Como otros líderes de derecha, el presidente argentino, Javier Milei, recurre al humor para burlarse de sus adversarios o para relativizar las críticas que recibe. El orden a subvertir es el de la corrección política. Ese recurrente desdén presidencial descoloca a la oposición, que para responderle debería dejar de lado la solemnidad y explorar otros lenguajes.
El expresidente argentino Mauricio Macri —o quien parecía ser Macri— anunció en un video que circula en la plataforma X que Silvia Lospennato abandonaba su candidatura para la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, e indicó a sus partidarios que votaran, en su lugar, a Manuel Adorni, de La Libertad Avanza, el partido del presidente Javier Milei. El video había sido generado por inteligencia artificial: los gestos de Macri eran raros, el fondo se veía borroso. La campaña de Lospennato denunció el posteo y pidió a X que lo bajara. Milei no negó la vinculación con los autores del video ni anunció una investigación sobre la maniobra, posiblemente ilegal, para restarle votos al partido de Macri, el PRO. En cambio, sí reprodujo en X un mensaje de una cuenta atribuida a su asesor estrella, Santiago Caputo: “La gente que llora por un video gracioso en Twitter no puede gobernar el país, ni la ciudad, ni sus propias emociones. Jubílense de una vez”. Al día siguiente, cuando fue a votar, Milei reforzó el concepto: Macri “está hecho un llorón, está muy de cristal”, dijo.
El video era gracioso, un chiste. Quienes no lo entendieron son quejosos.
No era la primera vez que el presidente argentino recurría al humor para defender manifestaciones de sus seguidores y diferenciar entre “nosotros, que entendemos, y ellos, que no la ven”. Diez días antes de este episodio, el mandatario había dado una entrevista de seis horas al stream Carajo, conducido por Daniel Parisini, también conocido como El Gordo Dan, también conocido por exigir desde su cuenta de X que Milei encarcelara periodistas y echara funcionarios. Luego de los saludos, empezó el sketch.
Milei le preguntó a Parisini: “Veo que estás ahí con una libreta, ¿tenés ahí los nombres de los periodistas que tengo que meter en cana y de los funcionarios que tengo que echar?”. El presidente se rio de su propia humorada y explicó: “La verdad que con el déficit de IQ [lo pronunció ai quiu, por las iniciales en inglés de coeficiente intelectual] que muestran, tienen un déficit de IQ severo; una de las cosas que yo me di cuenta, que estos tipos son tan precarios intelectualmente que ya suprimieron la metáfora y suprimieron la ironía, entonces la conversación se vuelve muy rudimentaria, están enfermos de literalidad y, muchas veces, de mucha mala intención; en otros casos la mala intención está alimentada por los sobres”.
Tras las risas del séquito de fans presentes en el estudio, Parisini aclaró: “Igual yo lo decía en serio, no sé qué se creyeron ustedes”.
Quienes no entienden los chistes del presidente son precarios intelectualmente o malintencionados. O tal vez no sean chistes. No sabemos. Ese doble juego —amenazar, burlarse y después explicar que no era en serio— dificulta la respuesta de quienes no están de acuerdo con Milei. Todo un dilema. Si lo dejan pasar, corren los límites de lo que se puede decir en público, total, es un chiste. Si lo denuncian, son tontos o “ensobrados” o, peor aún, solemnes, sin sentido del humor. Además, le dan el pie, como en una comedia, al presidente para reírse también de ellos y hacer sentir inteligentes, divertidos y generosos a quienes sí entienden la ironía y la metáfora. Milei se ríe de sus críticos con sus amigos, y siempre es mejor estar del lado de los burladores que del lado de los burlados.
Después de la tragedia, la comedia
Milei no es el primer político en jugar con el humor. Silvio Berlusconi, cuando era primer ministro de Italia, minimizó los campos de concentración durante el régimen fascista con una ironía: “Mussolini mandaba gente de vacaciones, no asesinó a nadie”. Jair Bolsonaro, el expresidente de Brasil, hacía comentarios sexistas en clave de broma; por ejemplo, comentó que tenía tres hijos varones y una hija, y que esta fue concebida en un momento de “debilidad”; entre risas, el expresidente le dio a Javier Milei la medalla del Club Bolsonaro al hombre “incomível”, cuya traducción aproximada es “el hombre nunca penetrado”.
