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Rescatistas entre los escombros del complejo penitenciario de Evin, en Teherán, que fue alcanzado por un ataque israelí, el 23 de junio.

Foto: Mostafa Roudaki / AFP

Qué busca Israel en Medio Oriente

6 minutos de lectura
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La nueva Esparta.

La amenaza nuclear esgrimida por Israel para bombardear Irán dista de ser certera. Diversos informes, incluso estadounidenses, confirman que la bomba es todavía una realidad lejana. Los motivos del nuevo ataque radican en la ambición disciplinadora de Tel Aviv, que ha decidido echar por la borda cualquier vía diplomática y cuenta con el aval de la “comunidad internacional”.

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Día tras día, Medio Oriente se hunde en el caos, y la posibilidad de un incidente nuclear de gran envergadura ya no es cosa de agoreros infundados. Al decidir lanzar un ataque aéreo masivo contra la República Islámica de Irán, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no sólo ha demostrado que es perseverante en sus ideas1. Sobre todo, ha subido varios niveles la tensión regional y ha desencadenado una nueva guerra que incluso Estados Unidos, aliado y gran protector de Tel Aviv, afirmaba no querer.

Tras varios días de alternancia entre intensos bombardeos de diferentes ciudades iraníes, incluida Teherán, y las represalias balísticas de Irán, Washington decidió bombardear. Tel Aviv necesita la potencia de fuego estadounidense para acabar con las instalaciones nucleares y militares subterráneas iraníes. Tampoco tiene capacidad logística para invadir territorio iraní –para ello su ejército tendría que hacer un largo y peligroso tránsito por Siria e Irak–, a diferencia de lo que ha podido hacer en los últimos meses en sus vecinos inmediatos, como Líbano.

La excusa nuclear

Además de las cuestiones políticas internas que están en juego en Estados Unidos, la incertidumbre en torno a la postura de Washington está relacionada con la vaguedad que rodea a los verdaderos objetivos de Netanyahu. Mientras su Ejército sigue causando estragos en Gaza —donde el número de muertos se acerca a los 60.000 y la inmensa mayoría de la población padece hambre como consecuencia directa del implacable bloqueo—, el jefe del Gobierno israelí empezó anunciando que su país se proponía impedir que Irán adquiriera armas nucleares. Es una línea obsesiva que se repite una y otra vez desde hace dos décadas y que ya no sorprende a nadie, aunque su veracidad no se pueda demostrar.

Pocas horas antes del estallido de las hostilidades, Washington y Teherán negociaban en Omán un acuerdo para regular el programa de desarrollo nuclear iraní y, contrariamente a las repetidas afirmaciones de Netanyahu, no hay ninguna prueba oficial, ni siquiera del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), de que sea inminente una bomba iraní2. Es cierto que, en su informe del 31 de mayo, el OIEA estima que las reservas iraníes de materiales enriquecidos se sitúan en un nivel de concentración cercano al 60 por ciento, es decir, dos tercios del 90 por ciento necesario para desarrollar un arma nuclear. Pero Irán aún necesita disponer de las capacidades militares y de ingeniería necesarias para explotar estas reservas y llevar a cabo las diversas simulaciones requeridas antes de la fase de prueba real. Dejando a un lado a los “expertos” mediáticos movilizados por Israel y sus partidarios en Occidente —que llevan casi 40 años anunciando que Irán estaba “a unos meses de tener la bomba”3—, la mayoría de los especialistas estiman que Teherán necesitaría entre uno y cinco años para lograr tal resultado. El 25 de marzo, en una comparecencia ante el Congreso, Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional estadounidense, reconoció que Irán había aumentado considerablemente sus capacidades balísticas convencionales, pero rechazó la idea de que el país se dedicara a fabricar una bomba4. Casi dos meses después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la repudió bruscamente. “Me da igual lo que haya dicho —declaró a la prensa—. Creo que los iraníes estuvieron muy cerca de tener una bomba”5.

