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Trajes de boda de Ardian y de su esposa Aria, hechos por el padre del novio, Halim Qerkezi, en 1998.

De México a Kosovo: Las ausencias se comparten

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A partir de su experiencia en Ayotzinapa, la periodista y documentalista mexicana Chantal Flores investiga la desaparición forzada de personas en América y Europa. Para su trabajo en Kosovo tuvo apoyo de la International Women’s Media Foundation como parte de su programa de becas para el desarrollo de proyectos periodísticos.

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Entre 1998 y 1999 Kosovo, cuya población es mayoritariamente albanesa, enfrentó a Serbia en una cruenta guerra que dejó 13.535 muertos y más de 6.000 personas desaparecidas. De estas, en su mayoría albanokosovares, 1.653 siguen sin aparecer. En 2006, el entonces presidente mexicano, Felipe Calderón, declaró la guerra contra el narcotráfico, lo que causó la desaparición de más de 40.000 personas hasta el momento. Más allá de las condiciones político-sociales particulares de cada país y de los intentos por resolver los conflictos, el legado de la desaparición forzada está presente en la vida diaria de las mujeres sobrevivientes. Estos son los testimonios de tres mujeres —una albanokosovar, una mexicana y una serbia— que cada día enfrentan sus propias ausencias.

Ferdonije Qerkezi | Djakovica, Kosovo

Mi casa es un museo. No había otra forma de seguir existiendo sin ellos. Esta es la habitación más grande, y aquí pusimos esos muebles de vidrio para mostrar la ropa que se recuperó, y colgar fotos y otros recuerdos. Ahí en esa esquina los puse a todos juntos: en el centro está mi esposo Halim, mi hijo mayor Artan, Armend, Ardian, y el más chiquito, Edmond, quien tenía tan sólo 14 años cuando se lo llevaron.

Habitación de la casa de Ferdonije Qerkezi dedicada a la memoria de sus hijos y su esposo desaparecidos.

El día que entendí que ya no estaban vivos fue dos semanas después de que terminara el bombardeo [sobre la antigua Yugoslavia] de la OTAN. Alguien me había dicho que los había visto muertos, pero yo esperaba que estuvieran detenidos en alguna cárcel de Serbia. Pasando junio, cuando las fuerzas de la OTAN llegaron, alguien me dijo que ya no estaban vivos. No le creí. Le dije que hasta que saliera el último de las cárceles (había 144 prisioneros) no iba a aceptar esos cuerpos que tú me dices. En ese momento les dije a mi cuñado y su esposa:

—Voy a esperar hasta que los prisioneros en Serbia sean liberados. Si mis hijos se encuentran entre ellos, entonces vendrán a su casa y continuarán viviendo. Si la noticia sobre sus muertes es verdad, entonces voy a convertir esta casa en un museo para que todos sepan lo que los serbios hicieron aquí.

Hay muchos visitantes durante el día. Muchos periodistas y mucha gente, casi cada día viene alguien. Quieren saber más e intento explicarles de la mejor forma que pueda. Pero claro, cada vez tengo que ser más fuerte, mostrar fuerza para que ellos no se sientan mal aquí, porque los periodistas quieren asegurarse de que otra gente sepa lo que pasó y no lo olvide. No es fácil… es muy agotador emocional y físicamente. A través de los años me ha impactado demasiado. Le rezo a Dios que me mantenga fuerte para compartir la historia. El día antes de que vinieras… [se le quiebra la voz] vinieron dos niñas y les dije que subieran y vieran por sí mismas. “Estoy muy débil esta mañana para mostrarles”, les dije, y cada día veo, al menos físicamente, que soy más y más débil.

Vivo aquí y he decidido que voy a vivir aquí hasta el día que me muera. En la mañana, como todos los demás, tomo un café o el desayuno, y luego uno de mis hermanos o sobrinos viene a ayudarme con las tareas. Hasta hace dos años limpié cada esquina de esta casa, porque no quería que nadie más tocara las cosas, pero tuve que contratar a alguien que me ayudara a hacerlo.

