La producción de uno de los más temibles contaminantes para el planeta y sus habitantes, el plástico, se triplicaría en 2060 si no se limita mediante un tratado vinculante. Sin embargo, la última ronda de negociaciones internacionales fracasó el 15 de agosto. Una minoría de países petrogasíferos, acompañada por un ejército de lobistas, la saboteó de forma sistemática.
Es un tratado vital para la humanidad. Y sin embargo desde hace años se pospone. En 2022, en Nairobi, la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente aprobó por unanimidad una resolución para poner fin a la contaminación plástica. Esta decisión abrió el camino para la redacción de un texto jurídicamente vinculante en 2024. Tras cinco sesiones de debates infructuosos en tres años, el Comité Intergubernamental de Negociaciones, dirigido por el embajador ecuatoriano Luis Vayas Valdivieso, se reunió para un último intento de conciliación. Tras diez días de conversaciones en el Palacio de las Naciones, en Ginebra, los 185 países representados fracasaron una vez más en ponerse de acuerdo.
Desde el inicio de las negociaciones, un centenar de países a favor de dicha restricción se enfrenta a la obstrucción de los países productores de petróleo, cuya coalición es dirigida por Arabia Saudita y Estados Unidos. ¿Cuáles son los puntos que generan obstáculos? ¿Debe limitarse la síntesis de los polímeros vírgenes, sustancia madre de los plásticos, o basta con disminuir la contaminación a posteriori mediante el reciclaje y la gestión de los residuos? ¿Debe el tratado incluir un artículo sobre los efectos en la salud de los 16.000 aditivos involucrados en la fabricación del plástico –entre los cuales se ha comprobado que hay 4.200 que son tóxicos o disruptores endócrinos, como los ftalatos, algunos colorantes, los compuestos perfluorados, llamados “contaminantes eternos”–? Para Arabia Saudita, el tratado sólo concierne a los residuos, gestionados al final de la cadena, y no a la salud. Y para Estados Unidos no debe conllevar perjuicios para los negocios. Tras una noche adicional de debates, el representante noruego constató, durante la madrugada del 15 de agosto: “No tendremos tratado sobre la contaminación plástica acá en Ginebra”.
Ese día, los lobistas de los combustibles fósiles y de la industria petroquímica se frotaban las manos. Según la prudente estimación del Centro de Derecho Ambiental Internacional (CIEL),1 en Suiza se inscribieron 234 lobistas –por su parte, el diario Le Temps (8 de agosto) contabilizó 307–. El número de representantes privados de los intereses del plástico “superaba así el de las delegaciones diplomáticas combinadas de los 27 países de la Unión Europea y de la Unión en sí misma (233)”. Tan sólo el Consejo Estadounidense de la Industria Química había enviado a siete asesores, así como el grupo Dow, mientras que ExxonMobil mandó a seis. Algunos países, como Egipto, Kazajistán, China e Irán, tomaron la precaución de integrar a los lobistas en su delegación. Frente a este ejército, los 60 miembros de la Coalición de Científicos para un tratado eficaz sobre los plásticos no tuvieron mucho peso, ni los 38 delegados de la asamblea de los pueblos autóctonos. Antes de los intercambios, los industriales financiaron campañas de publicidad y a influencers de TikTok para promover la reciclabilidad –ilusoria– de los plásticos.2 “En el momento en que el mundo está abandonando los combustibles fósiles en beneficio de las energías renovables, la producción desenfrenada de plástico es el plan B de la industria petroquímica”, en particular en los sectores del embalaje y textil, analiza Juan Carlos Monterrey Gómez, representante especial de Panamá para el cambio climático. “Esta última se infiltró en esas negociaciones e intenta preservar sus intereses y sus beneficios en perjuicio de todos los demás”,3 prosigue. Tal complacencia no tiene nada de fatalidad: en 2003, durante los debates sobre el tabaco en la Organización Mundial de la Salud, los lobistas no fueron autorizados a asistir a las negociaciones.
