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Leonilda González, Novias revolucionarias I, 1968, xilografía, 56 x 62 cm.

El dilema permanente

18 minutos de lectura
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La izquierda y los medios de comunicación.

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¿Ir o no ir a los grandes medios de comunicación? Todos aquellos que desean cambiar el mundo debieron afrontar este dilema alguna vez. Por un lado, la necesidad de difundir las luchas, el éxtasis de la visibilidad. Del otro, la sumisión a las normas periodísticas y los engranajes de la política-espectáculo.

Hablar para los medios implica, en primer lugar, validar la idea de que las grandes empresas de comunicación distribuyen la palabra en la sociedad: les correspondería entonces a los periodistas masificar ciertas movilizaciones, ignorar otras, seleccionar a los portavoces. Para un movimiento naciente, el desafío es vital, ya que se trata de atravesar el techo de cristal del debate público. No obstante, la prensa presta atención, de manera prioritaria, a las organizaciones que reproducen las formas del espectáculo mediático: parecer joven, festivo, breve, simbólico, polarizador; poner en escena acciones donde lo chocante de las imágenes compensa la relativa escasez del número –desfilar desnudo, disfrazarse de payaso, rociar con sopa el vidrio protector de un cuadro–. Irónicos, disparatados, llenos de ingenio, los eslóganes que acompañan a esas “performances políticas” suenan como una publicidad o un titular de prensa, a la inversa de las consignas “reivindicativas”, consideradas aburridas por los periodistas.

A veces este registro de intervención produce sus frutos: la asociación ActUp obtuvo notables resultados en los años 1990. Más cerca en el tiempo, los golpes de efecto de los militantes ecologistas intensificaron el eco de la lucha contra el cambio climático. Pero no todas las controversias disponen de los medios para semejante puesta en escena. Las formas de acciones “disparatadas” provienen, en general, de capas sociales urbanas y profesionales, o de empleados procedentes de las clases medias. En 2004, los investigadores enojados se beneficiaron del apoyo espontáneo de la prensa parisina, a tal punto que el diario Le Monde les dedicó su portada en seis ocasiones entre el 3 y el 11 de marzo. Dos meses más tarde, cuando el personal de Electricidad de Francia (EDF) en huelga ocasionó cortes de electricidad, un dibujo de Plantu en la portada del mismo diario lo comparó con los torturadores estadounidenses de la prisión de Abu Ghraib en Irak (9 de junio de 2004). Sin embargo, en ambos casos se trataba de preservar un servicio público.

Entonces, si esperan alcanzar resonancia mediática, los empleados ordinarios de las empresas comunes deben hacer cosas extraordinarias: amenazar con hacer añicos su fábrica, como los obreros de Cellatex en Givet en las Ardenas en julio de 2000 y los de GM&S en la Creuse en 2017; retener a los dirigentes de empresa, destrozar la subprefectura... O tomar por asalto los Champs-Élysées, al igual que los Chalecos Amarillos en 2018. Los riesgos asumidos por unos y otros difieren: los investigadores que protestaban en bata blanca acostados en la calle se exponían a una laringitis; cerca de 2.300 Chalecos Amarillos fueron condenados, 400 encarcelados, algunos mutilados de por vida.

Esta atención selectiva de los medios de comunicación puede transformar la conducta de los movimientos: se elegirán con más facilidad acciones con rendimiento mediático inmediato, sin siempre preguntarse si la presencia de las cámaras en efecto permite alcanzar los objetivos políticos de largo plazo. Ahora bien, el triunfo en los titulares de los noticieros televisivos se obtiene más fácilmente que una capitulación del empresariado o del gobierno. Cuando la presencia en la prensa se torna un fin en sí mismo, la estrategia de la organización se marchita en una sucesión de golpes a medida para atraer a los periodistas. Estos últimos, leíamos en Kit de guerrilla. Nueva guía militante (La Découverte, 2008), “son personas apuradas. Hay que masticarles el trabajo”. “Mientras más casilleros pueda tildar en la lista siguiente, más chances tendrá su acción de aparecer en los medios de comunicación”. ¿Los “casilleros”? Novedad, dramatización, conflictividad, perturbación, VIP, simbólico, insólito, escándalo, polémica, etcétera.

