Tropas keniatas despachadas al otro lado del mar para intentar sostener un estado del Caribe que se tambalea de crisis en crisis. Muchos ven en esta medida la mano de Estados Unidos, que tiene con Kenia una relación de seguridad y económica privilegiada. La sociedad civil progresista ha reaccionado contra lo que consideró un nuevo modelo de imperialismo occidental.
Apenas aterrizaron en la pista del aeropuerto internacional Toussaint-Louverture de Puerto Príncipe, el 25 de junio, los 200 policías en uniforme dieron unos pasos de baile. La escena tiene todos los condimentos de un clásico drama colonial: un ejército extranjero llega para salvar un país tropical sumido en el caos. Pero estas tropas tienen una cara nueva: embarcaron el día anterior en Nairobi, a 12.000 kilómetros de distancia, como el primer contingente keniano de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), enviado para “combatir las bandas” y “restaurar la seguridad” en Haití. Desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio de 2021, las organizaciones criminales, que controlan el 80 por ciento de la capital, han asesinado a 12.000 personas y obligado a otras 600.000 a huir de sus hogares.1
Una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 2 de octubre de 2023 creó la MMAS y decidió su despliegue. Estados Unidos, con el apoyo de Francia, ejerció toda su influencia para que se creara. Es el principal patrocinador, a través del aporte de 300 millones de dólares en fondos para apoyo logístico, inteligencia, personal y equipamiento militar.2 Rusia y China se abstuvieron en la votación de la resolución, subrayando los peligros de cualquier forma de injerencia extranjera en el país y la necesidad de respetar su soberanía. Como explicó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 14 de octubre de 2023 el presidente de Kenia, William Ruto, el despliegue de esta fuerza es un acto “histórico”, un “compromiso panafricano” y una expresión de la necesaria “solidaridad con el pueblo haitiano que ha sufrido el peso del saqueo y la represión coloniales, las represalias y la explotación poscoloniales”.
En nombre de otro
Sin embargo, en África, el Caribe y Estados Unidos se alzan voces para denunciar una “invasión militar tercerizada” por la Casa Blanca, “el imperialismo occidental de rostro negro”.3 En mayo, con motivo de una visita de Estado de Ruto a Washington, el presidente estadounidense Joe Biden elevó a Kenia al rango de “principal aliado no miembro” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un honor hasta entonces reservado a 20 países, ninguno de ellos del África subsahariana. Nairobi y Washington ya cooperan en la lucha “contra el terrorismo”, en particular el de los shebab somalíes. Los estadounidenses ven en el país de África Oriental –que alberga bases militares estadounidenses y británicas4– un polo de estabilidad y dinamismo económico regional. En una carta abierta, el escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o interpeló a su presidente: “Mientras usted estaba en la Casa Blanca, los haitianos se manifestaban en las calles y lo trataban de esclavo. (...) ¿Cuándo aceptó convertirse en el esbirro de la OTAN en la lucha de Estados Unidos contra Rusia y China por el acceso a los recursos del continente?”.5
Durante su reunión, Biden prometió a su homólogo enormes inversiones en el sector de las nuevas tecnologías. Gigantes como Google y Microsoft ya han establecido sus sedes africanas en Nairobi –apodada ya la Silicon Savannah– y tienen previsto inyectar otros 20.000 millones de dólares. También se prevén asociaciones en el sector de las energías renovables y en la lucha contra la malaria y el VIH. Pero, en particular, el presidente estadounidense aseguró a Kenia su apoyo para obtener nuevos préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Por su parte, Ruto ha impulsado un presupuesto de austeridad para ganarse a la institución financiera. Los fuertes aumentos de los impuestos en el combustible y los alimentos desencadenaron manifestaciones masivas en todo el país. El día en que las fuerzas keniatas llegaron a Haití, la Policía mató a cinco manifestantes e hirió a más de 30 personas en Nairobi. Al día siguiente, una multitud enfurecida incendió parte del Parlamento. Entre el 18 de junio y el 1° de julio, la represión dejó al menos 39 muertos. Las organizaciones no gubernamentales de Kenia llevan varios años denunciando desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, sobre todo de jóvenes de los barrios pobres.
