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Plano de Atlantropa, 1932. Imagen: Deutsches Museum.

Secar el Mediterráneo

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El ancestro de las grandes obras inútiles.

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Obstruir el Estrecho de Gibraltar y el estuario del Nilo por medio de represas para acelerar la evaporación de las aguas del Mare nostrum y recuperar tierras cultivables: tal fue el faraónico proyecto imaginado por un arquitecto alemán a inicios del siglo XX. Una utopía, en mayor o menor medida bien recibida, al servicio de la dominación europea y de la búsqueda de nuevas fuentes de energía.

Con su monóculo ajustado en el ojo derecho, su traje de tres piezas y su porte altanero, Herman Sörgel no tiene precisamente el aspecto de un payaso. El nombre de este arquitecto expresionista alemán permanece, sin embargo, asociado a una de las utopías energéticas y geopolíticas más delirantes del siglo XX. Hecha pública a fines de los años 1920, apuntaba nada menos que a un desecamiento parcial del mar Mediterráneo por medio de la construcción de una serie de represas hidroeléctricas gigantes en los estrechos de Gibraltar, del Bósforo, de Sicilia, sin olvidar el estuario del Nilo. Así se cumpliría el gran objetivo de Sörgel: unir a Europa y al África colonizada en una única entidad geográfica y política bautizada Atlantropa.

La idea impactó al arquitecto por su evidencia en 1927 mientras leía una obra de geografía que describía al Mediterráneo como un mar de evaporación: si el estrecho de Gibraltar se obstruyera, como fue el caso durante eventos tectónicos pasados, el aporte hídrico de los ríos no bastaría para compensar el desecamiento y el nivel bajaría rápidamente. “Los humanos no tienen más que concluir esta obra en el espíritu de la naturaleza”, explica Sörgel en el trabajo que da a conocer su proyecto al mundo1. A falta de un cataclismo que suelde África con Europa, el visionario construirá una represa. Una vez evaporado a la velocidad de un metro por año, el mar común se dividirá –de acá a uno o dos siglos– en dos cuencas, una al oeste, cuyo nivel estará 100 metros por debajo del del océano Atlántico y la otra al este de Sicilia, estabilizada 100 metros aún más abajo.

De hecho, ¿por qué frenar en tan buen camino? Más al sur, Sörgel prevé la puesta en marcha de otras represas gigantes en el río Congo, la creación de dos mares artificiales, así como la extensión de la superficie del lago Chad con el fin de suavizar el clima africano y de irrigar al Sahara. Con el espacio ganado gracias a la evaporación del Mediterráneo, con la producción cerealera potenciada por la irrigación de África del Norte y con una alimentación eléctrica infinita transportada a través de cables de alta tensión, se conjurarían por siempre los males de Europa, relacionados con la falta de espacio vital, de superficies cultivables y de energía. Una línea de ferrocarril que una Berlín con Ciudad del Cabo simbolizaría la unidad del nuevo continente cuya fuerza reposaría sobre la producción de corriente eléctrica: por sí sola, la represa de Gibraltar desarrollaría una potencia de 50.000 megavatios, es decir, el equivalente actual de 30 reactores nucleares de tipo EPR [Reactor Europeo Presurizado]. Convencido de que “las reservas de carbón y de petróleo se agotarán de acá a 200 o 300 años”, Sörgel exhortaba a sus contemporáneos a desarrollar la producción de energías sustitutas.

“Si Europa no desea verse superada por otros continentes, debe desarrollar a tiempo su única gran fuente de energía, es decir, el mar Mediterráneo”, previene el arquitecto, sin lo cual “la centralidad cultural de Europa desaparecería. El Viejo Continente se desertificaría, se quedaría sin aliento y se reduciría, en el mejor de los casos, a una cultura osificada, como el Egipto o la India contemporáneos”. Familiarizado con el filósofo conservador Oswald Spengler, Sörgel resume la alternativa que a partir de allí deberán resolver los dirigentes europeos: “O la decadencia de Occidente, o Atlantropa como giro y como nuevo objetivo”.

