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Brigitte Trogneux y Emmanuel Macron en el Palacio Presidencial, en París, el 23 de diciembre de 2024, durante el homenaje a las víctimas del ciclón Chido que afectó a la isla de Mayotte.

Foto: Thomas Padilla / AFP

Caótico final del reinado del presidente francés

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Desde hace seis meses, la obstinación de Emmanuel Macron por ignorar la derrota electoral que sufrió ha conducido a un bloqueo político y a la inestabilidad ministerial. Para mantenerse en el poder, busca crear una coalición entre la derecha y la centroizquierda. Al elegir a François Bayrou como primer ministro, ¿el presidente francés está disparando su última bala?

El 11 de setiembre de 2024 Emmanuel Macron recordó ante el Consejo de Estado un principio elemental: “El pueblo soberano de hoy se expresa a través del sufragio, al que siempre hay que tener en cuenta porque es el hecho primordial de toda democracia”. Dos meses antes, el presidente de la República había sido desaprobado brutalmente por los franceses en dos elecciones sucesivas, las europeas y luego las legislativas. ¿Le estaba prometiendo entonces al “pueblo soberano” que repararía sus errores? Semejante sabiduría, sin dudas, está por encima de sus fuerzas: el 12 de diciembre de 2024, después de haber intentado en vano propulsar dentro de Matignon [sede de gobierno del primer ministro] a uno de sus acólitos, Macron nombró al político François Bayrou, quien, al haber apoyado su candidatura en 2017, había contribuido poderosamente a su elección al Palacio del Elíseo. Desde entonces, Bayrou suscribió cada una de sus “reformas”, incluida la más odiada por los franceses, la prórroga de la edad de jubilación.

En suma, todo se mueve, pero nada cambia. Las instituciones de la V República están hechas de tal manera que incluso un presidente detestado –como este– conserva tres ases: la elección del primer ministro, la disolución de la Asamblea Nacional y la fecha de su salida. Macron usa y abusa de estas cartas. En efecto, trata de preservar dos elementos de su historial de los que parece muy orgulloso: la política de la oferta, es decir, la baja de impuestos destinada a su clientela adinerada, en general, de edad avanzada, y el avance hacia una Europa militarizada.

La composición actual de la Asamblea Nacional, en la que el macronismo es muy minoritario, hace que sólo pueda perseguir este doble designio engatusando tanto a la extrema derecha como a la centroizquierda. En el primer caso, se utilizan como cebo leyes de seguridad o antiinmigración; en el segundo, una promesa de representación proporcional, eventualmente de renuncia al mecanismo –tercer párrafo del artículo 49, o “49-3”– que permite al Parlamento adoptar leyes sin que sean votadas por los diputados. Ese fue el caso de la reforma de las jubilaciones.

Cada una de estas dos combinaciones permite prolongar en el poder al “bloque del centro” compuesto por los partidarios del presidente y los diputados de derecha, es decir, dos partidos que los votantes desautorizaron claramente en junio-julio de 2024. En aquel momento, los macronistas pasaron del 22,42 al 14,6 por ciento de los votos emitidos (elecciones europeas) y después de 246 a 168 diputados (elecciones legislativas); la derecha (Los Republicanos, LR), del 8,48 al 7,25 por ciento en el primer caso y de 60 a 46 diputados en el segundo. Tras un largo período de reflexión, Macron llegó a una conclusión luminosa: primero nombró a Michel Barnier, miembro del partido LR, para Matignon, antes de optar el 13 de diciembre de 2024 por Bayrou, presidente del Movimiento Demócrata (Modem), cuyos 36 diputados (de 577) pertenecen a la coalición presidencial. Pero estos dos partidos no son ajenos a las excentricidades democráticas, ya que comparten con los socialistas la responsabilidad de haber hecho adoptar por vía parlamentaria un Tratado Constitucional Europeo casi idéntico al que los franceses habían rechazado en el referéndum de mayo de 2005.

