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Miembros de las Fuerzas de Defensa de Estonia durante ejercicios en Kadrina, Estonia, el 19 de mayo.

Foto: Jaap Arriens / AFP

Estonia en pie de guerra

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“Si Putin quiere venir, vendrá”

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Miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el país báltico anticipa una invasión de su territorio por parte del ejército ruso y realiza un importante esfuerzo de armamento, con el riesgo de agravar las dificultades sociales y económicas. Mientras las relaciones entre Tallin y Moscú se tensionan, la minoría rusoparlante del país mantiene un bajo perfil.

El video casero se viralizó a través de las redes sociales y fue replicado por los medios de comunicación estonios. El 9 de mayo, el municipio ruso de Ivangorod, contiguo a Estonia, conmemoró, como el resto de Rusia, el aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi; lo hizo con una pantalla gigante y conciertos. La secuencia, captada del lado estonio desde los muros de la ciudad de Narva, del otro lado del río que separa los dos países, muestra a un hombre de unos 50 años agrediendo a un manifestante, mientras este último alza una bandera ucraniana contra las festividades, visibles desde la otra orilla del curso de agua. “Sacála, sacála”, grita el individuo en ruso, antes de empujar con violencia al joven, quien cae sobre los peldaños de una escalera.

“La mayor parte de las personas que estaban a mi alrededor apoyaban a mi agresor”, cuenta la víctima, que milita en el seno de la organización no gubernamental estonia Avatud Vabariik (“Una República Abierta”) que lucha por la integración de los jóvenes provenientes de la minoría rusa, a los medios de comunicación que vinieron a entrevistarlo. El agredido, también rusoparlante, no sufrió más que unos hematomas, y su asaltante fue condenado a prisión en suspenso. En Narva, el 90 por ciento de los habitantes pertenecen a la minoría rusa, que representa un cuarto de la población del Estado báltico. En 2022, según la Agencia Oficial de Estadísticas de Estonia, el 31,5 por ciento de los residentes estonios hablaba ruso en sus casas.

Este incidente estuvo acompañado por una iniciativa con consecuencias más preocupantes. El mismo día de la fiesta nacional rusa, el museo de la ciudad, alojado en una fortaleza medieval frente a la frontera, colgó en su pared un cartel con la imagen de Vladimir Putin, con la siguiente inscripción: “criminal de guerra”. El acto llevó a un choque entre los guardias fronterizos de los dos países, exigiendo los rusos ante la policía estonia, en vano, que retiraran el cartel.

Los dos acontecimientos dan cuenta de la tensa atmósfera que reina en Estonia desde la invasión rusa a Ucrania. En primer lugar, en lo más alto del Estado. Su primera ministra Kaja Kallas tiene la costumbre de definir el desenlace del conflicto en suelo ucraniano como “existencial” para su país. Tallin destina un poco más del uno por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB) a la ayuda militar para Kiev, cerca de 400 millones de euros desde el comienzo de la guerra. Es una de las contribuciones más elevadas del mundo en relación con la riqueza nacional, justo detrás de la de Letonia y delante de la de Lituania1. Temiendo ser agredido a su vez, la defensa de este pequeño territorio poblado de 1,3 millones de habitantes hoy por hoy descansa en gran parte en la Alianza Atlántica, la OTAN.

Desde febrero de 2022, esta alianza militar busca comunicar el refuerzo de su flanco este. Como el 16 de marzo en Tapa, una ex base soviética ubicada a 70 kilómetros al sudeste de Tallin. Frente a las cámaras, un soldado de primera clase de la legión extranjera francesa demuestra la agilidad del tanque de reconocimiento AMX-10 RC, desplegado por primera vez en suelo estonio, así como otros 18 vehículos de transporte de tropas de tipo Griffon. Una línea recta a plena velocidad, un giro rápido, un cuarto de vuelta a la izquierda, antes de detenerse al lado de los otros vehículos blindados presentados a la prensa. “Estoy acá para practicar con el material, verificar si aguanta bien el frío”, explica el joven piloto de 21 años, cuyo torso sobresale del habitáculo del vehículo. Objetivo: demostrar la capacidad de la OTAN para desplegarse muy rápidamente en caso de agresión rusa.

