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Refugiados armenios en la plaza del centro de la ciudad de Goris, el 29 de setiembre, durante la evacuación de Nagorno-Karabaj.

Foto: Alain Jocard, AFP

Áspero jardín en las montañas

9 minutos de lectura
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Los mapas del siglo XIX y el reacomodo de las potencias regionales por la creación y caída de la Unión Soviética, así como por las guerras mundiales, ayudan a explicar los orígenes del conflicto de Nagorno-Karabaj que parece haber alcanzado un punto de no retorno a fines de setiembre.

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Fue por medio de la botánica, ciencia de la clasificación por excelencia, que un estudiante de la Universidad de Tartu (Estonia, en ese entonces Imperio Ruso), Nikolaus (Nikolai) von Seidlitz, inició, en los años 1850, el descubrimiento de los confines caucasianos del imperio zarista. Instalado poco después en Bakú –hoy capital de Azerbaiyán– y luego en Tiflis –hoy capital de Georgia–, Seidlitz se convirtió pronto en el responsable del Comité de Estadística del Cáucaso, dependiente de las autoridades rusas en la región. En ese organismo publicó en 1881 el primer gran mapa etnográfico de la región. En los años siguientes, lo completaría con una serie de publicaciones que aún aclaran el conflicto presente en el Alto Karabaj.

El mapa impresiona, en un primer momento, por sus dimensiones. Con una escala de 1:1.080.000 (un centímetro en el mapa por cada 10,8 kilómetros en el territorio), muestra de este a oeste todo el espacio contenido entre el mar Negro y el mar Caspio1. Comparada con las percepciones actuales, esta representación recuerda que el Virreinato del Cáucaso, establecido por el zar Nicolás I en 1844-1846, cubría un espacio considerable, que corría, al norte, hasta las llanuras del Don y, al sur, hasta los límites de los imperios persa y otomano. El conjunto impacta por su abigarramiento. Éste deriva de la voluntad de resaltar la diversidad “etnográfica” de una región particularmente heterogénea. Esta diversidad, que contrasta con la situación presente, era heredada de la historia, en el cruce de tres imperios, y de circulaciones antiguas que hacían cohabitar en espacios restringidos –a veces en un mismo valle o en un mismo pueblo– grupos étnicos, lingüísticos y religiosos distintos.

La obra de Seidlitz se inscribe en el surgimiento, a fines del siglo XIX, de las tentativas occidentales de llevar a cabo series estadísticas de las poblaciones, gracias a las herramientas combinadas de la antropología física, la lingüística y la geografía. Esas tentativas culminarán en Rusia con el primer gran censo zarista, que, llevado a cabo en 1897, reveló la dificultad de captar la realidad compleja de las zonas fronterizas del Imperio2. El mapa se apoyaba, en lo inmediato, sobre una serie de volúmenes publicados por Seidlitz a partir de 1871 bajo el título Selección de informaciones acerca del Cáucaso. El cuadro estadístico que acompaña el mapa traduce las principales categorías censadas.

Si bien aparece el término “raza”, es la lengua el principal criterio de clasificación. Al sur de la barrera geográfica que conforman las altas montañas del Gran Cáucaso, emergen tres grupos mayores: armenios, georgianos y “tártaros azerbaiyanos”, la apelación más corriente en esa época para designar a los turcófonos musulmanes (generalmente chiitas) de Transcaucasia. Aunque los georgianos y los tártaros ocupan superficies relativamente homogéneas al este y al oeste, se observan poblaciones musulmanas dispersas hasta el borde del mar Negro, mientras que los armenios se despliegan por toda la región; sin contar a aquellos –más numerosos en aquel entonces– del Imperio Otomano. El observador contemporáneo debe sin embargo cuidarse de interpretar semejante cohabitación desde el punto de vista de una lectura demasiado exclusiva de las identidades, a la cual lo acostumbra la historia reciente. Las formas nacionales se cristalizaron de manera progresiva. Competían con elementos religiosos, geográficos, lingüísticos o sociales que con frecuencia tenían una importancia igual de grande y que complicaban las primeras tentativas de clasificación.

