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Durante la carga de los aviones del Carrier Air Group 2 (CVG-2) armados para un ataque en Corea en algún punto del Pacífico Occidental entre 1º de abril y el 9 de junio de 1951, en el portaaviones de la Marina de los EE. UU. Philippine Sea (CV-47). Foto: sin datos de autor / Museo de Aviación Naval de EEUU.

Memorias que queman

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El delirio atómico de MacArthur y LeMay en Corea.

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Hay injerencias que no se producen antes (como ocurrió con la génesis y sostén del terrorismo de Estado en Chile) ni después (como el plan de destrucción de Alemania). A 70 años de terminada la guerra de Corea, este artículo detalla la brutal campaña aérea contra las fuerzas del norte y la población civil coreana por parte de Estados Unidos.

Tratándose de la guerra de Corea (1950-1953), más que de una guerra “olvidada” habría que hablar de una guerra desconocida. Para el historiador resulta imborrable la extraordinaria destructividad de las campañas aéreas estadounidenses contra Corea del Norte, que incluyeron ataques continuos y masivos con bombas incendiarias (en especial napalm); amenazas de emplear armas nucleares y químicas1 y la destrucción de gigantescos diques norcoreanos en las últimas etapas de la guerra. Sin embargo, esos hechos son poco conocidos incluso por los historiadores -para no hablar del ciudadano común- y los análisis de la prensa sobre la cuestión nuclear en Corea del Norte en los últimos 30 años nunca los mencionan.

Suele pensarse que la guerra de Corea fue una guerra limitada, pero se parece mucho a la guerra aérea contra el Japón imperial durante la Segunda Guerra Mundial y a menudo fue llevada a cabo por los mismos responsables militares estadounidenses. Los ataques contra Nagasaki e Hiroshima fueron objeto de numerosos análisis, en cambio los bombardeos incendiarios contra ciudades japonesas y coreanas no despertaron mayor interés. Menos aún se han dilucidado las estrategias nuclear y aérea de Washington en el nordeste de Asia luego de la guerra de Corea, a pesar de que ellas definieron las opciones de los norcoreanos y de que son un factor clave en la elaboración de su actual estrategia en materia de seguridad nacional.

Un diluvio de napalm

[...] El napalm fue inventado a finales de la Segunda Guerra Mundial y su utilización en la guerra de Vietnam generó un gran debate, alimentado por las impresionantes fotos de niños corriendo desnudos por las rutas mientras la piel se les caía a trozos... Sobre Corea se lanzó una cantidad aún mayor de napalm y su efecto fue más devastador, ya que la República Popular Democrática de Corea (RPDC) contaba con una mayor cantidad de ciudades populosas y plantas industriales que Vietnam del Norte. En 2003 participé en una conferencia junto a excombatientes estadounidenses de la guerra de Corea. Durante una discusión sobre el napalm, un sobreviviente de la batalla del Depósito de Changjin (Chosin, en japonés), que había perdido un ojo y parte de una pierna, afirmó que se trataba, en efecto, de un arma abyecta, pero que “se utilizaba contra quienes correspondía”.

Contra quienes correspondía, sí. Como en aquel bombardeo que alcanzó por error a una docena de soldados estadounidenses: “A mi alrededor, los hombres quemados rodaban sobre la nieve. Hombres que yo conocía, con los que había marchado y combatido, me suplicaban que les disparara un tiro… Era terrible. Cuando el napalm había quemado totalmente la piel, ésta se desprendía de la cara, los brazos o las piernas... como los chips que se hacen friendo rodajas de papas”2.

