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Ilustración: Ramiro Alonso

El Mayo del 68 que no fue en mayo del 68

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América Latina en los 60 globales.

América Latina generó no sólo iconografía, sino también ideas fundamentales para entender el cambio político y cultural de fines de los años 60. Lo sostiene el historiador uruguayo Aldo Marchesi, especialista en el período, cuyo libro más reciente, Latin America’s Radical Left Rebellion and Cold War in the Global 1960s, fue publicado por la Cambridge University Press de Nueva York en 2017.

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El concepto global sixties ha habilitado en el siglo XXI múltiples enfoques que amplían las temporalidades y las geografías de la movilización global de la década de 1960. Varios han señalado que lo ocurrido durante 1968 en algunos países fue parte de un ciclo con una temporalidad mayor. Otros han enfatizado que los territorios de esas movilizaciones no se pueden reducir a los países centrales. Sin embargo, a la hora de la evocación histórica y la discusión pública en Europa y América se sigue hablando del Mayo del 68 como punto de partida.

Paradójicamente, en América Latina al menos, varios de los militantes que evocan el Mayo francés rápidamente se preocupan por desmarcarse de él. Lo ven como un evento entre otros que, ciertamente, no fue la principal referencia para los movimientos que se desarrollaron en lugares como México, Uruguay y Brasil en 1968, y en Argentina, Colombia, Chile y Perú en los años posteriores. Son inciertas las razones por las que esa fecha condensa la memoria histórica global de un proceso que lo trasciende y que no lo tuvo como centro. Se podría argumentar que Francia había tenido un importante rol en los procesos revolucionarios del mundo atlántico en los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, parece bastante evidente que el lugar de la experiencia francesa durante los 60 no puede ser equiparable a lo ocurrido en los siglos anteriores.

Durante los años 60, en América Latina asistimos a una importante movilización social, política y cultural fundacional de varios procesos históricos que llegan hasta nuestro presente. En tales movimientos, los estudiantes fueron un actor social relevante. Los procesos de modernización, que entre otras cosas desarrollaron la educación secundaria y universitaria, potenciaron la movilización estudiantil, que ya tenía cierta tradición en la política latinoamericana. Dicha movilización se dio en diálogo con trabajadores rurales que los estudiantes encontraron en diversos proyectos de desarrollo social promovidos por las universidades o, en algunos casos, por movimientos católicos. Asimismo, esos estudiantes se encontraron en las movilizaciones callejeras con trabajadores urbanos que protestaban contra la pérdida de derechos sociales conquistados con las propuestas populistas y de reformismo social desarrolladas en la década anterior; fue en el diálogo entre estos sectores y a partir de las tensiones con proyectos reformistas, populistas y de la izquierda tradicional que surgieron en el campo de la cultura y la política ideas que se podían asociar a la nueva izquierda global, incluso en su dimensión contracultural.

Dicho encuentro entre estudiantes, sectores medios y trabajadores en la movilización de los tardíos 60 imprimió a los nuevos movimientos una profunda originalidad que no puede ser reducida a la mera influencia de lo que estaba ocurriendo en Europa o Estados Unidos. Por el contrario, me animaría a afirmar que es posible señalar que algunos procesos tuvieron un sentido inverso a la evocación histórica contemporánea sobre el período. Aquí voy a señalar algunos movimientos que se construyeron en el diálogo regional de los 60 latinoamericanos pero que también adquirieron proyección global; a través de estos ejemplos pretendo contribuir a pensar una geografía de los 60 que no sólo amplíe su territorialidad, sino que también reconozca las múltiples centralidades de la década.

Los años 1966 y 1967 están asociados a tres eventos que tuvieron como punto de partida la Revolución cubana y cuyo impacto a nivel global fue importante: la realización de la Conferencia Tricontinental, con la reformulación de la idea de Tercer Mundo asociada a la de la revolución de la liberación nacional y el socialismo; la conferencia OLAS (Organización Latinoamericana de la Solidaridad), con su declaración acerca de la inevitabilidad de la lucha armada en toda América Latina, y la campaña de Ernesto Che Guevara en Bolivia.

El mensaje a la Tricontinental dejado por Guevara antes de su muerte condensa gran parte de esa visión con profundas implicaciones globales. Su testamento político definirá una geopolítica del conflicto mundial en la que la tensión entre oeste y este, e incluso los desencuentros dentro del mundo comunista, deberían quedar supeditados al enfrentamiento entre norte y sur que primaba en su interpretación; es a ese conflicto global entre norte y sur, cuyo objetivo central era la derrota del imperialismo norteamericano, al que deberían prestar su solidaridad los revolucionarios del Primer Mundo en el marco de una guerra global. Además, la asociación del documento con la muerte heroica de Guevara ayudó a desarrollar una noción de militancia política de izquierda vinculada a las ideas de guerra, sacrificio y voluntarismo que serán fuertemente influyentes en diversas zonas del mundo. Una de las imágenes que más circuló en las calles del mundo en 1968 fue la de Guevara; tal vez sea el aspecto que mayores adhesiones conjugó en dicho año. Entender el porqué de esa adhesión nos ayudaría a reconstruir mejor el lugar del continente americano en la imaginación política de los 60.

