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Fotos: Manuela Aldabe

Entre lo efímero y lo monumental

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Con su arte, el español David de la Mano se ha metido subrepticiamente en el paisaje de Montevideo, la ciudad donde vive hace seis años. Pero su plan no es hacerla más bella.

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En el patio de la casa donde creció, en Salamanca, hay unas piedras cuyos dibujos sólo se pueden ver cuando la lluvia las alcanza. Su padre las descubre cada vez. Algo así ocurre con la obra de David de la Mano: aparece y desaparece, más allá del formato, el soporte, el tamaño, el lugar. Obras escondidas, inesperadas, gigantes, aparecen y desaparecen en la ciudad. Intervenciones urbanas que nunca sabremos si volveremos a ver.


Su constante monocromo se reconoce a lo lejos en obras en Italia, Alemania, Noruega, España, Suiza, Inglaterra, Uruguay, Portugal, Estados Unidos, Brasil, Túnez, Argentina, Italia, Francia y Taiwán. El último mural lo ha pintado en la Comercial, Montevideo, durante el segundo Festival Wang de Arte Urbano, y lo ha llamado “Dilema”. Una jauría de lobos en círculo se dirigen a un centro vacío, el fondo es blanco. El lobo, figura demonizada por la cultura occidental, es para el artista símbolo de resistencia en el abandono total. Pone como ejemplo Chernobyl: “sólo los lobos han sobrevivido, han resistido a lo peor”, quizás gracias a esa rebeldía que no le ha permitido al hombre domesticarlo.


La elección del negro es para él una posición en la calle. No cree en el mural decorativo. Piensa que la calle sólo será “bonita” cuando quienes no tienen a donde ir dejen de dormir en ella, cuando estén arregladas, cuando no haya tanta basura. Para David, un mural es una pieza artística que habla de lo que le pasa en el mundo que lo rodea. Le importa la sorpresa, las figuras abiertas a múltiples interpretaciones, no el camino del “me gusta”.



David de la Mano nació en 1975, es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, cursó la Especialidad de Escultura en Piedra en la Escuela de Arte de Salamanca e hizo los cursos de doctorado en Arte Público en la Universidad Politécnica de Valencia. Referente de street art a nivel internacional, vive en Montevideo desde 2012, aunque viaja a Europa, a pintar, unas tres veces al año.

Sus murales son la culminación de proyectos que inicialmente estudia y prepara en su taller, donde trabaja disciplinadamente durante ocho horas, de lunes a viernes. Dibuja, pinta, estudia, ordena su archivo fotográfico, realiza obras por encargo, envía paquetes con dibujos y pinturas a galerías en todo el mundo. Escucha música, sigue las noticias internacionales y, muy de cerca, las redes sociales. Con un cuidado técnico perfecto pasa del rodillo a la plumilla, del muro al papel de algodón de altísima calidad y al lienzo. Acompaña la tinta china, la empuja, la guía sobre el café. Desarma la forma perfecta del punto para darle una nueva vida, genera figuras que nos interpelan y nos trasladan a mundos oníricos demasiado reales, en ese límite donde se halla la poesía, el arte.
Y otra vez sale a la calle.

Se sumerge en el lienzo a cielo abierto que es la ciudad, donde la comunidad se encuentra cara a cara con el arte. Allí De la Mano acciona el ojo crítico ciudadano. Su objetivo no es brindar un caramelo visual; para él, el arte urbano es otra cosa. Los pasantes son descolocados al encontrarse con cada uno de sus murales. Una y otra vez se descubren y enlazan aquellas figuras de negro sobre blanco que en otro lugar, al pasar, quedaron en su memoria visual. No importa todavía quién es el autor, pero de a poco algo comienza a dialogar.

David de la Mano trabaja en el mural Dilema en el marco del segundo Festival de Arte Urbano Wang.