Poco después, George Barrett, de The New York Times, descubrió un “macabro tributo a toda la guerra moderna” en un poblado situado al norte de Anyang (Corea del Sur): “Los habitantes de todo el pueblo y los de la campiña circundante murieron, manteniendo exactamente la actitud que tenían al ser alcanzados por el napalm: un hombre se disponía a subirse a su bicicleta, unos 50 niños jugaban en un orfelinato, un ama de casa, extrañamente intacta, tenía en su mano un catálogo de Sears-Roebuck donde se había marcado el pedido número 3.811.294 correspondiente a una ‘espléndida blusa color coral'”. El entonces canciller de Estados Unidos, Dean Acheson, manifestó que ese tipo de “reportaje sensacionalista” debía ser notificado a las autoridades encargadas de la censura, a fin de hacerlo desaparecer3.

Una de las primeras órdenes de incendiar ciudades y aldeas que encontré en los archivos fue impartida en el extremo sudeste de Corea, mientras se desarrollaban violentos combates en el perímetro de Pusan, a principios de agosto de 1950, donde miles de guerrilleros hostigaban a los soldados estadounidenses. El 6 de agosto de 1950 un oficial estadounidense ordenó a la aviación “que arrasara las siguientes ciudades: Chongsong, Chinbo y Kusu-Dong”. Por otra parte, se utilizaron bombarderos estratégicos B-29 para realizar bombardeos tácticos. El 16 de agosto, cinco formaciones de B-29 atacaron un área rectangular cerca del frente, donde había una gran cantidad de ciudades y aldeas, generando un verdadero océano de fuego con cientos de toneladas de napalm. El 20 de agosto se ordenó otra acción de ese tipo. Y el 26 de agosto, en esos mismos archivos, aparece una simple mención: “11 aldeas incendiadas”4.

[...] Los pilotos tenían orden de atacar los blancos que podían distinguir, para evitar alcanzar a los civiles. Pero a menudo bombardeaban por radar importantes centros poblados, o dejaban caer enormes cantidades de napalm sobre objetivos secundarios cuando no podían alcanzar el blanco principal. La ciudad industrial de Hungnam fue blanco de un importante ataque el 31 de julio de 1950, durante el cual se lanzaron 500 toneladas de bombas. Las llamas alcanzaron los 100 metros de altura. El 12 de agosto los estadounidenses dejaron caer 625 toneladas de bombas sobre Corea del Norte, cantidad que durante la Segunda Guerra Mundial hubiera requerido el uso de 250 aparatos B-17. A fines de agosto, las formaciones de B-29 lanzaron 800 toneladas de bombas diarias sobre el Norte5. Gran parte de esas bombas eran de napalm puro. De junio hasta fines de octubre de 1950, los B-29 descargaron sobre Corea 3.200.000 litros de napalm.

En el seno de la fuerza aérea estadounidense algunos se deleitaban con las virtudes de esa arma relativamente nueva, adoptada al fin de la guerra precedente, bromeaban con las protestas comunistas y engañaban a la prensa hablando de “bombardeos de precisión”. Los civiles -decían- eran informados de la llegada de los bombarderos por medio de volantes, pero todos los pilotos sabían perfectamente que esos volantes no tenían ningún efecto6. Eso no era más que el preludio de la destrucción de la mayoría de las ciudades y aldeas norcoreanas, luego de la entrada de China en la guerra.

El ingreso de esta última en el conflicto provocó una inmediata escalada de ataques aéreos. Desde principios de noviembre de 1950, el general Douglas MacArthur ordenó que la zona situada entre el frente y la frontera china fuera transformada en un desierto y pidió que la aviación destruyera todas “las instalaciones, fábricas, ciudades y aldeas” en una superficie de miles de kilómetros cuadrados de territorio norcoreano. Según informó un agregado militar británico en el cuartel general de MacArthur, éste dio orden de “destruir todos los medios de comunicación, instalaciones, fábricas, ciudades y aldeas” excepto las represas de Najin, cerca de la frontera soviética y del río Yalu (para no provocar a Moscú ni a Pekín). “Esa destrucción (debía) comenzar en la frontera manchú y proseguir hacia el sur”. El 8 de noviembre de 1950, 79 aparatos B-29 dejaron caer 550 toneladas de bombas incendiarias sobre Sinuiju, “borrando (la ciudad) del mapa”. Una semana después, un diluvio de napalm cayó sobre Hoeryong “con el objetivo de aniquilar ese sitio”. El 25 de noviembre “una gran parte de la región noroeste, entre el Yalu y las líneas enemigas más al sur (...) está prácticamente en llamas”. Esa zona se convertiría, con rapidez, en una “extensión de tierra desierta y arrasada”7.