Excitación, banalización, desaparición

No conforme con desviar la orientación de un movimiento, la estrategia mediática puede también modificar su reclutamiento. Al evocar su experiencia de los años 1960 con el movimiento estadounidense de los Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS), el sociólogo Todd Gitlin subrayó que la organización “se puso a organizar eventos simbólicos para atraer de forma deliberada la atención mediática. Resultado: los nuevos miembros del SDS adhirieron a ellos buscando allí la imagen que habían visto en la televisión. Fumaban marihuana, no habían leído mucho y venían para romper”1. Sesenta años más tarde, una “encuesta exclusiva” de Bernard de la Villardière dedicada a la lucha contra la construcción del aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes (canal M6, 29 de marzo de 2015) ofrecerá un lejano eco de las reflexiones de Gitlin. Titulado “Ecologistas, extremistas o marginales: ¿quiénes son esos ‘zadistas’ [por Zona a Defender] que desafían al Estado?”, el reportaje pone en escena, con amabilidad, a personas azoradas, a un hombre que se jacta de beber gasolina, a otro que agita una pequeña hacha...

El funcionamiento de un mundo periodístico obsesionado con la novedad plantea a los partidarios de la carrera por los medios de comunicación una pregunta de difícil solución: ¿cómo sostener el ritmo más allá de algunos meses? La prensa privilegia las movilizaciones que considera “innovadoras”: desde los movimientos feministas en los años 1970 hasta los militantes ecologistas que actúan en los museos, cada nueva movilización, con sus métodos y sus herramientas, puede atraer los fuegos mediáticos, pero banalizarse igual de rápido. En 2011, la celebración de la militancia en Twitter y Facebook a veces daba la sensación de que las revueltas árabes se desarrollaban en internet más que en las calles; 12 años más tarde, el uso militante de las redes sociales pertenece al repertorio clásico.

“Sin papeles” en 1996, desempleados en 1997-1998, Jeudi Noir [Jueves Negro], L’Appel et La Pioche [El Llamamiento y El Pico], Génération Précaire [Generación Precaria], Enfants de Don Quichotte [Los Hijos de Don Quijote], Osez le Féminisme [Atrévanse al Feminismo], opositores a las “grandes obras de construcción inútiles” durante las décadas de 2000 y 2010... decenas de colectivos que organizaban acciones espectaculares al servicio de causas progresistas fueron adorados, luego ignorados, y finalmente enterrados por los medios de comunicación. “Cuando una redacción nos llama por teléfono –observa un responsable de la asociación Agir Ensemble contre le Chômage (AC!) [Actuar Juntos contra el Desempleo], pasada de moda a principios de los años 2000–, no es para preguntarnos nuestra opinión sobre el fondo de la cuestión, sino para que les encontremos desempleados representativos: ‘Buscamos una persona que perciba el ingreso mínimo de inserción entre tal y tal edad’. Es un casting social. Lo que hacemos no les interesa”. Maurad Rabhi, delegado de la Confédération Général du Travail [Confederación General del Trabajo, CGT] durante el conflicto de Cellatex en el año 2000, manifestó en el mismo sentido: “Durante el conflicto, brillás, estás en el primer plano de la escena, encarnás una causa. Y después, nada. Cuando los proyectores se apagan, quedás nuevamente en las sombras, en la soledad, el aislamiento”.2

