A medida que su inspiración se agota –como demuestra Music of the Spheres, su último álbum–, el grupo de pop británico Coldplay elabora un prolijo discurso sobre las consecuencias medioambientales de la industria musical, en la que es uno de los mayores vendedores.
Tras anunciar en 2019 que renunciaría a las giras gigantescas hasta poder reducir sus emisiones de carbono, la banda se lanzó tres años después a un tour mundial “lo más sustentable posible”. El esfuerzo es múltiple: plantar un árbol por cada entrada vendida; energía generada con paneles solares y con la ayuda de los espectadores, que pedalean en bicicletas o saltan sobre un suelo cinético; iluminación de bajo consumo, pulseras luminosas reutilizables, papel picado biodegradable; escenarios fabricados con materiales ligeros, reciclados y reciclables; una bonificación para los espectadores que se desplacen al lugar del show con bajas emisiones de carbono, en función de los datos proporcionados a través de la aplicación que se ofrece para descarga en los teléfonos inteligentes; comida orgánica y trazable; diez por ciento de la recaudación destinado a organizaciones no gubernamentales de defensa del ambiente, etcétera.
Sin embargo, “a pesar de nuestros mejores esfuerzos”, dice Coldplay en su sitio web, “la gira seguirá teniendo una importante huella de carbono”. La propia existencia del grupo tiene consecuencias ecológicamente lamentables, ya que los fans que se quedan en casa –una entrada al Stade de France cuesta 139 euros en la parte VIP y 78,50 euros en el campo– escuchan sus temas por streaming. Las industrias contaminan, y la música, ya sea grabada o en concierto, no es una excepción.
De todos modos, “Coldplay no está lejos del gesto máximo que se puede hacer como banda”, sostiene Samuel Laval, ingeniero medioambiental. Responsable de investigación de Climate Chance –una asociación que agrupa actores no estatales en la lucha contra el calentamiento global, pero que también cuenta con la colaboración de entidades financieras como BNP Paribas, Michelin y Schneider Electric– y miembro de la oficina francesa de La Música Declara una Emergencia (MDE), considera que las giras mundiales y los festivales gigantes “son incompatibles con el objetivo de limitar el calentamiento global a 2 ºC”.
Iniciada en 2019 en Reino Unido, esta organización reúne varios sellos discográficos muy involucrados en el tema (Warp, Ninja Tune), así como otros menos activos (Warner, Sony, Universal). MDE se apoya sobre todo en portavoces famosos (Billie Eilish, Brian Eno, Radiohead, etcétera) para instar a los gobiernos a declarar “el estado de emergencia climática y ecológica”. Estrellas del ámbito francófono como Emily Loizeau, Fakear, Rone y Manu le Malin también se han puesto remeras con el lema “No music on a dead planet” (“No hay música en un planeta muerto”), bordadas en La Rochelle con algodón orgánico. MDE apoya el Pacto Climático de la Música, una iniciativa británica firmada en diciembre de 2021 por los mismos grandes sellos discográficos, que apunta a que el sector sea neutro en carbono para 2050.
Massive Attack, banda precursora del trip-hop de Bristol, se asoció con el Centro Tyndall para la Investigación sobre Cambio Climático, una unión de investigadores y economistas, para elaborar una hoja de ruta que incluya el uso de vehículos eléctricos, la renuncia a los jets privados y la eliminación de los generadores a gasoil de los festivales.1 A su propia escala, el jazzista francés Paul Jarret canceló su gira por India: “Cuanto más tiempo pasaba, más me preguntaba sobre la legitimidad de aumentar considerablemente nuestra huella de carbono para ir a presentar nuestra música al otro lado del mundo”, anunció en Facebook en setiembre de 2021. En la misma red, la vocalista Leïla Martial dirigía el grupo “Por una ecología de la música viva”, cuyo llamamiento, en junio de 2020, planteaba el siguiente dilema: “Según las prácticas actualmente aceptadas en una cultura globalizada, subir los escalones del éxito implica adentrarse más en una carrera que, a menudo, consume mucha energía [...]. En este contexto, limitar la propia movilidad para reducir el impacto ecológico significaría volverse profesionalmente invisible”. Pero este colectivo ha quedado por ahora en un segundo plano, ya que sus miembros están ocupados con sus actividades artísticas. Entre las múltiples iniciativas cabe mencionar la denominada Cadencia Rota, cuyos 1.000 firmantes, principalmente de la industria de la música clásica y lírica, se comprometen a reducir los transportes contaminantes y a desarrollar proyectos locales.