La madre de todas las bombas

Todo eso ocurría antes de la gran ofensiva chino-coreana que desalojó a las fuerzas de Naciones Unidas (ONU) del norte de Corea. Al comenzar ese ataque, el 14 y 15 de diciembre, la aviación estadounidense lanzó sobre Pyongyang 700 bombas de 500 libras [226,8 kilos], además de napalm arrojado por aviones de combate Mustang y de 175 toneladas de bombas de demolición a acción retardada, que aterrizaban produciendo un ruido sordo para explotar luego, cuando la gente tratara de salvar de la muerte a quienes eran presa de los incendios causados por el napalm. A comienzos de enero, el general Ridgeway ordenó, de nuevo, que la aviación atacara la capital, Pyongyang, #con la intención de destruir la ciudad por medio del fuego, gracias a bombas incendiarias”, (objetivo que fue alcanzado en dos etapas, el 3 y el 5 de enero). A medida que los estadounidenses se retiraban hacia el sur del paralelo 30, proseguía la política incendiaria de tierra arrasada: Uijongbu, Wonju y otras pequeñas ciudades del sur, a las que el enemigo se acercaba, fueron presa de las llamas8.

La aviación militar también intentó decapitar la dirección norcoreana. En marzo de 2003, durante la reciente guerra en Irak, el mundo se enteró de la existencia de una bomba llamada “MOAB” (Mother Of All Bombs: madre de todas las bombas), que pesaba 21.500 libras [9.752 kilos], y cuya capacidad explosiva era de 18.000 libras [8.165 kilos] de TNT. Newsweek publicó una foto de esa bomba en la tapa con el título “¿Por qué el resto del mundo teme a Estados Unidos?”9. Durante el invierno coreano 1950-1951, Kim Il Sung y sus más cercanos aliados se encontraban otra vez en el punto de partida de la década de 1930 y se escondían en profundos bunkers subterráneos en Kanggye, cerca de la frontera manchú. Luego de tres meses de vana búsqueda, después del desembarco de Inchon, los B-29 dejaron caer sobre Kanggye bombas Tarzán: un nuevo tipo de enormes bombas de 12.000 libras [5.443 kilos], nunca antes utilizadas. Que en realidad parecían apenas un petardo comparadas con el arma incendiaria definitiva: la bomba atómica.

El 9 de julio de 1950, apenas dos semanas después de iniciada la guerra, el general MacArthur envió al general Ridgeway un “mensaje urgente” que incitó a los jefes de Estado Mayor (JEM) “a analizar si había que darle a MacArthur bombas A”. El general Charles Bolte, jefe de las operaciones, fue encargado de conversar con MacArthur sobre la utilización de bombas atómicas “en apoyo directo a los combates terrestres”. Bolte estimaba que se podían reservar entre diez y 20 bombas para el teatro de operaciones coreano sin que la capacidad militar global de Estados Unidos se viera “demasiado” afectada. MacArthur sugirió a Bolte el uso de las armas atómicas de manera táctica, y le dio una idea de las extraordinarias ambiciones que tenía en el marco de la guerra, fundamentalmente la ocupación del Norte y una respuesta a la eventual intervención china o soviética, de la siguiente manera: “Los voy a aislar en Corea del Norte. En Corea veo un callejón sin salida. Los únicos pasos existentes desde Manchuria o desde Vladivostock tienen muchos túneles y puentes. Creo que es una ocasión única para utilizar la bomba atómica, para dar un golpe que cortaría las rutas y exigiría un trabajo de reparación de seis meses”.

