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Jean-Marie Le Pen en su casa de Rueil-Malmaison, al oeste de París, el 2 de febrero de 2022.

Foto: Joel Saget, AFP

Le Pen, fiel a sí mismo

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Figura emblemática de la extrema derecha.

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El 7 de enero murió Jean-Marie Le Pen, durante mucho tiempo líder de la ultraderecha francesa. Un análisis de sus Memorias muestra su coherencia a lo largo del tiempo: su machismo, su antisemitismo, su colonialismo, su reivindicación del fascismo estuvieron allí desde su juventud hasta el final. Lo que cambió fue el contexto, que comenzó a legitimar esas ideas.

Publicadas en dos volúmenes subtitulados, el primero Hijo de la nación (2018), y el segundo Tribuno del pueblo (2019), las Memorias de Jean-Marie Le Pen (nacido en 1928) fueron publicadas por el sello Muller, una pequeña editorial ubicada en Asnières-sur-Seine, cuyo catálogo brinda todo su espacio a la historia militar y a los ensayos de la extrema derecha. Las memorias, como género literario, son el “relato de una vida en su condición histórica”, en las que el individuo “manifiesta su recorrido de hombre llevado por el transcurso de los acontecimientos, actor y testigo al mismo tiempo, portador de una historia que da un sentido a su pasado”. El memorialista, la mayor parte de las veces, asume de forma pública su recorrido exhibiendo una “fidelidad a sí mismo”1. En efecto, este es el caso de las Memorias de Jean-Marie Le Pen, convencido de que la historia ya le dio la razón, dado que sus predicciones se habrían verificado de manera progresiva (el “peligro migratorio”, la “decadencia de la Nación”, el “derrumbe de los valores morales”...), tras haber sido desacreditadas2.

La trama narrativa de las Memorias... está tejida con varios hilos: instalar el “mito biográfico” que da estructura a su recorrido; cuestionar las interpretaciones según él erróneas o malintencionadas de los universitarios o de algunos de sus biógrafos; rechazar la demonización de la cual habría sido objeto; desarmar sus motivaciones, asumiendo al mismo tiempo sus amistades descalificantes y su legado ideológico; criticar a su “heredera”, Marine Le Pen, su manera de gestionar el Frente Nacional (FN), su línea política pero también su “traición”, al excluirlo en 2015 y al cambiar el nombre del partido en 2018; afirmar su rol visionario y creerse, a lo largo de todo el conjunto, el “rectificador de la historia”. Así, el relato retrospectivo, si bien sigue grosso modo la cronología, está entreverado por digresiones sobre la actualidad del partido o sobre algunos desafíos transversales (los procesos, el caso llamado del “detalle”).

El mito de “hijo del pueblo”

El mito biográfico que adopta, el del hijo del pueblo cuya progresión por la escuela es el resultado de una movilización familiar y de una voluntad personal de tomar las riendas de su destino, es de los más clásicos. Pupilo de la Nación tras el fallecimiento de su padre en 1942, Le Pen, hijo único, esboza la imagen de una familia popular, trabajadora, moralmente irreprochable. Podríamos cuestionar esa novela familiar, dado que el propio Le Pen da varios indicios de la pertenencia de su familia a las pequeñas clases medias en ascenso. Su escolaridad en el secundario –muy diferente de la de un niño del pueblo– fue en el colegio jesuita Saint-François-Xavier de Vannes, entre 1940 y 1943, y luego en Saint-Louis-de-Lorient, entre 1943 y 1944, en un período turbio, donde se codea con los hijos de la burguesía católica local. Si bien esto le permite esbozar su personaje de alumno indisciplinado, es muestra de un proyecto familiar conforme a las ambiciones pequeñoburguesas.

El único capital escolar honorable de este período proviene de su dominio de la lengua francesa y de algunas competencias, como el aprendizaje intensivo de la memorización, consagrada a su afición por la poesía y la canción. Adhiere a una concepción pobre, cronológica y nacional de la historia, sin desdeñar la exaltación de los héroes patrióticos. En su adolescencia, sus lecturas confesables son coherentes con ese autorretrato: ante todo, habría sido un apasionado de las novelas históricas, las de Alejandro Dumas, y de los relatos de viajes. Más adelante, los capítulos que dedica a su vida de estudiante de Derecho no tratan más que sobre diversas “changas”, sobre su presidencia del Centro de Estudiantes de Derecho (1949-1951) y luego sobre su anticomunismo...