Un conservatorio de minorías

El mapa de Seidlitz ofrece una introducción visual a la complejidad de los procesos sociopolíticos que se anudan en el Cáucaso al final de la época zarista. Recuerda un tiempo en el cual, lejos de corresponder al modelo del Estado-nación, esos territorios estaban recubiertos con un mosaico de pueblos; y seguirían siendo hasta el siglo XX un formidable conservatorio de minorías. Pero, aunque el mapa de 1881 deja ver una representación estadística de las poblaciones del Cáucaso, la región en realidad se encontraba en plena transformación, con migraciones importantes, asociadas a las actividades agrícolas, mineras e industriales, así como también a la construcción de grandes infraestructuras y un auge petrolero que trastornaba a la ciudad de Bakú.

En 1905, la primera Revolución Rusa dejó en evidencia las fracturas socioeconómicas, religiosas y políticas que recorrían la región, al combinar un movimiento revolucionario antizarista y violencias de masas entre tártaros turcófonos y armenios. La superposición de estas dos tendencias desembocó en varios meses de caos en la zona y en episodios repetidos de disturbios urbanos, pogromos y enfrentamientos en las zonas rurales.

La caída del imperio zarista, en la estela de las revoluciones de 1917, y la declaración de independencia de tres repúblicas, en la primavera de 1918, a menudo son consideradas como puntos de partida de los conflictos territoriales actuales. Aunque es cierto que la aparición de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, en 1918, transformó la naturaleza de las tensiones regionales, los argumentos desplegados durante el período de las independencias caucasianas (hasta 1920-1921) nacieron antes.

Imagen ilustrativa del mapa del Cáucaso de 1881, de Nikolaus von Seidlitz, San Petersburgo. Foto: Biblioteca Nacional de Francia.

Las nuevas repúblicas se enfrentaban reutilizando los mapas y las estadísticas elaboradas en el curso de los años precedentes, en el marco de los debates reanimados en 1915-1916 sobre la reforma de la autonomía provincial (reforma de los zemstvos) en Transcaucasia. Ésta había reactivado cuestiones relativas al recorte territorial de la región y a la integración del flujo de refugiados armenios como consecuencia del genocidio en el Imperio Otomano.

El Alto Karabaj se convirtió con rapidez en uno de los puntos clave del enfrentamiento entre Azerbaiyán y Armenia. Mientras que, en enero de 1919, los azeríes –con el acuerdo de los británicos– nombraban a un gran propietario terrateniente, Khosrov Bek Sultanov, gobernador general de la región, los armenios del Karabaj rechazaban esta toma de poder. Una serie de violencias estalló en los meses que siguieron, con la Armenia independiente apoyando de modo discreto el irredentismo local. La debilidad de los dos Estados, enfrentados al derrumbe económico y político de la región, no le permitió a ninguno de los dos tomar la delantera. Mientras se esperaba el arbitraje de las potencias aliadas, la sovietización del Cáucaso del Sur, que se produjo a partir de la primavera de 1920, marcó el principio de una nueva fase.

Muchos han evocado, durante los enfrentamientos del otoño boreal de 2020 en el Alto Karabaj, el rol que habría jugado Josef Stalin en el emplazamiento de la región autónoma de Nagorno-Karabaj [nombre que significa montañoso jardín negro] dentro de la República Soviética de Azerbaiyán en los primeros años del poder soviético. En efecto, el georgiano Stalin nunca estuvo ausente de las cuestiones caucasianas, aun cuando su cargo de Comisario de las Nacionalidades de la Rusia bolchevique lo confrontaba a desafíos que excedían con amplitud las rivalidades de su región de origen.

Sovietización y nacionalismos

Más que una aplicación consciente de la estrategia “divide y reinarás”, la creación de Nagorno-Karabaj traducía los movimientos tácticos de un poder soviético que combinaba principios ideológicos y realidades políticas de un territorio en ebullición. La sovietización de Azerbaiyán (abril de 1920), y luego la de Armenia (diciembre de 1920), no terminó con las tensiones interétnicas en los confines de las dos repúblicas. Elites bolcheviques azerbaiyanas y armenias se enfrentaron por el control de las regiones de Najicheván y Zangezur, cuyas poblaciones estaban entremezcladas, y del Karabaj, cuyas alturas estaban pobladas de forma mayoritaria por armenios.

