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Roman Abramovich (centro) durante firma de acuerdo sobre el transporte seguro de granos y alimentos desde los puertos de Ucrania, en Estambul, el 22 de julio.

Foto: Ozan Kose, AFP

Temporada de oligarcas

17 minutos de lectura
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La “operación especial” y la caza de las grandes fortunas rusas.

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Montañas de millones construidos sobre los escombros de la Unión Soviética forman el relieve del mapa de los oligarcas rusos. Se los supone cercanos al Kremlin, pero por otro lado Moscú considera que muchos son una “quinta columna”. Occidente, con sus mecanismos especializados en blanqueo, los recibe con similar (y opuesta) ambigüedad.

Si creemos en la lista publicada cada año por la revista estadounidense Forbes, Rusia cuenta por sí sola con 83 multimillonarios en dólares estadounidenses en 2022, en ligera disminución con respecto al año anterior, en el que su número se elevaba a 117. Así, en un año los oligarcas habrían perdido en promedio 27 por ciento de su fortuna.1 Las sanciones draconianas impuestas por los occidentales el 24 de febrero, tras la invasión rusa de Ucrania comienzan a producir sus efectos, los cuales se agregaron a las pérdidas ocasionadas por la guerra así como a la debilidad del rublo. Sin embargo, siempre según las estimaciones de Forbes, si bien 25 multimillonarios rusos fueron sancionados por Estados Unidos, Reino Unido o la Unión Europea, unos 50 no fueron molestados, al menos no todavía.

El 1º de marzo, durante su discurso del estado de la Unión, el presidente estadounidense Joseph Biden anunció la creación por parte del Departamento de Justicia de su país de un “grupo de trabajo especialmente encargado de las acciones judiciales contra los delitos de los oligarcas rusos”. Bajo los aplausos de los parlamentarios, lanzaba esta advertencia dirigida a los multimillonarios que apoyan al amo del Kremlin: “Nos asociamos a nuestros aliados europeos para encontrar y confiscar vuestros yates, vuestros departamentos de lujo, vuestros jets privados. Vamos a apuntar a vuestros bienes mal adquiridos”. Sin embargo, la implementación de las sanciones está sembrada de obstáculos, como muestra el caso de Roman Abramovich, propietario del club de fútbol Chelsea y, debido a ello, el oligarca más conocido del mundo. A este se le impusieron sanciones en la Unión Europea y en Reino Unido, pero no en Estados Unidos. En efecto, fue el mismo presidente ucraniano Volodimir Zelensky quien pidió que por el momento se lo exceptúe, dado su rol de mediador entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, Abramovich, que tiene las nacionalidades rusa, israelí y portuguesa, es muy consciente de que las cosas podrían cambiar de modo radical, como lo reflejan los movimientos de su flota de yates. Se le conocían cuatro. Las dos joyas de la corona, los súper yates Eclipse y My Solaris, pudieron atracar en el puerto de Marmaris, en Turquía, país cuyo presidente, Recep Tayyip Erdogan, a la vez que condena la invasión de Ucrania, rechaza sancionar a los patrones rusos. Otros dos barcos se encuentran frente a Antigua, en el Caribe. Un quinto barco, del que ignorábamos la existencia, habría sido vendido en condiciones misteriosas el día mismo de la invasión de Ucrania...2 Desde ya se mide la dificultad de identificar y a fortiori, de congelar o confiscar los bienes en un país en el que más de la mitad de la riqueza está en paraísos fiscales.3

Los nombres del caos

Los oligarcas rusos prosperaron sobre los escombros de la Unión Soviética y de modo más específico a partir de las privatizaciones de los años 1990, las cuales apuntaban a operar una transición rápida e irreversible hacia una economía de mercado y hacia la introducción de la propiedad privada. La “terapia de choque” inspirada por los asesores estadounidenses y el Fondo Monetario Internacional (FMI) había prometido resultados milagrosos.4 El entonces presidente ruso Boris Yeltsin, reconocido por su gloria como vencedor del comunismo, aseguraba que las privatizaciones producirían “millones de propietarios en vez de un puñado de millonarios”.5 En realidad, en una especie de marxismo a contracorriente, un pequeño número de iniciados, cercanos al poder, se habían apropiado de las riquezas del país mientras que la inmensa mayoría de la población sufría de un empobrecimiento masivo. Las desigualdades tomaban dimensiones grotescas: en tiempos de la Unión Soviética, la persona más rica lo era seis veces más que la más pobre; en 2000, esa proporción ganó varios ceros y pasó a 250.000.6