Ni una palabra sobre la efervescencia intelectual de la época, de la que pasa de largo sin conocer nada. Así, pone al descubierto uno de los rasgos de su futuro capital político, una suerte de doble exclusión, intelectual y social, que es el principio de su antiintelectualismo y de su resentimiento hacia las élites, asociado a las humillaciones bastante clásicas de todos los desertores de clase hacia los “burgueses”. “En la secundaria, el gallito del pueblo se había convertido en un pobrecito”. Esta doble frustración se repetirá no sólo en su programa político, sino también en sus estrategias de empleo. En esa época, la presidencia del Centro de Estudiantes de Derecho era un puesto preprofesional para estudiantes desprovistos de capital social para aspirar a sobresalir. Sus empleos como suboficial y luego oficial, en tres oportunidades (en Indochina, de 1953 a 1955, en Suez en 1956 y en Argelia en 1957), asociaron su elogio del “guerrero”, reiterado a lo largo de todas las Memorias..., con una ideología colonialista. Sin embargo, los puestos más altos en la jerarquía militar, reservados a los egresados de la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr, le estaban prohibidos, muy lejos de sus ambiciones. En cuanto a su carrera política, la basó en estos callejones sin salida. Tras haber sido elegido diputado, primero con el movimiento poujadista [del efímero líder derechista Pierre Poujade] en 1956, y luego en 1958, y tras el fracaso de la campaña de Jean-Louis Tixier-Vignancour en 1965, hubiera podido reconvertir ese capital político hacia la derecha, pero prefirió preservar su posicionamiento de “líder” en todas las agrupaciones más o menos efímeras y grupusculares en las cuales participaba. No obstante, logró convertirse en político profesional gracias a la herencia del multimillonario Hubert Lambert, que le permitió, como a los rentistas, vivir de la política.

Pensamiento ultraconservador

Este autorretrato de “hijo del pueblo” con un reivindicado antiintelectualismo se basa en una filosofía social que retoma los clichés del pensamiento más conservador sobre “la naturaleza”: la naturaleza de las cosas, la naturaleza de la gente, la naturaleza física... “El rechazo de aceptarte tal como la naturaleza te ha hecho es el vicio fundamental de las utopías modernas”. Ello acompañado por un elogio del arraigo nacional (“Pido gustoso perdón a los santurrones del pensamiento único, pero soy ‘de pura cepa’. Bretón y siempre francés”). Una de las constantes del relato no es sino el cuerpo: cuerpo indócil y salvaje del niño, cuerpo del deportista (el rugby), cuerpo del marino con un difícil oficio, cuerpo del trabajador manual (revalorizado), cuerpo del militar magnificado por la incursión entre los paracaidistas en el Regimiento Extranjero de Paracaidistas (REP), cuerpo exaltado del parrandero, del seductor y del peleador, cuerpo resistente a la enfermedad y al envejecimiento. Esta apología del cuerpo sano y viril, dispersa en todos los episodios biográficos, tiene como corolario el desprecio de los “intelectuales”, con un cuerpo supuestamente poco agraciado: Jean Paul Sartre, Pierre Mendès-France. La obsesión viriloide de Jean-Marie Le Pen no es más que una de las variantes de los muchos topoï de una extrema derecha convencida de que “la feminización” de la sociedad, “la castración” del hombre blanco, son amenazas a las cuales se opone la virilidad del soldado; por eso su reiterado elogio al “héroe guerrero”, que estará en el centro de su empresa de edición de discos, la Société d’Études et de Relations Publiques, o SERP (1963-1976).

