Desde el lado menos difundido de la herida que ha dividido Ucrania, el de las autoproclamadas “repúblicas populares” del Donbass, esta crónica refleja cómo las líneas del frente y la retaguardia se confunden en el sufrimiento de la población civil. Los símbolos se restauran antes que los servicios básicos y el miedo se mezcla con la identidad.
Ya hace varias horas que dejamos Moscú. Con un halo de luz naranja pálido que emana del alumbrado nocturno, la autopista parece una serpiente interminable. De repente, una sombra se dibuja a nuestra derecha: un convoy militar. La letra “Z” exhibida al costado y en la parte delantera de los camiones no deja ninguna duda sobre su destino. Es el mismo que el nuestro: el sur, la frontera ucraniana. Hizo falta un trayecto de más de 16 horas para alcanzar, a la madrugada, el puesto fronterizo ubicado en las proximidades de la ciudad de Uspenka. Dos veces tuvimos que presentar el pasaporte y responder preguntas. Las de los policías rusos en primer lugar, para salir del país, y luego las de las autoridades de la República Popular de Donetsk (RPD) para entrar en el territorio que controlan desde 2014. Bajo el cielo azul primaveral de finales de mayo, ahora estamos en el Donbass. Munidos con un salvoconducto expedido por Moscú, tras largas semanas de trámites, vamos a circular sin escolta oficial.
Desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el 24 de febrero de 2022, la guerra de posiciones que enfrentaba, desde sus trincheras, a Kiev con los separatistas se transformó en una ofensiva en todos los niveles. Casi sin cambios desde hace ocho años, la línea del frente se desplazó hacia el oeste ante el avance de las fuerzas rusas y prorrusas. Detrás, las dos repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk extienden su control sobre las regiones ucranianas epónimas. Al contrario que las regiones del sur de Ucrania ocupadas y administradas por Rusia, son las fuerzas separatistas quienes se encargan de la seguridad y de la gestión del territorio. En los puestos de control viales vemos la bandera tricolor negra, azul y roja de la RPD en los uniformes de los jóvenes que, apenas salidos de la adolescencia y metralleta en mano, escrutan a cada automovilista que se aproxima.
Mariupol desfigurada
Algunos kilómetros más y entramos en la ciudad de Mariupol, conquistada por el ejército ruso el 16 de mayo. Ciudad portuaria e industrial, fue el epicentro del conflicto de marzo a mayo. Por todas partes el paisaje traduce la intensidad de los combates que la deformaron: edificios destrozados, carcasas calcinadas, vidrios rotos, calles y avenidas abandonadas.
En la periferia de la ciudad se requisó un inmenso depósito como centro de aprovisionamiento de la “ayuda humanitaria” rusa tras los bombardeos. En el estacionamiento, y bajo un sol abrasador, cientos de personas se aglutinan en filas para recibir cajas con alimentos; en sus cartones está escrito, en ruso, el eslogan “no abandonamos a los nuestros”. En la fachada del hangar, los organizadores de la distribución extendieron el símbolo del partido presidencial Rusia Unida, una manera de recordarles a todos el nombre del benefactor extranjero que provee de agua y comida. “¡Destruyeron todo! ¡Y miren lo que tenemos que hacer ahora! ¡Hay gente que está acá desde hace horas, otros que se desmayan debido al calor!”, dice una mujer sublevándose y abandonando la multitud para dirigirse hacia nosotros. ¿Quiénes son los que destruyeron todo? “¡Todos ellos! ¡Son todos responsables, son temas suyos!”. ¿Prudencia al momento de tomar posición? “Las personas acá no están interesadas en la política”, quiere creer Viktor Grammatikov, “lo que les interesa es lo que tienen en el plato”. Nacido en 1941, este observador de la vida local creció y estudió en Mariupol antes de trabajar en una estación de radio de la ciudad. Como queriendo ilustrar su propio análisis sobre el sentir general, responde de manera evasiva cuando le preguntamos su opinión sobre el hecho de vivir, a partir de ahora, bajo el control de las autoridades separatistas: “Mariupol sigue siendo Mariupol”. El anciano tuvo que venir a refugiarse en casa de su hijo, lejos del centro, para escapar a la violencia de los enfrentamientos.
Señales y ruido
Algunos kilómetros al norte de Mariupol, la ciudad de Volnovakha también forma parte de los territorios anexados por la RPD. O de los “territorios liberados”, como los presentan las nuevas autoridades. En la fachada de la alcaldía, tres banderas reemplazaron a la de Ucrania: la de la RPD, la de la Federación Rusa y el “estandarte de la victoria”, ese emblema plantado en el palacio del Reichstadt en Berlín en 1945, convertido en símbolo de la Gran Guerra Patriótica en la Unión Soviética. Vestido con uniforme de camuflaje verde y caqui, Konstantin Zinchenko es el responsable a cargo de la ciudad. Proveniente de Manguch en el Donbass, fue enviado por las autoridades de Donetsk para asegurar la transición hasta la organización de las elecciones que podrían llevarse a cabo al mismo tiempo que un referéndum que quizás trate sobre la incorporación a Rusia1 (no se fijó ninguna fecha). “El 85 por ciento de la ciudad fue destruida, hoy en día nuestro trabajo consiste en volver a poner todo en orden, asegurar la distribución de agua, restablecer la electricidad”, nos explica. Según el responsable, la municipalidad puede también contar con la ayuda de 100 socorristas rusos enviados por el Ministerio de Situaciones de Emergencia para remover las minas y despejar los escombros. Podemos divisarlos por toda la ciudad vestidos con su uniforme azul y naranja. En la plaza central pusieron un camión equipado con una pantalla gigante en la cual se transmiten dibujos animados para niños. A algunos metros, un monumento de piedra homenajea a los muertos durante la Gran Guerra Patriótica. “Lo limpiamos ni bien llegamos e incluso prendimos la llama eterna”, explica Zinchenko mostrando la escultura al pie de la cual arde un fuego. Incluso antes del regreso del agua y de la luz, resucitan los símbolos.
