clase media, que se caracteriza por posicionamientos moderados, reticentes a los grandes cambios, son una buena muestra de ello. Le Pen se sitúa así a la cabeza con 37 por ciento en este segmento de la pequeña derecha conservadora.

Corredor de fondo

Por último, aunque podemos imaginar un escenario a la italiana, con una progresiva desaparición de la izquierda, Mélenchon la mantiene a un nivel alto, logrando federar lo que queda de la izquierda radical en torno a su candidatura, una parte significativa de las clases medias instruidas de las grandes áreas metropolitanas, los barrios populares, una escasa mano de obra del sector público y privado que sigue sindicalizado, así como un electorado que protesta, alternativo, que se encuentra en particular en una media luna que se extiende desde el Ariège hasta los Alpes de Alta Provenza.6 Los licenciados, los jóvenes, las minorías de los barrios populares, pero también la izquierda sindical y militante, se movilizaron en exceso en la primera vuelta a favor de Mélenchon. Esta coalición no es diferente a la definida por Terra Nova en la famosa nota que causó polémica en las vísperas de la elección de Hollande en 2011.7

Este conjunto, transversal desde el punto de vista sociológico, converge principalmente en torno a la demanda de justicia social y la ecología, así como al rechazo de las candidaturas identitarias. Está más dividido en cuestiones sociales e institucionales. Si se observa la dinámica de esta campaña, se ve que Mélenchon ha sido capaz, en primer lugar, de federar su base natural, que se basa en los tres clústeres de la izquierda radical: los multiculturalistas, los solidaristas y los rebeldes. Estos tres clústeres se reconocen bastante bien en la oferta política que lleva adelante Mélenchon desde 2017, y probablemente incluso desde 2012. Ambos son radicalmente tolerantes y antirracistas, desafiantes con el “sistema”, el lobby y las instituciones, así como profundamente redistributivos, apegados a los derechos laborales y a la tributación de los más ricos. Las otras ofertas políticas provenientes del PS y de Europa Ecológica-Los Verdes (EELV) no podían esperar competir con los Insumisos en estas tres divisiones decisivas. Es esta base la que permitió a Mélenchon entrar en campaña esta primavera boreal con un capital de 12 por ciento de las intenciones de voto (subestimado, según nosotros, por ciertos institutos al principio de la secuencia electoral). La identificación de este capital electoral inicial es muy importante, ya que permite comprender mejor la crisis histórica de la socialdemocracia y el fracaso, por lo menos temporal, de la ecología-social en su versión encarnada por Yannick Jadot. Estas candidaturas pretendían ocupar un espacio, el de una izquierda más “moderada” y “realista”, que en la configuración de estas elecciones presidenciales era estructuralmente demasiado reducido. Dado que cuatro de los cinco clústeres de la gran familia de la izquierda fueron captados por Mélenchon (multiculturalistas, solidarios, rebeldes) o por Macron (socialdemócratas), las candidaturas de Anne Hidalgo y Jadot no podían pretender despegar. Era menos un problema de imagen o de comunicación que de espacio político. La inevitable dinámica del voto útil, que siempre se desencadena en algún momento de la campaña, hizo el resto.

Incluso una parte significativa de los socialdemócratas (24 por ciento) acabó votando al líder de los Insumisos. Con un sistema de voto mayoritario, la consecuencia de la tripartición es que uno de los tres bandos deja de estar representado en la segunda vuelta. Sin embargo, los clústeres a favor de Mélenchon se oponen tanto a Macron en los clivajes económicos y en relación con el sistema, como a Le Pen en el eje cultural-identitario. Es esta doble distancia la que produce el profundo rechazo de la oferta propuesta que observamos al día siguiente a la primera vuelta, y que lleva a una fracción importante del electorado de Mélenchon (54 por ciento) a darles la espalda a los dos finalistas de la elección presidencial.

Como resultado, el candidato electo fue elegido por una minoría o incluso una fracción reducida del electorado (38,5 por ciento). Porque en una Francia de tres bloques, ya no hay un perdedor, sino dos. Así, los “dos franceses de tres” que Valéry Giscard d’Estaing pretendía unir hace casi cuarenta años8 podrían no ser más que “un francés de cada tres”. Esto es suficiente para ganar las elecciones, pero ¿es suficiente para garantizar la estabilidad del régimen?

Jean-Yves Dormagen, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Montpellier y presidente de Cluster 17. Stéphane Fournier, analista político y colaborador de Cluster 17. Guillaume Tricard, director general de Cluster 17. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. Para una presentación detallada de estos dieciséis clústeres, https://cluster17.com

  2. Jérôme Sainte-Marie, Bloc contre bloc. La dynamique du macronisme, Seuil, París, 2019. 

  3. N. de la R.: “Dégagisme” es un neologismo creado a partir del verbo dégager. El término se refiere a una actitud de insubordinación que aboga por la destitución de una o varias figuras políticas consideradas incompetentes mediante el voto o la desobediencia civil. 

  4. Entrevista en El Parisien, 5 de enero de 2022. 

  5. 29 de junio de 2017. 

  6. Jérôme Fourquet, “L’archipel électoral mélenchoniste”, Fondation Jean-Jaurès (www.jean-jaures.org), abril de 2022. 

  7. Olivier Ferrand, Romain Prudent y Olivier Jeanbart, “Gauche, quelle majorité électorale pour 2012?”, Terra Nova, mayo de 2011. 

  8. Valéry Giscard d’Estaing, Deux Français sur trois, Flammarion, París, 1984. 

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