Quienquiera que descubra la Segunda Guerra Mundial a la luz de sus conmemoraciones en 2023 no entendería mucho al respecto. El 27 de enero, el director del Museo de Auschwitz, en Polonia, celebró el aniversario de la liberación del campo sin invitar a sus liberadores. Se aludió a Rusia durante el discurso protocolar, pero sólo para comparar a Auschwitz con la guerra en Ucrania –“una vez más, se mata masivamente a inocentes en Europa”–. El 25 de abril, el presidente neofascista del Senado italiano, Ignazio La Russa, también festejó la liberación de su país fustigando a Moscú. De visita en Praga ese mismo día, rindió homenaje en el Memorial Jan Palach1 y luego visitó un campo de concentración nazi. “Un intento mezquino por poner en la misma bolsa a ‘todos los totalitarismos del siglo XX’, en una noche en la que todas las vacas son negras, al punto de que terminamos sin poder ver ninguna vaca”, comentó la filósofa y periodista Cinzia Sciuto2.
En efecto, ¿quién podría comprender, ante estas ceremonias, que la más colosal derrota infligida a las tropas de la Wehrmacht sucedió en Stalingrado, que once millones de soldados soviéticos cayeron en combate contra Alemania, sin hablar de los quince millones de civiles muertos? Hace 60 años, el entonces presidente estadounidense John F. Kennedy admitía de buen grado que “ninguna nación en la historia de las guerras sufrió tanto como la Unión Soviética en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial”3. Ningún dirigente occidental se arriesgaría hoy a hacer una declaración semejante. Debido a la invasión de Ucrania, toda mención favorable a la Unión Soviética o a Rusia está actualmente prohibida.
Desde hace un año, una ola revisionista sacude a Europa. En el Este, cientos de calles cuyos nombres no habían cambiado después de la caída del Muro son rebautizadas, se desmontan estatuas, se arrasan edificios. No contenta con haber destruido en Riga un obelisco de 80 metros de alto dedicado a la victoria del Ejército Rojo sobre los nazis, Letonia hizo un listado de otros 69 vestigios conmemorativos que pretende demoler. La lista estonia consta de más de 400 sitios, mientras que en Lituania la purga se extiende a las obras realizadas por artistas nacionales sospechados de simpatizar con el comunismo4. El pasado figura entre las víctimas de la guerra en Ucrania, en la que mercenarios rusos tatuados con esvásticas pretenden llevar a cabo una operación de “desnazificación”. Cada cual con sus manipulaciones...
En el Oeste, la batalla por la memoria se juega en los parlamentos. Imitando a sus homólogos alemanes y europeos, los diputados franceses adoptaron, el 28 de marzo, ante el pedido de Kiev, una resolución que reconoce el carácter “genocida” de la hambruna ucraniana de 1932-1933. Un acto “importante para mantener el apoyo de la opinión pública occidental, que es determinante para el resultado del conflicto armado [en Ucrania]”, justifican sus promotores. Sin embargo, el tema no despierta el consenso de los especialistas, quienes debaten sobre el carácter focalizado y étnico de esta hambruna, así como sobre su agravamiento intencional y su alcance. Cuando se trata de condenar a Moscú, la historia no es sino un arma más.
Benoît Bréville, director de Le Monde diplomatique (París).
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Del nombre de un estudiante que se inmoló prendiéndose fuego en enero de 1969 para protestar contra la ocupación soviética en Checoslovaquia. ↩
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Cinzia Sciuto, “La destra che ha paura del 25 aprile”, MicroMega, 24-4-2023. ↩
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Discurso en la American University de Washington, 10-6-1963. ↩
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Adam J. Sacks, “Equating the Soviet Union with nazi Germany is terrible history”, Jacobin, Nueva York, 27-1-2023. ↩