Límites
Lo anterior es cierto. Pero al margen de que este enfoque pueda llevar, si se sigue hasta sus últimas consecuencias, a cuestionar la presencia de músicos venidos de lejos para acompañar a un cantante, a favorecer los ensayos por Zoom o incluso a resolver hacer conciertos solamente por video y plataformas virtuales, no es seguro que todo el mundo tenga las mismas razones y los mismos recursos para comprometerse con ello. Entre el artista francés casual y la estrella del pop estadounidense, entre el íntimo café-concert y el estadio masivo, entre el pequeño y gran festival, o entre el sello independiente y la gran compañía discográfica, los intereses son dispares, incluso contradictorios. Del mismo modo, para muchos artistas, productores y técnicos precarizados por la crisis, la primera prioridad es trabajar; para un músico preocupado por rentabilizar una escasa gira, o para un local debilitado por la falta de interés del público, los mandatos ambientales no siempre son prioritarios.
Las tensiones, contradicciones y límites del proyecto se encuentran a menudo en el sector de los festivales, que suelen ser sospechados de greenwashing [ecoblanqueo]. We Love Green (“Amamos lo verde”, 80.000 espectadores en 2019, pero ampliado de dos a tres días en junio de 2022, en el bosque de Vincennes, en París) se jacta de utilizar en un 100 por ciento energías renovables, recuperar sus residuos, prohibir el plástico de un solo uso, utilizar materiales reciclados para su escenografía y favorecer el transporte limpio, al tiempo que invita al público a asistir a las conferencias de su think tank (usina de pensamiento) sobre el tema. Pero está subvencionado, tanto por instituciones públicas como por fondos privados: Crédit Mutuel, Back Market, Uber Green, Tinder, Levi’s, a los que se añaden los “grandes mecenas” Kering, Malakoff Humanis, entre otros.
Por otra parte, los grandes festivales, cancelados desde hace dos años, se han lanzado a una guerra de ofertas para 2022 (artistas internacionales, duplicación de la duración del evento) poco compatible con la responsabilidad ecológica que reivindican. “Es la esquizofrenia de los eventos que quieren reducir su impacto de carbono y, al mismo tiempo, mantener su atractivo y ampliar su capacidad para garantizar la continuidad de su actividad”, observa Jean Perrissin, jefe de desarrollo sustentable del festival Cabaret Vert (Cabaré Verde, en Charleville-Mézières) que reunió a 100.000 espectadores en 2019 y amplía de cuatro a cinco días su próxima edición en agosto. Pionero en Francia en este campo, Cabaret Vert no limita su acción a los vasos reutilizables, cuyo impacto (dos por ciento de los residuos en un festival de este tipo) es insignificante. Sus cervezas provienen del circuito corto y la mitad de la comida es vegana, pero el principal escollo es que la movilidad está sujeta a decisiones políticas globales (transporte público, ciclovías, combustibles verdes, etcétera).
Física y virtual
The Shift Project (Proyecto Cambio) es un grupo de reflexión cofundado por el [consultor y conferencista francés] Jean-Marc Jancovici, entre cuyos patrocinadores se encuentran SNCF [ferrocarriles franceses] y EDF [electricidad de Francia], así como grandes empresas como Bouygues, Vinci, Thalys, o Enedis. Su informe ¡Descarbonicemos la cultura!2 se centra en particular en los desplazamientos: 280.000 personas durante cuatro días en un festival como Les Vieilles Charrues [el mayor de Francia] emiten 13.000 toneladas de carbono, de las que un 62,5 por ciento es generado por el tres por ciento de los espectadores que acuden en avión. El reporte agrega otros datos similares, como que las estrellas suelen tener prohibido por contrato de exclusividad actuar en un radio de varios cientos de kilómetros alrededor de una misma fecha. También propone soluciones: de relocalización, ralentización, mutualización de las giras, pero también de reducción de los aforos, limitación de la masa de datos puestos en línea para la comunicación, etcétera.
