Ingresá

Los ritmos que se escuchan en Cuba no son sólo cubanos. Calle de La Habana, el 23 de enero de 2019.

Foto: Yamil Lage, AFP

La isla de la música infinita

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Ritmos de Cuba.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Desde los tambores taínos hasta la salsa mundial: la música cubana es un milhojas de mestizaje que nunca deja de reinventarse. Una historia donde coexisten lo ancestral y lo moderno, creando sonoridades únicas que han conquistado el planeta.

El misterio de la música cubana. Sus raíces se extienden muchos siglos atrás, pero continúa siendo moderna. Se parece a un milhojas de estilos, pero aun así no deja de desplegar sonoridades únicas, aunque diversas. Para Blaise Cendrars, no era sólo “una nueva forma de arte sino una nueva razón para vivir”.1 ¿Es de extrañar que, de Alejo Carpentier a Leonardo Padura, pasando por Nicolás Guillén, todos los escritores de la isla la hayan contado o cantado, cada uno a su manera?

Esta historia singular combina mestizaje con supervivencia de las formas. Comienza con los indios taínos, que practicaban ceremonias rituales con tambores y maracas, instrumentos que se puede encontrar en el son, la salsa o el bolero contemporáneos. A partir de 1511, la colonización española inicia el exterminio de estas poblaciones, mientras que Cuba pasa a formar parte, durante cuatro siglos, del imperio español. Las tradiciones musicales de los colonizadores, con la guitarra como el instrumento rey, invaden los campos, primeros lugares de existencia y de trabajo. La música que se tocaba entonces, el punto, se transforma en la expresión poética natural para describir la vida en el campo. Esta dará origen a la guajira, uno de cuyos ejemplos más famosos es la canción “Guantanamera”, de 1928, y su letra, que evoca un texto de José Martí, gran poeta y combatiente por la independencia. También de origen español, la guaracha, nacida hacia fines del siglo XVIII del teatro bufo y con un ritmo animado, al principio ofrecía textos satíricos, incluso osados, antes de convertirse en un género más político que se volverá, por otro lado, cada vez más bailable.

A comienzos de 1520 empezó la trata de esclavos, para proveer de mano de obra a las plantaciones de azúcar y de tabaco. Pronto, las músicas “blancas” convivieron con aquellas traídas por las personas esclavizadas de África occidental y central. Alrededor de un millón de ellas fueron vendidas a Cuba en casi cuatro siglos y representaban cerca de la mitad de la población luego de la abolición de la esclavitud, en 1886. La coexistencia entre las poblaciones, al comienzo, era imposible debido a la desconfianza, incluso al miedo, de los blancos. Obligados por los colonizadores a agruparse según su etnia o su lengua, los esclavizados practicaban en sus “cabildos” (sociedades jerárquicas dotadas de un rey o de una reina) toda suerte de músicas y bailes, algunos sagrados, otros profanos. Poco a poco comenzaron a mostrarse a las poblaciones blancas, en especial durante los carnavales autorizados en ocasión de las festividades católicas. En ese marco aparecieron, a fines del siglo XVII, las comparsas: grupos de músicos, cantantes y bailarines con máscaras y disfraces, formados por esclavos.

Este mestizaje se acompaña de un sincretismo religioso en el que las divinidades africanas (orishas) de la etnia yoruba venida de África occidental conviven con los santos de la Iglesia católica para dar nacimiento a la “santería”, practicada todavía hoy, incluso más allá de la población negra (y que se puede vincular al vudú en Haití y al candomblé y los cultos afrobrasileños que también se encuentran en el Río de la Plata). En el registro profano, una suerte de marcha rítmica alineada se impuso a partir de mitad del siglo XVI: la conga, que estaría de moda como baile de salón en los años 1930, sobre todo en Estados Unidos.