Sin embargo, a esa altura de la guerra, los JEM se opusieron a utilizar la bomba, pues no había blancos tan importantes como para usar armas nucleares; además, temían la reacción de la opinión pública mundial a cinco años de Hiroshima, a la vez que esperaban poder modificar el curso de la guerra por los medios militares clásicos. El cálculo no fue el mismo cuando importantes contingentes de soldados chinos entraron en guerra en octubre y noviembre de 1950.

Amenaza nuclear

Durante una célebre conferencia de prensa desarrollada el 30 de noviembre de 1950, el presidente Harry Truman agitó la amenaza de la bomba atómica10. Y no era un embuste como se supuso entonces. El mismo día, el general de la fuerza aérea George Stratemeyer ordenó al general Hoyt Vandenberg que pusiera en estado de alerta el comando estratégico aéreo “para que esté listo a enviar de inmediato formaciones de bombarderos equipados de bombas medianas a Extremo Oriente [...] suplemento que [debería] incluir capacidades atómicas”. El general de la fuerza aérea Curtis LeMay recuerda que previamente los JEM habían llegado a la conclusión de que las armas atómicas probablemente no serían utilizadas en Corea, salvo en el marco de una “campaña atómica general contra la China maoísta”. Pero dado que las órdenes cambiaban a raíz de la entrada en guerra de las fuerzas chinas, LeMay deseaba ocuparse de esa tarea: así fue como dijo a Stratemeyer que su cuartel general era el único que contaba con la experiencia, la formación técnica y el “conocimiento íntimo” de los métodos para lanzar la bomba. El hombre que había dirigido el bombardeo incendiario de Tokio en marzo de 1945, estaba dispuesto a encaminarse otra vez hacia Extremo Oriente para dirigir esos ataques11. Por entonces Washington se preocupaba poco de saber cómo reaccionaría Moscú, pues los estadounidenses poseían al menos 450 bombas nucleares, mientras que los soviéticos sólo contaban con 25.

Poco después, el 9 de diciembre de 1950, Mac Arthur hizo saber que deseaba contar con un poder discrecional sobre el uso de armas atómicas en el teatro de operaciones coreano, y el 24 de diciembre presentó una “lista de blancos susceptibles de retardar el avance enemigo”, para los cuales decía necesitar 26 bombas atómicas. Pedía además que otras cuatro bombas fueran lanzadas sobre las “fuerzas de invasión” y cuatro más sobre las “concentraciones enemigas cruciales de medios aéreos”.

En entrevistas publicadas luego de su muerte, MacArthur afirmaba tener un plan para ganar la guerra en diez días: “Yo hubiera lanzado unas 30 bombas atómicas [...] concentrando el ataque a lo largo de la frontera con Manchuria”. Luego habría llevado 500.000 soldados de China Nacionalista al Yalu, y “desparramado detrás de nosotros, desde el Mar de Japón hasta el Mar Amarillo, una línea de cobalto radioactivo [...] cuya duración de vida activa es de entre 60 y 120 años. Durante al menos 60 años no hubiera podido haber ninguna invasión terrestre de Corea del Norte”. MacArthur estaba seguro de que los soviéticos no hubieran reaccionado ante esa estrategia extrema: “Mi plan era seguro”12.