Desde el año 2008, tras una ola de ciberataques contra instituciones públicas y privadas del país, los miembros de la alianza crearon en Estonia, que se había unido a la organización cuatro años antes, un centro llamado “de excelencia” en ciberdefensa. Tras la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, la OTAN refuerza su “presencia avanzada”, desplegando, por primera vez en 2017, batallones multinacionales presentes de forma permanente (pero que realizan rotaciones) en Bulgaria, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Eslovaquia. Y en Estonia. Como los otros dos Estados bálticos, Tallin delega su policía del cielo a los aliados. “Casi todos los meses, Rusia viola nuestro espacio aéreo. Siempre a la altura de Vaindloo [N. de la R.: una isla ubicada a una veintena de kilómetros al norte de la costa]”, acusa Tuulii Duneton, subsecretaria de Defensa, para justificar el apego de Estonia al paraguas de la OTAN.

El 26 de setiembre pasado, el conflicto en Ucrania se exportó al Mar Báltico, con los sabotajes de los gasoductos rusos Nord Stream I y II, que ni la investigación alemana y ni la danesa permitieron dilucidar hasta ahora2. Desde entonces, los guardacostas estonios controlan las embarcaciones rusas que pasan por sus aguas territoriales, con la convicción, sin prueba que la sustente, de “que el ejército ruso usa naves civiles para diferentes objetivos”, explica Duneton. El embajador ruso en Estonia quedó consternado ante la voluntad declarada por Tallin de incorporar, en virtud de una convención sobre el mar, una “zona contigua” a sus aguas territoriales, donde podría extender la inspección de los cargamentos rusos. Según él, sería una restricción a la libertad de navegación. La adhesión de Finlandia, y pronto de Suecia, permite a la OTAN estar presente en las dos orillas del golfo situado frente a San Petersburgo.

Estonia emprendió el camino de un fuerte rearme. El gobierno multiplicó por dos su presupuesto militar para el año 2023 y destinó un paquete inédito de 1.200 millones de euros para la compra de aparatos de artillería. En diciembre pasado, Tallin adquirió seis sistemas de lanzacohetes estadounidenses de tipo HIMARS, por 200 millones de euros, y a comienzos de mayo pensaba en la compra de un sistema de defensa aéreo de tipo Iris-TSLM, desarrollado por el grupo alemán Diehl Defence, en el marco de una compra mutua con Letonia3. En febrero, Hanno Pevkur, el ministro de Defensa estonio, declaró su voluntad de duplicar los efectivos de las fuerzas terrestres del país, para pasar de 9.500 a 20.000 combatientes, de acá a fines de 2024.

Preocupación colectivizada

En Estonia, el temor ante el gigante ruso nace en los bancos de la escuela, y los mayores a menudo se acuerdan del período soviético. En toda su historia moderna, la joven república no vivió más que 42 años de independencia: desde 1710 y por los dos siglos siguientes, Rusia arrebató a Suecia sus márgenes bálticos. Tras un breve período de autonomía (1920-1940), la Unión Soviética anexó de nuevo a Estonia, tras la firma del Pacto Germano-Soviético (1939). Frenadas por la blitzkrieg [guerra relámpago] alemana en 1941, las tropas soviéticas regresaron en 1944, hasta el 20 de agosto de 1991, fecha de la segunda declaración de independencia estonia.

Pocos son los estonios entrevistados que no expresaron su preocupación por una nueva invasión rusa. Vitali Kozeratski, a quien nos cruzamos en un centro comercial de Varna, de 40 años, diseñador en Tallin, nacido en Ucrania y cuyo hermano vive en Rusia, explica que quiere comprar un arma de fuego, para defender a su familia en caso de ataque. Desde el mes de febrero, el país prohíbe a los ciudadanos de los Estados no miembros de la Unión Europea o de la OTAN poseerlas, una decisión que forzó a cerca de 1.300 ciudadanos de la minoría rusa a entregar las que tenían4. “Hablamos seguido de eso con mi mujer. Elaboramos un plan para partir en menos de una hora, sólo con las cosas de emergencia –revela este padre de una niñita–. El país es tan chico. Si Putin quiere venir, vendrá, y la OTAN no podrá hacer nada al respecto.” No obstante, el artículo quinto del Tratado del Atlántico Norte prevé que una agresión semejante desencadenaría la respuesta coordinada de los países de la Alianza, cuyos presupuestos militares sumados, en 2023, representan 17 veces el de Rusia (cinco veces si se excluye a Estados Unidos)5.