Empecé con las fotos de mi esposo, mis hijos y mis dos nueras en uno de los cuartos de abajo. Comencé a obtener más fotos con la ayuda de la asociación El Llamado de las Madres, de Djakovica, pero yo financié todo y de vez en cuando alguien me apoyaba con los gastos mínimos. Tenía los cuartos de abajo, pero los grupos fueron creciendo y creciendo. Tuvimos visitantes, como el presidente y su equipo, así que decidimos usar el piso de arriba y las habitaciones, y que yo me quedara abajo. Hay varias cosas escritas en albanés que un chico mecanografió, y unos estudiantes se ofrecieron a traducirlas al inglés. Todo está escrito en ambos idiomas. Los visitantes me dicen: “No tiene ni que hablar, nosotros lo podemos leer”.

Mi hijo mayor era muy especial, porque era del tipo de los que quieren ser los mejores en todo. Como era el mayor, quería que el resto de sus hermanos hicieran lo que él dijera. Artan era su nombre. El segundo, Armend, era más abierto y tenía una sonrisa todo el tiempo, pero cuando había discusiones era más cerrado, nadie sabía qué estaba pensando. En esos casos el mayor era el más sociable, el que decía lo que pensaba. Al segundo realmente no le gustaba entrar en discusiones, sólo decía sí o no. Era un joven de pocas palabras. Ambos eran muy buenos estudiantes. No tuve ningún problema cuando se trataba de la escuela, aunque cuando fueron al bachillerato los tuve que empujar un poquito.

Ardian, el tercero, hacía inmediatamente lo que yo le pidiera. Él era el primero en todo, el que se levantaba primero. Mi esposo me decía: “Si fueran niñas te dejaría trabajar con ellos, pero como son hombres necesito ser más duro. Si no, tomarán el mal camino”. Empezaron a trabajar con su padre, que fue sastre desde principios de los 70. Pero en los 90 también abrimos una tienda de comida rápida. Sus amigos salían y jugaban todo el día, pero ellos no tenían ese lujo. Podían jugar un poco, pero también tenían que trabajar.

No tuve ningún problema con los tres mayores, pero el pequeño, Edmond, siempre buscaba pleito con sus amigos aquí en el vecindario. Así que cuando cumplió diez años, le pedí a mi hijo mayor y a mi esposo que se lo llevaran a trabajar. El mayor me dijo que sólo lo dejara jugar, que iba a aprender sobre la amistad. Me decía: “Es bueno ser duro, las peleas lo harán más duro”. Cuando tienes más hijos, conforme vienen los otros te vuelves más suave con ellos. Cuando nace el mayor eres más dura y quieres que aprenda lo más que se pueda y que haga lo mejor. Con los otros fui más suave, pero Edmond se volvió muy duro. La mayoría del tiempo no lo llevaba a la tienda, pero él se quedaba aquí con los trabajadores que construían nuestra casa y aprendía. Tenía 14 años cuando la Policía serbia se lo llevó. Por ese tiempo él hacía karate y tenía la cinta blanca y la amarilla. Ardian, el tercero, hacía el trabajo pero nunca decía “yo lo hice”. Estaba en el club de fútbol. El segundo, Armend, se volvía loco por las películas, y las veíamos juntos porque amábamos las de acción, principalmente. Artan, el mayor, estaba estudiando para ser técnico eléctrico, porque desde chico trabajó con su padre y había aprendido a arreglar el televisor. Además preparaba toda la comida para la tienda la noche previa. Chicos muy trabajadores…

Te voy a contar un poco sobre mi esposo. Era un hombre muy guapo y muy trabajador. Había descubierto que si se quedaba sentado y callado era un desperdicio de tiempo. Amaba trabajar, pero también se aseguraba de que sus hijos siguieran sus pasos y amaran trabajar. Su hermana estaba casada con uno de mis primos y me lo presentaron, pero además nuestras familias ya se conocían porque trabajaban en los campos. Djakovica es pequeña, si trabajas en el campo conocerás a alguien.

