Quedó atrás el tiempo en el que se repetía que Uruguay era el único país americano que podía “hacer la afirmación categórica de que dentro de sus límites territoriales no contiene un solo núcleo que recuerde su población aborigen”, como rezaba el Libro del Centenario, publicado en 1925. Hoy la ciencia antropológica indica que más de 30% del material genético de los uruguayos proviene de ancestros indígenas, y ese aporte aumenta significativamente en algunas localidades.
¿Qué son los cerritos de indios?
Cualquiera que haya visitado La Paloma, Valizas, Cabo Polonio, Rocha, Castillos o Lascano pasó al lado de decenas de cerritos de indios sin darse cuenta. Así como nadie nace sabiendo cómo se lee, el ojo precisa auxilio para aprender a ver. Quien se crió en los campos de Rocha o Tacuarembó, habrá recibido por tradición oral y contacto con sus coterráneos el entrenamiento necesario para diferenciar una loma de las primeras grandes modificaciones del paisaje que realizaron los pobladores ancestrales de esta tierra. Para quienes no estamos familiarizados con estas construcciones, es necesario el auxilio de quien ya haya aprendido a verlos. En nuestro caso, vino de la mano de Camila Gianotti, antropóloga doctorada en arqueología, que nos esperó en el Centro Universitario Regional Este de Rocha y que forma parte del grupo de investigación del Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio del Uruguay (LAPPU), de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Uno mira ansioso para todas partes. Pero no sabe exactamente qué buscar. Camila explica con pasión contagiosa: los cerritos de indios son elevaciones de tierra construidas por seres humanos que descubrieron las virtudes de Rocha hace unos 4.500 años y que, desde entonces, y hasta que los invasores europeos les hicieron la vida imposible, las eligieron como lugares para vivir, realizar reuniones, celebraciones y enterramientos, áreas para el cultivo de maíz, poroto y zapallo, entre otras actividades que recién ahora estamos conociendo.
Camilia afirma que hay unos 2.500 cerritos de indios localizados por GPS en un territorio que abarca Rocha, Treinta y Tres, Cerro Largo, Tacuarembó y Rivera. Pero también dice que hay mucho trabajo por hacer y que esa cifra podría llegar a duplicarse. Y que si contamos los que están en el sur de Brasil, nuestros antepasados nos legaron más de 10.000 cerritos para visitar y maravillarnos sobre cómo los humanos modificamos y monumentalizamos el paisaje.
¿Cómo distinguir un cerrito de indios?
Para quien vive en la ciudad, distinguir una plantación forestal de un monte nativo puede ser un desafío. Sin embargo, cuando se mira con atención al costado de la ruta 9 o la 14, los árboles son el mejor aliado para diferenciar una simple loma de un cerrito de indios: en los bañados rochenses las tierras son, por lo general, bajas, por lo que pocas son las elevaciones que desafían el bajío reinante. Pero si aparece una loma, grande o pequeña, que además concentra sobre sí varios árboles que no presentan la regularidad y la monotonía de la plantación de eucaliptos, las chances de que los ojos se hayan posado sobre un cerrito de indios son extremadamente altas.
El tamaño de los cerritos es variable. Pueden tener diámetros de entre 30 y 60 metros, medir desde escaso medio metro de altura o elevarse hasta siete sobre el nivel del terreno circundante. Pueden aparecer aislados, es decir un cerrito solitario rodeado de bañado, o pueden aparecer en grupos asociados. Algunos tienen más de 4.000 años en sus capas más bajas, otros, mucho menos notorios, sólo unas centenas de años. Pero todos, por haber sido lugares habitados en los que los indígenas tiraban sus desechos, cultivaban y trataban con tierra de hormiguero quemada, se convirtieron en zonas más fértiles y elevadas que el bañado circundante. De allí que la vegetación nativa se les prenda con tanto fervor, al tiempo que, justamente por su elevación, evitaron ser arados y llevados al nivel del bañado que los rodea.
Cuando uno camina por un cerrito de indios se ve rodeado por gran variedad de especies del monte nativo. Es como si la conexión entre los pobladores ancestrales y la vegetación oriunda de estas tierras se negara a desaparecer. Y la fauna también se suma a la fiesta: tal como un campo minado en una guerra salvaje, los cerritos están llenos de perforaciones. No fueron hechas por humanos, sino por tatús y mulitas, que encuentran en estas construcciones tierra fértil que atrae tanto a los vegetales como a los insectos y animales asociados. El cerrito es así una fiesta de la biodiversidad. La cultura de nuestros antepasados, la fauna y la flora se retroalimentan y contribuyen en darles características únicas a sitios que son parte de nuestro valioso patrimonio.
Patrimonio Histórico para visitar
En Rocha hay varios cientos de cerritos de indios, pero, a la hora de recomendar, uno se inclinaría por tres lugares: los conjuntos de cerritos ubicados en lo que se conoce como el Bañado de India Muerta, los ubicados en el Bañado de San Miguel y los que rodean lo que hoy se llama Camino del Indio, en la ruta 14.