Medellín fue el lugar de reunión de los obispos latinoamericanos en 1968. Aunque los eventos eclesiásticos no parecen estar asociados al sentido común de la época, lo ocurrido allí tuvo mucho que ver con el espíritu de los 60 latinoamericanos. En el marco del proceso de renovación que el Concilio Vaticano II había generado en la iglesia católica, la conferencia de Medellín marcó una inflexión en el pensamiento católico de la región. Esta se vinculó con la “opción por los pobres” y lo que luego, en 1972, el teólogo Gustavo Gutiérrez conceptualizó como teología de la liberación. Este movimiento religioso se vinculó con el proceso de radicalización social y política de los católicos, que tuvo entre otros antecedentes el compromiso de algunos con el socialismo y la lucha armada. A comienzos de los 60, Camilo Torres, el sacerdote fundador de la sociología colombiana, abandonó sus posturas desarrollistas y se inclinó a las propuesta revolucionaria del Ejército de Liberación Nacional; cuando murió en combate, en 1966, se transformó en un emblema de los activistas católicos de la región. Es en ese contexto que la reflexión teológica se vio influenciada por estos procesos, incorporando aspectos de las ciencias sociales y redefiniendo la tarea de la iglesia en relación con su compromiso con los pobres y la voluntad de transformación social. Este conjunto de reflexiones, que para algunos fue la primera teología desarrollada fuera de Europa en la historia del catolicismo, tuvo un impacto importante en el desarrollo de un movimiento ecuménico del Tercer Mundo, así como propició la renovación de propuestas teológicas en lugares tan diversos como India, Corea del Sur, África y en algunos movimientos europeos.

Santiago de Chile fue, a fines de los 60, un centro de renovación de las ciencias sociales latinoamericanas. Los procesos de reforma universitaria en ese país, el desarrollo de centros regionales de investigación, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), así como la llegada de académicos de países como Brasil y Argentina, que escapaban de las dictaduras, generaron un fermental diálogo que entre otras cosas posibilitó el desarrollo de la llamada teoría de la dependencia, que en tanto nueva corriente de pensamiento económico y social, interpeló los enfoques modernizadores y desarrollistas al sugerir que el desarrollo y crecimiento de los países centrales estaba indisolublemente ligado al subdesarrollo de los países periféricos. En este sentido, resultaba necesario romper con dichos lazos de dependencia para asegurar las condiciones de desarrollo en esta zona del mundo. Estos enfoques abrieron nuevos caminos y lenguajes para pensar el problema del desarrollo y la liberación en otras partes del Tercer Mundo, así como significaron contribuciones importantes para aquellos interesados en estudiar la historia del capitalismo desde una perspectiva global.

Además del impacto político de la Revolución cubana, también se desarrollaron otras experiencias políticas que tuvieron proyección continental y global. A fines de los 60, la idea de la guerrilla urbana como una nueva posibilidad de acción colectiva, más adecuada para sociedades urbanizadas y con mayor desarrollo de sectores medios en el Cono Sur, comenzó a interpelar al foquismo rural promovido por la Revolución cubana. En Montevideo, los tupamaros desarrollaron una estrategia urbana que prontamente estuvo legitimada como un nuevo método de lucha, entre otros, por el propio Régis Debray. Esta renovación del repertorio de acciones fue influyente en el desarrollo de nuevas guerrillas en América del Sur, así como en organizaciones armadas de Europa y Estados Unidos.

Pero la radicalización política no sólo ambientó proyectos políticos relacionados con la violencia. Tal vez el más radical, por su potencial transformador y su pluralidad conceptual, se dio en Chile: la propuesta de la transición pacífica al socialismo planteada por Salvador Allende. La Unidad Popular de ese país también fue el resultado del encuentro entre la vieja izquierda socialista y comunista con nuevos actores que resultaron de la radicalización de los cristianos, entre otros, cercanos a la lucha armada, que también se incorporaron al proceso político. Su propuesta implicaba romper los mitos de la Guerra Fría e incorporar lo mejor de los dos mundos: socialismo y democracia liberal. Kissinger tuvo claro esto desde el principio y por eso actuó tan duramente contra esa experiencia. Temía que su influencia se expandiera no solamente en América sino también en Europa occidental, en países como Italia y Francia, donde lo sucedido en Chile había comenzado a ser estudiado como un ejemplo a emular.

La Revolución cubana, el Che Guevara, la teología de la liberación, la teoría de la dependencia, la guerrilla urbana y la transición pacífica al socialismo no son sólo algunos de los aspectos más relevantes de los 60 latinoamericanos sino también ideas y proyectos que circularon globalmente y que influenciaron procesos políticos y sociales en otros lugares; entender cómo dichas ideas fueron recibidas y reinterpretadas en otras partes del mundo sería un buen camino para reconstruir la complejidad y los múltiples centros que tuvieron las geografías de esa revuelta que fueron los 60. Uno de sus aspectos más importantes fue la inversión del orden de la Guerra Fría. Entre otras cosas, esa inversión impactó en el lugar que los actores del Tercer Mundo tuvieron en gran parte de los debates intelectuales políticos y artísticos globales. Recordar aquella revuelta también es volver a poner en la geografía a aquellos que hicieron posible imaginarla, y entre ellos América Latina tuvo un lugar importante.

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