—Sus obras interpelan, pero como habitantes de la ciudad debemos interpretar, y esto pasa con todas las obras que están en la calle. En algunos casos interpretamos la obra como algo lindo, en otros trascendemos esa primera mirada y alcanzamos un análisis más crítico con el espacio público —dice el sociólogo Ricardo Klein, que investiga sobre el papel del arte en el espacio público y su incidencia en la construcción de procesos de gentrificación.

—El arte urbano ha transformado los espacios de legitimación artística desde su nacimiento, comenzando con el grafiti en los años 70 en Estados Unidos. Su legitimación no viene dada por la crítica especializada que sí tiene un protagonismo muy fuerte en otros ámbitos dentro del mercado artístico. En cambio, viene dada desde varios niveles: uno de los puntos de partida es con tus colegas; si no sos reconocido es más difícil incorporarte a ese escenario de arte callejero. La otra legitimación es individual, y tiene que ver con los objetivos que persigas respecto de ese otro que pueden ser los habitantes, la administración pública, el sector privado o, en el futuro, el mercado artístico con ingreso a galerías o museos. Tiene que ver con la estética de ser artista de la calle, que luego pasa a un formato de línea de arte contemporáneo incorporada a museos desde otro lugar, no tanto como artistas callejeros. Por ejemplo, Basquiat o Banksy, en quien está muy presente la línea del street art pero las formas de mercado son diferentes —opina Klein. Sólo en un segundo o tercer nivel entra en juego la crítica especializada.

En su tesis doctoral, Klein plantea que, en muchas ocasiones, hoy la fotografía del muro tiene más valor que el propio muro. La foto hace perder el carácter efímero de la obra, que, en la antigua lógica del grafiti, y luego del street art, era muy importante. Actualmente, los artistas publican rápidamente el registro de sus obras en Flickr, Instagram, Facebook o sus páginas web. Para Klein, esa prisa por la difusión es parte de la profesionalización de los artistas, y ocurre en el street art, el muralismo, el neomuralismo y en el propio grafiti. Se da, entonces, un doble ambiente: mientras que las intervenciones artísticas callejeras son anónimas para los que no saben quién se mueve detrás, para quien se acerca a las redes sociales es sencillo individualizar a sus autores y generar un mapa artístico.


Las características de cada ciudad y su construcción del espacio público conforman las normas internas para producir obras. Montevideo permite a los artistas trabajar con tranquilidad, mejor luz y realizar obras de mayor complejidad que en otras ciudades. En Barcelona o Nueva York el control es mucho mayor: en ellas sólo se pinta, dentro de un marco legal, en los llamados muros liberados.


En Montevideo el arte callejero es cada vez más visible desde hace unos 15 años. Aunque se legitima cada vez más, le falta reconocimiento; no se trata solamente de que la administración pública conceda espacios para intervenir. Para Klein, no pasa por que se elijan algunas cortinas o persianas en 18 de Julio, sino por generar un proyecto que instale el concepto de galería a cielo abierto y en el que los artistas que intervengan sean reconocidos como tales. Para esto, tiene su importancia la participación en la comunidad uruguaya de De la Mano, del también español Zësar (César Bahamonte) y del italiano Fulviet (Fulvio Capurro), quienes con sus aportes han acompañado el camino de artistas locales en una retroalimentación de producción de obra nacional, regional e internacional.

Actualmente, Casa Wang es un punto neurálgico de este proceso artístico en Uruguay, que impulsan artistas locales: Alfalfa (Nicolás Sánchez), Colectivo Licuado (Camilo Núñez y Florencia Durán, responsables del mural de Cinemateca 18) y Noe (María Noel Silvera), así como otros provenientes del grafiti, como el colectivo Crew del Sur, Min8, Conde y Mokek.


