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Plaza Asamblea de Florida. Foto: Alessandro Maradei.

El lado B de la campaña: el diablo y los detalles

21 minutos de lectura
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Durante el mes de noviembre, Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou se dedicaron a recorrer Uruguay con la vista puesta en la segunda vuelta de las elecciones nacionales. Uno de los dos se transformaría en presidente.

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[Esta nota forma parte de las más leídas de 2019]

Noviembre fue un mes agitado para Luis Lacalle Pou y Daniel Martínez: como candidatos del Partido Nacional y del Frente Amplio, respectivamente, debieron recorrer Uruguay de cara a la segunda vuelta del proceso electoral. El domingo 24 de noviembre quedó claro que hicieron bien en pelear cada voto: fue el resultado más parejo de la historia reciente, tanto que hubo que esperar al conteo de los votos observados para declarar oficialmente a Lacalle ganador. Ignacio Martínez siguió a ambos candidatos en sus recorridas por el interior del país, y llegó a meterse dentro del búnker nacionalista.

En Tarariras hay un bar que te cobra 20 pesos por usar el baño. Se llama La Tapita y quedó clavado en el tiempo. Excepto por el televisor de pantalla plana que cuelga en una columna, que en este momento está con el programa de Jorge Baillo —y es ignorado con mucho éxito—, casi todo parece de la época sepia. Tiene de aquellas heladeras grandotas con varios compartimentos estancos que se abren con manijas que parecen de submarino soviético. Hay un pool, una larga barra con un solitario vaso de whisky sin dueño definido, muchos señores y ninguna mujer, excepto por la que atiende, que desparrama pinta de tener muchos enemigos. Aunque, si se presta atención, se divisa a otra mujer. Es la modelo Fabiana Leis, con la cola sobre la arena, en un calendario Feyvi que marca los días de 2011 y está pegado en la pared. Es lo más nuevo que hay en el boliche, y aun así atrasa más que el programa de Baillo.

Plaza de los Fundadores de Nueva Helvecia. Foto: Alessandro Maradei.

Una señora de remera naranja y chaleco negro marca Columbia entró hace un minuto a La Tapita junto con otra, más joven. Ambas son de Colonia. Cada una lleva una bandera del Frente Amplio (FA) tamaño bonsái, de esas que a veces ondean en los autos. Mientras la más veterana entró al baño, la otra pagó el servicio con un Juan Zorrilla de San Martín y se quedó esperando, parada, sin saber mucho qué hacer. A dos metros hay un señor, veterano, como todos los demás que están en el bar, que osó no acodarse en la barra ni acomodarse en las mesas de afuera, el lugar ideal con este calor dominguero de noviembre. Es mediodía. Más tarde que temprano va a caer Daniel Martínez a recorrer la feria que descansa sobre la calle que muere —o nace— en el bar. El veterano no está esperando al candidato del FA, pero se anima a tirar un pronóstico del balotaje a su favor. “No gana, roba. ¿Sabe por qué lo digo?”, lanza. Lo dice por el Plan de Emergencia, porque “no sólo del FA”, también hay “blancos y colorados que viven de eso”. El Plan de Emergencia terminó en 2007. El calendario sigue siendo lo más nuevo del boliche.

“El baño estaba impecable, con papel higiénico y todo, así que yo pago con gusto”, comenta la señora Columbia al salir del bar. Dice que en el interior del país las mujeres no van a los boliches de pueblo, sino a “las confiterías”. Pero hoy, como hay mucho movimiento por el “acto”, no le quedó otra; además, de refilón, esboza la teoría de que le cobraron 20 pesos por portación de bandera. “¿Qué le pasó al Pelado?”, pregunta. El Pelado es, claro está, Martínez, que se demoró porque fue a reunirse con un solitario dirigente colorado que lo apoya. “Voto a voto”, le dicen oficialmente a esa especie de foquismo —de foco, no de foca, como desde hace unos años se llama a los frenteamplistas— electoral.

En la calle del bar —Ituzaingó—, donde termina una feria de una cuadra se va formando un corredor de militantes que espera a Martínez cual quinceañera en su fiesta. Mientras, para matar el tiempo, florecen pequeñas tertulias de análisis de los resultados locales de la primera vuelta. “Yo no puedo hablar porque en Juan Lacaze siempre gana”, dice una mujer, en referencia a los 5.000 y pocos votos que obtuvo el FA en esa localidad, en la que le sacó más del doble al segundo, el Partido Nacional (PN). “Sí, sí, pero Tarariras es un pueblo de mierda”, retruca un señor alto con lentes de sol sobre los lentes de ver; acá el PN salió primero, con 2.400 y monedas, y le siguió el FA, con 1.820. “No sé cómo estará Rosario”, dice la orgullosa sabalera. Allí también ganó el FA. “Este es un pueblo clasista. Les meten el cuco”, larga un muchacho que, mate en mano, espera a Martínez. Al preguntarle sobre las características de ese cuco, con pose sobradora, contesta: “Imaginate qué cuco les meten”. Con cuco y todo, en la primera vuelta, el 27 de octubre, en Colonia el FA salió primero, superando por casi 1.400 votos al PN.

Tarariras. Foto: Alessandro Maradei.