El fiasco que se produjo a orillas del lago Leman reproduce un escenario de sabotaje bien perfeccionado, puesto en escena seis meses antes en Busan, Corea del Sur, durante la quinta ronda de negociaciones, del 25 de noviembre al 1° de diciembre de 2024. “Tenemos que poner fin a la contaminación plástica antes de que la contaminación plástica firme nuestro final”, había declarado el ministro coreano de Medioambiente. Claramente, no todos los invitados estaban convencidos. ¿Lo estaba el propio ministro? Corea, país organizador, está en el cuarto puesto mundial de los productores de etileno,4 el monómero de partida de muchos plásticos, y no firmó la declaración “Un puente hacia Busan” a favor de una restricción de la síntesis de los polímeros plásticos primarios. Los pronósticos de éxito apenas pecaban de exceso de optimismo, porque cualquier acuerdo sobre un eventual tratado debe obedecer al principio del consenso y no al del voto, según la práctica de Naciones Unidas, lo cual favorece a los obstructores, minoritarios pero organizados. Por cierto, los países de la Unión Europea y de América Latina, a favor de una limitación de la producción, estiman que las negociaciones sobre el medioambiente alcanzaron una fase tan crítica que los mecanismos de votación deberían ser analizados de nuevo, para superar el bloqueo. El regreso a la Casa Blanca de Donald Trump no juega a favor de tal ambición.
Así como en Ginebra, los lobistas del petróleo y del plástico colmaron la reunión de Busan, incitando a los países petrogasíferos a multiplicar “las maniobras de obstrucción, de distracción, de intimidación y de desinformación”, según Delphine Lévi Alvarès, coordinadora de CIEL.5 Así, mientras el reloj avanzaba, los delegados del Grupo Árabe, que representa a las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo, se esforzaban por repetir fielmente las palabras de su homólogo saudí. Y la limitación de la producción y la mención de los productos químicos tóxicos ya estaban dentro de los principales puntos de bloqueo. Unos 900 científicos independientes llamaron a los delegados a dejar constancia “de las medidas globales y jurídicamente vinculantes aplicadas al ciclo de vida de los plásticos en su conjunto”, y precisaron: “Los daños causados por la contaminación plástica no pueden ser evitados por la sola mejora de la gestión de los residuos”. Por el contrario, el representante saudí Khalid Abdulrahman Abdullah Al Gwaiz y su colega kuwaití declararon: “Hay que eliminar la contaminación plástica y no el plástico”.6
Un lugar inhabitable
A la vanguardia de los países que ven en un tratado vinculante una vulneración mortal de sus intereses económicos, el Reino de los Saúd invirtió fuertemente en la diplomacia ambiental para generar confusión. Por medio de la Iniciativa Saudí Verde, habla a favor de la protección del medioambiente y promueve la clasificación y el reciclaje de los plásticos domésticos en Riad, vidriera del Reino.7 Por otra parte, la ciudad se prepara para recibir en diciembre a los visitantes del Foro Saudí del Plástico Circular (Ecoplast). Mientras que en 2023 había tomado distancia del rol de abogado incondicional de la sociedad termo-industrial, el Reino adoptó nuevamente una posición intransigente en la COP29 de Bakú y en el G20 en Brasil. En esa oportunidad, heredó el calificativo de “bola de demolición” de las negociaciones sobre el clima, mientras el calentamiento climático probablemente convertirá La Meca en inhabitable para finales del siglo.8
Sus alianzas estratégicas (Rusia, Brasil, Irán, Kuwait) y su influencia en Busan permiten entrever que, en el futuro, la batalla en torno a la producción del plástico constituirá una cuestión geopolítica de primer orden.9 Frente al bloque petrogasífero, una coalición de 75 países, entre ellos Francia, Alemania, Senegal y Ruanda, defendió un tratado estricto que limite de forma severa la producción de polímeros vírgenes, la aplicación del principio contaminador-pagador y un esfuerzo constante de reciclaje. Seis meses más tarde, en Ginebra, las líneas no se habían movido mucho, a excepción de la posición china: hacia el final de las negociaciones, admitió la necesidad de abordar el ciclo en su conjunto, desde la producción hasta el final de vida, lo que antes había cuestionado.
