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La exposición “Superbemarché” dedicada a los papeles cítricos y otras imágenes que acompañan la vida de los consumidores. Se puede visitar en el MIAM hasta el 8 de marzo de 2026. Está comisariada por el MIAM, el centro de arte La Fenêtre (Montpellier) y el dúo de diseñadores Rovo (Sébastien Dégeilh, Gaëlle Sandré). Más información en la web del museo (miam.org).

Foto: Pierre Schwartz

El sedoso y agrio mundo de los citrus

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Historia social y política de los envoltorios de fruta.

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Editar

Durante mucho tiempo, se envolvieron las naranjas en papeles de seda. Sus ilustraciones despertaban la fantasía de los consumidores. Desde Palestina hasta Sudáfrica, también documentaban la historia económica, social y política de los cítricos. Con la excusa de una exposición en el Museo Internacional de las Artes Modestas (MIAM), de Sète, este artículo repasa la historia y la actualidad de un cultivo muchas veces amargo.

En tonos blanco o pastel, delicados papeles de seda empiezan a envolver las naranjas o los limones a finales del siglo XIX. Los cítricos pasan a ser un producto globalizado, de consumo habitual. El papel protege la fruta durante el transporte, pero también indica su origen, el calibre y los controles sanitarios, para atravesar las fronteras con más facilidad. Estampadas con un sello de goma, las imágenes deslumbrantes –aunque arrugadas– de las marcas de cítricos recorren el mundo. A veces se inspiran en la cultura popular, y sus autores suelen permanecer anónimos. Pero hay contadas excepciones, como el artista figurativo Jean Le Gac, que diseña la marca Le Peintre para un amigo importador, o una serie de “naranjas de autor” que encargó una imprenta de Sicilia...

Con el uso de fungicidas y de camiones frigoríficos, estos papeles se volvieron innecesarios. Además, se los critica porque contaminan el ambiente, o porque son demasiado caros. De todos modos, la distribución masiva prefiere los productos estandarizados: nueve de cada diez naranjas se venden etiquetadas o envueltas en infames redes de plástico. Los papeles de seda dejan de ser algo habitual, pero pasan a ser un objeto de colección. El MIAM –en la comuna francesa de Sète– alberga una de las colecciones más importantes de Francia, con varias decenas de miles de envoltorios. Por ejemplo, incluye los diseños del pintor Pascal Casson (que constituyen la mayor parte del fondo), los del crítico Jean Seisser (recolectados en el barrio parisino de Barbès) o los de los mercados de la ciudad de Nimes, reunidos por Christian Bonifas y Hélène Fabre.

Boicotear

Su forma ovalada se presta al embalaje. Su piel gruesa facilita su conservación y el transporte en barco. La “naranja de Jaffa” (o Shamouti) ocupa un lugar central en la economía de la ciudad portuaria homónima. Los palestinos desarrollaron esta variedad en el siglo XVIII. A finales del siglo XIX, esta pequeña localidad ya contaba con 400 plantaciones de naranjos. “Jaffa es impresionante vista desde lejos”, declaró un diplomático francés que marchaba con las tropas del general Edmund Allenby, mientras los turcos se replegaban hacia el norte de Palestina a fines de 1917. “Nos abrimos camino a través de jardines de naranjos, y el perfume de los árboles resulta muy agradable al lado del olor que deja a su paso un ejército en retirada”.1

Aunque era un símbolo de la identidad nacional palestina, esta variedad de naranja se consagró en el período de entreguerras como un “pilar de la economía agrícola pionera del Yishuv y de la causa sionista”, señala la historiadora Catherine Nicault. Se trata de una apropiación simbólica, pero sobre todo territorial: con el apoyo del Fondo Nacional Judío, el porcentaje de tierras cultivadas por judíos en Palestina pasó del nueve por ciento en 1922 al 30 por ciento en 1947. En Jaffa, al igual que en el resto del Mandato británico de Palestina, las plantaciones de cítricos reemplazaron los policultivos. Se estableció la colonia agrícola de Tel Aviv y la naranja se convirtió en el primer producto de exportación palestino: hasta 15 millones de cajas partieron hacia el extranjero, en especial hacia Reino Unido.