La radioactividad del cobalto 60 es 320 veces superior a la del radio. Según el historiador Carroll Quigley, una bomba H de 400 toneladas de cobalto podría destruir de forma completa la vida animal sobre la Tierra. Las declaraciones belicistas de MacArthur parecen increíbles, aunque no era el único en pensar de esa manera. Antes de la ofensiva chino-coreana, un comité dependiente de los JEM había declarado que las bombas atómicas podrían resultar el “factor decisivo” para detener el avance chino en Corea. Al principio se estudiaba su eventual utilización como “un cordón sanitario [que podía ser] establecido por la ONU siguiendo una franja de terreno en Manchuria, inmediatamente al norte de la frontera coreana”. Pocos meses después, el diputado Albert Gore (el padre de Al Gore, candidato demócrata a la presidencia, derrotado en 2000, que posteriormente se opondría a la guerra en Vietnam) lamentaba que “Corea sea una picadora de carne para las tropas estadounidenses”, a la vez que sugería terminar con la guerra por medio “de algún cataclismo”, es decir, un cinturón radioactivo que dividiría la península coreana en dos de manera definitiva. A pesar de que el general Ridgeway no habló de bomba de cobalto, luego de suceder a MacArthur en el puesto de comandante estadounidense en Corea, en mayo de 1951, reiteró de manera infructuosa el pedido hecho por su predecesor el 24 de diciembre, reclamando esta vez 38 bombas atómicas13.

Shangganling (2018), obra del pintor norcoreano Choe Chang Ho sobre una de las principales acciones militares de la guerra de Corea. Óleo, 252 x 497 cm. Foto: Art Center Berlin Friedrichstrasse.

A comienzos de abril de 1951 Estados Unidos estuvo a punto de utilizar sus armas atómicas, precisamente en momentos en que Truman destituía a MacArthur. Aunque las informaciones sobre ese acontecimiento están aún en gran medida catalogadas como secretas, resulta claro que la decisión de Truman no obedecía sólo a las reiteradas insubordinaciones de Mac Arthur, sino a que deseaba contar con un comandante fiable en Corea, por si acaso Washington decidía recurrir a las armas atómicas. Dicho de otra manera, Truman se deshizo de MacArthur para dejar la puerta abierta a su política en materia de armas atómicas. El 10 de marzo de 1951, luego de que los chinos concentraron nuevas fuerzas junto a la frontera coreana y que los soviéticos estacionaron 200 bombarderos en las bases de Manchuria (desde donde podían atacar no sólo objetivos en Corea, sino también las bases estadounidenses en Japón),14 Mac Arthur reclamó una “fuerza atómica del tipo de la del Día D” para poder conservar la superioridad aérea en el teatro de operaciones coreano. El 14 de marzo de ese año, el general Vandenberg escribió: “[Thomas] Finletter [secretario de la Fuerza Aérea] y [Robert] Lovett [secretario de Defensa] alertados sobre las conversaciones atómicas. Creo que todo está listo”. A fin de marzo, Stratemeyer informó que las fosas de carga de bombas atómicas de la base aérea de Kadena, en Okinawa, eran de nuevo operativas. Las bombas habían sido llevadas allí en piezas separadas, y armadas en la base. Lo único que faltaba era instalar el núcleo atómico. Tres semanas después, el 5 de abril, los JEM ordenaron lanzar de inmediato represalias atómicas contra las bases manchúes si nuevos contingentes de soldados chinos se sumaban a los combates, o si desde esa zona se desplegaban bombarderos contra las posiciones estadounidenses. El mismo día, Gordon Dean, presidente de la Comisión de Energía Atómica, adoptó las disposiciones para enviar nueve cabezas nucleares Mark IV al noveno grupo de bombarderos de la fuerza aérea, que tenía a su cargo el transporte de las bombas atómicas [...].

Operación Hudson Harbor

En junio de 1951, los JEM consideraron de nuevo el uso de armas nucleares –esta vez, desde el punto de vista táctico en el campo de batalla–15 y también lo hicieron en varias otras ocasiones hasta 1953. Robert Oppenheimer, el exdirector del Proyecto Manhattan, trabajó en el Proyecto Vista, destinado a evaluar la factibilidad del uso táctico de armas atómicas. A comienzos de 1951, un joven llamado Samuel Cohen, que efectuaba una misión secreta por cuenta del Departamento de Defensa, analizó las batallas que permitieron concretar la segunda toma de Seúl y llegó a la conclusión de que debía existir un medio de destruir al enemigo sin destruir la ciudad. Cohen se convertiría en el padre de la bomba de neutrones16.

