A medio siglo de terminada su primera época resurge una mítica cabecera. Trata de los asuntos culturales e históricos de un departamento que suele descolocar a quien lo observa desde la capital y que, en la actualidad, remasteriza en arraigo su vínculo con las élites del Río de la Plata.1
Influyente como escenario paradojal (por un lado, el ruidoso espectáculo de grandes eventos políticos o festivales imantados por el veraniego escaparate de sus playas, pero por otro el carácter de refugio de creadores de fuste), Maldonado presenta, a la vez, dificultades con las raíces, como si siempre fuera necesario seguir plantando árboles, a lo Lussich,2 para que la arena de sus dunas no se escape y tape, de modo recurrente, lo que se ha venido haciendo. Así, lo que sucede en Maldonado parece siempre un fogonazo. ¿Está ocurriendo realmente, es sólido, o se trata apenas de un refulgir de verano?
Por eso son tan importantes iniciativas como este “volver a publicar” que hace el instituto María Díaz de Guerra. Una manera de situar la historia y la creación, en el sentido de plantarle un sitio, para que no se escurra.
Es probable que apenas nos salgamos de una mirada capitalina, esa que le pasa una pátina única a todo lo que está “afuera”, cada departamento sorprenda con su peculiaridad. El cartílago fronterizo que forma parte del sostén de la carnadura cultural en los norteños, la intensidad contemplativa del “fenómeno Treinta y Tres” (que va desde la música popular hasta lo rural más conservador, compartiendo, sin poder contradecirse, esa nostalgia olimareña de lo que es río y terrón), el under sindical que atravesó todo el país en los años 1950 (desde los cañeros de Bella Unión hasta los arroceros del este, pasando por el ADN socializante que dejó el patrimonio industrial de Fray Bentos), por no hablar de la mediterraneidad definitiva de Tacuarembó (capaz de mostrar una veta de inusual vitalidad cultural como la que se reveló al influjo de Washington Benavides en los 1970, venida de ese trabajo subterráneo del exilio español republicano, y a la vez tener en su entramado su propia negación que puso a arder la primera edición de Tata Vizcacha en un auto de fe moralista en 1955), o de esa rareza llamada Lavalleja.
Es verdad que todo chajá es un ave rara si se lo mira de cerca. Pero eso no anula, sino que reafirma, que Maldonado lo sea. Con sus peculiaridades internas (baste evocar los topónimos Aiguá, Punta del Este, San Carlos, José Ignacio, Cerro Pelado, para nombrar lo violentamente diverso) y sus mutaciones en el tiempo.
En este primer número de La Ballena de Papel se aprecia una intención de continuidad proteica más que de continuismo embalsamado. Aparece, por ejemplo, en la sección Historia, que hace a la esencia de la revista, donde además de los documentos que se rescatan hay artículos histórico-antropológicos que abordan la siempre compleja relación entre el departamento y su balneario. Hay ideas atravesadas por la lucha feminista, la ecología y el patrimonio cultural. En la zona de creación hay relatos para niños y obra visual. En poesía se publican los “Ponientes”, escritos por Amanda Berenguer –voz mayor del 45– en Playa Verde, pero también se incluye una mirada sobre Ibero Gutiérrez, joven poeta asesinado por el fascismo en 1972.
Rescate con presente. Como la convivencia entre la gráfica actual con los grabados originales de la primera época. El retorno de La Ballena de Papel aporta en esa dirección. Árboles para sostener las dunas. Para que lo que se escape no sea todo. Al menos.
Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique (Uruguay). Febrero de 2023, 93 páginas. Editores responsables: Silvia Guerra, Marcelo de León Montañés, Gabriela Miraballes Cortinas, Jorge Nández.