En 1948, más de 4.000 bombas israelíes destruyeron Jaffa. Donde antes vivían 85.000 palestinos, sólo quedaron 3.000.2 Ese mismo año, el Estado recién creado de Israel eliminó la marca “Jaffa” y se apoderó de los naranjales y los recursos hídricos. La naranja pasó a ser un emblema de la colonización. Y en los años siguientes, también un motivo de movilización internacional. El movimiento Boicot, Desinversión y Sancione” (BDS) se opuso a la construcción de una terminal portuaria en Sète específicamente destinada a desembarcar los productos agrícolas de la compañía israelí Agrexco, y también repudió al distribuidor de las “naranjas de Jaffa”, la empresa mayorista Mehadrin.

Otro caso, otra naranja: en 1959, en tiempos de apartheid, Albert Lutuli –presidente del Congreso Nacional Africano (CNA) y futuro premio Nobel de la Paz– instó a los consumidores occidentales a rechazar los productos sudafricanos. El boicot le costó a Pretoria entre 32.000 y 40.000 millones de dólares y perjudicó al sector empresarial.3 A mediados de los años 1970, se desplegó en varios países una campaña en contra de la empresa Outspan. A pesar de que sus naranjas estaban muy bien posicionadas en los mercados europeos, la mano de obra que las cultivaba padecía condiciones de trabajo extremadamente duras. Por eso, la cadena neerlandesa de supermercados Albert Heijn decidió dejar de comercializarlas. En Francia empezó a circular una imagen que mostraba la cabeza de un hombre negro exprimida como una naranja sanguina, y las ventas se desplomaron: cayeron un 25 por ciento entre 1975 y 1976.4

Vender

En los confines del mundo, en el jardín de las Hespérides, había un árbol de manzanas de oro. Hércules engañó al titán Atlas y robó las frutas: así completó su undécimo trabajo. Los botánicos clasificaron las naranjas dentro de la familia de los hesperidios, junto con los demás cítricos. Pero en neerlandés la naranja sigue llamándose “manzana de China” (sinaasappel) y aparece asociada con el fruto del pecado original, por ejemplo, en cuadros como El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck (1434), o la Anunciación, de Rogier van der Weyden (1435).

Según un estudio reciente, existen diez especies de cítricos, resultado de ocho millones de años de evolución. Originarias del sudeste asiático, la evidencia sugiere que las primeras variedades se introdujeron en la cuenca del Mediterráneo –hasta entonces acaparada sin rival por el árbol de cidra– entre los siglos VIII y IV antes de Cristo.5 Más tarde, durante la [llamada en Europa] Era de los Descubrimientos, los cítricos alcanzaron el continente americano, mientras que las cortes europeas comenzaban a establecer los primeros naranjales, símbolo de su poder. El consumo de cítricos se generalizó a lo largo del siglo XX.

Entonces aparecieron por primera vez las gaseosas, cuando la industria decidió aprovechar las frutas que no fueran aptas para el “consumo directo” (por su forma, por su acidez...). A mediados de los años 1950, por ejemplo, nació la bebida Vérigoud en la ciudad argelina de Boufarik, y Capri-Sun vio la luz en el estado alemán de Baden-Wurtemberg en 1969. Al día de hoy, la naranja sigue siendo una promesa de placer y vitalidad.

O promesa de superpoderes, como los de los héroes de la cultura popular que aparecen representados en los envoltorios, al estilo de un cómic. De este modo, transfigurada por palabras, signos o motivos, la naranja se convierte en producto, pero también en soporte de historias. Como si fueran folletines, algunos envoltorios numerados invitan a coleccionar las aventuras de Robinson Crusoe, o de Max y Moritz en Alemania. En Austria, la marca Kaiser evoca divertidas páginas de historia en homenaje al imperio caído.

Pero lo más frecuente es que se representen los países de origen. Los productores españoles e italianos –principales proveedores del mercado europeo– compiten en creatividad. Para afirmar la autenticidad o superioridad de su terruño (aunque nada se compara con la naranja “maltesa” de Túnez), reivindican estereotipos folclóricos, históricos o turísticos. Son signos distintivos, equiparables a las “rentas de monopolio” que el geógrafo David Harvey estudió en el marco del comercio de vino.6

El delicado papel de seda de los envoltorios también tiene una dimensión erótica. Seduce, se desnuda para dar acceso al fruto prohibido. Este imaginario, que confunde las curvas del cítrico con las de una mujer, deja lugar a connotaciones más políticas: “Pero un día llegará color de naranja / Un día de palma de hojas en la cara / De hombro desnudo donde la gente se ama / Un día como pájaro en la rama más alta” (Louis Aragon, 1936).