El omelette se desarma

Al nombrar al centrista y proeuropeo Bayrou para Matignon, el jefe de Estado espera resucitar este tipo de coalición: burguesa, con estudios superiores, de edad avanzada y buen cliente de la prensa que combate al “populismo”. El ex primer ministro Alain Juppé había definido de esta manera los contornos de esta coalición en 2015, en un momento en que los periodistas lo habían designado (de forma errónea, como debe ser) como el gran favorito para las siguientes elecciones presidenciales: “Un día tal vez haya que pensar en cortar las dos puntas del omelette para que la gente sensata gobierne junta y deje de lado a los dos extremos, tanto a la derecha como a la izquierda, que no entendieron nada del mundo”1. Sin embargo, como el centro del omelette se volvió menos carnoso y (todavía) menos apetitoso en los últimos diez años, la “gente sensata” tiene dificultades para encontrar con qué alimentar a una mayoría parlamentaria. De ahí los repetidos votos de censura. El 3 de diciembre de 2024, uno de ellos obligó al gobierno de Barnier a renunciar. Aunque el derrocamiento de un ministerio por parte de los legisladores es tan democrático como la propia República, Macron, a quien no le gusta mucho que le lleven la contra, afirmó inmediatamente que los diputados habían formado “un frente antirrepublicano” contra él.

Cuando más tarde recibió en el Elíseo al conjunto de los líderes de los partidos, con excepción de los de la Agrupación Nacional (RN por su sigla en francés, ultraderecha) y de La Francia Insumisa (LFI, izquierda), el jefe del Estado se felicitó porque la reunión hubiera permitido alcanzar “una unanimidad de las fuerzas políticas para no depender más de la Agrupación Nacional”. Quizás se había olvidado de que unos meses antes uno de sus gobiernos había hecho votar una ley antiinmigración con los votos de la Agrupación Nacional, y que antes de elegir a Barnier como primer ministro él mismo se había asegurado con la extrema derecha de que ese gobierno no sería inmediatamente censurado. Como vemos, el “cordón sanitario”, el “arco republicano”, cambia muy frecuentemente de perímetro o de forma, dado que la torpeza política de Macron le impone corregir de modo constante los efectos repetidos de sus maniobras fallidas. Tiene que volver a poner manos a la obra cien veces más...

La RN debe el anatema que cayó sobre ella a su voto favorable a la moción de censura presentada por la izquierda y los ecologistas del Nuevo Frente Popular (NFP). El “bloque burgués” pensó que no se atrevería a hacerlo. Pero lo hizo, y el gobierno de Barnier cayó. Esta coalición de opuestos dio al menos a los franceses la oportunidad de calibrar en tiempo real la disposición a la mentira o a la propaganda del “bloque del centro” y de los medios de comunicación que lo apoyan. Porque desde las cadenas audiovisuales públicas de centroizquierda (France Inter, etcétera) como desde las cadenas del Grupo Bolloré (CNews, Europe 1, etcétera), pasando por los diarios del Grupo Dassault, la desolación mezclada con furia fue unánime. El voto de censura en el que “los extremos” habían mezclado sus votos impuros les pareció que anunciaba un desastre político, financiero y moral. Los medios de comunicación y sus favoritos se preguntaron entonces si el miedo al caos espantaría por fin a los franceses o si, más bien, su despreocupación no traicionaba, una vez más, la ceguera de un pueblo pendenciero, su incapacidad para captar el “arte del matiz” de las élites y forjar los “compromisos” que tan bien manejan los apacibles vecinos de Suiza o del otro lado del Rin, en Alemania. Un acontecimiento completamente banal sintetizó el terror del ambiente: Jean-Luc Mélenchon (LFI) había asistido a la Asamblea Nacional para el voto de censura y había escuchado a varios legisladores, entre ellos, a Marine Le Pen (RN). BFMTV le dedicó toda una escena en modo thriller dentro de un documental, mientras CNews interrogaba en estos términos a un ministro de derecha cuyo gobierno acababa de ser derrocado: “Somos muchos los que tenemos en la cabeza la imagen de Jean-Luc Mélenchon, de pie sobre el hemiciclo, observando su trabajo. ¿Cómo analizar esta imagen?”. Como a Nerón contemplando el incendio de Roma...

