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Campo de arroz, junto a altos edificios residenciales del centro de Hanói, Vietnam, el 6 de marzo de 2023.

Foto: Nhac Nguyen, AFP

Crisis en el “delta de los nueve dragones”

14 minutos de lectura
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El arroz vietnamita entre el monocultivo y el cambio climático.

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Salinidad, inundaciones y contaminación amenazan con hacer desaparecer el “granero del arroz” en Vietnam antes de 2100. Con él, no sólo se pone en riesgo un pilar de la economía local, sino que también empuja a miles de personas al éxodo rural, agravando la inseguridad alimentaria en regiones de África dependientes del cultivo vietnamita. ¿Podrán implementarse soluciones antes de que el daño sea irreversible?

La temporada de lluvias acaba de comenzar en Vietnam este mes de junio. Sin embargo, los chubascos son escasos. En los campos de Phưrong Thạnh (provincia de Trà Vinh), en pleno delta del Mekong, al sur del país, los árboles de frutas del dragón, que parecen cactus, permanecen quietos en hileras. Los árboles cocoteros los miran desde lo alto. Nada perturba el bucólico silencio, excepto el balido de las cabras en sus corrales de chapa y el ladrido de algunos perros, para anunciar que están de guardia. Entre las plantaciones, apretadas manchas de hierba aparecen bañadas por unos centímetros de agua. Estamos en los arrozales del delta.

Con una lata naranja fluorescente llena de fertilizante atada en la espalda, Bao1 esparce la mezcla con un largo palo negro. Para llegar al campo hay que cruzar una zanja anegada por una estrecha pasarela. En este caso, un tronco de árbol aplastado de apenas 20 centímetros de ancho: un “puente de mono”, como lo llaman los locales. Descalzo, con una hoz en la mano y un sombrero cónico en la cabeza, Bao trabaja desde las seis de la mañana en la media hectárea de tierra que ha usufructuado. Cuando le preguntamos por su cosecha, se agacha y acaricia unas cuantas hojas entre el pulgar y el índice: “Miren, están amarillas. A veces las espigas están vacías. Estos días llueve menos y hace mucho calor”. Todo lo que el arroz odia.

Para cultivar una hectárea de arroz se necesitan 30.000 metros cúbicos de agua dulce. Y el nivel del mar sube poco a poco. Aquí, el agua del suelo se vuelve aún más salada porque la falta de lluvia limita la dilución de los cristales de sal. En consecuencia, la producción tiende a disminuir. Como ocurre a menudo, la solución es utilizar más fertilizantes químicos. “La naturaleza ha cambiado mucho aquí ―cuenta Bao―. Cuando era pequeño, había cangrejos y peces en el agua de los arrozales. Hoy en día, con todos los productos que utilizamos, ya no vienen”. Detrás suyo el motor de un barco con piezas de repuesto emite un ruido ensordecedor. Su hélice está apoyada en el borde de la zanja. Gira a toda velocidad para llevar el agua del canal a los arrozales y anegar la salmuera de oro azul en su versión dulce.

El delta está agotado. El “granero de arroz” de Vietnam, una superficie de 40.000 kilómetros cuadrados en donde viven 20 millones de habitantes (de una población total de más de 99 millones), suministra cada año 24 millones de toneladas del precioso cereal, es decir, el 54 por ciento de la producción nacional. En Vietnam, el 82 por ciento de la tierra cultivable está ocupado por arrozales. La explotación desmedida está teniendo graves repercusiones en el delta. Su nombre vietnamita, “el delta de los nueve dragones” ―para designar sus nueve brazos, “esos territorios de agua que van a desaparecer en las cavidades de los océanos”, como escribió Marguerite Duras2―, evoca fantasías de un coloso inquebrantable. Sin embargo, cuando se cruza el Mekong en barco, su fragilidad salta a la vista. Este coloso de dimensiones extraordinarias tiene orillas tan bajas (alrededor de un metro sobre el nivel del mar) que las hojas de los árboles frutales chapotean en el agua. Y pronto podrían quedar sumergidos: a medida que la agricultura hace descender la napa freática, el delta se hunde unos cuatro centímetros al año. Un fenómeno que lo expone un poco más al avance del mar. A este ritmo, la mitad del delta podría quedar sumergida en 2050, y en su totalidad en 21003. Para Alexis Drogoul, director de investigación del Instituto de Investigación para el Desarrollo, “la mayor amenaza es la agricultura intensiva. La producción ha masacrado los ecosistemas. Ya no podemos permitirnos esperar”. Pero ¿cómo romper con las actividades que aseguran la subsistencia de las poblaciones del delta sin causar inmensos daños humanos?