El baile como ritual

A partir del siglo XIX, un intenso período creativo vio nacer nuevos géneros que, surgidos de los precedentes, no los hicieron desaparecer: coexistencia del nuevo y el antiguo una vez más. Así sucedió con la “tumba francesa”, llegada en 1791, cuando los colonos, sobre todo franceses, acompañados por sus criados, esclavos y libertos, huyeron de las insurrecciones que culminaron, en 1804, en el nacimiento de la primera república negra independiente: Haití. En Cuba se transformó en una coreografía elegante con maestro de ballet, canto en francés o en español y ritmo de tambores africanos, cuyas dos variantes continúan siendo practicadas hoy.

Pero sobre todo es la rumba llamada “cubana”, de origen africano y sin relación con los otros ritmos de salón del mismo nombre, la que, incorporando el canto, se transformó en el género dominante a comienzos del siglo XIX. Aún vigente en calles o patios, se presenta como un diálogo entre un cantor solista y un coro junto con un grupo de tres tambores que, en semicírculo, animan a uno o dos bailarines a entregarse a una suerte de ritual amoroso no desprovisto de humor.

Otro género, de origen europeo esta vez, la contradanza inglesa (luego francesa), se criolliza en Cuba, desde comienzos del siglo XIX, bajo el nombre de “contradanza” o simplemente “danza”. Los años 1860-1870 ven la primera creación coreográfica nacional, el danzón, que, juzgado como escandaloso al principio, se convierte en predominante hasta finales de los años 1920. Vientos, clarinetes, violines, contrabajo, timbales y güiro (una calabaza estriada que se raspa con un palillo) acompañan, en un ritmo lento, a las parejas enlazadas que, gracias a diversas variantes, se dan la libertad de inventar pasos.

El universo político estaba entonces más que agitado. La primera guerra de la independencia (entre 1868 y 1878) resultó un fracaso. La siguiente, que se llevó a cabo con la ayuda de Washington, puso a la isla bajo tutela estadounidense. Estos cambios políticos no le impidieron al danzón reinar ni extenderse en un nuevo linaje. En 1937, el violonchelista Orestes López Valdés compuso un danzón al que llamó “Mambo”, anunciando así el nacimiento, una década más tarde, de un nuevo género, inaugurado por el pianista Pérez Prado y el flautista Antonio Arcaño. Con sus elaboradas melodías y sus cambios rítmicos, dio la vuelta al mundo en los años 1950 y 1960, popularizado por orquestas como la de Francisco Raúl Gutiérrez Grillo, alias Machito, o la de Tito Puente con sus secciones de metales inspiradas en el jazz. Pero sus tempos vivos y sus síncopas complejas obligaban a los bailarines (solos o en pareja) a tomar cursos si pretendían hacer un buen papel. La idea de una simplificación del baile hace su camino: a comienzos de la década de 1950 aparece el cha-cha-cha, cuyo primer registro, “La engañadora”, del violinista Enrique Jorrín, será un suceso mundial. Con todo, el entusiasmo no sobrepasa la década.

Casi en paralelo al danzón, se instala el son. Introducido por los soldados trasladados a las guarniciones de La Habana, deriva del changüí, aparecido a fines del siglo XIX en la parte oriental de la isla. Se lo toca durante las fiestas campesinas con la tres (pequeña guitarra con tres pares de cuerdas que se convierte en el instrumento fetiche del género), el bongó (pareja de pequeños tambores) y el contrabajo que reemplaza a la antigua marímbula (lamelófono cercano a la sanza africana), en medio de las percusiones. El grupo reconocido como precursor del género, el Cuarteto Oriental, nacido en 1916, agrega un cantante y percusiones como las claves (dos palos de madera cilíndricos golpeados uno contra el otro), y luego, en 1927, un trompetista. Los grupos se multiplican, abordando temáticas intimistas o centradas en la actualidad y en lo cotidiano. A partir de los años 1940 el son vive sobre todo a través de las grandes formaciones llamadas “conjuntos”, como los de Arsenio Rodríguez, Félix Chapottín, Cansino o La Sonora Matancera. Una expansión mucho más fácil cuanto que el son tiene variantes y se combina constantemente con otros géneros. Benny Moré, llamado “El Bárbaro del Ritmo”, que lo canta como nadie, es la estrella del género. A finales de los años 1950 se convierte en un ídolo en su país, al que no abandonará después de la revolución, contrariamente a otros.