Pero es probable que el proyecto nuclear más terrorífico de Estados Unidos en Corea haya sido la operación Hudson Harbor. Al parecer, esa operación formaba parte de un proyecto más amplio sobre “la explotación abierta por parte del Departamento de Defensa, y la explotación clandestina por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en Corea, de la posibilidad de utilizar las nuevas armas” (eufemismo para designar lo que hoy llamamos armas de destrucción masiva).

[...] A pesar de no recurrir a las “nuevas armas” –aunque el napalm era algo muy novedoso entonces– la ofensiva aérea logró arrasar Corea del Norte y matar millones de civiles antes del fin de la guerra. Durante tres años, los norcoreanos debieron afrontar la amenaza diaria de ser quemados por el napalm: “No había forma de escapar”, me confió uno de ellos en 1981. En 1952, prácticamente todo el centro y el norte de Corea habían sido completamente destruidos. La población que quedó sobrevivió en grutas.

[...] Durante la guerra, escribió Conrad Crane, la fuerza aérea estadounidense “produjo una destrucción terrible en toda Corea del Norte. La evaluación de los daños causados por los bombardeos, realizada en momentos del armisticio, reveló que de las 22 principales ciudades del país, 18 habían sido destruidas, al menos en un 50 por ciento”. De un cuadro realizado por el autor se desprendía que las grandes ciudades industriales de Hamh’ung y H’ungnam habían sido arrasadas en un 80 a 85 por ciento, Sariw’on en un 95 por ciento, Sinanju en un 100 por ciento, el puerto de Chinnamp’o en un 80 por ciento y Pyongyang en un 75 por ciento. Un periodista británico describió una de las miles de aldeas destruidas como “un gran montículo de ceniza violácea”. El general William Dean, que fue capturado luego de la batalla de Taej’on, en julio de 1950 y trasladado al norte, declaró luego que la mayoría de las ciudades que pudo ver estaban reducidas a “escombros o ruinas cubiertas de nieve”. Todos los coreanos que vio, o casi todos, habían perdido un familiar durante los bombardeos17. Hacia finales de la conflagración, [el primer ministro británico] Winston Churchill se mostró conmovido y declaró en Washington que cuando el napalm fue inventado, al término de la Segunda Guerra Mundial, nadie imaginaba que se lo utilizaría para “rociar” con él a toda una población civil18.

Tal fue la “guerra limitada” librada en Corea. A manera de epitafio a esa desenfrenada guerra aérea, citemos el punto de vista de su creador: el general Curtis LeMay. Cuando la guerra recién empezaba, dijo, “le sugerimos al Pentágono que nos dejaran incendiar cinco de las principales ciudades de Corea del Norte –que no son muy grandes– y la guerra terminaría. Se rasgaron las vestiduras: ‘Así van a matar a un montón de civiles’, ‘es demasiado horrible’. Y sin embargo, a lo largo de tres años [...] hemos incendiado todas [sic] las ciudades en Corea del Norte, y en Corea del Sur también. [...] Durante un período de tres años, les pareció potable, pero matar a unos pocos para impedir que eso ocurra, eso no lo pueden aguantar”19.

Bruce Cumings, director del Departamento de Historia en la Universidad de Chicago. Autor de The Korean War: A History, Random House, Nueva York, 2010. Una version de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2004. Traducción: Carlos Zito.

Punto uy

“Una guerra mundial en miniatura” la llamó Pedro Iacobelli, de la Universidad de los Andes (Chile). Fue durante la conferencia de clausura de la jornada académica “1953: La Guerra de Corea en el marco de la Guerra Fría”, organizada por el Grupo de Estudios Asia-Latinoamérica del Departamento de Historia Universal de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República), desarrollada en Montevideo el jueves 6 de julio.