A fines de los años 1930, el arquitecto intenta reformular su utopía posnacional y pacifista en un sentido más compatible con la ideología del Tercer Reich alemán. El esfuerzo requerido ya no es colosal, tanto más cuanto el autor se muestra poco sensible a las ideologías progresistas que sacuden a parte de Europa. “La integración de África en el círculo cultural occidental permite hoy dominar a la raza negra –escribe en 1932–. Reforzando Europa por medio de Atlantropa, aún es posible prevenir el hundimiento y la bolchevización del Este”. Sörgel contacta a Benito Mussolini [jefe de gobierno de la Italia fascista], pero a este último no le hace gracia la idea de secar los puertos italianos. En una obra publicada en 1938 y oportunamente introducida por una cita de Adolf Hitler [jefe de gobierno de la Alemania nazi] sacada de Mein Kampf, describe un mundo dominado por tres grandes potencias, Estados Unidos, Asia y Atlantropa, en el que la Italia fascista y la gran Alemania serían los pilares. En contacto con la oficina nazi de reestructuración del territorio, promueve sin éxito su sueño euroafricano ante un régimen poco interesado por la sumisión del Este2. En 1943, la Gestapo, cansada de sus excentricidades, termina por prohibirle toda publicación; tan pronto como se firma la capitulación, el arquitecto da un giro e intenta convencer a los Aliados del interés de su proyecto.

Delirio de impacto

Si bien en la actualidad la promoción obsesiva de semejante elefante blanco llevaría a su autor a una consulta psiquiátrica, Herman Sörgel recibe una acogida bastante entusiasta cuando comienza, en 1929, a inundar el mundo de prospectos, folletos, afiches, exposiciones itinerantes, obras y artículos a la gloria de Atlantropa. Mezclando pedagogía y estética, el libro-manifiesto Atlantropa rebosa de esquemas, de mapas desplegables, de infografías y de fascinantes esbozos. Sörgel efectivamente contactó a las mentes más grandes del mundo (intercambia correspondencia con Albert Einstein, quien le hace notar en 1929 que el agua salada que prevé bombear para irrigar el desierto no es apta para la agricultura)3, y se rodea de arquitectos renombrados como Erich Mendelsohn o Peter Behrens, quien diseña la torre de 400 metros que supuestamente se alzaría en Gibraltar como un faro. Su colega Fritz Höger imagina la “Atlantropahause”, el cuartel general de Atlantropa, dotado de tres torres unidas entre sí, cuyo funcionamiento ya previó Sörgel hasta en los mínimos detalles, así como la asignación de las direcciones. Otras obras planifican el futuro trastornado de grandes ciudades portuarias –Génova, Marsella, Venecia, Argelia, Puerto Saíd– a partir de allí alejadas del mar. En un primer tiempo escéptico, el ingeniero suizo Bruno Siegwart se involucra en cuerpo y alma en la reconfiguración hidrológica de África, que se extendería por... 133 años.

Desde The New York Times hasta Ici Paris, la prensa occidental, seducida por el carisma de Sörgel, le brinda a Atlantropa una poderosa caja de resonancia. Sólo entre 1929 y 1933, los diarios en idioma alemán le consagran 450 artículos (a menudo escritos por Sörgel mismo o por sus partidarios...). Para vender su futuro llave en mano a los responsables y a los inversores, el arquitecto organiza una propaganda multimedia que haría palidecer de celos a Elon Musk [multimillonario propietario de Tesla y Twitter]. En los años 1930, una decena de novelas evocan de cerca o de lejos a Atlantropa, entre las cuales Amadeus (1939), firmada por el célebre escritor suizo John Knittel. Traducida a seis idiomas y con más de un millón de ejemplares vendidos en el mundo, la obra describe el amor contrariado de un ingeniero y una pianista que terminan celebrando, no sin cierto didactismo, el proyecto de Sörgel. Convertido en un clásico de la ciencia ficción, La guerra de las salamandras (1936), del escritor checo Karel Capek, también retoma el gran cometido del arquitecto.