El gobierno vietnamita tiene la intención de reaccionar. En la conferencia de Dien Hong en 2017 estableció cinco grandes directrices recogidas en la Resolución 120 sobre “desarrollo sostenible y resiliencia climática en el delta del Mekong”. Además de las esperadas promesas de “respetar la naturaleza y evitar agredirla”, el especialista independiente en ecología del delta Nguyên Huu Thiên señala la promesa de “desarrollar cultivos adaptados al agua salada” y, sobre todo, el plan de “centrarse en una agricultura de calidad, más que en la cantidad”.

No cualquiera puede salir del productivismo: el país lleva sumido en él desde la época colonial. “La agricultura en Vietnam es un legado de Francia”, explica Trần Thái Nghiêm, director general adjunto del Departamento de Agricultura y Desarrollo Rural de Cần Thơ, la mayor ciudad del delta del Mekong, encrucijada del comercio del arroz. En un mapa que cuelga de la pared de su oficina, sigue el curso del río Cần Thơ, y luego del canal Kênh Xáng Xà No, que lo prolonga. Este canal fue construido por los colonos franceses. Los vietnamitas lo llaman la “ruta del arroz”.

Legado colonial

A su llegada en 1858, Francia evaluó el potencial agrícola de Cochinchina (actual sur de Vietnam). Los colonos estudiaron el comercio del arroz, entonces dominado por comerciantes chinos, y se hicieron con él. Francia cavó y construyó diques, invirtió en irrigación y drenó las zonas inundadas. Instaló dos millones de hectáreas de arrozales y transformó la estructura comercial, creando departamentos de investigación a partir de 1927, cámaras de agricultura, organismos de crédito y la Oficina Indochina del Arroz en 19304. Abrió escuelas para formar a los vietnamitas en las prácticas francesas. Se crearon fincas de varios miles de hectáreas, la mitad de las cuales pertenecían al tres por ciento de los propietarios. Entre 1868 y 1943, la superficie dedicada al arroz pasó de 250.000 hectáreas a 2,3 millones. Los franceses impusieron dos cosechas al año, frente a la única anual que existía antes y que seguía el ciclo natural de los suelos.

El país salió exangüe de las guerras de Indochina (1946-1954) y Vietnam (1955-1975). “Cuando el país se reunificó en 1976, todo el mundo se moría de hambre”, dice Nguyên Huu Thiên. “Estábamos sometidos a sanciones de Estados Unidos, de modo que teníamos que producir alimentos. El delta del Mekong era el lugar más fértil del país”. El gobierno construyó rutas para abrir el campo, mecanizar las parcelas y drenar el agua. Promovió la política de “primero el arroz”. “Desbrozamos la tierra y volvimos a extender los arrozales todo lo que pudimos. El delta salvó al país de la hambruna”.

Tras una experiencia de colectivización ―creación de cooperativas, planificación, imposición elevada, desde 1958 en el norte y 1976 en el sur de Vietnam―, el Partido Comunista decidió “renovar los objetivos, las políticas y los métodos de acción ligados a la agricultura y el campesinado”5. En 1986, lanzó la Đổi mới, o “Renovación”. Esta ola de liberalización afectó a las empresas públicas, la inversión extranjera y la agricultura. Se amplió de nuevo la superficie cultivada y se fomentó la industrialización: en particular, el Estado concedió incentivos financieros para la compra de fertilizantes y pesticidas. Su uso se disparó. Se canalizaron cantidades incalculables de agua hacia el cultivo del arroz. La producción de arroz pasó de 16 millones de toneladas en 1986 a 40 millones a principios del siglo XXI, con tres cosechas anuales. Sólo en el delta del Mekong, la cantidad de cereal que se produce hoy es cinco veces mayor que a principios del Đổi mới.