En las Memorias..., los elogios de Alexis Carrel, so pretexto de su “ecologismo”, y de Charles Maurras son los rastros más explícitos del anclaje de su filosofía social en el pensamiento más conservador de los años 1930. La rehabilitación de Maurras, por más negada que parezca, no tiene ambigüedades: “Maurras era de una lógica brillante, pero rígida, que pretendía iluminar toda la realidad por medio de la implacable luz de la razón. Sin duda su teoría de los cuatro Estados confederados, que describía el asedio de la República francesa por parte de cuatro comunidades sinérgicas, los metecos, los protestantes, los francmasones y los judíos, envejeció; sin duda su pretensión de explicarlo todo era abusiva, pero no podríamos negar los fenómenos que él analizaba. Siempre y por todas partes, fuerzas que se organizan y toman conciencia de sí mismas intentan introducirse en las instituciones del Estado y tomar los mandos de la sociedad civil”. Por último, se enorgullece de su anticomunismo radical, una lucha que tuvo que librar contra todos aquellos que, “complacientes”, “cómplices” o “ciegos”, se negaban a ver el “mal” absoluto.

Otro hilo narrativo: la doble afirmación de su profetismo y de su rol primordial para que el FN “llegue” y para transformar la mezcla heterogénea de grupúsculos en un conjunto en el que pudieran coexistir –no sin tensiones y crisis– bajo su presidencia. Insiste en dar crédito a la idea de que “sin él” nada hubiera sido posible.

Además de la legitimidad de su lucha anticomunista, que la historia habría validado, Jean-Marie Le Pen trata en dos oportunidades más específicamente sobre su “profecía” acerca de aquello que se convertiría en la amenaza suprema: el desafío migratorio, el “gran reemplazo”3. La primera, en ocasión de la guerra de Argelia, una larga digresión sobre la amenaza demográfica que pesa sobre el “mundo blanco” condujo a esta lamentación: “Hoy las poblaciones del arco boreal, desde Gibraltar hasta Vladivostok, lo que ha sido, nos guste o no, durante milenios, el mundo blanco, ya no se perpetúan [...] podemos decir que todas las poblaciones europeas de pura cepa están muriendo”. Una profecía verificada más allá de sus temores iniciales, si hemos de creer a la otra mención del tema en el segundo volumen. Por último, encontramos en cada tomo un obsesivo alegato pro domo que apunta a presentarse como la víctima de un complot mediático-político para demonizarlo, marginarlo y excluirlo del campo político, y los numerosos procesos que él inició o que iniciaron contra él serían muestra de una suerte de hostigamiento judicial. Todas sus palabras habrían sido descaradamente reinterpretadas; su pasado de torturador en Argelia, inventado; la herencia de Lambert, escandalosamente desacreditada, etcétera.

Una reinterpretación de la historia

Las memorias, como género literario, necesariamente transmiten una concepción de la historia, aquella a la cual el memorialista desea que su nombre quede atado. Desde ese punto de vista, no podemos analizar esta obra sin tomar en cuenta el desafío al cual Jean-Marie Le Pen cree estar enfrentado desde siempre: justificar una descalificada interpretación de la historia y legitimar el rol que él desempeñó en el campo político para eliminar las censuras de toda clase que la agobiarían: “Tal es el sentido de mi larga lucha por la historia. Conocemos la fuerza de esta. Quien controla el pasado controla el futuro, la moral, la política”. Estas memorias en particular, entonces, se inscriben en una suerte de empresa ideológica colectiva, iniciada desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuyo objetivo no varió en lo fundamental: reinterpretar el pasado hasta la rehabilitación explícita del fascismo (es el caso de Maurice Bardèche o de Lucien Rebatet). Su principal reproche contra Charles De Gaulle se debe al hecho de que, en la Liberación y tras la guerra de Argelia, este habría “lanzado en las rutas de Europa cientos, tal vez miles de desterrados, y luego bloqueado en un exilio interior a otros millones que se consumieron allí. Esos ciudadanos excelentes, pero ofendidos, amargos y esterilizados, permanecerían perdidos durante mucho tiempo, su entusiasmo y su competencia les faltarían. Es en nombre de ellos que me convertí en presidente del Frente Nacional, en nombre de los franceses rechazados”. Convertirse en el portavoz de esos “parias” y de esos “rebeldes”: he aquí una tarea muy difícil cuando se trata de antisemitas obsesivos y de exmilicianos o de soldados voluntarios de la Waffen-SS (François Brigneau, Léon Gaultier, André Dufraisse, apodado “tío Panzer”, Pierre Bousquet), de partidarios de la Argelia francesa y de la Organización del Ejército Secreto –OAS, por sus siglas en francés– (Philippe Marçais, Pierre Sergent), de colaboracionistas famosos (Victor Barthélémy, ex doriotista) y de negacionistas (François Duprat)4.