A pesar de la caída extrema de su popularidad, Yeltsin es reelecto en 1996 gracias al apoyo de los primeros oligarcas, con el hombre de negocios Boris Berezovski a la cabeza. Al año siguiente, cuatro multimillonarios rusos hacen su entrada en la lista de Forbes. Tras el crac de 1998 y el default de Moscú sobre las obligaciones soberanas, los oligarcas se convierten en los verdaderos padrinos de un Estado agotado. Según una lógica del todo orwelliana, el caos y el aumento de la criminalidad financiera son adornados con el lenguaje de la legalidad, de la reforma y del mercado. Como lo explica el profesor Stephen F Cohen, de la Universidad de Princeton, en una obra sobre el papel nefasto de los asesores estadounidenses ante las nuevas élites rusas (gobierno, usinas de pensamiento, académicos, etcétera), la corrupción del lenguaje terminó de confundir las cosas.7 La estafa que había permitido saquear las riquezas del país era calificada de “reforma”. El sistema mafioso era conocido bajo el nombre de “mercado”, la desmonetización de la economía y el retorno del trueque y de la economía informal constituían una política “monetarista”, las oficinas de blanqueo de divisas se convirtieron en “bancos” y los préstamos que estas acordaban al Estado con condiciones inicuas a cambio de activos públicos regalados eran rebautizados “privatizaciones”. Rusia era aplaudida en los medios de las finanzas internacionales como el “mercado emergente más eficaz”.

Las reglas de Putin

En 1999, Boris Yeltsin, enfermo, designa como su sucesor a Vladimir Putin, un exagente del Comité para la Seguridad del Estado [KGB, por sus siglas en ruso] poco conocido por el público. Al llegar al poder, en 2000, Putin se compromete públicamente a “acabar con la clase de los oligarcas”. A pesar de que uno de sus primeros decretos le acuerda la plena inmunidad a su predecesor así como a su familia, el nuevo presidente busca restablecer la autoridad del Estado y demostrar que tiene el poder. Moscú también retoma el control del sector energético, gas y petróleo, a la vez estratégico y simbólico. En todas las otras áreas, Putin reemplaza de modo progresivo a los oligarcas que manifiestan demasiada independencia, y coloca en su lugar a fieles a los cuales les impone un nuevo trato. Pueden continuar prosperando con la condición de respetar las nuevas reglas del juego: pagar sus impuestos y apoyar los proyectos de inversión de envergadura nacional (incluso los poco rentables) si el Kremlin se lo solicita. El acuerdo incluye, por supuesto, no inmiscuirse en la política y, sobre todo, no criticar al presidente.8 Los que no se pliegan eligen el camino del exilio, como Berezovski, quien muere en Gran Bretaña en 2013.

La prueba de fuerza emprendida por el presidente Putin en 2003 contra Mijaíl Jodorkovski, que en ese entonces era el hombre más rico del país, suena como una advertencia dirigida al conjunto de los oligarcas. El magnate del petróleo, que había adquirido mucho poder e independencia, era acusado de fraude fiscal, de blanqueo de divisas y de otros delitos. En un simulacro de juicio, transmitido por televisión, podíamos verlo sentado en una jaula, silencioso, mientras los fiscales esgrimían las acusaciones. Al cabo de este juicio-espectáculo, fue expropiado y condenado a diez años en una colonia penitenciaria. Tras haber purgado su pena, anunciaba su retirada de los negocios. Hoy en día vive en Londres pero es blanco de nuevas denuncias en su país, donde oficialmente se lo considera “agente del extranjero”.