La gente viene y entra y parece que el tiempo ha pasado, pero cuando veo el reloj el tiempo no ha ido a ningún lado. El mayor nació en febrero de 1974, el otro en setiembre de 1976 y el tercero en setiembre de 1980. El más pequeño, en febrero de 1985. Se los llevaron el 27 de marzo de 1999. El Comité Internacional de la Cruz Roja me llamó en 2004 y me dijo que los cuerpos de dos de mis hijos habían sido identificados y faltaba el análisis de ADN. Me preguntaron si estaban casados, porque los dos se casaron al mismo tiempo, en 1998, el mayor y Ardian, pero no tuvieron hijos. Había mucha desinformación en ese tiempo y me dijeron que las ropas del mayor y del pequeño habían sido encontradas. Les pedí al instituto forense y a la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas que me trajeran la ropa en marzo de 2005. La trajeron a casa y la lavé. Estaba llena de tierra. Primero la puse en un pedazo de cartón, luego unas jóvenes estudiantes la pusieron en vidrio y ya la tercera vez, en 2018, el municipio trajo ese mueble de vidrio para preservarla.

Cuando nos juntamos con las otras mujeres, siempre hablamos sobre las personas que están desaparecidas y lo sentimos más fácil. Es más fácil para nosotras, porque todas compartimos el mismo dolor.

Hilda Rodríguez | Los Mochis, Sinaloa, México

—Es que mi hermano no tiene por qué estar muerto —dice, y le pega así al volante—. Mi hermano no tiene por qué estar muerto, él no estaba mal. Él vivía conmigo, pues, ¿cómo yo no me iba a dar cuenta? Mi hermano no es pendejo.

—Pero no es. Es que fue mal hora, mijo, entiéndelo. Tu hermano no supo escoger la amistad, no debería haberse ido con él.

—Pero, mamá, es que nunca andaba con él.

—Pues sí, pero tocó la mala suerte para tu hermano y se fue con él. Fue mala suerte de tu hermano, mala suerte de nosotros.

Eran tres, pero mi hijo y otro muchacho no aparecen [desde el 13 de setiembre de 2011]. Pero uno sí, el que invitó a mi hijo y al otro muchacho apareció muerto, al otro día lo hallaron muerto en la mañana. Él sí andaba enredado. Dicen que robaba carros el muchacho ese. Pero, como les digo a los licenciados, ¿qué culpa tenían mi hijo y el otro muchachito de que él tumbara carros? Si ya sabían, si los sicarios saben quiénes son los que andan mal... Por eso nosotros teníamos la esperanza de que nuestro hijo iba a regresar. Yo a mi hijo me lo imaginaba.

Y luego un soldado le habló a una muchacha que trabaja de enfermera en el hospital general y que es amiga mía. Han de estar vivos, dijo el guacho, el soldado. Se los han de haber llevado a trabajar o les han de haber dicho váyanse, pero no vuelvan con su familia. Han de andar por allá, pal otro lado. Yo sentí esa ilusión. Porque dice él que a los sicarios qué les importa. Matan a ese, y al otro porque ya los vio, y los tiran ahí juntos. ¿Qué les importa a ellos? ¿A poco van a andar cargando a uno pa allá y a otro pa acá? Eso es lo que yo siempre he pensado. A mi hijo lo han de haber golpeado en la cabeza y no sabe quién es, o lo echaron a otra parte… lejos de aquí y amenazado.

Pero yo vi ese expediente y ya he sentido esa angustia. Yo siento angustia, la verdad. Tengo miedo de que sea mi hijo; por la camisa y por el tiempo... coincide. Ese cuerpo tenía de tres a cuatro meses de muerto. Están investigando a ver si le hicieron estudios antes de sepultarlo en la fosa común, y eso es lo que me carga a mí temblorosa. Siento que la sangre me corre, pero me tiembla, me tiembla la carne. No hay ningún expediente de un desaparecido que lleve ropa amarilla con camisa de manga corta. Pantalón negro, todos, pero la camisa amarilla de manga corta y con rayitas fue demasiada coincidencia. No hay más que el expediente de mi hijo.