Pero los bomberos de una democracia apaciguada tenían que intervenir, y lo hicieron. Por izquierda, aleccionaron al Partido Socialista (PS), el eslabón débil de la alianza del NFP. En France Inter, su radio favorita, Françoise Fressoz, el editorialista de Le Monde, les explicó (una vez más) que “quedarse detrás de LFI es, en el fondo, traicionar la democracia”. Pero concedió que “liberarse de ella es muy complicado”. Sin embargo, era necesario que el PS diera ese paso aliándose con el “centro”. Por derecha, Le Figaro Magazine reservó sus amonestaciones a la RN, que acababa de decepcionarla censurando a Barnier: “Nunca antes un gobierno había tratado al partido de Marine Le Pen con tantas contemplaciones, aceptando varias de sus demandas para los proyectos de leyes financieras de 2025 o preparando un proyecto de ley de inmigración en la línea del que sostuvieron los diputados de la RN a principios de año. Pero resulta que Marine Le Pen y Jordan Bardella eligieron la política de lo peor”2, suspiraba Guillaume Roquette.

Sin embargo, cada cual estaba advertido. Con una escrupulosa honestidad garantizada por su formación en la Escuela Politécnica, ingeniera de puentes, prefecta, presidenta de la RATP, ministra de Trabajo, Empleo e Integración y primera ministra, la dirigente macronista Elisabeth Borne anunciaba antes de la votación: “Si se censura el presupuesto de la Seguridad Social, esto quiere decir que el 1º de enero su tarjeta Vitale dejará de funcionar. Significa que las jubilaciones no van a ser depositadas. Significa que, al cabo de un tiempo, los funcionarios ya no cobrarán”3. El 1º de enero la tarjeta Vitale funcionará, las jubilaciones se pagarán. Y Borne no podrá atribuir su operación de desinformación a Elon Musk, Rusia, Irán o Al Qaeda. Pero Borne, cuyas habilidades pedagógicas han sido probadas, acaba de convertirse en ministra de Educación.

Las tasas de interés y el riesgo de un pánico financiero fueron objeto de otra campaña de locura colectiva. Entre junio y el día después del voto de censura, el diferencial de las tasas a diez años entre Alemania y Francia pasó del 0,45 al 0,76 por ciento. Es decir, poca cosa. Eso no impidió que la publicación semanal Le Point –entre cuyos lectores hay muchos rentistas conservadores– diera esta (tranquilizadora) noticia bajo el titular (alarmista) “Fuerte oleada en los diferenciales” (12-12-2024). Sin embargo, en el momento en que los comentaristas franceses atribuían la (ligera) caída del euro al derrocamiento del gobierno de Barnier, The Wall Street Journal –que no se anda con bromas cuando se trata de dinero– la veía más bien como la consecuencia de las medidas proteccionistas que anunciaba el presidente electo estadounidense, Donald Trump.

Más allá de sus cantinelas sobre la “cultura de la confrontación” (mala) y el “espíritu de compromiso” (bueno), los partidos de centro y sus seguidores persiguen el mismo objetivo desde hace varios años: que los socialistas, y si es posible los ecologistas, se enfrenten a los insumisos para poder concertar compromisos con los macronistas. Semejante recorte del omelette electoral y legislativo barajaría de nuevo las cartas dentro de la izquierda y provocaría el estallido del NFP. Ya la perspectiva de una elección presidencial peligrosa, en la que los diferentes partidos que la componen prácticamente excluyeron presentar un candidato común, lleva a cada uno de ellos a iniciar su propia estrategia sin preocuparse demasiado por las preferencias del resto.

El atlantismo como cemento

En consecuencia, las “líneas rojas” del NFP están yendo hacia el naranja. Olivier Faure, secretario nacional del PS, que ya bajó sus exigencias del verano boreal pasado, jura que su pragmatismo será más eficaz que la agitación impotente de sus (¿ex?) socios insumisos: “Queremos conquistas ahora, no dentro de dos o tres años. Si conseguimos el 30 por ciento del programa, ya está bien. Hay gente para la que eso cuenta” (Le Nouvel Obs, 12-12-2024). Ni el abandono de la reforma de las jubilaciones ni el restablecimiento del impuesto sobre el patrimonio parecen figurar en su mínimo tercio de reivindicaciones sostenidas. En cualquier caso, no consiguió nada, mientras que Bayrou tuvo en cuenta las líneas rojas de Marine Le Pen al no nombrar a la ministra de Justicia como líder de la derecha que la había derrotado estrepitosamente en unas elecciones regionales. De ahí la siguiente paradoja: aquellos dirigentes de izquierda tentados a estar más cerca de Macron porque no quieren la renuncia del presidente de la República buscan evitar el caos acercándose al artesano del caos, que los sigue rechazando una y otra vez.