En paralelo, Putin busca tranquilizar a los medios empresariales internacionales. Durante una estadía en Nueva York en 2003, afirma que Rusia comparte los valores de una “nación europea normal” y que la política de liberalización económica y de reducción de impuestos no se volverá a poner en duda. Sin embargo, el problema de la criminalidad económica sigue sin resolverse. En los papeles, las leyes son severas pero su aplicación sigue siendo selectiva y negociable. Los funcionarios públicos, pequeños o grandes, exigen su parte de la torta. Muchos son los que exhiben un estilo de vida que sugiere otras fuentes de ingresos más allá de sus salarios oficiales. En 2013, la Duma (el parlamento ruso) adopta una ley de amnistía general. Miles de empresarios condenados por blanqueo de divisas, fraude fiscal y otros delitos económicos son entonces liberados de prisión.

Filtraciones y complicidades

La publicación de los Offshore Leaks en abril de 2013 por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), con la colaboración de decenas de diarios, permitió comprender la resiliencia de las finanzas ilícitas en la economía mundial. Estas filtraciones revelaban los detalles de cerca de 130.000 cuentas en el mundo. Desde entonces, otras iniciativas llevaron a cabo un trabajo similar. Los Swiss Leaks (2015), los Panama Papers (2016), los FinCen Papers (2020), los Pandora Papers (2021) y muy recientemente los Suisse Secrets (2022) revelaban las diferentes facetas de unas finanzas en las sombras, que reposan sobre la evasión fiscal y permiten transferencias masivas de riqueza. Este sistema, constituido por instituciones financieras, estudios de abogados, sociedades pantalla, montajes financieros, testaferros e intermediarios de todo tipo, esconde el origen de los fondos y provoca confusión. Los cleptócratas del mundo pueden entonces saquear las riquezas de sus países con total impunidad. Sin sorpresas, los oligarcas rusos y los provenientes de otras repúblicas surgidas de la Unión Soviética (ver recuadro) figuran en un lugar importante de este universo.

Si nos focalizáramos únicamente en la fortuna de los oligarcas, dejaríamos de lado un engranaje esencial del sistema: las redes de complicidad y de facilitación que permiten estas transferencias de riqueza. Frank Vogl, un veterano de las organizaciones no gubernamentales de lucha contra la corrupción, consagró una obra al rol nefasto de los “facilitadores”, “esos ejércitos de asesores financieros y jurídicos, de agentes inmobiliarios y de vendedores de yates de lujo, de marchands de arte y de casas de subastas, de negociantes en diamantes y oro, de contadores y de gabinetes consultores, con sede en Londres y en Nueva York y en otros centros de negocios mundiales, que ayudan y alientan a los cleptócratas a disimular su botín a cambio de honorarios consecuentes”.9 La industria de la gestión de fortunas, que permite a los más afortunados “gastar millones para disimular sus miles de millones”, se desarrolló considerablemente con la aparición de los oligarcas surgidos de la ex Unión Soviética.10

En Ucrania también

La construcción de las fortunas de Kiev, del chocolate a la comedia

A fuerza de asociar el vocablo con Rusia, nos olvidamos de que las otras repúblicas surgidas de la ex Unión Soviética tienen sus propios oligarcas. Así es que encontramos en Georgia, Moldavia, Kazajistán, Azerbaiyán y, por supuesto, en Ucrania, multimillonarios que tienen en común con sus homólogos rusos un enriquecimiento tan repentino como sospechoso ocurrido tras las privatizaciones de los años 1990.

Al contrario de los oligarcas rusos, que desde el ascenso al poder de Vladimir Putin ya no podían inmiscuirse directamente en el juego político, los magnates ucranianos siempre estuvieron en el corazón del poder, sea por vía directa ocupando las más altas funciones, sea por medio de representantes electos incondicionales, sea mediante el control de los principales medios de comunicación. En 2014, tras la revolución “naranja” que terminó con una sangrienta represión y la muerte de un centenar de manifestantes y de una veintena de policías, un oligarca es quien aparece como el mejor ubicado para desmantelar un sistema corrompido hasta la médula. El magnate del chocolate, Petro Poroshenko, es triunfalmente electo presidente en la primera vuelta con 54,7 por ciento de los votos. El hombre, se cree, es lo suficientemente acaudalado como para no usar el poder como fuente de enriquecimiento personal.