Llegué a la casa bien mal. Me eché un baño de vuelta, porque me sentía mal, mal. Sentía que el cerebro me estaba quemando, sentía que el corazón me iba a salir por la boca. Me voy a bañar y pensé: “Tranquila, Hilda, tranquila”. Me tomé un ácido acetilsalicílico, me acosté y no podía. No podía. Todo ese día, en la tarde, llorando… Llegaron en la madrugada mi hijo y su esposa, y entró él al cuarto y yo me hice la dormida. Estaba bien mal y no le dije. Apenas el lunes le dije. Pero él cree que estoy loca, él cree que no es cierto lo que yo le digo. El ADN, eso va a ser lo pesado. Yo digo: “Yo tengo que ser fuerte”... no sé ni cómo. Yo sé que no soy fuerte, ante esta situación nadie es fuerte. Y un hijo tan querido, tan bueno mi hijo, tan mentiroso conmigo. Bien mentiroso, él me nalgueaba y decía “¡Aguanta, pancho!”. Y luego me decía: “¡Vieja! ¡Mami!” o “¡Vieja!, ¿no te han marcado ahora?”. “No”, le decía, “no hay cabrón que me lleve”. “Esa es mi vieja”, dice [se ríe]. Y luego, cuando me enojaba y lo regañaba, le decía: “Su hijo de la chingada”. “¡Oh, Dios mío!, ya despertó la leona”. O sea, son tantas cosas, tantos recuerdos... Y luego llegaba yo, y en cuanto llegaba yo el mijo era bien amable, bien bueno... Llegaba y me decía: “Mami, ¿quién es el hijo más guapo tuyo? Dime quién es el consentido y quién es el más guapo”. Y yo lo abrazaba y lo besaba. “Pues tú”, le decía. Y decía mi hijo al más chiquito que el más guapo es él, y decía la niña de mi hijo, hasta la fecha dice: “Güelita, de tus tres hijos el más guapo es mi papi”. Y así, pues, siempre él decía “yo soy el consentido de mi mami”, porque es el mayor, pues.

Los tres son bien apegados, pero más él... Mucho más él. Más preocupón por mí, a cada rato me hablaba, me tenía en los cinco minutos gratis, y llegando a los cinco minutos me colgaba y me volvía a marcar, y ya que me marcaba como 20, 30, 40 veces decía: “Ay, ya te voy a colgar, ya me enfadaste, vieja”. O llegaba a la casa, me abrazaba y me besaba. Siempre me saludaba, jamas dejó de darme un beso ni yo a él. Y llegaba yo y me besaba y lo besaba yo y decía: “¡Ay, me babeaste la cara, vieja, me dejaste baba!”. Se limpiaba jugando, pero me tenía abrazada y él seguía orgulloso de mí.

Y ese día que me dijeron, sentí que el mundo se me vino encima. Por eso me molesta cuando mucha gente me dice: “La vida continúa, Hilda”. Les digo yo: “¿Qué te pasa? ¿Por qué me dices esas palabras?”. Le he pedido perdón a mi familia, perdonen si me he portado a veces mal, pero es que yo no estoy para que me digan: “Ay, lo vas a ver en la resurrección, la vida continúa”. Para mí la vida ya no. Y luego la alegría de decir: “Te invito a una fiesta, Hilda, pa que te relajes”. ¿Cómo me voy a...? Donde quiera que esté llevo a mi hijo, donde quiera. Ahora que fui a cenar me decían: “Ah, qué bueno que te fuiste, hermana”, o tía, o prima, o amiga, “pa que salgas de acá”. ¿Dónde me voy a esconder? ¿Dónde que no lleve aquí a mi hijo? [Se lleva la mano al centro del pecho]. ¿Dónde me puedo ir? Es como dice la palabra de Dios: ¿a dónde voy, señor Jesucristo, que no te encuentre? Dice por ahí un texto bíblico: “¿A dónde voy, señor Jesús, que no te encuentre? Y si voy al oriente ahí estás, voy al sur y ahí estás, voy al oeste y ahí estás”. O sea, es lo mismo. Mi hijo, donde quiera que esté, hasta dormida lo veo. Entonces que alguien te diga, con este pesar tan grande: “Hilda, échale ganas, la vida continúa”… Este pretendiente que tengo que está en Jalisco, cuando recién pasó lo de mi hijo, como al mes, dos meses: “No, mija, que la vida continúa, tú échale ganas, sigue pa delante y dale gracias a Dios que te dejó tres hijos”. Oye, cabrón, no me digas eso, dije yo dentro de mí. Pero mira, me habla y me habla y no le contesto. ¿Qué le voy a contestar? Me está diciendo algo que está muy lejos de mí. Yo qué voy a ser feliz si me falta una parte de mi vida.

Yo siempre me voy a aventar allá a la playa, allá voy a gritar. Yo quiero ir a platicar con Dios sinceramente de frente, hacerle frente a Dios y preguntarle [traga saliva]: ¿por qué?