El riesgo de la carrera por la audiencia surge aquí con una violenta evidencia: si la visibilidad de una organización depende ante todo del eco que le conceden los grandes medios de información, estos últimos detentan también el poder de volverla invisible. Tras la visita de Olivier Besancenot, en ese entonces figura ascendente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR, ancestro del Nuevo Partido Anticapitalista [NPA]), al programa Grosses Têtes [Grandes cabezas] de Philippe Bouvard, el fundador de la organización, Alain Krivine, explicaba: “Aun si a Olivier no le gusta, más vale no rechazar esos programas, si no, desapareceremos”. Ir a Grosses Têtes a bromear o desaparecer: hubo alternativas más estimulantes... “Pasamos de moda –admitía, en diciembre de 2007, el subcomandante Marcos, extrayendo el balance de trece años de insurrección en Chiapas, México–. Si tuviera que hacerlo de nuevo, no cambiaría nada, salvo, tal vez, estar menos presente en la escena mediática”.3

Porque no alcanza con captar la atención de los medios de comunicación. Para conservar su indulgencia está prohibido atravesar las “líneas amarillas” previamente definidas por los periodistas. Más allá, consideran estos, la “opinión pública” abandonaría el movimiento: piquetes de huelga, interrupción de los exámenes, anulación de festival, bloqueo de las autopistas, ocupación de edificios, etcétera. Ni bien una de esas prohibiciones es infringida, los periodistas se tornan contra los que protestan y los califican de extremistas, de tomadores de rehenes, de populistas, de sepultureros de la economía. El tratamiento mediático girará desde entonces en torno a una pregunta, planteada por ejemplo a los opositores al G8 de Génova en 2001, al delegado de la CGT de Continental en Clairoix el 21 de abril de 2009, a los zadistas, a los Chalecos Amarillos, a los opositores a los mega reservorios el 31 de octubre pasado: “¿Usted condena la violencia?”.

Pero ningún movimiento social, o casi ninguno, hubiera tenido éxito, aun en un marco democrático, si no hubiera cuestionado en algún momento la legitimidad de la legalidad. Ni la lucha sindical, ni el movimiento de los afroamericanos estadounidenses, ni la lucha por la legalización del aborto, ni las asociaciones LGBT por la igualdad de los derechos. Este hecho deja indiferentes a los principales periodistas con una cultura histórica a menudo inexistente. El orden social les parece natural. Los dispositivos audiovisuales o las páginas de debate de los grandes diarios no son concebidos para ofrecer a los disidentes la posibilidad de exponer sus razones para cambiar el mundo: apuntan a producir a veces un “debate” arbitrado por los periodistas, otras veces pequeñas frases que nutren a los canales de información en continuado o, aun mejor, los enfrentamientos que tanto le gustan a Twitter.

Desde el comienzo de los años 1960, la cuestión de la relación con los medios de comunicación interesó a una multitud de movimientos, a menudo fuera de Francia, sin que la memoria militante sobre este tema se transmita4. Respecto de la lucha de los negros por los derechos civiles en Estados Unidos, una persona cercana a Martin Luther King había explicado: “Hubiera sido desastroso para nosotros contar primero con una forma de comunicación masiva controlada por grandes empresas de prensa para diseminar y legitimar nuestro mensaje. Hubiéramos estado a su merced y son ellas, en definitiva, las que hubieran determinado nuestra agenda”5. Voluntario o no, el olvido de esta reflexión crítica ofrece a algunas individualidades la oportunidad de sentir primero el éxtasis de la notoriedad mediática, y luego su contragolpe.

Leonilda González, Novia revolucionaria XI, 1969, xilografía sobre papel, 75 x 32 cm.

Así como seleccionan los movimientos contestatarios, los periodistas eligen los portavoces más acordes a sus estereotipos y los más prestos a someterse a sus exigencias profesionales. Elocución fácil, capacidad para cincelar pequeñas frases, carácter lo suficientemente firme como para montar un personaje enseguida identificable: el obrero será eruptivo, emotivo, desesperado; el antiglobalización se parecerá a un docente y expresará con rapidez, con un aspecto agobiado, los últimos datos sobre las desigualdades; la feminista dará un sermón con un aspecto enojado; el defensor regional tendrá bigotes; el hacker vestirá un buzo con capucha y una careta de Guy Fawks. El identikit del militante climático todavía está en construcción, pero sus palabras deberán llamar la atención sobre el futuro de los niños.