Estos atropellos de las fuerzas de seguridad keniatas llevaron a Amnistía Internacional a alertar al Consejo de Seguridad de la ONU en una carta abierta el 18 de agosto de 2023 y a pedir que se establecieran salvaguardias con vistas al despliegue de la MMAS (6). La resolución del 2 de octubre de 2023 por la que se autoriza la MMAS se adoptó en virtud del Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, destinado en general a países en guerra. El texto precisa que esta fuerza responde a la responsabilidad exclusiva de los países participantes, a diferencia de las operaciones de mantenimiento de la paz (OMP) desplegadas por la ONU bajo supervisión internacional. Esta elección se explica por el desastre de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) entre 2004 y 2017, que se vio empañada por los actos de violencia –explotación infantil, violencia sexual, tráfico de drogas–, por los que ningún responsable fue sancionado. Los cascos azules de la Minustah también reintrodujeron el cólera en la isla, desencadenando una epidemia que se cobró 10.000 víctimas.
Imperialismo y destrucción occidental
En su cumbre de enero de 2023, la Comunidad de los Países del Caribe (Caricom) se negó a aprobar el envío de fuerzas policiales a Haití, a pesar de las presiones del Core Group, el órgano encargado por el Consejo de Seguridad de la ONU para encontrar soluciones a las crisis e integrado por embajadores occidentales de Estados Unidos, Canadá y Francia. Pero el verano siguiente, al término de la conferencia convocada en Trinidad por el secretario de Estado Antony Blinken, los dirigentes de la Caricom cambiaron de opinión. Al igual que a Kenia, Washington prometió a sus países miembros tentadores programas de cooperación militar y ayudas económicas. Haití encabeza la lista del Departamento de Estado de “Estados frágiles” que suponen una amenaza para la seguridad de Estados Unidos establecida por el Departamento de Estado.
Sin embargo, como señala Jemima Pierre, coordinadora del colectivo Alianza Negra por la Paz para Haití y las Américas, y profesora de antropología en la Universidad de Los Ángeles, “el principal problema de Haití no es la violencia de las llamadas bandas, sino la constante interferencia de la comunidad internacional. Los haitianos no han pedido nada”.6 En efecto, el hundimiento del Estado haitiano no debe nada a la casualidad: desde los millones de euros en “reparaciones” exigidos por París y Washington tras la independencia en 1804 hasta los golpes de Estado apoyados por la Casa Blanca y el Elíseo, como en 1956, en beneficio de la estirpe de dictadores anticomunistas François Papa Doc Duvalier y su hijo Jean-Claude Baby Doc, exiliado en Francia tras su derrocamiento; después, en 1994 y 2004, con la ayuda de Francia y de expolicías golpistas contra el primer presidente elegido en democracia, el popular cura villero Jean-Bertrand Aristide.7
Tras el terremoto que devastó el país en 2010, Estados Unidos dirigió hábilmente la ayuda humanitaria en su provecho. Los cables diplomáticos publicados por WikiLeaks revelaron la intervención de Washington en 2011 para cambiar el curso de las elecciones presidenciales en favor del neófito Michel Martelly y su partido Tèt Kale (PHTK). En estos intercambios, la embajadora estadounidense en Puerto Príncipe, Janet A. Sanderson, elogiaba la Minustah como una “fuente de poder a bajo costo para Estados Unidos”. En sus palabras, la fuerza internacional era una “herramienta indispensable para promover los intereses políticos fundamentales del gobierno estadounidense en Haití”. La diplomática citó en particular la lucha contra “el resurgimiento de fuerzas políticas populistas opuestas a la economía de mercado” y un “éxodo de migrantes por vía marítima”.