Visnja Stamenkovic | Gornja Brnjica, Kosovo

Así he vivido desde el momento en que él fue raptado: mi vida se detuvo. Por todos estos años me enfermé de cáncer, por todo el estrés, el dolor. Vivo en este lugar y ni siquiera es mío, unos amigos me lo dieron. No tengo casa porque a la que tenía, que estaba a nombre de mi esposo, mi cuñado la vendió y no pude hacer nada al respecto porque estaba enferma. Él fue a la corte y dijo que mi esposo estaba muerto, porque para venderla necesitaba el certificado de defunción.

La familia de mi esposo me dijo que no podía vivir ahí sola por razones de seguridad. Mi cuñado me dijo que podíamos vender la casa para que yo tuviera dinero y él iba a tener un porcentaje por el trabajo de venderla. Pero yo no sabía que para dicho procedimiento había que declarar muerto a mi esposo. Me pidió firmar unos documentos, y como yo estaba enferma, yo no sabía que él iba a declararlo muerto. Claro que nunca me dio el dinero, ni siquiera me importaba eso. Yo pregunté si había alguna documentación y me dijeron que había un examen de ADN. Yo les dije que quería ver su cabeza, porque yo conozco los dientes de mi esposo. Quería identificarlo por sus dientes. Me dijeron que no la podía ver porque no tenía dientes. “Están rotos”, dijeron. Yo sabía que no era el cuerpo de mi esposo, pero mi cuñado fue y aceptó el cuerpo, lo enterró y obtuvo el certificado de defunción. Yo fui a preguntar por el cuerpo y el instituto forense me dijo: “Tenemos cuerpos aquí y alguien se los tiene que llevar, así que su cuñado ya firmó y se lo llevó”.

Sí, me dieron un papel, el análisis de ADN. Mi cuñado y mi suegro dieron las muestras de sangre, pero ese pedazo de papel ni siquiera parecía un examen. Incluso te lo puedo mostrar… “Lesión en la cabeza por arma de fuego”, decía. La fecha estimada de muerte es en 2008, y decía que desapareció el 22 de junio de 1999.

Yo estuve en Gračanica [enclave serbio en Kosovo] todo el tiempo, porque todas las ropas estaban ahí como en una exhibición para que los identificáramos, pero no encontré nada, no vi nada. Yo fui la que realmente fue allá y les dije a las instituciones desde el principio que mi esposo estaba desaparecido. Mi cuñado nunca estuvo involucrado y luego de repente alguien viene y trae las copias de este documento que dice que necesitan enterrarlo de nuevo porque mi cuñado ya aceptó la identificación. Yo no. ¿Un pedazo de papel para reconocerlo? Yo no acepté, ellos nunca me quisieron dar el documento que dice que la persona ha desaparecido a pesar de que no lo acepté. Sólo me ofrecían el certificado de defunción y decían que el caso estaba cerrado porque su hermano había aceptado y firmado. Yo nunca creí en los exámenes de ADN, porque hay muchas cosas que ellos hicieron mal. Les dije a mi suegro y a mi cuñado que no dieran muestras de sangre, pero ellos fueron y se la dieron al laboratorio.

Cómo vivíamos antes de que esto pasara... Mi cuñado era como mi hermano. En el momento en que mi esposo fue raptado todo cambió. Ya no conozco a esa persona. De repente empezó a agarrar todo lo que pudiera, porque tiene tres hijos.

Yo solía trabajar en el hospital central de Pristina, y mi esposo trabajaba en la oficina de correos. Él siempre me llevaba al hospital en la mañana y luego pasaba por mi trabajo. Ese día lo esperé y no vino. Entonces fui al apartamento y empecé a buscarlo, porque él siempre me recogía. Yo sabía que algo muy malo había pasado, porque él no me dejaría en el hospital sola en ese tiempo. El 22 de junio. Era la guerra, básicamente.

Luego, un vecino me dijo que ese mismo día él lo había visto y saludado en una gasolinera muy cerca de esta aldea [Gornja Brnjica], porque él era el chofer en la oficina postal y entregaba el correo. Así que probablemente él iba manejando hacia Podujevo, un pueblo cercano. Se saludaron el uno al otro. Esa fue la última información que recibí.