Los del Bañado de India Muerta tienen una característica adicional: en este conjunto se encuentran los dos únicos cerritos considerados Monumento Histórico Nacional. La declaración tuvo lugar el 3 de julio de 2008 y, si uno quiere llegar hasta ellos, no tiene más que girar por el camino vecinal que sale a la altura del kilómetro 142 de la ruta 15 que lleva a Lascano. Un pequeño cartel reza “Cerritos de Indios”, y una flecha amarilla, cual ladrillo del camino de El Mago de Oz, va indicando cada tanto hasta dónde deberá ir aquel que quiera llegar a ellos.
Tras unos kilómetros de camino, los letreros avisan que el monte nativo tupido que nos mira desde la margen izquierda forma parte del Monumento Histórico Nacional. Un circuito interno nos informa sobre parte de lo que vemos y lo que los antropólogos han ido descubriendo al investigar estas construcciones. Y más allá de eso, de la información, cartelería y puentes sobre cañadas, uno enseguida percibe que está en un lugar que no es como ningún otro. Porque si bien caminar en un monte indígena es una experiencia fascinante, el cerrito de indios provoca una sensación especial: uno siente que está en un lugar vivo. Ayuda a ello la presencia de ombúes, coronillas y una exuberancia vegetal que creemos que no es propia de nuestra tierra. Colaboran las decenas de cuevas de tatús, los insectos y hasta las huellas frescas de los zorros y sus trenzados excrementos. Uno no puede evitar pensar que la vida de los indios que estuvieron allí hace cuatro milenios aún le imprime al cerrito una vitalidad propia, única, inconfundible.
Al excavar sus madrigueras, los mamíferos hacen de arqueólogos involuntarios. Entones uno ve —y si tiene a Camila al lado es más sencillo aún— fragmentos de tierra de hormiguero quemadas, huesitos de animales que fueron consumidos por los pobladores ancestrales, restos de sus artefactos de piedra, gran parte de ellos de cuarzo, que era y es abundante en la zona, y hasta algún hueso humano. De hecho, Camila nos mostró en el CURE de Rocha dos húmeros de indígenas que no fueron rescatados en una excavación arqueológica, sino que fueron llevados de las entrañas del cerrito hacia la superficie por las frenéticas patas de algún tatú o mulita en plena fiebre constructora de madriguera. El cerrito es el testimonio de la vida de los pueblos que vivían en el bañado hace miles de años. Y no deja de ser maravilloso que esa vida, aun hoy, con tantos cambios, vértigos productivos y voracidad tecnológica, siga siendo cobijo y punto de encuentro de tanta vida y biodiversidad.
Un poco más lejos y más escondido está el cerrito de indios más grande de todos. Con sus siete metros de altura, el Cerrito de la Viuda o de la Quesería nos espera con su vegetación y fauna vivaz, pero también con una sorpresa. Injertado en el medio del cerrito, un pozo profundo de bloques lo deja a uno perplejo. Tratando de aprovechar la humedad y la no inundabilidad en una zona de bañados, antiguos propietarios intentaron construir allí una quesería. Hoy el cerro es Monumento Histórico y los ladrillos, que uno podría pensar que poco tienen que ver con un cerro de indios, por ley no pueden ser quitados. Y está bien que así sea. Porque los cerritos de indios son construcciones que han sido habitadas por miles de años. Y aun hoy, o hasta hace muy poco, era sobre sus lomos rebosantes de bosques nativos donde se decidía construir la tapera, el galpón o lo que fuera que uno no quisiera que se empapara cuando el bañado se hincha de agua.
Una vez más, fascina pensar en cómo la vida de los indígenas que los construyeron sigue siendo motivo de reunión de más vida. Por más que la quesería no funcionara, por más que nuestro campo cada vez tenga menos taperas, el cerrito de indios sigue siendo ese lugar que se destaca en el bañado y en que se encuentra paz, sombra, cobijo y un contacto con la naturaleza que justifica cualquier kilometraje recorrido para llegar hasta ellos.
La app amiga
Hacer este viaje por las rutas de Rocha bajo el consejo apasionado de una arqueóloga es un privilegio que uno agradece. Sin embargo, hay una opción que, si bien no es lo mismo, está al alcance de todos. Descargándose la aplicación Bien de Acá en el celular, disponible para Android e iOS, se accede a muchísima información desplegada sobre un mapa que se orienta con el GPS del aparato. La plataforma, que es abierta y colaborativa, fue desarrollada con el fin de “difundir, promover y preservar el patrimonio uruguayo”. Varias instituciones de ciencia y tecnología colaboraron y colaboran con Bien de Acá, entre ellas el LAPPU. No será lo mismo que tener a Camila Gianotti explicándote qué dice la ciencia sobre la quema de la tierra de hormigueros, pero es lo más parecido a tener a la mezcla de un arqueólogo y un lugareño que conoce la zona en el bolsillo.
Texto: Leo Lagos | Fotos: Josema Ciganda.