Desde 1989, Vietnam puede vender su arroz en el extranjero. Se ha convertido en el tercer exportador mundial (por detrás de India y Tailandia), con ventas equivalentes a ocho millones de toneladas por un valor de 4,5 millones de dólares en 2023 (para exportaciones, principalmente manufactureras, por un valor total de unos 350.000 millones de dólares en 2023). El 90 por ciento de estas exportaciones proviene del delta del Mekong.

Hidrografía e intereses

Aguas arriba, problemas abajo

En la primavera de 2016, Vietnam sufrió una sequía que provocó la pérdida de 160.000 hectáreas de cultivos, incluidas decenas de miles de hectáreas de arrozales. El gobierno pidió en carácter de urgente a China que abriera la represa de la central hidroeléctrica de Jinghong, en Yunnan, para liberar agua. China accedió e irrigó los cultivos durante tres semanas. De paso, demostró su dominio sobre Vietnam en la gestión del agua del Mekong. Vietnam es el último país atravesado por el río, que fluye desde la meseta tibetana del Himalaya, a 5.000 metros de altura. De los 500.000 millones de metros cúbicos de agua vertidos cada año, 480 fluyen desde el alto Mekong, pasando por China, Birmania, Tailandia, Laos y Camboya. Sólo 20.000 millones de metros cúbicos provienen de las precipitaciones.

Desde los años 1990, los países por los que discurre el río aguas arriba de Vietnam aprovechan esta geografía. Construyen represas hidroeléctricas para retener el agua y producir electricidad a bajo precio. China ha construido una decena de represas (Wunonglong, Lidi, Miaowei, Manwan, etcétera). Laos puso en servicio la represa Don Sahong en 2020 (a menos de dos kilómetros de su frontera con Camboya) y, gracias a la represa de Xayaburi (que costó 3,8 millones de dólares), vende el 95 por ciento de la energía producida a Tailandia. La represa Lower Sesan 2, puesta en servicio en 2018, es el mayor proyecto hidroeléctrico de Camboya. En total, se han edificado varios cientos de represas en los arroyos del río, en su mayoría de inversión privada. Camboya tiene previsto inaugurar el canal de Funan Techo en agosto de 2024, con sus tres represas, gracias a la financiación china. El canal desviará entre 100.000 y 120.000 millones de metros cúbicos de agua.

Para Vietnam, río abajo, estas construcciones están teniendo un efecto catastrófico, que contribuye a los problemas que sufren los cultivadores de arroz. “Durante la estación seca, la intrusión salina se agrava. Las represas bloquean el agua dulce que debe expulsar el agua salada”, explica Nguyên Huu Thiên, especialista independiente en ecología del delta. Las represas también “alteran los ecosistemas. El río transporta arena y sedimentos que ya no pueden llegar al delta porque se encuentran con las represas, cuando son precisamente estos materiales los que han dado forma al delta. También son fertilizantes naturales”. Sin estos materiales, el delta se hunde y sufre la erosión. “Todo lo que sucede río arriba nos afecta aquí en Vietnam ―añade el investigador―. Dentro de dos años, las reservas de sedimentos del suelo se habrán agotado. Eso significará el fin de la agricultura en el delta”. Para colmo, Vietnam se dedica desde hace tiempo a la extracción de arena, sobre todo para la exportación y para fabricar hormigón (arena que ha contribuido en gran medida a la urbanización de Singapur).

Las represas también impiden que los peces migren. “Tenemos peces negros y peces blancos. Los peces blancos necesitan remontar el río por temporadas y según las señales fluviales. Con las represas, ya no pueden encontrar hábitats. Sin estos peces, el ecosistema del delta está en peligro”, sostiene Nguyên Huu Thiên. Serpientes, pájaros, tortugas: todos se alimentan y viven de estos peces. También los humanos, que “dependen de la pesca de los peces blancos para su ingesta de proteína y calcio”.