También hay que recordar que la República Islámica siempre ha afirmado que quería desarrollar un programa civil, al tiempo que negaba que pretendiera dotarse de armas nucleares. En 2003, Ali Jamenei, guía supremo iraní, emitió una fatwa (dictamen jurídico que se hizo oficial en 2005) prohibiendo el uso de armas de destrucción masiva, a las que calificó de “gran pecado” en la medida en que dan al ser humano el poder destructor del Creador6. Se dice que Israel, que se niega a hablar del tema, posee 200 cabezas nucleares7. Algunos miembros del poder político incluso piden que se utilicen estas armas si las represalias de Irán aumentan de intensidad o si sus dirigentes se niegan a arrodillarse. Es fácil imaginar las consecuencias internacionales de tal uso, que Netanyahu nunca ha declarado imposible. Las informaciones contradictorias según las cuales Pakistán —potencia que también posee armas nucleares— acudiría en ayuda de Irán aumentan la incertidumbre, en un contexto en el que ni China ni Rusia parecen querer implicarse en esta crisis.

La apuesta de Netanyahu

Evitar que Irán se haga con una bomba, por rudimentaria que sea, no es sin duda el único objetivo de Netanyahu. Al abrir un nuevo frente y sumir a su país en la angustia de los bombardeos, se está dando a sí mismo un bienvenido respiro: ¿quién pediría la dimisión o la destitución de un primer ministro en tiempos de guerra? Ha sido muy criticado en las últimas semanas, y ha conseguido impedir cualquier investigación oficial sobre el mal funcionamiento del Ejército y los servicios de seguridad en el período previo a los atentados del 7 de octubre de 2023. También sigue jugando al gato y al ratón con el Poder Judicial de su país, y su decisión de atacar a Irán le ha dado incluso un empujón de popularidad. Pero más allá de su supervivencia política, Netanyahu, como buen ideólogo que rechaza la creación de un Estado palestino, cree que es hora de que Israel ponga en cintura a sus enemigos, y no sólo a Irán.

Reforzado por la impunidad de la que goza su país a pesar de los crímenes de guerra cometidos contra civiles en Gaza y Líbano —donde el Ejército israelí sigue ocupando una parte del territorio mientras viola de forma repetida el alto el fuego acordado en noviembre de 2024—, el primer ministro israelí no teme declarar que su objetivo es derrocar al régimen teocrático. Incluso ha llamado a los iraníes a rebelarse contra sus dirigentes. En una entrevista concedida a la cadena estadounidense ABC, consideró la eliminación de Jamenei como una opción: “No agravaría el conflicto, le pondría fin”8. Hace un año, una declaración así habría parecido una provocación irresponsable, pero la desaparición, el pasado setiembre, del jeque Hassan Nasrallah —el líder del Hezbollah libanés muerto en un bombardeo israelí que le apuntaba de manera directa— demuestra que Tel Aviv ya no se contiene. Netanyahu no teme nada de una “comunidad internacional” que parece aceptar que se pueda amenazar de muerte a un dirigente de otro país.

Forjado por Estados Unidos a finales de los años 1990 para doblegar a sus adversarios —como en el caso del Irak de Sadam Husein, sometido a una invasión militar angloestadounidense con pretextos espurios en 2003—, el concepto de cambio de régimen por la fuerza es esgrimido ahora por Israel para torcer el brazo a los países árabes musulmanes que siguen negándose a cualquier normalización mientras no se resuelva de forma justa la cuestión palestina. Hasta ahora, Tel Aviv se contentaba con el activismo diplomático de Estados Unidos; ahora saca músculo. Y el mensaje es claro: el destino de Gaza y Hamas, el de Líbano y Hezbollah puede repetirse en cualquier parte.