Circular

Tonos grises, pardos, verdosos. Sólo el brillo de un limón resalta en un pequeño banquete monocromo. Otro cuadro: porcelana china y langosta, una jarra y copas Roemer sobre un mantel blanco. En primer plano, de nuevo, un limón a medio pelar. Es un motivo común en las llamadas naturalezas muertas “de ostentación” (Pronkstilleven), como las de Pieter Claesz o Jan Davidsz de Heem, en las que el deseo insaciable de acumulación se manifiesta a través de objetos valiosos, animales, pero también vegetales. El cítrico aparece en la mitad de las pinturas del Siglo de Oro neerlandés (el siglo XVII).

En esa época, Amberes era uno de los epicentros del comercio de larga distancia. En los muelles del río Escalda desembarcaban cítricos provenientes del Mediterráneo. Eran frutas poco frecuentes, sobre todo durante la Pequeña Edad de Hielo: entre 1654 y 1676, terribles heladas arrasaron con las plantaciones de naranjos y mandarinos en China.7 Pero en los albores de esta primera globalización, la sola presencia de limones en las costas del Mar del Norte era una señal de la progresiva sincronización de los días y las estaciones. Más tarde, la industrialización de la agricultura y la integración de las cadenas logísticas acabarían por abolir el tiempo y reducir el espacio.

En 2024, debido a los ataques hutíes, Egipto empezó a exportar a Francia su producción de cítricos, que ya no puede atravesar el canal de Suez rumbo al mercado asiático. Sudáfrica es el tercer exportador mundial, casi al nivel de Egipto y por detrás de España.8 Desde las antípodas, ahora se envían naranjas “tan jugosas como en invierno”. El apogeo de este mercado de “contratemporada” nos está acostumbrando a que estén en nuestro menú durante todo el año.

Pero ¿por cuánto tiempo? La enfermedad del “dragón amarillo” (o Huánglóngbìng, en chino mandarín) está devastando las plantaciones de frutales en las zonas tropicales. Además de padecer los ciclones o las sequías, ahora también se enfrentan a una bacteria transmitida por dos insectos chupadores de la familia de los psílidos. “Los árboles reaccionan produciendo un exceso de azúcar que se acumula en los vasos y los obstruye”, señalan investigadores del Centro de Cooperación Internacional en Investigación Agrícola para el Desarrollo (Cirad, por sus siglas en francés). “Las frutas se deforman, adquieren una coloración anómala y se vuelven más amargas, con lo cual es imposible comercializarlas. Al cabo de unos años, los vasos obstruidos terminan por causar la muerte del árbol”.9

Por ahora, arrancar las plantaciones no parece servir de nada. Tampoco el uso intensivo de pesticidas ni las medidas de cuarentena. En Brasil y en Guadalupe la producción cayó en picada; en Florida (Estados Unidos) la de naranjas bajó más de un 60 por ciento en 20 años y, según el Cirad, la industria del jugo de naranja perdió más de 3.000 millones de dólares y cerca del 50 por ciento de los empleos asociados. Por el momento, Australia y la cuenca del Mediterráneo se mantienen indemnes, pero los psílidos ya se están adaptando y amenazan con suscitar nuevos brotes. La causa es simple: el comercio internacional de injertos y plantas ornamentales que provienen de zonas infectadas.

Luchar

Durante mucho tiempo, se regalaban naranjas en Navidad. Junto con las manzanas y las bananas, este cítrico parece ser actualmente la fruta predilecta de los franceses, que consumen 25 litros de jugo por año y por persona, en promedio.

Para producir 70 millones de toneladas al año, desde el paralelo 40 norte hasta el 40 sur, hacen falta obreros, máquinas y productos fitosanitarios. Los citricultores de la región de San Pablo (Brasil) atentan contra su salud esparciendo pesticidas. Llegan a cargar hasta dos toneladas por día. Hay niños que trabajan jornadas de 12 horas. Las grandes empresas ejercen una presión enorme, tanto en cuestión de condiciones laborales como de precios. Tres multinacionales brasileñas acaparan el 75 por ciento del mercado mundial del concentrado de jugo de naranja. Es decir que pueden imponer las condiciones que quieran a los trabajadores agrícolas, a las administraciones locales y a los consumidores. En 2016, Brasilia le aplicó al cártel una multa de 301 millones de reales (48 millones de euros); sin embargo, los campesinos no recibieron ninguna indemnización.10