Así categorizados en clichés, estos intervinientes aprendieron a respetar las “presiones” de los periodistas. Ex portavoz de La France Insoumise [La Francia Insumisa, LFI], Raquel Garrido extrajo de su propia experiencia un relato detallado: “Cuando te llaman a las 18 horas para que vayas a las 22, 23 o a medianoche, por supuesto hay que decir que sí. Y cuando un periodista te llama a medianoche para grabar una pequeña entrevista que será difundida por la radio a partir de las 5 de la mañana, hay que estar disponible y dejar todo”. A veces el resultado dejó perpleja a la misma Garrido. “¿Cuántas veces tuve la misma conversación con un transeúnte en la calle?” [que la felicitaba por una intervención televisada]:

“—Es muy amable, gracias. ¿Y qué es lo que le gustó de mi intervención?

—Bueno... ya no me acuerdo... Debo decir que estaba haciendo otra cosa al mismo tiempo.

—¿No se acuerda de ninguno de mis argumentos?

—No realmente... ¡pero de todas formas estuvo genial!”.6

Responder y dejar todo ante las demandas mediáticas obliga a reaccionar antes de haber deliberado de forma colectiva acerca de la posición a tomar o de las condiciones requeridas para participar en un programa. En efecto, los tiempos de la prensa difieren de los de la organización democrática: cuando un periodista llama desde su celular a un portavoz sindical para conocer su reacción ante un acontecimiento, el sindicato pocas veces tiene tiempo de reunirse y de adoptar una línea en común. No obstante, si el representante rechaza con el fin de no hacer asumir a su organización las palabras que probablemente tendrá que improvisar al aire, sabe que el periodista va a contactar al sindicato competidor [en Francia hay más de una central sindical] o a un individuo menos disciplinado que él. Tan pronto como la mayor parte de los miembros de un colectivo disponen de una cuenta de Twitter donde se mezclan la promoción personal y los comentarios (más o menos informados) de la actualidad del momento, una fuerza centrífuga desestabiliza a su institución.

“Ángulo amplio, público masivo”

Si bien las organizaciones contestatarias trabajan en equipo para lograr sus objetivos, el periodismo político personaliza las luchas colectivas para contar sus historias. Ya sea que se trate de retratos en la última página de Libération, del programa de M6 Une ambition intime [Una ambición íntima], o de la puesta en escena de la vida personal que acompaña a las entrevistas conducidas por Léa Salamé en France Inter, a los intervinientes se les pide que revelen una parte de su vida en familia, de sus gustos, de sus aventuras personales, con mayor frecuencia de lo que se les pide que detallen los objetivos, las luchas y el pensamiento de los movimientos que representan.

En 2001, el portavoz de la Confederación Campesina, José Bové, aceptó participar en el programa de Michel Drucker Vivement Dimanche [Que llegue el Domingo]. Tras esto muchas personalidades de la izquierda radical expusieron su vida en la prensa de revista o en el estudio de los programas intimistas, prestándose a veces a puestas en escena montadas7. Esta elección irritó a muchos militantes. Hace 20 años, uno de ellos interpelaba a Besancenot en las columnas de su semanario en común: “¿Qué vas a hacer en los programas de tele más o menos tontos?”. Un dirigente del partido no tardó en responder: “Siempre tenemos que pensar en el ángulo amplio, en el público masivo. [...] No hay que tener miedo a lo masivo y sobre todo no hay que tener una actitud despectiva respecto de toda una serie de programas populares”.8

Esta línea, de nuevo defendida durante el “caso Hanouna”, en esta oportunidad por LFI, postula que la despolitización de los medios populares sería tan pronunciada que impondría a los responsables políticos pasar por programas de variedades para establecer contacto con los grupos sociales que esperan movilizar. No obstante, aceptar tal postulado conduce a olvidar que el funcionamiento de esos programas descansa sobre la despolitización de las cuestiones que están en juego y su reformulación bajo la forma de polémicas interpersonales. Así, el cuestionamiento de Bolloré por parte de un diputado anticapitalista fue recodificado con rapidez por los medios de comunicación como un “enfrentamiento Boyard-Hanouna”.