Sin embargo, las malas costumbres perduran. Frente al agravamiento de la corrupción el país gira hacia el actor Volodymyr Zelensky, un completo novato que es electo con 73 por ciento de los votos contra únicamente 24 por ciento para el mandatario saliente. Si bien los partidarios del nuevo presidente, que prometió poner fin al reino de los oligarcas, lo consideran un posible salvador, sus detractores lo describen como una marioneta de uno de ellos, Ihor Kolomoiski.

En setiembre de 2021, la Rada, el parlamento ucraniano, adopta la ley “antioligarcas”. Dos meses después, el texto es firmado por el presidente. Define el estatus de oligarca sobre la base de cuatro criterios: la influencia sobre los medios masivos de comunicación; la posesión de una empresa en situación de monopolio; la participación en la vida política; y una fortuna que supere los 89 millones de dólares. Los individuos que cumplan con esos criterios serán obligados a declarar de forma pública todos sus bienes y sufrirán la prohibición de financiar partidos políticos, de encontrarse en privado con altos funcionarios y de participar en privatizaciones.

La publicación, el 21 de diciembre de 2021, de los Pandora Papers por parte del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) ensombrece el panorama. Allí se descubre que 38 políticos ucranianos tienen cuentas en paraísos fiscales: un récord. Las filtraciones también revelaron que Zelensky y sus socios en la industria del entretenimiento (en particular Serhiy Shefir, un aparcero de larga data, hoy en día asesor del presidente) tenían sociedades con sede en las Islas Vírgenes británicas, Chipre y Belice. Una de ellas estaba implicada en la compra de propiedades en el centro de Londres. Un portavoz del presidente reexplicó con rapidez que esta red offshore había sido establecida en 2012 para “proteger” los ingresos generados por Zelensky y sus socios en la industria del entretenimiento amenazados por el entonces gobierno prorruso de Viktor Yanukovich.

Traducción: Micaela Houston.

Del otro lado

En su libro Cleptocracia estadounidense, el periodista de investigación Casey Michel nos recuerda que Estados Unidos posee sus propios paraísos fiscales en estados como Delaware (del que Biden fue durante mucho tiempo senador), donde están domiciliadas más de la mitad de las empresas que cotizan en la bolsa. Las leyes del país, a pesar de su aparente severidad, están sembradas de escapatorias introducidas por los lobistas, como aquellas representadas por los agentes inmobiliarios. Así es que, cuando adquieren departamentos de lujo en ciudades como Nueva York o Miami, los oligarcas rusos, u otros, lo hacen mediante “trusts” que les permiten, a pesar de los repetidos compromisos del gobierno en materia de transparencia, disimular su identidad.11

Desde que en 1994 el gobierno conservador de John Major introdujo las “visas en oro” que ofrecen a los extranjeros, a cambio de una inversión de más de un millón de libras, un permiso de residencia, primera etapa hacia la obtención de la nacionalidad británica (una ley derogada el 17 de febrero), Londres, segura y poco minuciosa en cuanto al origen de los fondos que irrigan su economía, se convirtió en la capital predilecta de los oligarcas. Como en Hollywood, los curiosos pueden ahora hacer tours guiados de los barrios de Knightsbridge y Mayfair, conocidos con el nombre de “Londongrad” y ver con sus propios ojos las suntuosas residencias de los oligarcas y los cleptócratas del mundo entero.

En su última obra, el periodista Oliver Bullough, que además dirige uno de esos “clepto-tours”, explica cómo el declive del Imperio Británico, irremediable desde la crisis de Suez en 1956, progresivamente redujo el rol de Londres al de centro de las finanzas internacionales y luego al de “mayordomo del mundo”, como una medida para proveer con discreción y eficacia una gama inigualable de servicios.12 Más allá de áreas como las finanzas o el derecho, las cuales facilitan el blanqueo de divisas de origen dudoso, otros servicios, como la provisión de guardaespaldas, jardineros, empleados domésticos y niñeras, les aseguran a los cleptócratas la opulencia a la que aspiran. Otros “facilitadores” prometen, a cambio de plata constante y sonante, introducir a los recién llegados en el seno del establishment. Se trata entonces, para los oligarcas, de “blanquear su reputación” financiando organizaciones caritativas y filantrópicas, universidades y museos, y mostrándose generosos con la clase política para integrarse mejor.