En 2016, Estados Unidos volvió a celebrar la elección, muy controvertida, del sucesor de Martelly, Moïse, a pesar de la manipulación de 628.000 “votos zombis” y la implicación, junto con su mentor, en el robo de cientos de millones de dólares de fondos del programa de ayuda venezolano PetroCaribe. Apodado el “bandido legal” en Haití, Martelly es ahora objeto de sanciones por parte de Estados Unidos por su implicación en una vasta red internacional de tráfico de drogas, mientras que la ONU lo acusa de haber financiado y armado a grupos criminales para aterrorizar los barrios de las villas que no son leales a su partido.
Tras el asesinato de Moïse en su domicilio en 2021 por un comando mercenario, el Core Group instaló a Henry como primer ministro con el apoyo de la Caricom. La cuestión de las elecciones quedó relegada a un segundo plano, ya que todos los mandatos de los representantes electos de Haití habían expirado. A principios de marzo, justo cuando Henry regresaba de Nairobi con la promesa de la participación de Kenia, una ola de ataques armados asoló la capital, obligando al impopular primer ministro a exiliarse en Estados Unidos. Finalmente, el Core Group y la Caricom acordaron formar un Consejo Electoral de Transición –compuesto por ocho representantes no electos de los partidos políticos y el sector privado, además de un sacerdote bautista– para nombrar un nuevo primer ministro. La primera iniciativa del nuevo órgano fue escribir a Ruto para solicitar el apoyo de Kenia en la creación de una fuerza de seguridad internacional.
“No hay solución militar al colapso de las instituciones –afirma Murithi Mutiga, director de la Oficina Africana del International Crisis Group–. Hay que empezar por construir un consenso político nacional; de lo contrario, sería injusto enviar a la Policía”.8 Aunque los medios de comunicación internacionales difundieron ampliamente las imágenes de las milicias armadas ocupando las barricadas incendiadas en las puertas del aeropuerto unos meses antes de la llegada de la MMAS en marzo de 2024, pocos mostraron a los miles de manifestantes que ocupaban pacíficamente las calles para exigir la renuncia de Henry y la organización de elecciones.
Un juego de espejos
El jefe de la banda que sembró el caos en Puerto Príncipe en la primavera de 2024, Jimmy Barbecue Chérizier, es un exmiembro de las fuerzas especiales de Haití, acusado de haber coordinado masacres a cuenta del presidente Moïse. Huérfano de su protector, el líder de las Fuerzas Revolucionarias de la Familia G9 y Aliados se hace pasar por un libertador. Dice querer luchar contra “la ocupación extranjera” y los privilegios de la oligarquía. “No es posible que un pequeño grupo de ricos que viven en grandes hoteles decida la suerte de los residentes de los barrios populares. Es el pueblo haitiano el que sabe lo que es su sufrimiento, y a él le corresponde decidir quién va a gobernar”, advirtió durante el asedio al aeropuerto.9 Reuniendo a los grupos armados –algunos de cuyos líderes han sido sancionados por las Naciones Unidas–, Chérizier promete un infierno a las tropas keniatas.
Los grupos armados han intensificado sus ataques en los últimos meses y han extendido su control sobre la capital. Un informe de la Oficina de la ONU en Haití publicado el 30 de octubre advertía “niveles récord de violencia” derivados de la lucha contra las bandas. A partir del despliegue de la MMAS, 1.223 personas fueron asesinadas y 522 resultaron heridas. El 45 por ciento de ellas como consecuencia de operaciones de las fuerzas del orden, y el ocho por ciento de los asesinatos se atribuyen a los grupos paramilitares de autodefensa que se multiplican en la capital. El informe menciona “ejecuciones extrajudiciales sumarias o arbitrarias” cometidas por las fuerzas de seguridad, en particular contra niños.10
Frente a la agudización de la inseguridad, el Consejo de Transición destituyó al primer ministro Conille y ya ha pedido de forma oficial a la ONU que reemplace la MMAS por una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas. Es poco probable que esta petición, impulsada por Estados Unidos, obtenga el acuerdo de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, o que se consiga un número suficiente de cascos azules voluntarios para el mantenimiento de la paz. Mantenida a raya en las calles de Puerto Príncipe, la fuerza multinacional bajo mando keniano tiene dificultades para reclutar otros contingentes. Jamaica ha hecho un tímido envío de 24 supervisores de policía en setiembre, y Belice envió sólo dos oficiales. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, también conocido por librar en su país una férrea “guerra contra las bandas”, marcada por la violencia masiva ejercida contra la población, anunció un refuerzo de 80 policías.
