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¿Qué queda del gaullismo?

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El 8 de setiembre, la Asamblea Nacional de Francia le negó la confianza a François Bayrou. La caída del primer ministro motivó una nueva apelación a la memoria política de Charles De Gaulle, pero ¿qué queda de las ideas y la praxis del líder de la Francia Libre (1940-1944), presidente provisional (1944-1946), y diez años presidente de la República (1959-1969)?

A menudo reducido a una “actitud” o al bonapartismo plebiscitario, el gaullismo se basaba de hecho en dos principios fundamentales: la soberanía nacional y la participación. El primero implica el respeto a la autoridad del Estado, un cierto dirigismo económico, el rechazo del supranacionalismo europeo, así como el rechazo al vasallaje a pesar de estar apegado al campo occidental –“quiero que Europa sea europea, es decir que no sea estadounidense”–.1 En 1965, en Phnom Penh, Camboya, De Gaulle condenó la intervención estadounidense en Vietnam; en 1966, retiró a Francia del comando integrado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); al año siguiente, denunció la agresión de Israel contra sus vecinos árabes.

La participación, por otro lado, involucra a los ciudadanos (gracias al referéndum), pero también a los empleados dentro de las empresas, con la esperanza de frenar el ascenso del comunismo. “La lucha de clases [...] envenena las relaciones humanas, asusta a los Estados, rompe la unidad de las naciones, fomenta las guerras”, dijo De Gaulle el 1° de mayo de 1950 en un discurso a los trabajadores. Aunque no adhirió a la concepción minimalista del Estado defendida por los democristianos ni a su europeísmo, fue muy sensible al principio de compromiso social establecido por León XIII en su encíclica Rerum Novarum (1891). Teñido de humanismo, pero también de conservadurismo, su pensamiento buscaba esbozar una perspectiva de unidad para la sociedad francesa.

El “gaullismo real”, sin embargo, el de los comienzos de la Quinta República, no era tan puro como la doctrina, en particular en la cuestión europea. Si los gaullistas lucharon contra el Tratado de Roma cuando estaban en la oposición, se avinieron a Europa cuando la comunidad se hizo realidad en 1957. El general vio el mercado común como un medio para modernizar la industria francesa y negoció, a cambio, una política agrícola común favorable a Francia y capaz de garantizar el apoyo de los agricultores, que representaban el 20 por ciento de la población activa en ese momento.

Cuando Antoine Pinay se convirtió en ministro de Finanzas en 1958, elaboró un plan de consolidación presupuestaria que redujo el gasto público, desindexó los precios y creó el nuevo franco, que devaluó en un 17 por ciento.2 Sin embargo, se salvó el “dirigismo”: no se cuestionó ni el poderoso sector público, ni la administración del crédito por parte del Estado, ni la planificación. Pero Georges Pompidou, primer ministro de 1962 a 1968, compartía las posiciones de los empleadores franceses y trabajaba para frenar la participación ciudadana.

Después de la partida de De Gaulle en abril de 1969, los gaullistas de izquierda estaban preocupados por la deriva hacia la derecha de su movimiento, incluso si algunos estaban dispuestos a tragarse “la serpiente Pompidou”. Pero al final, este nuevo jefe de Estado, elegido en junio de 1969, no desencadenó una contrarrevolución liberal franca, esencialmente por temor a un nuevo Mayo del 68. Los numerosos conflictos sociales de principios de la década de 1970 lo obligaron a mantener un compromiso entre el capital y el trabajo, entente que el crecimiento de la economía le permitió financiar.

Una continuidad que también ocurrió en términos de política exterior. Pompidou apoyó la entrada de Reino Unido en el mercado común, que su predecesor siempre había rechazado, y validó el principio de una unión económica y monetaria. A la vez siguió siendo hostil al supranacionalismo y desconfiando de Estados Unidos, extendió la “política árabe de Francia” y continuó la distensión con el bloque del Este.

No obstante esto, se está gestando un punto de inflexión. Los “barones” del gaullismo, cuya legitimidad provino, al inicio, de la Resistencia, perdieron influencia después del fracaso de Jacques Chaban-Delmas en las elecciones presidenciales de 1974, mientras que la derecha liberal y proeuropea se reestructuró detrás de su victorioso rival, Valéry Giscard d’Estaing. Jacques Chirac, que primero había dejado de lado la vieja guardia gaullista y se había hecho cargo de la Unión de Demócratas por la República (UDR),3 renunció a Matignon [residencia del primer ministro francés] en agosto de 1976 para lanzar una campaña anti-Giscard. En diciembre, disolvió la UDR creada por De Gaulle en la Coalición para la República (RPR) y, dos años después, lanzó el “Llamamiento Cochin”, acusando a Giscard de actuar contra los intereses franceses. En 1979, la lista de la Unión para la Democracia Francesa (UDF, el partido del presidente) liderada por Simone Veil se impuso en las elecciones europeas con el 28 por ciento de los votos, mientras que la del RPR liderada por Chirac totalizó sólo el 16.