La historia rectificada que Jean-Marie Le Pen propone no es más que la recuperación de la mayor parte de los argumentos de esta galaxia de extrema derecha, en muchos aspectos inalterados desde la Liberación. Transmitidos por ideólogos que en su mayor parte estuvieron comprometidos bajo la Ocupación o durante la guerra de independencia argelina, son citados en las Memorias... en pequeñas pinceladas, remisiones o rehabilitaciones calculadas. Todos son mencionados, en un momento u otro, a menudo para ser “revalorizados”: Maurice Barrès, Maurice Bardèche, Charles Maurras, Robert Brasillach, Léon Daudet, Louis-Ferdinand Céline, Lucien Rebatet, Pierre Boutang, Jacques Chardonne, Alexis Carrel, Michel Déon, Alphonse de Châteaubriant, etcétera. Todo lo que resulta sumamente estigmatizante aparece con eufemismos, o es eludido, como el rol del Movimiento Social Italiano (MSI, un partido neofascista) en la fundación y en los primeros años del FN, o el antisemitismo de Brasillach.

Podríamos sumar más ejemplos de artificios retóricos de las Memorias... que continuamente dan señales de un texto oculto, sugerido sin ser jamás demostrado, que se analiza a la luz de las presiones de la situación. El propio autor lo confiesa: se autocensura con el fin de evitar caer bajo el yugo de la ley. Entonces utiliza eufemismos, multiplicando al mismo tiempo las señales de connivencia con esos “parias” de extrema derecha, de los cuales busca ser el portavoz, y con sus emuladores.

Esos juegos entre lo decible y lo indecible, lo confesable y lo no confesado, contribuyen a una construcción identitaria partidaria basada en grados variables de complicidad con lo sobreentendido y en la consumación entre sí de una “verdad” aún inaudible. Pero cuando las condiciones sociales y políticas estén reunidas, cuando los diques estallen, tendremos que temer lo peor.

Bernard Pudal, politólogo. Autor, con Patrick Lehingue, de la obra Du FN au RN, les logiques paradoxales d’une réussite singulière, por publicarse en 2025. Traducción: Micaela Houston.

Punto uy

La apelación a la autobiografía para orientar la huella política de una vida suele asumir, en Uruguay, formas diferentes a las memorias. Están, por supuesto, los libros que se sitúan, con mayor o menor enmascaramiento, en el periodismo de perfil, y que suelen aparecer sobre los candidatos antes de las campañas electorales. Luego, hay personajes que han generado casi que su propio género, como es el caso del expresidente José Mujica (Frente Amplio), que ha sido protagonista de un goteo sostenido de libros sobre su persona que, tomados en su conjunto, pueden dar cuenta de una suma memorialística. Aunque no hay un control total sobre el resultado, podría pensarse en una coherencia aluvional que da forma a una propuesta de interpretación de una vida. Quizá quien más se acerque al carácter autoral, sin ser exclusivamente memorialista, es el también expresidente Julio María Sanguinetti (Partido Colorado). Al momento tiene 18 libros publicados. Algunos son coyunturales (La nueva Constitución, 1967), otros bordean lo programático (Un mundo sin Marx, 1993), otros se concentran en su peculiar interpretación de sucesos históricos recientes de los que fue protagonista (El temor y la impaciencia, 1991). Quizá hasta por razones de edad, el que puede ser considerado con mayor facilidad en el casillero del balance y la autoconstrucción del relato sobre la vida propia es el último: Memorias de una pasión (2024).


  1. Jean-Louis Jeannelle, Écrire ses mémoires au XXe siècle. Déclin et renouveau, Gallimard, París, 2008. 

  2. Ver Benoît Bréville, Serge Halimi y Pierre Rimbert, “Aquí estamos”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2024. 

  3. Ver Serge Halimi, “El Frente Nacional bloquea el orden social en Francia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2016. 

  4. Ver Valérie Igounet, “Un négationnisme stratégique”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 1998. 

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