La Comisión del Río Mekong (MRC) reúne a Vietnam, Camboya, Laos y Tailandia para dialogar y, en teoría, establecer una gestión conjunta de los recursos del río. En 1995 firmaron un acuerdo de cooperación para el desarrollo sostenible de la cuenca. A partir de 1996, China y Birmania se incorporaron a la comisión en calidad de observadores. Sin embargo, el subdirector general del Departamento de Agricultura y Desarrollo Rural de Cần Thơ, Trần Thái Nghiêm, relativiza la utilidad de este organismo. “Cada país tiene su propia estrategia de desarrollo económico. En mi opinión, un país del bajo Mekong como Vietnam no tiene suficiente peso en las decisiones de otros Estados. Expresamos nuestra opinión sobre las represas y el canal de Funan Techo. Pero los proyectos siguieron adelante sin tenerla en consideración”.

M K

El delta, entre el arroz y la sal

Thanh, un criador local de cangrejos, rema en una piragua de madera desde Cù Lao Dung, una isla situada entre dos afluentes del río. El olor húmedo a pescado produce un cosquilleo en las fosas nasales. De un lado y otro de la orilla hay monos y nubes de mosquitos. Y manglares por todas partes. “Lo que se ve son árboles que frenan de forma natural los corrimientos de tierra. Evitan daños cuando el nivel del mar sube con brusquedad”, explica Thanh. Tras unos 20 minutos de esfuerzo, suelta el remo con un suspiro de alivio. El horizonte se abre de repente: a la izquierda, la punta del Mekong; a la derecha, el mar de la China Meridional. En el centro, las aguas se mezclan. “Aquí, se ve mejor por qué somos tan vulnerables al agua del mar. Fíjense en lo bajas que están las tierras. De ahí sale la sal. En principio, tenemos seis meses de agua dulce durante la estación de lluvias y seis meses de agua salada durante la estación seca. Pero ya no. Y esta zona, que antes se utilizaba para el cultivo de arroz, ahora es incultivable”.

Alrededor de los manglares de la isla, el suelo, agrietado en algunos lugares, parece más seco que en las provincias más alejadas del mar. Arroyos contaminados llenos de residuos humanos (bolsas de plástico, desechos industriales, etcétera) atraviesan los campos. Alrededor, intrigantes balsas de agua rectangulares y cubiertas. Las turbinas giran a toda velocidad para oxigenar el agua. “Desde que tuvimos que dejar de plantar arroz, ahora nos dedicamos a la cría industrial de camarones. Viven en el agua salada. Otros cultivan frutas. Intentamos adaptarnos”, dice Hoa, antigua cultivadora de arroz que se ha reconvertido. A 20 minutos en ferry, sobre la otra orilla del Mekong, en Trần Đề ―uno de los principales centros de producción de arroz del delta―, mientras los jóvenes brotes de arroz aún se extienden hasta donde alcanza la vista, los estanques de camarones se multiplican. “Llevo 40 años cultivando este campo. Pero soy consciente de que pronto podría dejar de dar arroz”, confiesa Giang Long, sexagenario, cultivador de arroz de Trần Đề. En la parcela de su vecino, a diez metros, hay un embalse en construcción.

El engullimiento de las tierras de cultivo ha comenzado. De cuatro millones de hectáreas de arrozales en el delta que había en 2015, 300.000 hectáreas habían desaparecido en 20236. La producción está disminuyendo de modo irremediable. El gobierno vietnamita intenta convertir esta limitación en una elección. El 26 de mayo de 2023 publicó la Decisión 583, firmada por el viceprimer ministro Lê Minh Khái, que preveía “reducir el volumen de las exportaciones [de arroz] a cuatro millones de toneladas con un volumen de negocios de 2.620 millones de dólares de aquí a 2030”.