Con 2.000 agentes que reforzarán la MMAS de aquí a fin de año, el enfrentamiento con las milicias se está convirtiendo en un juego de espejos: de una parte y de la otra, paramilitares y policías acusados de ejecuciones extrajudiciales y especializados en la represión de la protesta social, equipados con el mismo arsenal de fabricación estadounidense. Y, en el medio, la población más pobre de Haití, atrapada.
Benjamín Fernández, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
Punto uy
Haití es un tema de especial interés para las organizaciones sociales y la izquierda uruguaya dada la participación de militares del país en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) entre 2004 y 2017. Si bien en 2010 había 1.200 cascos azules uruguayos en el país antillano, en 2015 ya se habían reducido a 250. El tema tuvo un componente traumático para el Frente Amplio (centroizquierda) dado que en diciembre de 2005 su histórico dirigente Guillermo Chifflet, del Partido Socialista, renunció a su banca de legislador por discrepar con la decisión del gobierno de su correligionario Tabaré Vázquez de ampliar la participación en la Minustah.
Este 22 de noviembre, Meirelle Fanon, intelectual francesa e hija del pensador Frantz Fanon, dio una charla en la sede de la central sindical PIT-CNT, en Montevideo, sobre los casos de Haití y Palestina titulada “Neocolonialismo, genocidio y apartheid”. Jurista y docente de la Universidad París Descartes, además de profesora visitante en Berkeley, Fanon había brindado tres días antes un seminario sobre “El pensamiento de Frantz Fanon en el mundo multipolar actual”. En ese caso se trató de una actividad coorganizada por la Intendencia de Montevideo y la Unesco con la colaboración de la Embajada de Francia en Uruguay.
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Haiti – Report on the internal displacement situation in Haïti – Round 7, Organización Internacional para las Migraciones, junio de 2024. ↩
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“Las relaciones de Estados Unidos con Haití”, Departamento de Estado de Estados Unidos, 5-9-2024. ↩
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Ver, respectivamente, Alexandra Sharp, “UN approves foreign intervention in Haïti”, Foreign Policy, Washington, 3-10-2023, y “No to blackface imperialism. Yes to Haitian sovereighnty”, blackallianceforpeace.com, 25-8-2023. ↩
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Ver Jean-Christophe Servant, “Kenia, comunidades sedientas de justicia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2022. ↩
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Ngũgĩ wa Thiong’o, “An open letter to William Ruto”, ashenewsdaily.com, 31-5-2024. ↩
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“Haitians resist foreign intervention as U.S. pushes for unelected ‘Transition Council’ to Rule Island”, democracynow.org, 3-4-2024. ↩
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Ver Jake Johnston, “Eternas injerencias”, Le monde diplomatique, edición Uruguay, diciembre de 2022. ↩
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Citado por Caroline Kimeu y Tom Phillips, “‘It’s mission imposible’: fear grows in Kenya over plan to deploy police to Haiti”, The Guardian, Londres, 28-3-2024. ↩
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“Haitian prime minister resigns as gang leader ‘Barbecue’ steps into power vaccum”, itv.com, 12-3-2024. ↩
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Dánica Coto y Evens Sanon, “Haiti sees a rise in killings and police executions with children targeted, UN says”, Associated Press, 30-10-2024. ↩