Para David de la Mano, la calle es un instinto. Cuenta que comenzó después de conocer la obra del artista italiano BLU, en la Navidad de 2008: “Hacía un frío de narices, unas nevadas tremendas, pero el impulso era imparable. En ese momento trabajaba como profesor de restauración en el Castillo de Fuentes de Valdepero y cada día, después del trabajo, me dedicaba a pintar murales en los pueblos abandonados de Palencia [municipio de Castilla y León]. Allí estuve pintando mucho tiempo y curtiéndome en la calle. Luego, todo vino rodado: festivales, muestras colectivas y proyectos, que me llevaron a dedicarme completamente a desarrollar mi trabajo como muralista y también mi trabajo personal en galerías y ferias de arte”.

David pinta, raspa las paredes, el musgo seco, el cristal. Para él, cualquier superficie puede convertirse en soporte creativo. Negativos fotográficos, chapas oxidadas de algún cartel abandonado, diarios, pósters, zapatos de madera, todo lo que la calle le ofrezca. Integra ramas a sus dibujos, o sus obras continúan la belleza de la naturaleza (“porque para qué intentar imitar su belleza, mejor integrarla a la obra”, confiesa). Uno de sus temas es la migración, que el año pasado estuvo en cada material que encontraba: chapas, diarios, revistas, libretas sin renglones, vidrios. Luego los migrantes fueron pasando al papel fine art, a la tinta china, al lienzo y un día se fue a pintar a un muro de Londres; el mural se titula “The Wave”. Para entonces, todo eso que había producido sobre el tema ya se había vendido en la galería londinense antes de que él llegara.


Las masas humanas, los barcos precarios, el viaje hacia un espacio no definido, el movimiento permanente, atraviesan su obra. Quizás porque es un tema que lo atraviesa a él, originario de un país Mediterráneo, de allí a donde llegan los barcos con miles y miles de personas bajo la ilusión de un futuro mejor, y a la vez como inmigrante en Uruguay hace seis años. Será que crecer en el “medio de la tierra” le da una visión tan circular como propone la obra de más de ocho pisos que pintó para la inauguración del Urban Nation en Berlín en 2017.


Hoy le ve más sentido al negro y al blanco. Cree que su arte no tiene que decorar, ni tiene por qué dar o aportar belleza a la ciudad. “El arte tiene otras muchas dimensiones que me interesan más; es decir, lo que mi obra trata de ofrecer es un espacio abierto para la reflexión, una creación distópica inconclusa y con múltiples interpretaciones. Mi trabajo está en construcción, recién comienzo”, dice.

Mural de De la Mano en colaboración con Ojo de Pez en un ex convento.


Una tarde de finales del verano tomamos la Ruta 1. David me lleva al lugar donde ha estado trabajando en la última semana. No sé si estamos ingresando en el campo del rural art o si estamos en el futuro urbano de la capital uruguaya. Mientras maneja, me comenta: —Hay lugares que están al lado y la gente nunca los ve porque son absolutamente marginados, abandonados, dedicados a cuestiones que la gente “de bien” nunca va a ver. En cambio, en las redes sociales lo puede ver gente de todo el mundo. Me encanta incorporar nuevos espacios de expresión artística, como puede ser esta casa reconvertida en un espacio de arte.


Al llegar, encuentro una finca abandonada. Algunas partes sin techo, otras sin piso; la vegetación ha ido ocupando el sitio que guarda todavía algún recuerdo señorial. David me cuenta qué le pasa al llegar a un lugar así:

—Es fundamental dejarse llevar por lo que te sugiere el propio espacio, tratas de trasladar tu universo, tratar de entrar en una comunicación con el espacio, conseguir un diálogo con el espacio que ya está. Siempre hay vida, la casa está llena de vegetación, estuvo habitada y tiene signos, la vida una y otra vez regresa.

El lugar participa, es parte de la obra, hay lobos tallados en relieve en la pared con puntas que el artista encontró allí mismo. Integra sus murales a formas que ya están, les da continuidad, forma, color. Algunas pinturas esperan su hora de luz, otras están escapando por una ventana o volando sin subir ni bajar. Formas humanas asexuadas, la esencia del ser. Esa esencia que sólo se encuentra cuando alguien tiene el coraje de buscarse a sí mismo, de fusionarse con el espacio y revelar su propio imaginario.

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