Esta focalización sobre el individuo margina las causas comunes. Luc Le Vaillant, que dirige desde hace más de veinte años la sección “Retratos” de Libération, expuso uno de los principios del ejercicio: uno “se concentra sobre lo que las personas son, no sobre lo que hacen” (Libération, 13 de noviembre de 2015). El retrato privilegia la psicología individual a costa de los intereses colectivos; las fuerzas sociales se borran a medida que se evidencian las distinciones individuales. La imagen de un hombre solo frente a una columna de tanques resumió de ahí en más la revuelta de la plaza Tiananmen, en 1989, al punto de haber casi borrado a la considerable multitud entonces movilizada. Bajo el prisma de la prensa, un movimiento de masas se transforma en una yuxtaposición de actos de valentía personal.

“Soy la primera en lamentar el grado de superficialidad que eso impone al mensaje –reconoce Garrido en su Manuel de Guérilla médiatique (Manual de guerrilla mediática, Michel Laffont, 2018)–. Pero no soy yo quien dicta las reglas del juego, y no tuve otra alternativa que rechazarlas o plegarme a ellas.” Sin embargo, algunos se negaron. El británico Jeremy Corbyn y el estadounidense Bernie Sanders tuvieron importantes victorias entre 2015 y 2020 sin por ello plegarse a las reglas enunciadas; su fracaso ulterior se debe a otras causas. Jean-Luc Mélenchon alternó la estrategia “ángulo amplio, público masivo” con un boicot temporario de varios órganos de prensa que él consideraba hostiles (France Inter, Libération, Mediapart). Y, en paralelo, estos tres dirigentes fomentaron los medios de comunicación independientes, porque estos les daban cierta autonomía respecto de los hábitos más insoportables de la prensa dominante.

El dedo en el engranaje

Pero la apertura y la expansión de un mercado de las personalidades autoalimentado por las redes sociales y las secuencias cortas de “enfrentamientos” no facilitaron las cosas. Para promover su propia marca en el seno de su organización y diferenciarse de sus competidores, muchos responsables políticos aceptan reaccionar ante las “polémicas” del momento y comentar los “deslices” seleccionados por los medios de comunicación. Como se constató en LFI en ese momento, esa elección pesa sobre la cohesión de las organizaciones y su vida democrática, en particular cuando el acceso a los periodistas indulgentes se convierte en un recurso para la solución de cuestiones internas. Con el riesgo de que los medios de comunicación dispongan de un poder de influencia sobre los debates de un partido que exceda al de los militantes.

¿Cómo se puede pretender acabar con el juego cuando uno mismo contribuye a perpetuar esta puesta en escena? Es la pregunta que planteó el desarrollo de la agrupación Podemos en España. En 2011, el movimiento de los Indignados rechazó el surgimiento mediático de un portavoz. Tres años más tarde, se estructuró un partido, Podemos, y emergió un líder, joven, brillante, telegénico, presentador de un programa de debates en internet. “¿Por qué elegimos a Pablo Iglesias? –explicó el responsable de Asuntos Internacionales del partido–. Porque es un chico que hablaba muy bien en la tele, que comenzaba a crear alrededor suyo una identificación social”9. Podemos percibiría pronto los límites de esta estrategia, e Iglesias admitirá: “Los primeros meses de Podemos estuvieron fuertemente marcados por el rol que tuve en los medios de comunicación. Su dependencia con respecto a mi omnipresencia mediática era tal que el equipo de campaña tomó la decisión de reproducir mi cara en las boletas de votación. [...] Queremos [en lo sucesivo] que el colectivo juegue un rol en primer plano, lo que nos parece más razonable y, sobre todo, más interesante”10. Pero ya estaban atascados en el engranaje: los medios de comunicación que habían adorado a Iglesias teatralizarán, como una lucha de egos, el conflicto que lo enfrentaba a otro dirigente, Íñigo Errejón.