Al inicio, la oficina caucasiana del partido comunista gobernante –que reunía a los principales líderes bolcheviques de la región– optó por la incorporación del Alto Karabaj a Armenia, para satisfacer los sentimientos nacionales armenios, mientras las revueltas se multiplicaban dentro del territorio de la república. Tal fue el sentido de una decisión del 3 de junio de 1921, invalidada por otra un mes más tarde, adoptada el 5 de julio en presencia de Stalin. Aunque los archivos no ofrecen un elemento definitivo acerca de los motivos de este viraje, la principal explicación parece ser el aplastamiento de las revueltas en Armenia a manos del Ejército Rojo, justo en el momento en que los dirigentes azerbaiyanos ejercían toda su influencia para recuperar la región3.

Lejos de detenerse en 1921, la historia del Alto Karabaj experimentó durante el período soviético una serie de evoluciones que por lo general permanecen invisibles, lo cual pudo alimentar el sentimiento de un resurgimiento incomprensible a fines de los años 1980. Así, la definición de las fronteras se extendió hasta mediados de los años 1920, planteando cuestiones espinosas de reparto de tierras, pero también de atribución de etnicidad. Los kurdos que vivían en la región de Kelbajar –entre la República de Armenia y el Alto Karabaj– captaron la atención de los etnólogos. Fueron objeto de esfuerzos crecientes de asimilación lingüística y cultural por parte de las autoridades de Bakú, que buscaban consolidar su influencia en la zona.

En el largo plazo, y lejos de los ideales universalistas, el régimen soviético tendió a reforzar las pretensiones de cada grupo nacional que dominaba en el territorio, se tratara de una república, de una república autónoma o de una simple región. Lo que pudo ser calificado desde los años 1920 como “departamento comunitario nacional”4 fortaleció lógicas de homogeneización, como lo demuestra la caída a lo largo del siglo XX de la multietnicidad en varios territorios de la zona.

Tiflis, que en 1926 aún contaba con un 35 por ciento de armenios y un 16 por ciento de rusos, vio cómo aumentaba de modo constante la población georgiana, hasta alcanzar el 48 por ciento en 1959, el 57 por ciento en 1970 y el 66 por ciento en las vísperas de la caída de la Unión Soviética. En Najicheván, enclave separado de Azerbaiyán por la región armenia de Zangezur, la proporción de armenios comenzó una caída a fines del período de entreguerras, pasando de más del 10 por ciento en 1939 al 1,5 por ciento en 1979. Las revueltas campesinas del verano de 1930 y el “terror” estalinista de fines de los años 1930 marcaron la ocasión, en varios lugares, para acelerar el declive de las minorías a través de la deportación de ciertos grupos, en particular los griegos, los armenios, los turcos y los kurdos de Georgia; una maniobra que se repitió al final de la Segunda Guerra Mundial5.

Sin embargo, algunos momentos se destacan. Así, a fines de los años 1940, Grigori Artiomovitch Arutiunov (Grigor Arutiunian, en armenio) y Mir Jafar Baghirov, primeros secretarios de los partidos comunistas armenio y azerbaiyano, respectivamente, encararon en cortos períodos algunos intercambios de poblaciones y de territorios ligados a sus respectivas veleidades de expansión a expensas de Turquía e Irán. El abandono de las reivindicaciones territoriales soviéticas contra esos dos países conllevó, sin embargo, la retirada de esos proyectos a fines de los años 1940.

Del mismo modo, en los años 1960-1970, surgió una serie de reivindicaciones en torno al Alto Karabaj, que suscitaron la inquietud de las autoridades de Bakú6. La diáspora armenia en los países occidentales, crítica respecto del régimen soviético, también adoptó la postura de la incorporación del Alto Karabaj a Armenia, cuestión a menudo ligada a la conmemoración del genocidio de 1915, que dio lugar a una primera gran manifestación en abril de 1965. A la inversa, las autoridades azerbaiyanas aprovecharon el desarrollo económico de su república para fortalecer la integración del Alto Karabaj mediante la instalación de poblaciones azeríes y se esforzaron en limitar los intercambios de la región autónoma con Armenia.

Al tomar un mapa del Cáucaso del Sur establecido un siglo después del de Seidlitz, se pueden ver las principales evoluciones de la región. A la salida de la Primera Guerra Mundial, como de la Unión Soviética (URSS) 70 años después, las pretensiones de los nuevos Estados de fundar su poder al mismo tiempo sobre un principio territorial y sobre una soberanía étnico-religiosa explican por un lado la multiplicidad de las tensiones con las minorías (ayares, lezguinos, talyshi) y los conflictos abiertos: Osetia del Sur, Abjasia y el Alto Karabaj, sin contar los del Cáucaso del Norte, en la Federación de Rusia.