“No queremos esta caída”, explica Trần Thái Nghiêm, del Departamento de Agricultura y Desarrollo Rural de Cần Thơ. “Pero hay que tener en cuenta la realidad. No podemos aumentar los rendimientos: el cambio climático y la escasez de agua no lo permiten. Dada la importancia del arroz para nuestra seguridad alimentaria, vamos a dar prioridad al mercado interno”. Cada vietnamita consume unos 90 kilos de arroz al año.

Infografía: Cécile Marin.

Adaptación y exportaciones en riesgo

Como se anunció en la conferencia de Dien Hong en 2017, el objetivo es cambiar cantidad por calidad. Para lograrlo, el gobierno vietnamita apuesta por una cierta forma de adaptación. En el campo de Cần Thơ, un dron rocía 50 litros de fertilizante en las tierras del Instituto de Investigación del Arroz del Delta del Mekong. Se creó en 1977 tras la guerra. Allí 150 investigadores y 100 agricultores intentan desarrollar nuevas variedades de arroz. En las 360 hectáreas de arrozales reservadas a la investigación, los carteles rezan: “Ensayo de campo de cultivo de arroz con bajas emisiones de carbono utilizando diferentes opciones de gestión de la paja de arroz, el agua y los fertilizantes”, o “Ensayo de campo de producción de arroz de alta productividad y bajas emisiones de carbono ―temporadas de cuatro cosechas, 2024-2027―”.

Los productos estrella del instituto son los arroces OM2517 y ST25, los más resistentes a la intrusión salina. Vietnam deposita muchas esperanzas en estas especies, que podrían producirse en menor cantidad pero venderse a un precio más elevado: arroces de ciclo largo, que no pueden cultivarse tan rápido como los arroces de baja calidad (en 85 a 100 días), en consonancia con la Decisión 583, que exige reducir las cantidades exportadas y “aumentar el valor del arroz exportado”. Para el período 2023-2025, según el documento, la proporción de arroz blanco de calidad baja y media debería reducirse a sólo el 15 por ciento, la del arroz blanco de alta calidad a alrededor del 20 por ciento, la de arroz fragante, arroz japónica y arroz de especialidad a alrededor del 40 por ciento entre los tres, y la de arroz glutinoso a alrededor del 20 por ciento.

Pero se presentan varios obstáculos. En principio, el gobierno ya no tiene el control exclusivo de las exportaciones, y los agentes privados tienen poco en cuenta sus preferencias. Desde 2007, Vietnam es miembro de la Organización Mundial de Comercio, que prohíbe al Estado imponer cuotas de exportación. Por tanto, Hanói fija objetivos nacionales y se limita a dar instrucciones a las empresas para que los cumplan. Pero hasta ahora, esto rara vez ocurre. Los importadores de arroz vietnamita también podrían sufrir escasez. Los países asiáticos, con “más de seis millones de toneladas, representan el 75 por ciento del total de las exportaciones; seguidos por África con casi 1,34 millones de toneladas, es decir, el 16,5 por ciento”, detalla Trần Quốc Toản, director adjunto del Departamento de Importación y Exportación del Ministerio de Industria y Comercio. En Costa de Marfil, señala Nguyễn Văn Nhựt, de la empresa Hoàng Minh Nhật, el 83 por ciento de las importaciones del sudeste asiático provienen de Vietnam. En Ghana, esta proporción alcanza el 90 por ciento. Además, si Vietnam redujera sus exportaciones, el precio del cereal podría dispararse.