¿Qué otro proyecto podría reunirlos? La presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, hizo un cálculo: “Si sumamos la base común, Juntos [Ensemble pour la République], Modem, Horizons, la Derecha Republicana, LIOT [un grupo de diputados independientes] y el PS, llegamos a 299 diputados, es decir, la mayoría”. Su sumatoria excluye al Partido Comunista Francés (PCF) y a los ecologistas. Pero sigue los contornos de la mayoría de los eurodiputados franceses que, el 18 de julio de 2024, reeligieron a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea. Con el pretexto de “bloquear a la extrema derecha”, los socialistas, copresididos por Raphaël Glucksmann, formaban parte de esta mayoría, pero no los insumisos ni los verdes (los comunistas franceses no tienen miembros electos en el Parlamento Europeo).

Ahora bien, esta cuestión europea podría pesar mucho en los próximos meses. Marcó a la Cuarta República, gobernada por una “tercera fuerza” (derecha liberal, democristianos, socialistas) que excluía los dos extremos del omelette comunista y gaullista. El atlantismo y la Guerra Fría dieron origen a esta inestable coalición en 1947. Jean-Louis Bourlanges, miembro del Modem y antiguo presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional francesa, acaba de referirse a ella para designar un modelo de coalición seguro de poder recomponer el paisaje político. ¿El objetivo? Luchar contra “la sumisión a [el presidente ruso Vladimir] Putin” que tentaría a varios Estados europeos. “Si nos balanceamos hacia el campo de la complacencia a Putin y el rechazo a la profundización europea –advirtió en France Inter el 6 de diciembre de 2024– será todo el equilibrio geopolítico del continente europeo el que se va a balancear [...] La variable esencial son los socialistas. Tienen que tomar la decisión correcta. Ya lo hicieron en el pasado [...] Fueron solidarios con Occidente”. Pero está preocupado: “Algunos de ellos tienden ahora a inclinarse por las opciones de la LFI. Ahora bien, si los socialistas caen del lado equivocado, caeremos todos”.

Al implicarse cada día más en la cuestión ucraniana, ¿espera Macron encontrar el cemento que vuelva a unir una coalición semejante con los socialistas más atlantistas? No sucederá esta vez, pero la “profundización” de la integración en la UE excluiría sólo a la RN y a LFI, quienes no estarán muy tentados de hacer del rearme europeo y de la lucha contra Rusia su gran objetivo para los próximos años. Sería más costoso todavía en la medida en que Estados Unidos tiene la intención de liberarse de ello mientras saca provecho de la venta de armas a Europa. “Gastar más en defensa significa gastar menos en otras prioridades”, concluyó Mark Rutte. Pero ¿cuáles serían otras prioridades? El secretario general de la alianza atlántica cita “los sistemas jubilatorios, de salud y de seguridad social”4.

¿Gastar entonces menos en jubilaciones y salud y más en el ejército? Antes de inspirarse en los consejos sagaces de Rutte, más valdría observar que la primera caída de un gobierno francés desde 1962 acaba de producirse por el rechazo a un proyecto de presupuesto para la seguridad social. Duró sólo tres meses. Incapaz de ampliar su coalición hasta ahora es posible que Bayrou ya no sea primer ministro este verano boreal [junio-agosto].

Serge Halimi, integrante de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Director del periódico entre 2008 y enero de 2023. Traducción: Merlina Massip.


  1. Le Point, París, 1-1-2015. 

  2. Guillaume Roquette, “Le choix du pire”, Le Figaro Magazine, París, 6-12-2024. 

  3. LCI, 24-11-2024. 

  4. Philippe Jacqué, “Mark Rutte presse les Européens d’accroître leur budget militaire”, Le Monde, 14-12-2024. 

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