A las violencias de masas que marcaron el principio del siglo XX les siguieron formas más silenciosas de homogeneización étnica y cultural. Es por lo tanto en esta historia más prolongada de una reducción de la diversidad donde hay que volver a ubicar los conflictos que aparecen en la época de la Perestroika (1985-1991), cuando la potencia en declive de los órganos soviéticos centrales les deja libre curso a los enfrentamientos nacionales y establece las bases de los Estados independientes forjados a “prueba de fuego”7.

Étienne Peyrat, profesor titular de Historia Contemporánea en Sciences Po Lille, autor de Histoire du Caucase au XXe siècle, Fayard, París, 2020. Traducción: Aldo Giacometti.

El fin de Artsaj

Cuando llegue el primer día de 2024 ya no existirá en términos formales la República de Artsaj, el nombre dado por los armenios a su enclave en Nagorno-Karabaj. Así lo anunciaron sus autoridades el 28 de setiembre. En la realidad, ese ocaso se tornó irreversible con el éxodo masivo de población ocurrido en los días previos al anuncio y que implicó el éxodo de al menos 80.000 de los 120.000 armenios que vivían en ese territorio de 3.170 kilómetros cuadrados, la mitad que el departamento uruguayo de Colonia. El motivo fue la entrada de las fuerzas armadas azeríes luego de algunos desiguales combates con los defensores de origen armenio.

En el número de mayo de Le Monde diplomatique (Uruguay), un artículo de Léon Constant daba pistas sobre la soledad de Armenia en ese conflicto. Luego de haber logrado avances territoriales en 2020, su vecino Azerbaiyán continuó alternando ofensivas militares y demostraciones de fuerza, que se agudizaron a inicios de 2023 a medida que los azeríes se sentían fortalecidos por el apoyo de Turquía e Israel. En paralelo, Armenia veía cómo su antiguo garante, Rusia, se desentendía del problema por estar demasiado concentrado en Ucrania. A ojos de Moscú, era también una manera de “castigar” los acercamientos de Armenia respecto de Occidente. En abril, la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova, pidió explicaciones a Armenia por su participación en ejercicios conjuntos con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por haberse negado a alojar en su territorio maniobras similares de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, alianza liderada por Rusia.

Las reacciones internacionales ante el éxodo armenio de Nagorno-Karabaj incluyeron un limitado involucramiento de Naciones Unidas, una aclaración de la OTAN de que no era parte del conflicto y comunicados de varias cancillerías. La uruguaya expresó su preocupación y llamó al respeto pleno de los derechos humanos de la comunidad armenia. La senadora opositora Liliam Kechichian (Frente Amplio) y el diputado oficialista Ope Pasquet (Partido Colorado), criticaron la declaración (la diaria, 1º de octubre) por “tardía” y por no condenar la acción azerí.


  1. “Carte ethnographique du Caucase par le rédacteur principal du comité de statistique du Caucase”, 1881, gallica.bnf.fr, Biblioteca Nacional de Francia. 

  2. Juliette Cadiot, Le Laboratoire impérial. Russie-URSS, 1860-1940, CNRS Éditions, París, 2007. 

  3. Arsène Saparov, From Conflict to Autonomy in the Caucasus: The Soviet Union and the Making of Abkhazia, South Ossetia and Nagorno Karabakh, Routledge, Abingdon-Nueva York, 2014. 

  4. Yuri Slezkine, “The USSR as a communal apartment, or how a socialist state promoted ethnic particularism”, Slavic Review, Vol. 53, N° 2, Urbana (Illinois), verano de 1994. 

  5. Claire Pogue Kaiser, Lived Nationality: Policy and Practice in Soviet Georgia, 1945-1978, tesis de doctorado en Historia, Universidad de Pensilvania, 2015. 

  6. Cəmil Həsənli, Azərbaycanda Sovet liberalizmi. Hakimiyyət. Ziyalılar. Xalq (1959-1969), Qanun, Bakú, 2018. 

  7. Taline Papazian, L’Arménie à l’épreuve du feu. Forger l’État à travers la guerre, Karthala, París, 2016. 

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