En el mismo momento surge en Nueva York un género emparentado, el jazz latino, en especial a partir del encuentro, en 1947, del incomparable percusionista cubano Chano Pozo y el trompetista de jazz Dizzy Gillespie. Es el nacimiento del “cubop” (de “cubano” y “bebop”). El campo del jazz latino no para de crecer desde entonces, incorporando otras corrientes, como la bossa nova brasileña, sin hablar de la explosión del género en la misma Cuba.

Revolución y renovación

En 1959 la revolución castrista interrumpe la sucesión de dictaduras comenzada desde la independencia (del general Gerardo Machado a Fulgencio Batista) y pone fin a la corrupción. Sin embargo, no lo hace sin consecuencias para la esfera artística: los intercambios internacionales se reducen, muchas salas de concierto son cerradas, como los cabarets, donde se ejercía una prostitución oficial masiva destinada a la clientela estadounidense. Entre los más célebres está el Tropicana, que, abierto en 1939, sobrevive hasta hoy. Todo esto no impide la emergencia de nuevas formas en los años 1970. Está el “mozambique”, una música hecha para bailar, donde los metales y las percusiones se entrelazan. Existe también el “filin”, bastante sofisticado pero cantado por todas las grandes voces. Este se combina con la antigua tradición de los trovadores (la trova) para dar origen a la “nueva trova”, con la que guitarristas y cantantes como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez buscan abrir sus repertorios a las reivindicaciones sociales, incluso políticas. Hacia el final del siglo pasado, la película Buena Vista Social Club (1999), de Wim Wenders, documentará la belleza de esos géneros mal conocidos fuera del país (son, danzón, guajira...) celebrando a los magníficos veteranos (Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Ruben González...) y a artistas más jóvenes como Eliades Ochoa, guitarrista y cantante, todavía vivo.

En los albores de los años 1970 aparece en los círculos latinos de Nueva York una suerte de amalgama de todas las músicas cubanas: la salsa. El periodista venezolano César Miguel Rondón, autor de la obra de referencia sobre el tema, recuerda que para comprenderla “es necesario comprender todo el espectro social y cultural en el que fue creada”.2 Constituiría, de hecho, una reacción de los músicos latinos neoyorquinos a la aparición del rock y el pop, junto con la reafirmación de una identidad musical. Llevada por el sello discográfico Fania, de Jerry Masucci y Johnny Pacheco, conoce su edad dorada neoyorquina en los años 1970, antes de ganar el mundo entero con formas específicas, sobre todo en Puerto Rico, Colombia y Venezuela. Si hubiera un solo nombre para citar dentro de este universo, sería el de Tite Curet Alonso, autor y compositor de 2.000 canciones del estilo “salsa con conciencia”, interpretadas por la casi totalidad de los salseros. Podríamos citar igualmente a Cheo Feliciano, Celia Cruz, La Lupe, Willie Colón, Héctor Lavoe, Ray Barretto, Rubén Blades, Ismael Miranda... Al entrar en decadencia tanto en Nueva York como en todas partes, se reinventa en Cuba en los años 1980 con, por ejemplo, la “timba” (NG La Banda, la Charanga Habanera, Los Van Van...). Desde entonces, la historia continúa.

Jean-Louis Mingalon, periodista y cineasta, coautor de Dictionnaire passionné du tango, Seuil, París, 2015. Traducción: María Eugenia Villalonga.


  1. Noël Balen en Música cubana, Fayard, París, 2006. 

  2. César Miguel Rondón, Le Livre de la salsa. Chronique de la musique de la Caraïbe urbaine, Allia, París, 2023. Ver también: Fabrice Clerfeuille y Yannis Ruel, Salsa! Un voyage musical en 100 disques essentiels, Le mot et le reste, París, 2024. 

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura