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Fotograma del documental Slumberland de Emma Bexell Stanisic, Stefan Bexell Stanisic y Robin Jonsson, Suecia, 2022. Foto: sin datos de autor / Idfa Doclab.

Impacto (no tan) fulminante

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Cine documental: un viejo compromiso con nueva forma.

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Nacido en Estados Unidos hace unos 15 años, el “cine de impacto” se expande por Europa. Su objetivo proclamado es cambiar el mundo a través de documentales “comprometidos”. Nada realmente nuevo, excepto por el ecosistema donde navega. Un asunto con fuerte apoyo en las redes sociales y alguna polémica acerca de la independencia autoral.

El “compromiso” está aquí focalizado, identificado con un mensaje preciso, y la película será objeto de una campaña dirigida a un público útil para su causa. Se trata de “preguntarse quién debe ver esta película para crear un cambio duradero”1. En otras palabras, maximizar su “impacto”. Cara Mertes, que empezó como productora en P.O.V. [Punto de vista], el programa documental más antiguo de la televisión pública estadounidense (PBS), ha desempeñado un rol fundamental en la invención de este nuevo género: “La llegada de las cámaras de mano en los años 1960 y 1970 permitió a los documentalistas explorar los movimientos antibelicistas, antinucleares, anticolonialistas, de lucha por la justicia racial y por los derechos de la mujer, etcétera. Todo adquirió una nueva dimensión con internet y las redes sociales –comenta–. En 2006, creé el Documentary Film Program en Sundance2 para hacer de la narración creativa una fuerza transformadora –llamada ‘impacto’– y luego llegué a la Fundación Ford en 20133, donde financié una amplia red de organizaciones, entre ellas DocSociety”4.

Fundada en 2005, esta “organización de emprendimiento social”, apoyada inicialmente por la cadena pública británica Channel Four bajo el nombre de Britdoc Foundation, se ha convertido en la cabeza de puente para el despliegue de este pensamiento. Con decenas de millones de dólares recaudados tanto para películas como para “campañas de impacto”, una guía de 408 páginas traducida a siete idiomas, una academia y 12 películas nominadas a los Oscar, DocSociety es una fuerza ineludible y se dice que 55.000 cineastas utilizan sus recursos. Pero quizás sea la invención del concepto Good Pitch [buen lanzamiento] el emblema de su enfoque. La idea es combinar “el idealismo de los artistas con la capacidad de quienes pueden hacer que las cosas sucedan”, precisa su sitio en internet. “Se presentan entre cinco y diez proyectos ante 200 personas, ONG, fundaciones, medios de comunicación, responsables políticos y distribuidores –explica Madeleine Leroyer, cuya película #387, disparu en Méditerranée (2019) fue seleccionada para el Good Pitch Europe 1998–. Si les interesa, se mueven y dicen qué proyecto pretenden financiar”. En la actualidad hay 54 programas de Good Pitch en el mundo y la idea ha inspirado a más de uno: el festival de cine documental de Biarritz (Fipadoc) ofrece su versión “adaptando las herramientas de DocSociety a los proyectos francófonos”, según su directora, Anne Georget. También están el foro Pitching de Salónica, el Take on Film & Impact del festival Movies that Matter de La Haya y el festival de derechos humanos Impact Days de Ginebra.

Hacer match

“Queremos estructurar y profesionalizar el cine comprometido –explica Laura Longobardi, responsable de impacto del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos (FIFDH)–. Aquí, en Ginebra, tenemos, por un lado, 750 ONG con recursos y, por el otro, cineastas que los buscan”.

Los vínculos entre estos mundos son las 450 impact producers [productoras de impacto] de los 60 países reunidos en la Global Impact Producers Assembly (GIPA). Una de ellas (98 por ciento de la profesión es femenina), Marion Guth, trabaja en Luxemburgo. “Fue la película Zero Impunity, que se estrenó en 2019, la que me introdujo en el impacto. Trabajamos con medios de comunicación internacionales que publicaban investigaciones sobre el tema [violaciones en tiempos de guerra] junto con el documental”, explica. En Quebec, su homóloga Karine Dubois se enfocó en la prostitución de menores. Para Trafic (2019) combinó su documental con una serie web y un podcast, cada uno con un tono diferente, tras estudiar los perfiles de Facebook con un estratega en marketing. “Hay una ventana de 72 horas durante la cual el espectador carga una película. ¿Cómo convertir esa emoción en acción?”, se pregunta. A veces, la campaña de impacto se convierte en una aventura: “Proyectamos la película en aldeas africanas donde el cine no llega”, cuenta Madeleine Leroyer, que creó un cine itinerante en una camioneta. Ya no es la taquilla lo que cuenta, sino el número de firmantes de una petición, el nacimiento de una ley o la clausura de una central nuclear, como en Quebec con Gentilly or not to be (2012).

La DocSociety se dedica al “impacto del arte y al arte del impacto”: “Los documentalistas tienen el don del storytelling [contar una historia] y las buenas historias inspiran el cambio”, afirma su directora, la productora y cineasta Beadie Finzi. Eso es apostar mucho por la potencia del mensaje. “Pero ¿quién tiene ganas de ver un documental sobre torturas de guerra después de un día de trabajo?”, se pregunta Luc Marescot, documentalista medioambiental para quien sólo la ficción permite evocar los temas que importan a la mayoría. “Por eso me voy a dedicar a la ficción –coincide Cyril Dion, coautor junto con Mélanie Laurent de Demain, que fue un gran éxito–. Aunque creo que la línea que separa la ficción del documental es cada vez más delgada”. En cualquier caso, el número de biopics [películas biográficas] se ha disparado (412 películas entre 2000 y 2009, 1.140 entre 2010 y 2020).

Esquiva realidad

La etiqueta “basada en una historia real” está en auge. Podría pensarse que la verdadera Erin Brockovich (interpretada por Julia Roberts en la película de Steven Soderbergh sobre su lucha) también se habría presentado ante la Comisión Europea para hablar de la contaminación industrial, como hizo el abogado Robert Bilott con el equipo de Dark Waters (2019), si hubiera conocido a Danielle Turkov5, una productora de impacto en Bruselas.

Pero para el director Stéphane Bizé (El precio de un hombre [2015], La guerra silenciosa [2018], Un nuevo mundo [2021]), no están descubriendo la pólvora: “Llevamos años convocando a asociaciones, sindicatos y comunidades, si el tema lo permite. Lo que ha cambiado son los contornos de las comunidades, que están muy bien definidos gracias a las redes sociales, lo que permite identificar y acercarse con precisión a las personas a las que queremos llegar”. Para Un nuevo mundo se diseñaron videocápsulas especialmente para ejecutivos, retransmitidas en LinkedIn por influencers. Según el diseñador de esta primicia europea, Thomas Mignot, de Parenthèse Cinéma, “los artículos tradicionales de prensa y los afiches murales ya no bastan para promocionar una película”. Ya se trate de un documental o de una ficción basada en la realidad, la curaduría de contenidos en las redes sociales –se es más receptivo a un video recomendado por un miembro de la propia tribu que por un elemento externo– es conocida por los políticos desde hace mucho tiempo y los autores están descubriendo su eficacia6. El director Robert Greenwald también ha difundido sus documentales sobre la guerra en Irak, sobre Walmart7 y sobre Fox News directamente a los espectadores (a través de YouTube) o asociándose con organizaciones (Move On). “Hice una versión diferente de mis películas para TikTok, Instagram, Facebook o YouTube”, explica.

Dado que el dinero privado es un actor principal en el financiamiento del cine anglosajón (aunque en Estados Unidos, por ejemplo, existan sistemas de deducción fiscal), la filantropía de sus fundaciones puede aparecer como una herramienta de soft power [poder blando] a nivel internacional. A escala nacional, los lobbies ya libran una guerra de narrativas: tras Gasland (2010), de Josh Fox, que denunciaba los riesgos de la fractura hidráulica en Estados Unidos, los productores de gas de la Independent Petroleum Association of America contraatacaron financiando Truthland (2012). Unplanned (2019), una película contra el aborto, fue coproducida por Mike Lindell (cercano a Donald Trump), mucho antes de que la Corte Suprema diera marcha atrás en el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. También en Francia, las cadenas televisivas privadas (Canal +, TF1) y las empresas se dedican a la producción cinematográfica. ¿Para modificar su imagen? El grupo hotelero Accor, miembro de Refugees are Talents8, apoyó Nadia (2021), un documental sobre una refugiada afgana que se convirtió en futbolista. Pero en el Ibis-Batignolles, que forma parte del grupo, las trabajadoras domésticas, de origen inmigrante, sólo consiguieron el aumento salarial que pedían tras 22 meses de lucha, incluidos ocho meses de huelga.

¡Es el dinero, bobo!

“El dinero público es una salvaguarda contra el lobby”, según Nathalie Clermont, del Canada Media Fund (equivalente al CNC [Centro Nacional del Cine]). Pero “el dinero público no alcanza”, según Beadie Finzi. “Es la pluralidad de fondos lo que garantiza la independencia Y, además, en el CNC hay que encajar en algún casillero –recuerda la franco-estadounidense Sabrina van Tassel–. Sólo pude completar mi proyecto [El estado de Texas contra Melissa (2020), que recibió el apoyo de Oprah Winfrey, la superestrella afroestadounidense de la televisión, y fue reseñado por The New York Times9] gracias a un mecenas que conocí en el camino”. Entonces, ¿no es necesario “encajar” para convencer a los patrocinadores privados?

En cualquier caso, Thierry Garrel, antiguo responsable de la producción de documentales en el canal Arte, recuerda que el cine no puede reducirse a tildar la casilla adecuada: “No hay que recortar la escritura y las formas en beneficio de las buenas causas. Crear un subgénero como el impacto es agitar el fantasma de la propaganda”. Pero no, nos aseguran, no hay ninguna interferencia editorial en el impacto. “El director es libre, sólo debe adherirse a la campaña”, explica Beadie Finzi. “Siempre parto del deseo del autor”, confirma la productora de impacto Khadidja Benaoutaf, pionera del género en Francia. El autor saldría ganando: esta nueva manera de producir y distribuir su obra alargaría su duración de vida. ¿Acaso una película no es desechada por otra cada miércoles, compitiendo con las plataformas y los millones de horas de video en YouTube? Esto, por no hablar de las series. Sobre todo, porque las series “tocan de forma intrínseca fuertes temas sociales”, subraya Laurence Herszberg, directora del festival internacional Séries Mania. “Si tuviera que darles un premio de impacto, ¡no sabría por dónde empezar!”. Y agrega: “Personas de Instagram y YouTube han venido a preguntarnos cómo hacer para convertir a los influencers en creadores de series”. ¿Será este el futuro?

Pascal Corazza, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. Cinébulletin, revue suisse des professionels du cinéma, 6-1-2022. 

  2. Fundado en 1981 por el actor Robert Redford para “promover nuevas voces en la narración estadounidense”, el Sundance Institute, conocido por su festival de cine, es un organismo sin fines de lucro que apoya a 900 artistas cada año. 

  3. Cabe recordar que la Fundación Ford asumió como objetivo apoyar proyectos como la defensa de la democracia, la reducción de la pobreza, etcétera. 

  4. Todos los dichos referidos, excepto que se indique lo contrario, provienen de entrevistas hechas por el autor. 

  5. “Dark Waters”: Hollywood’s warning to Europe as Mark Ruffalo showcases new film, Euronews, 6-2-2020. 

  6. Véase, por ejemplo, “Ce qu’il faut savoir sur Cambridge Analytica, la société au cœur du scandale Facebook”, Le Monde, París, 22-3-2018. 

  7. Véase Serge Halimi, “Des patriotes américains contre Wal-Mart”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2006. 

  8. “Dix dirigeants de grandes sociétés se mobilisent : ‘Les réfugiés sont des talents pour nos entreprises’”, Le Journal du Dimanche, París, 19-6-2021. 

  9. “In Polarized Texas, Rare Accord: A Hispanic Mother Shouldn’t Be Executed”, The New York Times, 22-4-2022. 

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