Los temores se escuchan menos entre los rusoparlantes. A pesar de la prohibición de transmisión de los medios oficiales de comunicación rusos en Europa desde marzo de 2022, siguen siendo muchos los que ven los canales públicos rusos en Internet, y algunas personas siguen confiando en Putin. “¿Para qué vendría él acá?”, asegura una señora mayor, que acaba de pasar el puesto fronterizo de Narva, llevando dos bolsas de compras de alimentos realizadas a menor costo en Ivangorod, del lado ruso. El cinco por ciento de los ciudadanos binacionales, que tienen pasaportes rusos, así como los titulares del pasaporte “gris” (los documentos de identidad emitidos a quienes no obtuvieron la nacionalidad estonia en la independencia) pueden continuar yendo y viniendo sin visa entre los dos países. Bajo la condición de anonimato, acepta intercambiar algunas palabras. “Siento cierta presión. Si doy mi opinión en un diario, me van a decir: ‘Volvé a Rusia’”, afirma, con un tono exasperado, antes de dar media vuelta.

Fuerzas y crisis

Para defenderse, Estonia dispone de un ejército de reserva estimado en 35.000 soldados, así como de una “Liga de Defensa Civil”, compuesta por cerca de 30.000 simples ciudadanos, una institución creada unos días antes del comienzo de la guerra de Independencia, en 1918, y cofundada por el bisabuelo de la actual primera ministra.

Roger Vinni, de 40 años, propietario de un lavadero de autos, dirige la unidad de la ciudad de Narva. “Entrenamos una vez por mes, con balas reales. Disponemos de fusiles de asalto R20 de calibres 5.56 y 7.62, de pistolas automáticas de nueve milímetros”, explica este padre de familia. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, los efectivos de la organización paramilitar financiada por el Estado aumentaron cerca de un 20 por ciento, considera Vinni, quien garantiza él mismo el entrenamiento de sus tropas.

Unos días después del comienzo de la invasión rusa en Ucrania, el 1º de abril de 2022, los tres Estados bálticos anunciaron en conjunto poner fin a las importaciones de gas ruso. Fue una decisión drástica para Estonia, que dependía en un 90 por ciento de las entregas de Moscú. La utilización del puerto metanero en la vecina Lituania, puesto en funcionamiento en 2014, constituyó una solución alternativa, permitiendo traer gas licuado, principalmente de origen noruego y estadounidense, mientras se construía, de urgencia, el primer puerto metanero del país, en Paldiski. Consecuencia: el Estado báltico registró, en agosto de 2022, la tasa de inflación más alta de la zona euro, con un aumento del 25 por ciento, ampliamente impulsada por la disparada de los precios de la energía (en un año, en julio de 2022, 235 por ciento para el gas natural, 143 por ciento para la electricidad destinada a los hogares). Estabilizada alrededor de un 13,5 por ciento en abril, este aumento de los precios sigue siendo importante en los sectores de la alimentación (23,4 por ciento con respecto al mismo mes del año pasado) y de la vivienda (32,4 por ciento)6.

La crisis social no le impidió al Partido Reformista, del cual surgió la primera ministra, ganar las elecciones legislativas del 5 de marzo. La guerra en Ucrania incluso le brindó la oportunidad de eliminar a su aliado, el Partido del Centro, haciendo recaer sobre esta formación, que firmó en 2007 un acuerdo de alianza con el partido del presidente ruso, una sospecha de deslealtad. En un país por cierto muy liberal –tiene una tasa de imposición única no progresiva sobre las rentas (o “flat tax”) del 20 por ciento–, Kallas ya es apodada la “dama de hierro” de los países bálticos, en referencia a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher. Mientras el déficit presupuestario debería acercarse al cinco por ciento a fin de año, la mandataria se comprometió a volver a colocarlo, a partir de 2024, dentro del umbral de los criterios de Maastricht (tres por ciento)7. Además de los recortes en los gastos sociales, su gobierno anunció un aumento del IVA, a pesar de la inflación que ya está afectando a los hogares. Su nombre ya circula en la prensa para suceder a Jens Stoltenberg en el Secretariado General de la Alianza Atlántica8.

Damien Lefauconnier, periodista, enviado especial. Traducción: Micaela Houston.

Ucrania - Las presas de la indignación

El 6 de junio, mientras Moscú y Kiev se culpaban mutuamente de la destrucción de la represa Kakhovka, en Ucrania, Bernard-Henri Lévy, BHL (1), contraatacaba: “Como Hitler en 1945, #Putin usó una vez más la táctica de la tierra arrasada” (Twitter, 6 de junio). Le Monde echó mano a su vez a la otra única referencia histórica del periodismo francés: “Este desastre es un eco del provocado el 28 de agosto de 1941 por el dictador soviético Joseph Stalin en el mismo río [...] para frenar el rápido avance de las tropas nazis” (Le Monde, 8 de junio).