Valiéndose de una estrategia análoga y de una personalidad brillante, mordaz y susceptible de “crear identificación”, el NPA francés llegaba en 2011 a las mismas conclusiones: dos nuevos portavoces reemplazaban a Besancenot, el cual justificaba su retiro por la necesidad de zanjar “una contradicción” entre “la personalización que [él] utilizó a ultranza” y su oposición teórica a esa peculiaridad. Cansados, los medios de comunicación reprocharon enseguida al nuevo candidato del NPA, Philippe Poutou, su falta de notoriedad y reclamaron el regreso de su predecesor... Y lo mismo se repitió cinco años más tarde. “Para el programa del domingo 1º de mayo de 2016 en BFM-TV –cuenta Poutou–, insistimos para que yo fuera, pero el tono de BFM-TV se endureció. En esencia, nos advirtieron con una frase del tipo: ‘Si Besancenot no viene, no invitaremos más al NPA’”.11

Así, la estrategia mediática otorga a los periodistas el derecho exorbitante de “elegir” los representantes de un movimiento, ellos mismos preseleccionados en el grupo de los que consienten a las figuras impuestas de la cobertura mediática. Ahora bien, los criterios de excelencia mediática difieren de manera radical de las cualidades políticas. En un caso prevalecen la naturalidad al aire, el don de esculpir fórmulas de enfrentamiento que serán retomadas por la prensa y por las redes sociales. La autoridad militante, por su parte, se funda más bien sobre la experiencia, la habilidad, la camaradería, la aptitud para sacrificarse, etcétera. Mientras que los medios de comunicación ofrecen a los primeros la fama, las plataformas, los viajes –pero también resonancia para sus palabras–, silencian la existencia de los otros, que hacen que el movimiento viva por medio de las anónimas luchas “comunes”.

Al analizar el impulso contestatario estadounidense de los años 1960, el sociólogo Todd Gitlin formuló un paralelo que echa luz sobre la alienación de los obreros respecto de lo que fabrican, y la alienación de los militantes respecto de la representación (mediática) de su acción política: “Los trabajadores no tienen voz ni voto en cuanto a qué producen, cómo lo producen, ni sobre la manera en que el producto es distribuido y consumido. Del mismo modo, los militantes, en tanto productores de sentido, no tienen ni voz ni voto en cuanto a lo que los medios de comunicación recordarán de lo que ellos dicen o de lo que ellos hacen, o en cuanto al contexto en el cual su acción será presentada. Una vez mediatizada, el significado de su acción adquiere una realidad que escapa a los actores y les rebota en la cara como una fuerza exterior”.

Aunque era eludida por la mayor parte de los estados mayores políticos, asociativos y sindicales, la cuestión de la relación con los medios de comunicación no dejó de ganar intensidad en el seno de los movimientos sociales. Durante las huelgas de la primavera-verano boreal de 2003, los docentes y los trabajadores temporales del espectáculo primero habían aceptado prestarse a los juegos periodísticos de las entrevistas en la calle, los retratos y otras puestas en escena. Luego, al constatar que su buena voluntad no conducía más que a alimentar la imagen preconcebida que los dirigentes editoriales habían decidido dar a su movimiento, tomaron como blanco a los medios de comunicación ocupando sus locales, a veces interrumpiendo sus programas. En 2018, los Chalecos Amarillos expresaron el mismo rechazo, como antes que ellos los estudiantes que se oponían al Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006. En varias universidades, los equipos de coordinación redactaron entonces reglamentos que regulaban las relaciones con la prensa. Y varias asambleas generales votaron prohibir a los periodistas durante los debates, debido a que su presencia alteraría la conducta de los participantes. Cerca de un siglo antes, el secretario general de la CGT Léon Jouhaux se preguntaba en La Bataille syndicaliste [La Batalla Sindicalista] “si debemos continuar recibiendo en nuestro entorno a personas que, sistemáticamente, con ideas preconcebidas, denigran nuestra acción y desfiguran nuestras discusiones, o si no debemos más bien rechazarles sin piedad la entrada en nuestras reuniones”12. Esta disposición al enfrentamiento fue excepcional.