Si bien las tácticas nacionalistas del RPR fracasan, las fuerzas neoliberales están llegando al poder en Reino Unido y Estados Unidos. En las elecciones presidenciales de 1981, Chirac volvió a poner sobre la mesa las referencias al gaullismo para abrazar la causa de la libre empresa. Mantuvo un discurso anticomunista que le permitió oponerse tanto a Giscard, que se consideraba demasiado centrista, como a la izquierda. Con el 18 por ciento de los votos en la primera vuelta, el alcalde de París logró un éxito que fue aún más inesperado al enfrentarse a otros dos candidatos que se declaraban gaullistas, Michel Debré y Marie-France Garaud, que totalizaron el tres por ciento de los sufragios. La derecha se derrumbó en las elecciones legislativas de junio, pero el RPR venció a la UDF: Jacques Chirac se convirtió en el líder de la oposición.

Una nueva generación que había llegado a la dirección del partido (Alain Juppé, Jacques Toubon, etcétera) y, después de las elecciones municipales de 1983, los jóvenes políticos locales (Patrick Balkany, Patrick Devedjian, Nicolas Sarkozy, etcétera) alentaron la transformación neoliberal del RPR. Llegaron nuevos miembros, para quienes el discurso de una derecha musculosa, que hizo del presidente estadounidense Ronald Reagan su modelo, era más atractivo que la doctrina gaullista. En el congreso extraordinario del 23 de enero de 1983, la RPR adoptó el principio de la privatización masiva y optó por una amplia desregulación.4

En paralelo con este alineamiento con la corriente conservadora global, Jacques Chirac consideró “esencial” la reactivación de la integración europea. En 1986, cuando la derecha ganó las elecciones legislativas y regresó a Matignon, su gobierno lanzó una gran ola de privatizaciones y eliminó los últimos vestigios de controles de precios. Un año después, el RPR votó a favor del Acta Única Europea y se declaró partidario de la moneda única. El dirigismo económico heredado del gaullismo ha llegado a su fin.

Tras la gran victoria de la derecha en marzo de 1993, el enfrentamiento entre liberales y soberanistas continuó en las elecciones europeas de 1994. En el período previo a las presidenciales de 1995, el programa de Jacques Chirac, La France Pour Tous [Francia para todos], que cita a André Malraux y Charles De Gaulle (dos veces), pretendía ser social y republicano, para distinguirse mejor del candidato liberal Édouard Balladur. Pero, una vez elegido, Chirac nombró a Juppé para Matignon, quien emprendió una reducción de los déficits para cumplir con los criterios de Maastricht. En 1999, el jefe de Estado aprobó el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN. Y en 2002, cuando Chirac fue reelegido, el RPR declaró su disolución y llamó a sus miembros a fusionarse, con la derecha liberal, en la Unión por la Mayoría Presidencial (UMP).

Al año siguiente, el presidente Chirac se convirtió en el héroe de un “momento gaullista” al oponerse a la intervención militar en Irak. Pero apoyó la ampliación de la Unión Europea, así como la concreción de su unión económica y monetaria.

Hoy, la derecha conserva del gaullismo sólo signos externos: conmemoraciones, símbolos, citas generales. La afirmación de la autoridad del Estado apenas sirve para justificar una escalada de seguridad. El apoyo al régimen israelí, desafiando el derecho internacional, ha sustituido las críticas a la ocupación de los territorios palestinos en nombre del derecho de los pueblos a la libre determinación. El “llamamiento al pueblo” y la tentación plebiscitaria se dejan de lado cada vez que el pueblo amenaza con “votar mal”. Despojado de su coherencia doctrinal, el gaullismo se convierte en una referencia transpartidista, desde Jean-Luc Mélenchon (izquierda) hasta Marine Le Pen (ultraderecha). Esta última afirmó ser parte de este al “etnizar” el nacionalismo de De Gaulle y acomodarse a un programa bastante liberal en lo económico.

¿Y la reconstitución de una corriente de ideas y un proyecto específicamente gaullista? No parece una tarea fácil. El control de la Unión Europea se extiende ahora a las cuestiones de defensa, pero lo más difícil sería probablemente obtener un compromiso de los poderes del dinero. Porque la pérdida de soberanía nacional y popular proviene tanto de las grandes empresas, nacionales o extranjeras, como de Bruselas. Sin embargo, desde el Dominique de Villepin hasta Dupont-Aignan o la Unión Popular Republicana de François Asselineau,5 los partidarios gaullistas de la independencia francesa, que disertan sobre asuntos internacionales, son más discretos en cuestiones económicas y sociales.

Aurélien Bernier, periodista. Autor de ¿Qué hacer con la Unión Europea?, Éditions de l’Atelier, Ivry-sur-Seine, 2025. Traducción: Le Monde diplomatique, edición Uruguay.


  1. Alain Peyrefitte, C’était de Gaulle, Fayard, París, 1994. 

  2. Véase François Denord, “From 1958, the ‘reform’ by Europe”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2007. 

  3. Fundada por los compañeros del general en 1958 bajo el nombre de Unión por la Nueva República. 

  4. Ver François Denord, “Et la droite française devint libérale”, Le Monde diplomatique, marzo de 2008. 

  5. Ver Allan Popelard, “Ces Français qui militent pour le ‘Frexit’”, Le Monde diplomatique, octubre de 2019. 

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