El primer país productor de plástico sabe que, en el fondo, el tiempo apremia. Hoy, más de 6.000 millones de toneladas de desechos provenientes de este material están repartidos en el planeta, y menos del 10 por ciento de ellos pasó por el reciclaje; 430 millones de toneladas de plástico nuevo salen cada año de las fábricas; cada minuto, el equivalente de un camión de basura termina en el mar. Hoy las micro y nanopartículas provenientes de su descomposición están omnipresentes en la cadena alimentaria, en el aire, en los organismos de todo ser vivo. “Los plásticos constituyen un peligro grave, creciente y subestimado para la salud humana y la del planeta”, advirtió el respetado diario médico británico The Lancet.10 “Provocan enfermedades y muertes, desde la primera infancia hasta la vejez, y son responsables de pérdidas económicas vinculadas con la salud que superan los 1.500 mil millones de dólares por año. Su impacto se hace sentir de manera desproporcionada en las poblaciones con bajos ingresos y de riesgo”. Por cierto, los expertos de la revista lanzaron “un programa independiente de seguimiento: el Lancet Countdown sobre la salud y el plástico”. Para Graham Forbes, jefe de la delegación de Greenpeace en las negociaciones de Ginebra, “la producción no controlada de plástico es una sentencia de muerte. La única manera de terminar con esa contaminación es dejar de fabricar tanto plástico”.
Mientras la perspectiva de un tratado vinculante está cada vez más lejos, en junio, en Niza, brilló subrepticiamente una débil luz de esperanza durante la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos. A pesar de la pérdida de confianza en las instituciones multilaterales tras el fracaso de Busan, los 190 países reunidos en la Costa Azul realizaron algunos progresos para frenar la marea de plástico que envenena los océanos del globo. Un número suficiente de Estados ratificó o prometió ratificar el Tratado de Alta Mar, que permitiría alcanzar el objetivo mundial de protección del 30 por ciento de los mares del globo antes de 2030. Ese texto entraría en vigor de acá al 1° de enero de 2026 y constituiría el primer mecanismo jurídico para la creación de zonas protegidas en altamar. “Veo un ímpetu y un entusiasmo que eran difíciles de encontrar en el pasado”, declaró António Guterres, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas.11
Fueron necesarias dos décadas de negociaciones antes de lograr un acuerdo en 2023 para poner en marcha las primeras etapas. Y luego todo se aceleró. Más de 90 ministros anhelaron entonces la celebración de un sólido tratado en Ginebra –en vano–. En el Palacio de las Naciones en la capital helvética, “los monstruos fríos” obraban “para la destrucción del medioambiente, la sobreexplotación de nuestros recursos naturales, la muerte lenta del planeta”.12
Mohamed Larbi Bouguerra, universitario, exdirector de investigación asociado al CNRS, miembro de la Academia de Ciencias, Letras y Artes Beit Al-Hikma (Cartago). Traducción: Micaela Houston.
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Los siguientes datos están sacados de “Industry Presence Threatens Plastics Treaty Integrity at INC-5.2”, ciel.org, Ginebra, 7-8-2025. ↩
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Véase “La estafa del reciclaje”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, diciembre de 2024. ↩
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Climate Home News, “Deadlock in UN plastics talks raises fears of watered-down deal”, climatechangenews.com, 11-8-2025. ↩
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Oh Jeong-hun, “Apertura en Busan de la última reunión para el Tratado contra la Contaminación Plástica”, Agencia de Prensa Yonhap, 25-11-2024. ↩
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Sandra Laville, “Plastic lobbyists make up biggest group at vital UN treaty”, The Guardian, Londres, 27-11-2024. ↩
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Hircho Tabuchi, “Nations fail to reach on agreement on plastic pollution”, The New York Times, 1-12-2024. ↩
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“Saudi Green Initiative steps its drive against plastic pollution”, ArabNews.com, 4-6-2023. ↩
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Lisa Friedman, “Saudi Arabia is a ‘wrecking ball’ in global climate talks”, The New York Times, 18-11-2024. Acerca de La Meca, véase también “El hajj, el otro petróleo de los Saúd”, Le Monde diplomatique, agosto de 2020. ↩
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Michael Klare, “Pragmatismo antes que ideología”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2025. ↩
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Philip J. Landrigan et al., “The Lancet Countdown on health and plastics”, thelancet.com, 3-8-2025. ↩
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Karen McVeigh, “Is the ocean ‘having a moment’? This was the UN summit where the world wakes up to the decline of the seas”, The Guardian, 14-6-2025. ↩
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Jean Ziegler, Le capitalisme expliqué à ma petite-fille, Le Seuil, París, 2015. ↩