Según Bullough, el gobierno británico, en un impulso de candidez interesado, preveía que ante el contacto con el mundo de negocios inglés, “las grandes empresas rusas aprenderían los principios de la buena gobernanza, de la transparencia y de la ética”.

La buena reputación

La existencia de leyes sobre difamación favorables constituyó, sin dudas, una de las atracciones de Reino Unido. Los magnates rusos, al mismo tiempo que aprendían a retocar su reputación, descubrían la facilidad con la que podían desalentar a los periodistas demasiado curiosos. Dos líneas rojas –el origen de su fortuna y sus relaciones con Putin– muy raras veces fueron cruzadas. Así es que su escandaloso pasado pudo permanecer durante mucho tiempo escondido.

La llegada de los multimillonarios rusos a Reino Unido fue un golpe de suerte para los abogados especializados en los temas de medios de comunicación y difamación. Una de las figuras emblemáticas de este pequeño mundo es Nigel Tait, asociado en el estudio Carter-Ruck, quien representó a Rosneft en las denuncias interpuestas en 2021 contra Catherine Belton, una periodista de investigación británica autora de la obra Los hombres de Putin: cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente (Península, 2022). Su sitio de internet marca el tono: “Impidió la publicación de numerosos artículos sobre clientes, a menudo por medio de un simple llamado telefónico o de una carta”.13 En fin, se necesita poco para enfriar el ahínco de los periodistas que investigan los lazos entre algunos oligarcas y el Kremlin.

“Operación especial” por medio

Tras la invasión de Ucrania, Bob Sealy, un diputado laborista, parecía haber descubierto la luna: “¿Cómo permitimos que esto suceda? Una prensa libre debería intimidar a los cleptócratas y a los delincuentes. ¿Por qué llegamos a tener en nuestra sociedad, una sociedad libre, cleptócratas, delincuentes y oligarcas intimidando a un medio de comunicación libre?”.

La anexión de Crimea en 2014, seguida de las primeras sanciones contra Rusia, contribuyó a sacar a la luz estas conexiones. Tras la elección de Donald Trump a la Casa Blanca, el tema de las injerencias rusas en las democracias occidentales se vuelve omnipresente. Lo que se cuestiona entonces es, en menor medida, el origen dudoso de la fortuna de los oligarcas que su supuesta cercanía al Kremlin. El 20 de julio de 2020, la Comisión Parlamentaria británica encargada de seguridad e inteligencia publica un informe detallado sobre Rusia. Allí se puede leer: “La influencia rusa en Reino Unido constituye ‘la nueva norma’. Muchos rusos que tienen lazos estrechos con Putin están bien integrados en la escena comercial y social británica y son aceptados por el hecho de su riqueza. Ahora se trata de limitar los daños”.14

Sin embargo, visto desde Moscú, los oligarcas siempre fueron sospechados de poder dar un vuelco hacia el oeste, de traicionar. Y la guerra en Ucrania llevó esta sospecha a su paroxismo. El 16 de marzo, el presidente ruso acusaba “a aquellos que tienen una residencia en Miami o en la Riviera francesa, a quienes no les puede faltar el fois gras ni las ostras”, de contar en sus filas con una “quinta columna”. “Por su esencia, por su mentalidad, estas personas se ubican allá, y no con su pueblo, no con Rusia. Para ellos, es el signo de su pertenencia a una casta superior. Están dispuestos a vender a su madre con tal de tener el derecho de sentarse en el vestíbulo de esa casta. Quieren parecerse a ellos, [...] pero no comprenden que esta casta superior los usa como a un pañuelo descartable con el fin de infligir un daño máximo a nuestro país”.

Las sanciones a menudo se presentan como una manera de causar daño “al entorno de Putin” para desviar su accionar. Sin embargo, a la inversa de lo que sucede en los países occidentales a través de lobbies o en los estados débiles del sur, la influencia de las grandes fortunas sobre las decisiones gubernamentales sigue siendo marginal en Rusia. Y Occidente elige sus blancos en función de criterios variables. Por ejemplo, Oleg Tinkov, “self made man” fundador del primer banco en línea del país, nunca se mostró con el presidente; denunció la guerra en Ucrania en las redes sociales. Sin embargo, figura en la lista de sancionados del Tesoro británico. Demasiado ruso para Londres, fue marginado por Moscú. Ante la amenaza de una nacionalización de su banco, le vendió sus acciones “por algunos kopecks [centavos]” al magnate de los metales Vladimir Potanin.