Por el momento, el comercio resiste, celebra Trần Quốc Toản: en 2023, las ventas al extranjero registraron “un aumento del 14,4 por ciento en volumen con respecto al mismo período de 2022 y del 33,1 por ciento con respecto a 2018”. Pero las dificultades para trabajar en los campos y la perspectiva de la desaparición del delta empujan a muchos campesinos a trasladarse a las ciudades, en particular a Cần Thơ, (que tiene 1,2 millones de habitantes, mientras que en los años 1990 tenía entre 200.000 y 300.000), en la provincia industrial de Bình Dương, o incluso en Ciudad Ho Chi Minh (ex Saigón). Las consecuencias de este éxodo rural en la vida y la agricultura vietnamitas ya se empiezan a sentir: “Los agricultores ahora piden transformar las tierras, por ejemplo, para urbanizarlas o industrializarlas. Y muchas localidades lo aprueban, entre ellas Cần Thơ”, admite Trần Thái Nghiêm. La agricultura representa el 12 por ciento de un producto interior bruto que las autoridades todavía esperan ver crecer en un siete por ciento en 20247. ¿Conseguirá Vietnam invertir la tendencia? ¿Seguirá exigiéndole tanto a la naturaleza o la cubrirá de hormigón?

Linh, hija de agricultores del delta, estudia arquitectura en Ciudad Ho Chi Minh. Sentada en un banco del caótico bulevar Nguyễn Huệ, dice: “Después de una cosecha muy mala, mis padres me dijeron que me fuera. Cuanto más entendía los riesgos que recaían sobre el delta, más me decía que no quedaba nada que hacer en el campo. Es triste pensar que hemos destruido nuestro entorno natural llamándolo ‘seguridad alimentaria’”. Sobre su cabeza, gigantescas pantallas publicitarias deslumbrantes invitan al consumo de helados, refrescos y cremas. Al pie de los rascacielos, los transeúntes acarician una serpiente amarilla y blanca. Grupos de amigos juegan al básquetbol en un campo patrocinado por una marca de cerveza. En la explanada, un hombre disfrazado de Mickey Mouse cobra algunos dongs por fotografiarse con los niños. Un espectáculo que deja perpleja a Linh: “¿Se imaginan a todo el país así?”.

Maïlys Khider, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.

Punto uy

Aquella geografía del Mekong retratada por Marguerite Duras y que se cita en el artículo principal de esta página llegó a Uruguay gracias a la literatura y el cine. Las librerías del país recibieron una oleada de títulos de Duras en los años 1990 y tempranos 2000, luego del éxito de la película El amante (1991), de Jean-Jacques Annaud, que se pudo ver en pantallas de Cinemateca y también en el circuito comercial. Además de las ediciones en español de la novela que da título al film, publicada en francés en 1984 por Les Éditions de Minuit, se pudo leer casi enseguida la misma historia contada con más libertad por la misma autora en El amante de la China del norte (Gallimard, 1991, traducida de inmediato para Tusquets por Beatriz de Moura). Pero también llegó una versión anterior, Un dique contra el Pacífico (Gallimard, 1950), en la que se ocultaba el vínculo entre los personajes principales de El amante. Lo interesante de Un dique…, además de seguir el rastro de las “versiones” que al cabo del tiempo se dio permiso Duras para ir narrando, es que detalla la lucha de las plantaciones contra la entrada del mar. En ese caso protagonizado por una viuda joven, la madre de Duras, empobrecida y presa fácil de los engaños de los especuladores.


  1. Los nombres han sido modificados a pedido de los entrevistados. 

  2. Marguerite Duras, El amante, Tusquets, Madrid, 1984. 

  3. Johann Grémont, “Medioambiente y seguridad alimentaria: el caso del cultivo de arroz vietnamita”, Analyse, Nº 193, Ministerio de Agricultura y Soberanía Alimentaria, Centro de Estudio y Prospectiva, París, 23-8-2023. 

  4. La Indochina francesa incorporó Cochinchina en 1887. 

  5. Christian Klebert y Kamala Marius-Gnanou, “Revolución verde y colectivización de las tierras en el delta del Mekong. El ejemplo de la planicie de Rach Noch”, Les Cahiers d’outre-mer, Nº 196, Burdeos, octubre-noviembre de 1996. 

  6. De acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, la producción agrícola de Vietnam podría disminuir entre un 5,6 por ciento y un 6,2 por ciento de aquí a 2030, con respecto a 2022. 

  7. “Decision 583/QD-Ttg 2023. Strategy for development of Vietnam’s rice export market through 2030”, english.luatvietnam.vn, 26-5-2023. 

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