El tema de la penetración también aparece entre los tópicos habituales del mandatario argentino, que suele recomendar pomadas para la irritación a sus adversarios.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recurre habitualmente a la burla para hacer campaña y comunicar quiénes son sus aliados y quiénes sus enemigos. Tal vez por su experiencia en el programa de televisión The Apprentice, en el que su frase más famosa era “¡Estás despedido!”, parece disfrutar de burlarse de rivales y subordinados. Se ha reído, en público, de un periodista con discapacidad motriz (Serge Kovalesky); de Hillary Clinton, a quien llamaba “crooked Hillary” (corrupta Hillary); de Joe Biden (“Sleepy Joe”, el dormido, en referencia a su edad y supuesta lentitud), y de su ahora secretario de Estado, Marco Rubio (“Little Marco”, por su baja estatura).
La operación es la misma que Milei: si no entendés la broma, no sos parte de su tribu y merecés que se rían de vos. Te lo buscaste. No sos uno de nosotros.
Milei tiene trayectoria en el teatro de revistas. Su obra El consultorio de Milei, producida por el cómico Nito Artaza, hizo temporada en la costa argentina en el verano de 2019. Milei personificaba a un terapeuta que ayudaba a un paciente atormentado por problemas económicos. Un imitador representaba a los políticos argentinos Néstor Kirchner, Mauricio Macri y Elisa Carrió. La culpa de todo era de los políticos y del Estado. Sorprendente.
La relación entre el humor y la política no es un invento del siglo XXI, aunque tal vez la deriva irónica sí sea novedosa. Aristóteles escribió que el hombre es un animal político, porque es el único que puede hablar (Política, Libro I, Capítulo 1), pero también señaló que es el único animal que ríe. Milei, tal vez sin darse cuenta, retoma esta idea cuando acusa a sus adversarios de “ratas” o “mandriles”. Si no te reís de sus chistes, sos subhumano, bestial.
Una de las teorías más conocidas sobre el humor es la del filósofo ruso Mijaíl Bajtín. Su libro La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: el contexto de François Rabelais, publicado en 1965, examina cómo la obra de Rabelais rescata el humor y el carnaval en oposición a la cultura letrada y eclesiástica del Medioevo. El carnaval, explica Bajtín, oponía a la seriedad la risa y a lo sagrado lo profano, y en esta operación le daba una válvula de escape al pueblo, oprimido por la Iglesia y el orden feudal. “Era el triunfo de una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes. Se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento y reglamentación, apuntaba a un porvenir aún incompleto [...]. Todos eran iguales, y reinaba una forma especial de contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados en la vida cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su fortuna, su empleo, su edad y su situación familiar”1. Esa inversión temporaria de roles, a su vez, hacía más tolerable la opresión cotidiana de la Iglesia y las autoridades políticas sobre las personas comunes, y contenía los impulsos revolucionarios.
¿De qué te reís?
En el caso de Milei, y también de Trump, el orden a subvertir es la tiranía de la corrección política, del wokismo o del progresismo. Frente al supuesto mandato de no ofender a nadie, argumenta Milei, ya no se puede decir verdades fundamentales. En una entrevista reciente, el presidente comparó ser gay con tener sexo con un elefante. En un foro de negocios hizo un gesto masturbatorio para indicar que los empresarios que reclamaban medidas económicas sólo buscaban la autosatisfacción. En una escuela, recordó un chiste “muy grosero”, pero —perdido por perdido— venció sus últimas inhibiciones y les contó a chicos de primaria y secundaria que el burro “tiene éxito por insistidor, no por lo otro”.
Milei pretende sublevarse contra la autoridad, pero en última instancia él mismo es el jefe de Estado, la autoridad máxima de Argentina. El carnaval era liberador porque los pobres y los olvidados podían por unos pocos días reírse de los poderosos. Milei se ríe de quienes no piensan como él, los llama “cucarachas” o “ratas”, todos los días del año, porque sabe que ese comportamiento no tiene ninguna consecuencia negativa para él. Antes de ser presidente, su sketch anarcocapitalista podía tener algo de gracia; ahora es como si el bufón del Palacio fuera elegido para gobernar. Gracioso como un desalojo.
Si en el carnaval los plebeyos pueden reírse de obispos y reyes, también pueden burlarse de quienes están aún más abajo en la escala social. En la Edad Media, los varones se reían de las mujeres, y los gentiles de los judíos. Como dice Shylock en El mercader de Venecia, “se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias”. En esos casos, el humor, más que subvertir el orden, lo confirma. Y las quejas de los burlados los ponen en una situación incluso peor, lloriqueando por reconocimiento o respeto frente a quienes no tienen la menor intención de reconocerlos como pares.