En nuestra casa en Pristina vivía un albanés, porque mi esposo le permitió quedarse durante la guerra, y le pregunté si podía encontrar algo de información sobre mi esposo. Me dijo: “Hay muchos secuestros ocurriendo cerca de la mezquita Llapi, entonces si él venía de Podujevo probablemente ahí fue donde lo agarraron”. Para mí es muy difícil entender, porque era difícil para los albaneses creer que él era serbio. Hablaba albanés perfectamente y nadie podía identificar por cómo hablaba que era serbio. En Pristina vivimos con albaneses y socializábamos perfectamente. Sólo se me ocurre que lo pudieron identificar por su vehículo, porque en ese tiempo los albaneses habían quitado las placas de registro de sus autos. Eso fue algo que entendí después. A lo mejor eso es lo único que lo identificaba como serbio.

Yo tenía 35 años y él, 39. Lo hice todo sola, con el grupo de mujeres y el tío de mi esposo. Después de que dejé Pristina, estaba viviendo con el tío de mi esposo y la esposa de él y su hijo. Ellos me ayudaron al principio, cuando tenía que ir a buscar documentación o ir a Gračanica a una protesta. Incluso ahora tengo muy buena relación con ellos. El único problema fue con mi cuñado por lo de la casa. Tengo buena relación con el resto. Cada vez que me hablan voy y los visito, y cada vez que me ven todos lloran y dicen: “Cada vez que te vemos, realmente lo vemos a él”. Éramos muy unidos. Como no tuvimos hijos, éramos muy unidos.

Había un evento y un amigo le dijo que conocía a una chica muy agradable. Nos conocimos ahí. Después nos vimos varias veces, pero luego comencé a huir de él porque la gente me había dicho que era problemático... porque él era muy apuesto [se ríe] y andaba tras las chicas, y yo no quería estar con alguien así. Vino a verme al hospital y le dijo a una de mis colegas que él me conocía de antes, que se asegurara de que yo saliera esa noche con ellos. Yo le decía que él era muy aburrido y que no quería salir con él. Salimos y luego me llevó a casa de su tío y así fue que nos casamos [se ríe emocionada]. Y de hecho todas las palabras que me dijeron sobre él eran incorrectas. Él nunca tomó y para él yo era la única mujer. Siempre les decía a todos que la mujer más linda del mundo era su esposa. Me llevaba a su trabajo y decía: “Esta es mi esposa y es la más linda en el mundo porque es mi esposa”. Yo me sentía muy avergonzada. Íbamos a todos lados… era un amor hermoso. Por eso no lo puedo olvidar. Ni siquiera puedo pensar que podría haber alguien más, excepto él. Tuvimos una vida hermosa. Pero la forma en que me casé es una locura.

Cuando lo detuvieron, no comí ni bebí, porque sólo me quería morir. Pero luego la esposa de su tío me dijo: “¿Estás loca? Tienes que ser fuerte, porque mañana lo encontraremos y quién sabe en qué tipo de situación de salud estará, y tú debes ser fuerte y cuidarlo”.

Y luego fui a una reunión a Gračanica y vi a todas las otras mujeres que tenían a sus esposos y también a sus hijos desaparecidos y me dije: “Okey, tengo que ser fuerte ahora”. Intentamos hacer cosas para buscarlos, dando vueltas, conociendo a diferentes personas, distintas delegaciones venían. Todos prometían que iban a hacer algo, que los iban a encontrar. Pero no pasó nada.

Fui a cada reunión hasta que me enfermé. A veces me siento muy bien, como si nada estuviera mal conmigo, pero a veces es una catástrofe absoluta y ni siquiera puedo ver a nadie. Estoy con mucho dolor. Hablo con ellas sobre mi esposo y ellas también hablan sobre los miembros de su familia desaparecidos... Luego alguien hace una broma, y todo se siente más fácil. Por eso es más fácil compartir con ellas, porque no quiero hablar con nadie más, excepto con mujeres con las que compartimos el mismo dolor. En primer lugar, nadie entendería por lo que estoy pasando, y en segundo lugar, no quiero ver a nadie que sienta pena por mí. Pero con ellas sentimos pena por cada una y compartimos el dolor, es algo completamente diferente.

Pero luego hay días en que todo se junta y empiezo a llorar, y lloro hasta que ya no hay lágrimas en mí porque recuerdo todo. Luego de eso me siento un poco más tranquila. En cierto sentido, me siento más liviana.

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