Leonilda González, Niños y caballos II, 1966, xilografía sobre papel, 82 x 44,5 cm.

No obstante, la historia contemporánea brinda importantes ejemplos de movilizaciones políticas que alcanzaron su objetivo sin la cooperación de los medios de comunicación dominantes, e incluso contra ellos, comenzando por el referéndum contra el Tratado de Constitución Europea en 2005. Un trabajo militante, paciente, obstinado, prevaleció sobre el escenario periodístico. A lo largo de toda la campaña, la hostilidad ante la prensa incluso afianzó la movilización. Tal herramienta no permanece sin ser empleada sin que otros, a la derecha y a la extrema derecha, se apropien de ella. Cuando estaba en la Casa Blanca, el entonces presidente estadounidense Donald Trump explicó así a un periodista: “Si no hubiera arremetido contra los medios de comunicación, les garantizo que no estaría con ustedes esta noche. Los vería por televisión entrevistando a otra persona”.13

Los medios tienen la obligación de asegurar “la libre circulación de los pensamientos y de las opiniones”. Inscripta en el artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, esta garantía constitucional no es un favor que quien sea debería mendigar aceptando estar al aire en medio de la noche, interrupciones incesantes, puestas en escena degradantes. Sobre todo, tampoco con la condición de callarse sobre el rol ideológico de los medios de comunicación, su acaparamiento por un puñado de oligarcas, la degradación de la calidad de la información que brindan.

Cuando los dirigentes políticos cesan por un instante de temer el poder de los medios se asiste además a escenas tan divertidas como pedagógicas. Philippe Poutou, a quien se le pidió reaccionar por BFM-TV ante las continuas entrevistas callejeras sobre los huelguistas tomadores de rehenes, respondió el 17 de octubre pasado: “Cada vez que hay una huelga importante, siempre son más o menos los mismos reportajes. Cuando son los basureros los que hacen huelga, la basura se acumula en las calles. Cuando son los carteros, no hay más correo. Cuando son los ferroviarios, no hay más trenes. Eso demuestra que son trabajos súper útiles. Ello debería permitir discutir sobre la necesidad de pagarles normalmente. [...] Si hubiera una huelga de los accionistas del CAC40, no le molestaría a mucha gente. Y si hubiera una huelga de los editorialistas de BMF durante dos semanas, tampoco le molestaría a mucha gente”.

Chalecos Amarillos o sindicatos, partidos o asociaciones tienen el poder de invertir la tendencia, de recordarles a los medios de comunicación sus obligaciones y, en caso de ser necesario, de exigirles respeto. Pueden deliberar sobre las condiciones de su cobertura mediática: qué programas aceptar, cuánto tiempo tienen para hablar sin interrupciones, qué temas abordar, qué imágenes estarán en el trasfondo, qué testigos estarán presentes en el estudio. Así, la interminable lista de exigencias dirigida por el Elíseo [sede del Poder Ejecutivo francés] a los canales que sin protestar informan la palabra presidencial encontraría su contrapartida. Forzar a la prensa a cumplir su misión implica transformarla de modo radical, más que ablandarla. “La experiencia histórica concreta de todos los que han intentado instrumentalizar los medios de comunicación masivos con fines críticos, subversivos y revolucionarios –recordaba el sociólogo e historiador Christopher Lasch–, es que tales intentos están condenados al fracaso. Los militantes políticos que buscan cambiar la sociedad harían mejor en dedicarse al trabajo de largo plazo que la organización política supone, más que a organizar un movimiento fiándose de las imágenes”14. Publicada hace más de 40 años en Estados Unidos, la observación no envejeció ni un poco.