Ahora bien, la situación de los menos privilegiados podría inspirar pena, empatía y hasta un impulso por nivelar las diferencias. Sigmund Freud dedicó un libro, El chiste y su relación con lo inconsciente2, al tema del humor y su relación con las emociones. Las bromas que funcionan nos permiten expresar sentimientos que la mente consciente reprime para así seguir con los mandatos de la sociedad. En muchos casos, esas inhibiciones tienen que ver con debilidades o problemas propios, y el humor nos salva de sentir pena por nosotros mismos. Pero, según Freud, “el ahorro de compasión es una de las fuentes más comunes del placer humorístico”: el humor también nos puede ayudar a no sentir pena por otras personas. Cuando un chiste se burla de los adversarios políticos y los llama “mandriles”, o de los periodistas ensobrados, crea un nosotros —los que se ríen— y un ellos —los burlados, que no merecen ya ninguna compasión—.
Como señala Bajtín, los religiosos no suelen apelar al humor, y por eso son blanco fácil de las burlas. Hay algunas excepciones. El papa Francisco defendía la Doctrina Social de la Iglesia. A Milei, como tampoco debería sorprendernos a esta altura, la idea de que los pobres son bienaventurados porque de ellos será el Reino de los Cielos no le cae bien, y llegó a expresar: “Hay que decirle al imbécil que está en Roma, que defiende la justicia social, que eso es un robo y va contra los mandamientos”. Cuando, ya presidente, Milei visitó a Francisco, le pidió disculpas por esta y otras expresiones destempladas. El papa le contestó: “No te calentés. Son errores de juventud”. No hay nada peor que explicar un chiste, pero es gracioso porque cuando Milei dijo que el papa era el “enviado del Maligno” ya tenía más de 50 años.
Risas opositoras
El breve intercambio entre Milei y Francisco, referido por el presidente luego de la muerte del papa, tal vez deje una enseñanza para los partidos de la oposición. Puede ser tentador, frente a un chiste destemplado o un insulto, ofenderse, exigir explicaciones, hasta hacer una denuncia. Sin embargo, esa reacción sólo alimenta la burla y solidifica la diferencia que propone Milei entre un nosotros —canchero, inteligente, irónico— y un ellos —aburrido, solemne, casta, rata, mandril—. Tal vez la mejor estrategia sea responder al humor con más chistes. “Tsunami de chanes”, como le gusta decir al presidente.
Es verdad que el peronismo parece más concentrado en su interna que en presentar una opción real a las políticas de Milei. También es verdad que el PRO está más centrado en el proceso de unificación con La Libertad Avanza que en el diseño de una alternativa de centroderecha viable. Pero cuando pase 2025 todavía van a ser necesarias una o varias fuerzas políticas que ejerzan la oposición y que se propongan como alternativa en las elecciones de 2027. Un proyecto de país a futuro, más que el recuerdo algo gastado de un supuesto paraíso perdido, unido a la sana predisposición a reírse de sí mismo y no tomarse cada cosa que dice Milei en serio, puede ser una manera de plantarse de cara a los años que vienen.
Al final, es un poco gracioso, tenemos que reconocerlo.
Milei es un héroe de la libertad de expresión, que se autopercibe como capaz de decir verdades incómodas. Sin embargo, cuando se sintió ofendido en su honor por supuestas afirmaciones denigrantes de los periodistas Carlos Pagni, Viviana Canosa y Ari Lijalad, los denunció por calumnias e injurias frente a papá Estado, como contó en su larga entrevista en el stream de Parisini.
El presidente es licenciado en Economía y no entregó nunca la tesina de maestría del posgrado que cursó. De todas maneras, se hace llamar “doctor”, por un título honoris causa de la institución que regentea su ídolo, Bertie Benegas Lynch, con ideas tan brillantes como privatizar las ballenas para frenar su posible extinción. También es un señor que a los 54 años sólo tuvo como estado civil la soltería, va a todos lados con la hermana menor y se jacta de tener hijos de cuatro patas, pero defiende la familia tradicional en el Foro de Davos y se muestra muy preocupado por la caída de la tasa de natalidad, porque teme que el mundo se quede sin gente.
No se ofenda, presidente, son sólo chistes. Con su coeficiente intelectual y su aprecio por la ironía y la metáfora, usted seguro sabrá apreciarlos.
Eugenia Mitchelstein, profesora asociada de la Universidad de San Andrés. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires e hizo un doctorado en la Escuela de Comunicación de Northwestern University.