Cuidándose de usar los medios de comunicación más capaces proclives a llegar a una gran audiencia, Sörgel organiza desde 1933 un concurso de guiones para realizar una película de propaganda que termina escribiendo él mismo en 1948. Si bien este guion, que abunda en conspiraciones, evita el escollo de una inútil complejidad –“la película culmina con la creación de Atlantropa y la victoria sobre los oponentes. Amplios paisajes soleados, Tierra Santa, los niños cantan, la bandera de Atlantropa flamea”, resume la revista Der Spiegel (13 de marzo de 1948)–, el largometraje nunca verá la luz. Mientras tanto, para disgusto de Sörgel, el director Anton Kutters pone en escena la versión catástrofe de Atlantropa en donde la destrucción de la represa de Gibraltar sumerge la nueva civilización y ridiculiza a su inventor (Ein Meer versinkt, 1936). Infatigable autopromotor, Sörgel también escribirá un pequeño libro en versos para el coro de una hipotética “sinfonía Atlantropa”, realizará diversos mediometrajes documentales traducidos en varios idiomas, programas de radio, dará múltiples conferencias, editará un diario para apoyar su proyecto (Die Atlantropa-Mitteilungen) y creará en Múnich un instituto dedicado a su causa4.

Espejo de un mundo occidental en el que se entrechocan, entre las dos guerras, angustias decadentistas, fe tecnológica, estética vanguardista y gusto por las soluciones radicales, Atlantropa proponía un nuevo orden mundial pacificado fundado en la colonización y la ciencia. Como observa el historiador Philipp Nicolas Lehmann, “Sörgel consideraba su proyecto como una fuerza revolucionaria que reorganizaría y reestructuraría Europa no sólo en el plano físico sino también en el plano social y político. Atlantropa debía convertirse en ‘una nueva forma de vida para Europa’, que uniría a las naciones belicosas del continente y reorientaría sus energías desperdiciadas en las guerras intestinas hacia un gran proyecto de colaboración”5. Escasos fueron los contemporáneos de Sörgel que rechazaron su proyecto por irrealista o aberrante: el Canal de Suez apenas tiene 60 años, Fritz Lang fascina a las multitudes en 1927 con su película vanguardista Metropolis, la administración Roosevelt multiplica desde 1933 las grandes represas en el valle del Tennessee en nombre del New Deal, y las líneas modernistas de los planes soviéticos de reordenamiento del territorio estimulan la imaginación del público.

Sörgel muere en la Navidad de 1952 debido a un accidente de bicicleta en Múnich. Con la Guerra Fría instalada, el átomo les arrebata poco a poco el papel de vanguardia tecnoenergética a las obras hidroeléctricas en el imaginario popular. A la vez, las guerras de liberación pronto desprestigiarán las utopías coloniales. Privada de su principal embajador, Atlantropa, que finalmente no se materializó más que en obras de ficción, desaparece del espacio público. Otras la remplazarán: la era de los grandes proyectos inútiles no ha hecho más comenzar...

Pierre Rimbert, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Herman Sörgel, Atlantropa, Fretz & Wasmuth, Zúrich / Piloty & Loehle, Múnich, 1932. Salvo que se precise lo contrario, las citas siguientes han sido extraídas de esta obra. 

  2. Alexander Gall, Das Atlantropa-Projekt. Die Geschichte einer gescheiterten Vision. Herman Sörgel une die Absenkung des Mittelmers, Campus, Fráncfort, 1998. 

  3. Ricarda Vidal, “Atlantropa - One of the Missed Opportunities of the Future”, en Ricarda Vidal e Ingo Cornils, Alternative Worlds: Blue-Sky Thinking since 1900, Peter Lang, Oxford, 2014. 

  4. Wolfgang Voigt, Weltbauen am Mittelmeer. Ein Architektentraum der Modern, Dölling und Galitz, Hamburgo, 1998; y Alexander Gall, op. cit. 

  5. Philipp Nicolas Lehmann, “Infinite Power to Change the World: Hydroelectricity and Engineered Climate Change in the Atlantropa Project”, The American Historical Review, Vol. 121, Nº 1, Oxford, febrero de 2016. 

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