“La cadena de producción de la naranja está extremadamente fragmentada, desde el árbol hasta el carrito del supermercado”, explica el investigador Gilles Reckinger. “Su principal característica es que requiere muy poco capital, pero demanda mucha mano de obra”. En las plantaciones de Rosarno, en Calabria, los jornaleros africanos trabajan en condiciones de esclavitud. Tienen que caminar cinco kilómetros desde los barrios marginales donde viven hasta la plantación. O gastar cinco euros para viajar amontonados en camionetas destartaladas que provee su empleador. Como los supervisores se rigen por la arbitrariedad, la jornada laboral puede durar hasta 13 horas. Les pagan 25 euros. Pero como el número de recolectores no deja de crecer –en Italia, más de 300.000 personas están empleadas en el sector agrícola informal–, resulta muy difícil trabajar más de diez días por mes.11 En enero de 2010, los inmigrantes se rebelaron.

Este levantamiento prolongaba la lucha que había encabezado en la misma región el Partido Comunista Italiano contra el llamado sistema de las “naranjas de papel”: hasta finales de los años 2000, los productores vinculados a la 'Ndrangheta falseaban los datos para embolsarse fondos europeos.12 También hacía eco de la ira que las campesinas del Atlas marroquí habían manifestado en 2008-2009, hartas de matarse trabajando para abastecer a Europa.13

O resonaba con la lucha de las transbordadoras de Cerbère, en la intersección de las redes ferroviarias francesa y española. Como el ancho de las vías es diferente en ambos países, era necesario transbordar los cítricos, y las trabajadoras se dejaban el cuerpo en esa tarea. En 1906 se rebelaron y fundaron un sindicato. Fue una de las primeras huelgas exclusivamente femeninas en Francia. Con el objetivo de que los transitarios les aumentaran el sueldo, se acostaban en las vías para impedir que los trenes cargados de cítricos “naranjas y amarillos” pudieran entrar en la estación. En homenaje a su lucha, la artista Pascale Herpe diseñó sus propios envoltorios de seda: representan la victoria.

Allan Popelard y Grégory Rzepski, docente de educación secundaria y miembro del comité de redacción de la revista L’Intérêt général, respectivamente. Traducción: Agustina Chiappe.


  1. Citado por Catherine Nicault, “L’‘orange de Jaffa’ avant la Deuxième Guerre mondiale. Un fruit ‘palestinien’ chargé de sens”, Archives Juives, vol. 47, n° 1, París, 2014. 

  2. Jaffa, la mécanique de l’orange, película de Eyal Sivan, 2010. 

  3. Ver Claude Julien, “Les masques du racisme”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 1990. 

  4. “Campagne Boycott Désinvestissement Sanctions: est-ce que le boycott sert à quelque chose?” lacimade.org

  5. Albert Wu Guohong et al., “Genomics of the origin and evolution of Citrus”, Nature, Londres, 7-2-2018. 

  6. David Harvey, Géographie de la domination, Les Prairies ordinaires, París, 2008. 

  7. Timothy Brook, Le Chapeau de Vermeer. Le XVIIe siècle à l’aube de la mondialisation, Payot, París, 2012. 

  8. “Oranges, fresh or dried exports by country in 2023”, Banco Mundial

  9. Barbara Hufnagel et al., “Allons-nous vivre dans un monde sans agrumes ?”, cirad.fr, 12-8-2024. 

  10. Ver el dossier “L’univers impitoyable du commerce de l’orange”, Déclics et des claques, n° 18, Wavre (Bélgica), setiembre de 2014. Ver también Adrià Budry Carbó y Britta Delmas, “Quand les négociants se font pincer”, publiceye.ch, 17-9-2024. 

  11. Gilles Reckinger, Oranges amères. Un nouveau visage de l’esclavage en Europe, Raisons d’agir, París, 2023. 

  12. William Bonapace y Maria Perino, “Arance amare. Rosarno e la Piana di Gioia Tauro tra lotte sociali, violenza, sfruttamento”, On Borders, 8-3-2025. 

  13. Ver Cécile Raimbeau, “Colère des paysannes de l’Atlas marocain”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2009. 

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