Esta actitud belicosa, ya instaurada durante la presidencia de Joe Biden, se ha vuelto más asertiva desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La adhesión de Bahréin, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Marruecos a los Acuerdos de Abraham en 2020 ha allanado el camino para ello, y la diplomacia estadounidense se ha vuelto cada vez más obstinada y agresiva en esta cuestión. No es casualidad que Abu Mohammed Al-Joulani, actual presidente interino de Siria —que intenta ganarse a Estados Unidos—, evite cualquier enfrentamiento con su vecino, que sin embargo ocupa parte de su territorio y exige el desarme de sus regiones meridionales. En Argelia, país que ha sido durante mucho tiempo un pilar del “frente de rechazo” contra Tel Aviv, el presidente Abdelmadjid Tebboune desconcertó a muchos de sus conciudadanos al declarar que “Argelia estaría dispuesta a normalizar sus relaciones con Israel el mismo día en que exista un Estado palestino”, en una entrevista concedida al diario francés L’Opinion (2 de febrero). Esta concesión contrasta con la hostilidad habitual de Argelia hacia el Estado judío, y está destinada a asegurarse las buenas gracias de Washington en un momento en que Argel está preocupado por el acercamiento militar entre Tel Aviv y su vecino marroquí.

La apuesta de Netanyahu se basa en una suposición y en un cálculo. La primera es la creencia de que un nuevo gobierno en Teherán hará, de modo inevitable, la paz con Israel y que la población estará satisfecha. Sin embargo, esto no significa que Tel Aviv quiera que Irán sea democrático, porque el cálculo, poco transparente, se basa en la convicción de que un régimen autoritario, en paz con Israel, será preferible a una democracia. El caso egipcio avala esta certeza. ¿Qué sería del acuerdo de paz entre Tel Aviv y El Cairo si mañana una democracia sustituyera al poder de Abdel Fattah Al-Sisi, sabiendo que la población, en gran parte privada hoy de sus derechos políticos, sigue siendo muy hostil a Israel? Mientras tanto, las autoridades de El Cairo pudieron demostrar una vez más a quién profesan lealtad cuando impidieron a cientos de activistas de todo el mundo dirigir una marcha pacífica en solidaridad con Gaza.

Netanyahu y sus homólogos son muy conscientes de que Israel nunca será plenamente aceptado por los pueblos de la región hasta que los palestinos hayan obtenido justicia. Por consiguiente, la “única democracia de Medio Oriente”, como la llaman sus partidarios, necesita que los regímenes de sus vecinos sigan siendo dictaduras y, en caso de que se rebelen, apelar a Occidente. La única amenaza para Israel sería estar rodeado de democracias y que se siguiera aplicando el derecho internacional. Tel Aviv, que se está convirtiendo poco a poco en una Esparta cuya razón de ser y pasión es hacer la guerra, puede estar tranquila.

Akram Belkaïd, jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Redacción de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


  1. Ver “Israel-Irán, la guerra que se aproxima”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo 2024. 

  2. David Gritten, “Was Iran months away from producing a nuclear bomb?”, BBC, 14-6-2025. 

  3. Léase Alain Gresh, Quand l’Iran aura-t-il l’arme nucléaire?, Nouvelles d’Orient, Les Blogs du “Diplo”, 4-9-2006. 

  4. “DNI Gabbard Opening Statement for the SSCI As Prepared on the 2025 Annual Threat Assessment of the U.S. Intelligence Community”, Office of the Director of National Intelligence, 25-3-2025. 

  5. Jonathan Landay, “Trump contradicts spy chief Tulsi Gabbard on Iran’s nuclear program”, Reuters, 17-6-2025. 

  6. Bertrand Besancenot, “La fatwa de Khamenei excluant une bombe nucléaire iranienne est-elle toujours d’actualité?”, ESL Rivington, 20-9-2024. 

  7. Lara Jakes, “As Israel Targets Iran’s Nuclear Program, It Has a Secret One of Its Own”, The New York Times, 17-6-2025. 

  8. Jonathan Karl y Oren Oppenheim, “Netanyahu tells ABC he’s not ruling out taking out Iran’s Supreme Leader Ali Khamenei”, ABC News, 16-6-2025. 

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