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Ilustración: Ramiro Alonso

BRICS y nuevo orden

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El siglo XXI atraviesa un proceso de reconfiguración geopolítica tan profundo como el vivido en el período inmediatamente posterior a la Guerra Fría. Después de décadas de dominación unipolar liderada por Estados Unidos, marcada por guerras preventivas, sanciones unilaterales y chantaje financiero, ahora estamos presenciando el surgimiento de un nuevo polo global. Los BRICS, que comenzaron como una alianza económica entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, se han convertido en un vector de disputa al orden mundial hegemónico. Con su reciente expansión y creciente influencia sobre los países del Sur Global, los BRICS se afirman como una alternativa concreta a la arquitectura occidental de poder. Pero la pregunta esencial sigue siendo: ¿será más justo este nuevo orden o sólo cambiará a los protagonistas de la dominación?

Según datos recientes del Informe de Economía Geopolítica y EY Global, el bloque BRICS+, que ya incluye a países como Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos, ahora representa el 44 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial en paridad de poder adquisitivo (PPA) y alberga al 56 por ciento de la población mundial.1 En contraste, el G7, que dominó el siglo XX con sus políticas neoliberales e intervencionistas, se ha retirado a alrededor del 30 por ciento del PIB mundial (ajustado según la PPA). La inversión del protagonismo no es sólo simbólica: indica una nueva centralidad productiva y tecnológica en manos del Sur Global. Sin embargo, el hecho de que los BRICS superen al G7 en paridad de poder adquisitivo no resuelve, por sí solo, la crisis de legitimidad del sistema internacional. La pregunta no es sólo quién manda, sino cómo manda y a su servicio.

En este sentido, existe una evidente contradicción entre la promesa emancipadora de los BRICS y las realidades concretas que viven los trabajadores en los países que conforman el bloque. China, si bien celebra los avances colosales en infraestructura, tecnología y crecimiento económico, aún mantiene prácticas laborales que socavan la dignidad humana. La llamada jornada laboral 996 –de 9.00 a 21.00, seis días a la semana– se sigue observando en varias empresas del sector tecnológico, a pesar de su ilegalidad formal. Esta lógica extenuante de productividad ilimitada ya ha sido ampliamente denunciada por los movimientos populares e incluso por los tribunales locales, que reconocen el vínculo entre este régimen de trabajo y la enfermedad mental de la juventud china.

En India, la situación es igualmente alarmante. El Índice Global de Esclavitud 2023, publicado por la organización Walk Free, reveló que 11 millones de personas vivían en condiciones de esclavitud moderna en ese país, la cifra más alta registrada en el mundo.2 Son trabajadores atrapados en la servidumbre por deudas, la explotación infantil, la trata de personas y las condiciones degradantes de vivienda y salud. Si bien existen iniciativas exitosas de rescate y protección, como el modelo desarrollado en Tamil Nadu con el apoyo de la Misión Internacional de Justicia, la estructura social basada en las desigualdades históricas y de casta continúa alimentando este ciclo de opresión.

Ante este escenario, es legítimo preguntarse qué tipo de nuevo orden se está construyendo. ¿Un orden que guarda silencio ante la brutalidad de los regímenes laborales? ¿Que incorpora a Estados autoritarios como Arabia Saudita e Irán sin exigir contrapartes mínimas en derechos civiles, políticos y sociales? ¿O un orden verdaderamente democrático, multilateral, centrado en la solidaridad entre los pueblos?

Brasil, en este contexto, tiene una responsabilidad histórica. Su posición estratégica, tanto regional como diplomática, puede influir en la dirección del bloque. Más que buscar ventajas comerciales o protagonismo simbólico, Brasil debe impulsar a los BRICS a favor de los derechos humanos, los derechos laborales, la salud mental de los trabajadores y una transición ecológica justa. La descentralización del poder puede favorecer una distribución más justa de los recursos, las tecnologías y el conocimiento. Pero esta descentralización debe ir acompañada de una nueva ética: la ética de la solidaridad, la cooperación y la centralidad de la vida. Un orden que reemplaza a Washington por Beijing, sin cambiar las estructuras de explotación laboral, es sólo la repetición de la misma pesadilla con otros acentos. El desafío, por lo tanto, no es sólo económico. Es civilizatorio.

Flaviano Correia Cardoso, abogado, investigador en salud mental laboral, miembro del CIPA en CAIXA-CE y activista político. Artículo publicado por Le Monde diplomatique, edición Brasil.


  1. Ben Norton, “BRICS expands to 56 percent of world population, 44 percent of global GDP”, geopoliticaleconomy.com, 4-7-2025. 

  2. https://www.walkfree.org/global-slavery-index/country-studies/india/ 

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