Dicho evento, que contó con el auspicio de Le Monde diplomatique, edición Uruguay, tuvo como conferencia inaugural “La memoria y la actualidad de la guerra de Corea”, a cargo de Wonjung Min, de la Universidad Nacional de Seúl, y se realizó con motivo de los 70 años del fin de ese conflicto.


  1. Stephen Endicott y Edward Hagerman, “Les armes biologiques de la guerre de Corée”, Le Monde diplomatique, París, julio de 1999. 

  2. Citado en Clay Blair, Forgotten War, Random House, Nueva York, 1989. 

  3. Archivos nacionales estadounidenses, carpeta 995.000, caja 6.175, despacho de George Barrett, 8-2-1951. 

  4. Archivos nacionales, RG338, carpeta KMAG, caja 5.418, diario KMAG, entradas de los días 6, 16, 20 y 26 de agosto de 1950. 

  5. The New York Times, 31-7, 2-8 y 1-9-1950. 

  6. “Air War in Korea”, Air University Quarterly Review 4, N° 2, otoño de 1950, y “Precision bombing”, Air University Quarterly Review 4, N° 4, verano de 1951. 

  7. Archivos MacArthur, RG6, caja 1, “Stratemeyer a MacArthur”, 8-11-1950; Public Record Office, FO 317, pieza N° 84.072, “Bouchier a los Jefes de Estado Mayor”, 6-11-1950; pieza N° 84.073, 25-11-1959 sitrep. 

  8. Bruce Cumings, The Origins of the Korean War, tomo 2, Princeton University Press, 1990; The New York Times, 13-12-1950 y 3-1-1951. 

  9. Newsweek, Nueva York, 24-3-03. 

  10. The New York Times, 30-11 y 1-12-1950. 

  11. Hoyt Vandenberg Papers, caja 86, Stratemeyer a Vandenberg, 30-11-1950; LeMay a Vandenberg, 2-12-1950. Ver también Richard Rhodes, Dark Sun: The Making of the Hydrogen Bomb, 1955. Bruce Cumings, op. cit., p. 750. Charles Willoughby Papers, caja 8, entrevistas de Bob Considine y Jim Lucas en 1954 publicadas en The New York Times, 9-4-1964. 

  12. Carroll Quigley, Tragedy and Hope: A History of the World in Our Time, MacMillan, Nueva York, 1966. C. Quigley fue el profesor preferido de William Clinton en la Georgetown University. Ver también B. Cumings, op. cit. 

  13. Los documentos hechos públicos luego del derrumbe de la Unión Soviética no parecen corroborar esa información. Según los historiadores, los soviéticos no habrían desplegado por entonces una fuerza aérea de esa magnitud, al contrario de lo que pensaban los servicios de inteligencia, que habrían sido víctimas de una eficaz maniobra de desinformación de parte de los chinos. 

  14. No se trataba de utilizar armas nucleares de las llamadas tácticas -aún no disponibles en 1951- sino de utilizar las Mark IV en modo táctico, tal como habían sido utilizadas en los combates, desde fines de agosto de 1950, las bombas clásicas lanzadas por los B-29. 

  15. Samuel Cohen era un amigo de infancia de Herman Kahn. Ver Fred Kaplan, The Wizards of the Armageddon, Simon & Schuster, Nueva York, 1983. 

  16. Sobre Oppenheimer y el Proyecto Vista, ver B. Cumings, op. cit., David C. Elliot, “Project Vista and Nuclear Weapons in Europe” en International Security 2, N° 1, verano de 1986. 

  17. Conrad Crane, American Airpower Strategy in Korea, University Press of Kansas, Lawrence, 2000. 

  18. Jon Halliday y Bruce Cumings, Korea: The Unknown War, Pantheon Books, Nueva York, 1988. 

  19. J. F. Dulles, Papers, “Curtis LeMay”, 28-4-1966. 

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