Clasificado por Forbes como el hombre más rico de Rusia, la cercanía de Potanin respecto del poder es manifiesta. Juega al hockey sobre hielo con el presidente; también consintió a importantes inversiones en el entorno de un proyecto que significaba mucho para Putin, los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi en 2014. Pero controla una empresa que representa 40 por ciento de la producción mundial de paladio, crucial para la fabricación de semiconductores. Su lugar estratégico en el comercio internacional explica la moderación de Washington, Londres o Bruselas. Una clemencia que Potanin es consciente de que es provisoria. Organiza la repatriación de sus inversiones a Rusia, en cooperación con el Kremlin; la Société Générale, que se retira del mercado ruso, debería cederle su participación en la Sberbank.

Como un Lord

Los tiempos imponen elegir su bando. Algunas semanas después de la publicación del informe de la Comisión Parlamentaria británica de julio de 2020, que se preocupaba por la “infiltración rusa”, nos enterábamos de que el riquísimo Evgeny Lebedev iba a hacer su entrada en la Cámara de los Lores, por propuesta del primer ministro Boris Johnson... Su padre, el banquero y exagente del KGB Alexander Lebedev, ya había redoblado sus esfuerzos para integrarse en la buena sociedad londinense; una estrategia poco fructífera, reemplazada de forma progresiva por un nuevo caballo de batalla: el cuestionamiento de oligarcas que rompieron su marginación y repatriaron miles de millones de dólares con la complicidad de intermediarios occidentales. ¿Este cambio de rumbo le vale a su hijo Evgeny ser calificado hoy de “riesgo para la seguridad nacional” por el comité de nominaciones de la augusta institución británica? Este propietario de un conglomerado de prensa que incluye The Independent y el muy conservador Evening Standard tiene, sin embargo, en su haber el haber apoyado durante largo tiempo a Boris Johnson. El ex primer ministro se mantuvo entonces firme. El 19 de noviembre de 2020, Evgeny hizo su entrada en la Cámara de los Lores. Su nuevo título: Lord Baron Lebedev of Hampton and Siberia.

La carta emiratí

Negocios de armas, parking de jets y blanqueo de capitales

Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se opusieron al principio de las sanciones contra Rusia (bajo pretexto de que “alinearse y tomar partido no hará más que llevar a mayor violencia”), sin por ello volver a poner en entredicho las buenas relaciones que mantienen con Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido. El 25 de febrero, durante la votación en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de un proyecto de resolución que exigía la “retirada inmediata” de las tropas rusas que habían invadido Ucrania la víspera, se abstuvieron, al igual que China e India. Hicieron lo mismo durante la votación en la Asamblea General que buscaba suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

La federación de siete emiratos dominados por Abu Dabi puede permitirse tal autonomía, en esta área como en tantas otras, así como la guerra contra Yemen, la violación de los derechos humanos o el rechazo, decidido en conjunto con Arabia Saudita y Rusia, de aumentar la producción de petróleo para bajar sus precios. La petromonarquía, que cuenta tan sólo con diez millones de habitantes, de los cuales apenas diez por ciento son “nacionales”, y que a menudo es llamada la “nueva Esparta”, es, en efecto, cortejada desde todas partes. Durante su primer mandato, el presidente francés Emmanuel Macron ya había hecho de EAU, que además acoge una de las principales bases militares francesas en el extranjero, el pilar de su accionar en el mundo árabe-musulmán. En diciembre de 2021, durante un encuentro con Mohamed bin Zayed al Nahayan (“MBZ”), entonces príncipe heredero de Abu Dabi y a partir de eso presidente de la federación, Macron había firmado dos grandes contratos: uno de ellos, concluido tras 13 años de ásperas negociaciones, por 80 aviones de combate Dassault Rafale, por un valor de 16 mil millones de euros, el otro por 12 helicópteros Caracal (Airbus) por un monto de 800 millones de euros.