Leonilda x 100

El 2 de febrero de este año se cumple el centenario de Leonilda González, nacida en Paraje Minuano, departamento de Colonia. Preguntas sobre la comunicación, no sólo de las ideas, y el lugar del arte en las paredes de todos, estuvieron presentes en su obra plástica. Fundadora del Club del Grabado de Montevideo, fue parte de una época, el Uruguay de los años 1950 y 1960, en la que la cultura buscaba las fórmulas para poder “llegar a todos”: esa iniciativa de arte por suscripción llegó a tener 4.000 socios.

Rebelde como sus “novias revolucionarias” (que fueron parte precoz del diálogo entre izquierda y feminismo) se negó a tomar los caminos esperados. “Cada vez que intentaba incursionar en las corrientes de actualidad –cubismo, surrealismo, informalismo, etcétera–, fracasaba y, por tanto, sufría. Entonces, agarrando el toro por los cuernos y a fuerza de parecer extemporánea, decidí seguir oliendo a campo y me puse a pintar como mis entrañas me lo exigían”, escribió en su autobiografía Esta soy yo (1994). Estuvo exiliada en Perú y en México, donde profundizó su conocimiento de los artistas de esos países que, según su mirada, en esos momentos aún no estaban contaminados por la globalización (ver “La huella sólida”, en La Pupila, octubre de 2008).

En 2006 recibió el premio Figari a su trayectoria. Falleció en Montevideo el 4 de enero de 2007. Las obras que aparecen en esta nota pertenecen al acervo del Museo Nacional de Artes Visuales, al que agradecemos la autorización para reproducirlas.

Serge Halimi y Pierre Rimbert, respectivamente, director y redactor de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.


  1. Todd Gitlin, The Whole World is Watching. Mass Media in the Making and Unmaking of the New Left, University of California Press, Berkeley, 1980. 

  2. Libération, París, 22-12-2005, y Les Échos, París, 2-7-2009. 

  3. L’Express, París, 24-5-2004, y subcomandante Marcos, Gatopardo, Colombia, diciembre de 2007, citado por Le Point, París, 13-12-2007. 

  4. Al menos hasta la publicación del libro de Dominique Pinsolle, À bas la presse bourgeoise, Agone, Marsella, 2022. 

  5. Citado por William Greider, Who Will Tell the People, Simon and Schuster, Nueva York, 1992. 

  6. Raquel Garrido, Manuel de Guérilla médiatique, Michel Laffont, 2018. 

  7. Véase el documental de Damien Doignot José Bové, le cirque médiatique, La Sardonie libre, 2008. 

  8. Rouge, Montreuil, 13-2-2003 y 6-3-2003. 

  9. Jorge Lago, en “Contre-courants”, Mediapart, 1-7-2015. 

  10. Pablo Iglesias, La démocratie face à Wall Street, Les Arènes, París, 2015. 

  11. AFP, 4-4-2011, y Mathias Reymond, “Philippe Poutou (NPA) : ‘Nous sommes dépendants du bon vouloir des rédactions’”, Acrimed, 5-7-2016. 

  12. Léon Jouhaux, “Presse bourgeoise et syndicalisme : quelle doit être notre attitude ?”, La Bataille syndicaliste, 24/25-7-1913, citado por Dominique Pinsolle, op. cit. 

  13. Fox News, 25-7-2020. 

  14. Christopher Lasch, Culture de masse ou culture populaire?, Climats, Castelnau-le-Lez, 2001. 

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