Las calles del centro están animadas. En el medio de las ruinas circulan personas, en auto y a pie. “Había 22.000 habitantes antes del comienzo de los combates – afirma nuestro interlocutor– contra 11.000 hoy en día, pero poco a poco la gente vuelve”. Entre los ciudadanos que huyeron de los bombardeos, una parte, hostil a la instalación de un gobierno prorruso, no volverá, en particular algunos funcionarios públicos y representantes electos. “¿Qué importa? ¡Eran nazis! –zanja el nuevo administrador –. Se están llevando a cabo investigaciones para identificar, entre los que se quedaron, a aquellos y aquellas que eran cercanos a los nacionalistas ucranianos. Los servicios secretos de la República se encargan de ello”. Una caza de los “traidores” que se lleva a cabo cuando, del lado ucraniano, varios funcionarios públicos, particularmente miembros de los servicios de inteligencia (SBU), son objeto de procedimientos penales por colaborar con el enemigo ruso.
Entramos a la escuela nº 5, que salió indemne de los combates. “¿Van a deformar lo que les voy a decir?”, nos interpela de entrada Elena Anatolievno, directora adjunta del establecimiento. La joven mujer asegura haber tenido una mala experiencia de este tipo con periodistas franceses. “Quieren escuchar únicamente lo que les conviene, que estamos obligados a vivir acá, bajo la ocupación rusa, ¡pero es falso! Yo me quedé porque es mi tierra y me siento rusa, lo único que queremos es la paz”. En los pasillos casi desiertos no nos cruzamos más que con un puñado de adolescentes y algunos empleados que transportan cajas de ayuda alimentaria enviadas por una asociación de amistad ruso-armenia.
Regreso a Donetsk
Mientras en las calles de Donetsk retumba el incesante eco de los disparos de artillería, la vida urbana continúa, a pesar de los riesgos. Las personas esperan en las paradas de colectivos, los amigos se reúnen en las terrazas de los cafés y los niños juegan en los toboganes. Sin embargo, entrada la tarde, el espacio público se vacía, bastante antes del toque de queda de las once de la noche. Carteles recuerdan a los automovilistas y a los peatones las consignas a seguir en caso de bombardeo: “Llamar a emergencias”, “No tocar los artefactos explosivos”. A comienzos de la guerra, sólo algunos barrios periféricos eran blanco de los combates. Hoy en día no se perdona a ningún sector. Escuelas, mercados, oficinas, edificios residenciales llevan las cicatrices de tiros de artillería o de misiles. Alertados de bombardeos recientes por medio de foros locales en la aplicación Telegram, nos desplazamos al lugar de los impactos: dos cuerpos ensangrentados yacen en el piso de la escuela nº 22, otro en el patio de la escuela n.º 5. Están cubiertos por sábanas blancas, contrariamente al de una adolescente, recostada en el borde de un sendero de tierra a la sombra de los arbustos, en otro barrio de la ciudad. La jornada se llevó a una quinta víctima, según las autoridades.2 Estas anuncian cada día los heridos así como las destrucciones materiales. “La intensidad del conflicto es cíclica –expresa Dimitri Evgenievich, recogiendo pedazos de vidrio desperdigados por su departamento–. Pero Ucrania se convirtió en un Estado tóxico que es necesario desmilitarizar, el objetivo de la operación especial es imponerle la paz”. Esa misma mañana, una explosión a los pies de su edificio hizo saltar todas las ventanas del inmueble.
En las calles, los parabrisas de los autos y las remeras de los pasantes enarbolan la letra Z, la bandera de la Federación Rusa flota en los balcones. A pesar de este aparente entusiasmo, varios hombres nos comparten su temor de ir al frente. “Muchos chicos se esconden”, nos explica Natalia M, empleada en un establecimiento universitario, que desea permanecer anónima. Imposible saber cuántos soldados exactamente perdió la RPD. Según las cifras oficiales, cerca de 2.650 militares habrían muerto desde el comienzo de los combates de este año, una tasa de pérdidas importante con respecto a una población de cerca de 2,2 millones de habitantes (antes de la guerra).3 “Estamos cansados de esta guerra”, nos lanza una mujer detrás de la caja registradora del negocio en el que trabaja, en el centro de la ciudad de Donetsk. “¡Hace ocho años que sufrimos la guerra y yo también soy ucraniana! Que no se omita decir esto”.
Loïc Ramirez, periodista enviado especial. Traducción: Micaela Houston.
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Kommersant, Moscú, 5 de julio de 2022. ↩
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El día en cuestión es el 30 de mayo de 2022, habiendo sucedido nuestro reportaje del 28 de mayo al 9 de junio. Durante este período, el Ministerio de Situaciones de Emergencia de la República de Donetsk anunció la muerte de 37 civiles y varias decenas de heridos, oficialmente en razón de bombardeos ucranianos sobre el conjunto del territorio controlado por los separatistas. ↩
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Según el balance semanal de la representante de derechos humanos de la República Popular de Donetsk, www.ombudsman-dnr.ru, consultado el 15 de agosto de 2022; oficina de estadísticas de Estado de la DNR (Gosstat DNR), 2022, www.gosstat-dnr.ru. ↩