Tras el deceso, el 13 de mayo, de Jalifa bin Zayed al Nahayan, el presidente de la federación (quien ya estaba retirado de la escena política por un accidente cerebral ocurrido en 2014) y de la elección por el Consejo Supremo Federal, órgano que reúne a los monarcas de siete emiratos, del príncipe heredero como nuevo mandatario, Macron fue el primero de los dignatarios occidentales en hacerle una visita a MBZ para presentarle sus condolencias y felicitarlo.

Desde el comienzo de la crisis ucraniana el reflejo de muchos oligarcas fue ir a Dubái, capital comercial y turística y vitrina de EAU. Muchos ya eran habitués desde hace varios años. El flujo de ciudadanos rusos estimuló la demanda de residencias y departamentos de lujo. Los más previsores pudieron organizar allí un discreto refugio. Sin embargo, el impacto acumulado de las sanciones internacionales, de las dificultades económicas y de las restricciones bancarias complica las cosas. El caso de los aviones particulares que pudieron refugiarse allí lo ejemplifica. Decenas de jets privados pertenecientes a rusos están estacionados en una terminal, pero no están en condiciones de pagar los gastos del seguro o del mantenimiento a empresas británicas, estadounidenses o europeas, y debido a esto se encuentran inmovilizados*.

Para empeorar las cosas, en marzo, el GAFI (Grupo de Acción Financiera Internacional), el órgano global de lucha contra el reciclaje de divisas provenientes de actividades ilícitas, puso a EAU en su “lista gris”, al mismo título que Siria, Yemen, Sudán del Sur o Malí, lo cual implica que los flujos financieros de ese país serán objeto de una vigilancia reforzada por parte de las autoridades encargadas de la lucha contra el blanqueo.

(*) Rory Jones, “Russian oligarchs’ private jets find refuge in Dubai but can’t leave”, The Wall Street Journal, 9-4-2022.

Traducción: Micaela Houston.

Ibrahim Warde, profesor asociado de la Fletcher School of Law and Diplomacy, Tufts University (Estados Unidos). Traducción: Micaela Houston.


  1. “Here’s how big a hit Russia’s billionaires have taken in the past year”, David Dawkins. Forbes, 5-4-2022. 

  2. “Abramovich-linked yacht in Netherlands changed hands on day of Ukraine invasion”, The Guardian, 8-4-2022. 

  3. Gabriel Zucman, La richesse cachée des nations: Enquête sur les paradis fiscaux, Éditions du Seuil, París, 2010. 

  4. “Les faiseurs de révolution libérale”, Le Monde diplomatique, mayo de 1992. 

  5. Mark Hollingsworth y Stewart Lansley, Londongrad: From Russia with Cash; The Inside Story of the Oligarchs, Fourth Estate Ltd., Londres, 2010. 

  6. Bill Browder, Red Notice: A true story of high finance, murder, and one’s man fight for justice, Simon and Schuster, Nueva York, 2015. 

  7. Stephen F Cohen, Failed Crusade: America and the Tragedy of Post-Communist Russia, WW Norton & Company, Nueva York, 2001. Ver también David Mc Clintick, “How Harvard lost Russia”, Institutional Investor, 13-1-2006. 

  8. Catherine Belton, Putin’s People: How the KGB Took Back Russia and Then Took on the West, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2020. 

  9. Frank Vogl, The Enablers: How the West Supports Kleptocrats and Corruption—Endangering Our Democracy, Rowman and Littlefield, Londres, 2022. 

  10. Chuck Collins, The Wealth Hoarders: How Billionaires Pay Millions to Hide Trillions, Polity, Cambridge, 2021. 

  11. Casey Michel, American Oligarchs: How the US created with world’s greatest money laundering scheme in history, St. Martin’s Press, Nueva York, 2022. 

  12. Oliver Bullough, Butler to the World: How Britain Became the Servant of Tycoons, Tax Dodgers, Kleptocrats and Criminals, Profile, Londres, 2022. 

  13. www.carter-ruck.com 

  14. Se puede consultar en https://isc.independent.gov.uk 

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