Nazi o antinazi, ¿qué importa realmente? Atribuido a Putin, el ataque da cuenta de una infamia excepcional. “La destrucción de la presa de Kakhlovka marca un punto de inflexión en las guerras del siglo XXI”, se titula una columna de Franck Galland publicada por el vespertino (8 de junio). El investigador asociado a la Fundación para la Investigación Estratégica es categórico: “Un acto tan dirigido y deliberado, y de tal magnitud, no ocurría desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los bombardeos masivos tenían como blanco las obras hidráulicas con el objetivo de ahogar el potencial económico del adversario causando el máximo daño material y humano”.

A los editores de Le Monde les habrían bastado no más de dos minutos para verificar –y pulverizar– esta afirmación. Hay otro país que ha cometido “caracterizadas violaciones de los Convenios de Ginebra” sin que nadie invoque a Hitler, a Stalin o a Belcebú. El 26 de marzo de 2017, recuerda The New York Times (20 de enero de 2022), “en el apogeo de la guerra contra el Estado Islámico en Siria, una repentina explosión sacudió la presa más grande del país, una imponente estructura de 18 pisos ubicada sobre el Éufrates, encima de un valle donde viven cientos de miles de personas”. Construida en un área controlada por “Daesh”, la obra figuraba en la lista de sitios protegidos establecida por el ejército estadounidense. Pero la moderación humanitaria adquiere formas singulares en los países hostiles a la alianza atlántica: miembros de las fuerzas especiales “atacaron la represa utilizando las bombas más poderosas del arsenal convencional estadounidense, incluida al menos una BLU-109”. El proyectil penetró en profundidad en la torre de control de la represa, aunque, por milagro, no explotó.

Si la pasión estadounidense por las convenciones de Ginebra demostró ser intermitente en Siria, brilló directamente por su ausencia durante la Guerra de Vietnam. En el verano boreal de 1972, una delegación de la comisión internacional de investigación de los crímenes de guerra estadounidenses visitó el norte del país. Le Monde (16 de agosto de 1972) relató entonces: “Ramsey Clark, exministro de Justicia del presidente Johnson, declaró que un enorme malecón que protege de inundaciones un área donde viven 600.000 personas ‘ha sido atacado en numerosas ocasiones’” por proyectiles estadounidenses. Presente también en el lugar, el geógrafo francés Yves Lacoste testificó “sobre el carácter sistemático y global de la acción contra el sistema hidráulico de Vietnam del Norte”: “La concentración de los bombardeos sobre los diques en la parte oriental del delta [del río Rojo], que es también la región más poblada y de mayor importancia agrícola, refleja el carácter deliberado de estos ataques, ya que se producen allí donde sus efectos pueden ser más graves”.

Lamentablemente, la destrucción de represas en tiempos de guerra es tan común que el propio general ucraniano Andrey Kovalchuk consideró una acción de ese tipo. “Los ucranianos, explicaba The Washington Post el 29 de diciembre de 2022, realizaron una prueba de impacto con un lanzador HIMARS sobre una de las válvulas de la presa de Nova Kakhovka, horadando el metal en tres puntos para ver si el agua del Dniéper se elevaba lo suficiente como para evitar que los rusos cruzaran, sin inundar las aldeas vecinas. La prueba fue un éxito, dijo Kovalchuk, pero esta medida de último recurso no se implementó” (2). Si no, ¿habría asociado BHL esa acción con Hitler? ¿Y habría reescrito Franck Galland en Le Monde la historia militar del último medio siglo?

Pierre Rimbert, de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Daniel Gatti.

(1): NdR: Polémico intelectual mediático del grupo Nuevos Filósofos.

(2): Esta referencia fue exhumada por el periodista Aaron Maté, Twitter, 6 de junio de 2023.


  1. “Ukraine support tracker”, The Kiel Institute for the World Economy, www.ifw-kiel.de, actualizado con regularidad. 

  2. Pierre Rimbert, “Peligro de explosión”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2023. 

  3. Hélène Richard, “En Letonia, una democracia tan imperfecta”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2021. 

  4. Marko Tooming, “Cerca de 1.300 permisos de armas de fuego serán revocados” (en estonio), Eesti Rahvusringhääling (ERR), www.err.ee, 22-3-2023. 

  5. “SIPRI Military Expenditure Database”, Stockholm International Peace Research Institute, www.sipri.org

  6. Banco Central de Estonia, www.eestipank.ee, 2023. 

  7. NdR: Por el Tratado de la Unión Europea, firmado en Maastricht, Países Bajos, el 7 de febrero de 1992. 

  8. Karl De Meyer, “Kaja Kallas, une des voix européennes les plus fortes en soutien de l’Ukraine” [Kaja Kallas, una de las voces europeas más fuertes en apoyo de Ucrania], Les Échos, París, 2-3-2023. 

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