El Centro Nacional de la Música (CNM) ha acogido a grupos de trabajo sobre gestión de giras, festivales, salas de concierto, producción y distribución de la música grabada, etcétera. En su conclusión, los miembros se declaran “desamparados ante la conciliación de mandatos que pueden parecer contradictorios: el de cambiar sus prácticas y el de lograr el desarrollo económico en un modelo competitivo globalizado”. Esta reflexión precedió a la Carta de Desarrollo Sustentable de los Festivales, presentada en diciembre de 2021 por el Ministerio de Cultura, que condiciona diez millones de euros de ayudas adicionales al cumplimiento de una decena de objetivos ecorresponsables, además del siempre misterioso “vivir mejor juntos” y de la deseable “remuneración justa de los artistas”.
Pero parece que es la explosión del streaming en la última década aquello que hay que regular cuanto antes.3 “Es la cuadratura del círculo”, sostuvo Cécile Bernier, directora del sello Budde Music France, durante el festival MaMA de octubre de 2021 en París: “El streaming parecía ser una solución ecológica al consumo excesivo en el mundo físico, pero resulta que también plantea un problema”. Según varios estudios, la industria discográfica ha devorado 58.000 toneladas de plástico en Estados Unidos en el pico de popularidad del vinilo, en 1977, pero solamente 8.000 toneladas en 2016. Y es más perjudicial en términos de huella de carbono escuchar un álbum durante cinco horas en una plataforma de streaming que en CD, proporción que se eleva a 17 horas en el caso del vinilo.4 De enero a noviembre de 2021, los streams en Spotify de Drivers Licence, un éxito de [la cantante y actriz californiana] Olivia Rodrigo, habrían emitido 4.180 toneladas de CO2 (en comparación, cada francés genera unas diez toneladas al año).
Las buenas intenciones están siempre a la vista. También las contradicciones, en un contexto en el que la creatividad está cada vez más sometida, desde los años 60, a la lógica del beneficio y de los métodos del mercadeo (el artista es un producto, el oyente un cliente). Un buen ejemplo es el caso de la multinacional Live Nation, líder del sector, que en abril de 2021 lanzó un programa para reducir el impacto medioambiental de sus giras, al tiempo que decía organizar 40.000 conciertos y unos 100 festivales cada temporada, con ambiciones hegemónicas.
Punto uy
Tras el anuncio de la gira de Coldplay en la prensa uruguaya el año pasado, y a pesar de que en algún momento se pensó que pudiera recalar en el estadio Centenario de Montevideo, los seguidores de esta orilla tuvieron que conformarse con planificar un cruce a la vecina Buenos Aires. Las agencias de viajes pusieron a la venta paquetes para los diez conciertos que la banda realizará en el estadio de River Plate en octubre y noviembre. Los más económicos se sitúan en el entorno de los 550 dólares e incluyen traslado a la capital argentina en ómnibus semicama, seguro médico y entrada a nivel de campo. Quienes disponen de algo más de presupuesto se encuentran con ofertas con transporte fluvial o aéreo, alojamiento en hoteles de diversas categorías y plateas preferenciales. La gira latinoamericana de esta banda británica comenzará el 17 de setiembre en Bogotá (Colombia) y continuará por Lima (Perú) y Santiago de Chile, para luego recalar en Buenos Aires.
Éric Delhaye, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
-
“Super-Low Carbon Live Music: a roadmap for the UK live music sector to play its part in tackling the climate crisis”, Tyndall Centre for Climate Change Research, junio de 2021. ↩
-
Ver David Irle, Anaïs Roesch y Samuel Valensi, Décarboner la culture, PUG-UGA Éditions, Grenoble, 2021. ↩
-
Según el estudio “Music Engagement 2021” de la IFPI (Federación Internacional de la Industria Fonográfica), las compras (CD, vinilo, DVD, descargas) representan el nueve por ciento del consumo mundial de música, frente al 23 por ciento del streaming por suscripción (Spotify, Apple Music, Deezer, etcétera) y al 22 por ciento del streaming de video (YouTube). ↩
-
Ver Matt Brennan y Kyle Devine, “The cost of music”, Popular Music, Cambridge University Press, febrero de 2020, y Ellen Peirson-Hagger y Katharine Swindells, “How environmentally damaging is music streaming?”, The New Statesman, Londres, 5-11- 2021. ↩