Cerca del murito de una casa, bajo la sombra de un árbol bonachón, el dúo de mujeres frenteamplistas arranca su propia tertulia, de la que no pueden escaparse los famosos audios en los que el intendente del departamento, el nacionalista Carlos Moreira, solicita un encuentro sexual a cambio de extender pasantías, acaso un bonus track de los greatests hits de la campaña, ya que no estaba muy previsto que digamos (o tal vez sí). La señora Columbia dice que fue “una chanchada política” y que se sabe que Moreira es “de la vieja escuela, un caudillo”. Luego de hacer apreciaciones sobre las necesidades amorosas del más alto jerarca de Colonia que harían sonrojar al mismísimo Jorge Rial —que parecen estar justificadas porque “era buen mozo”—, agrega: “Es escandaloso que la vida privada de las personas se utilice para destruir políticamente, eso no es uruguayo, sino argentino. Nosotros nunca lo hicimos”. Su colega asiente.

Como un tiburón blanco que huele sangre humana a kilómetros de distancia, el señor de doble lente olfateó el debate y se acercó. Les cuenta a las señoras que su sobrino tuvo una pasantía en la Intendencia de Colonia, pero se le terminó pronto. “¿No será que te sacó porque tenía alguna mina para atender ahí?”, afirma que le dijo a su sobrino, y subraya su derecho a tener “el beneficio de la duda”. “¿Y si el audio está editado, como dice Moreira?”, retruca la señora Columbia. “Pobre hombre”, ironiza el señor. Y así hasta que llegue Martínez.

“Yo siempre digo que mi mamá lo debe de haber cuerneado a mi papá con un morenazo, porque siento los tambores en la sangre”, le comenta una señora a Julio Sosa, conocido por todo el mundo como Kanela, que está —sin su baracutanga— en la Plaza de los Fundadores, en pleno centro de Nueva Helvecia. El bailarín es uno más en la caravana que sigue a Martínez en esta gira dominguera por Colonia. Tiene 86 años y dice que lo hace por los niños y los jóvenes. “Espero que todos los viejos hagamos lo mismo y no olvidemos lo bien que lo hemos pasado. Hace 15 años que los viejos la estamos pasando muy bien. Yo cobro más pensión, se han acordado de los viejos”, agrega.

Tarariras. Foto: Alessandro Maradei.

En caso de que gane el candidato del PN, Luis Lacalle Pou, Kanela no piensa nada de lo que pueda pasar, pero desliza una analogía de su palo: “Si yo saco la comparsa y quiero ganar, traigo a los mejores artistas. Me salen caros y gano nada más que porque quiero ganar, pero después no me queda un mango y le debo a todo el mundo. Tengo cada quilombo que los negros me golpean la puerta a cada rato, me la tiran abajo. Si te metés en esos quilombos, te van a pasar cosas así”.

El tour “voto a voto” de Martínez encarado en este tramo final del balotaje es un canto a la austeridad. Elude las capitales departamentales y también la parafernalia de un acto común y corriente, o lo que se esperaría de una fuerza política que obtuvo 39% de los votos en la primera vuelta y hace 15 años que es gobierno. Hasta sería desubicado llamarle “acto” a lo que se hace, ya que no hay un estrado ni una tarima, y mucho menos sillas para el público. Martínez cae en una camioneta, que siempre va acompañada de un ómnibus que tiene su cara estampada y adentro lleva a su equipo de campaña; después de los saludos, besos, abrazos, firmas y muchas fotos, lo rodean los militantes, toma un micrófono conectado a un único parlante —a veces sostenido por un señor, como un esclavo del sonido— y lanza un discurso de no más de 15 minutos, parado en el banco de una plaza o en la simple y llana vereda, a nivel militante.

El foquismo electoral de la campaña de Martínez permite varias paradas por día. Para este domingo el cronograma marca cinco lugares de Colonia y dos de San José, aunque por retrasos generados por las reuniones con dirigentes se eludirán un par de puntos de la gira. El día había arrancado cerca de las 10.00 en Ombúes de Lavalle, un pueblo que tiene todo concentrado en unas diez manzanas a la redonda en medio de la nada, como si fuera el set de The Truman Show. Allí el candidato del FA habló diez minutos en un comité de base, parado en la esquina, para no más de 50 personas. En eso de caer y ponerse a hablar como si nada en la vereda, al mejor estilo “vi un comité de base y entré”, subyace la idea de “ser uno más”, alejado del “profesionalismo” de la política, que Martínez potencia en forma pornográfica al repetir como un mantra que empezó a trabajar a los 16 años “por decisión propia, pelando ajo”, una canción que volvería a tocar tres días después al arrancar el debate televisivo con Lacalle.

“Entramos a la facultad siendo boleteros de un cine, hicimos toda esta carrera trabajando, casados con mi señora, que anda por ahí. Cumplimos 43 años de casados, tiene un aguante bárbaro ella. Me tocó recibirme de ingeniero con 24, ya con dos hijos. O sea, una historia de lucha y de trabajo, ¿verdad? Yo destaco eso no para compararlo con el otro, porque todos sabemos qué ha hecho en la vida cada uno”, lanzó Martínez en el comité de Ombúes, y al decir que no lo hace para compararse con Lacalle no debe de haber quedado nadie que no pensara que se estaba comparando con Lacalle.

No será por muchos minutos más, pero Uruguay le está ganando a Argentina 1-0 un partido amistoso —de fútbol, obvio— que se disputa en Israel. En el centro de la ciudad de Florida, la capital del departamento homónimo, varias personas palpitan el clásico del Río de la Plata cómodamente sentadas en sillas blancas de plástico, ante una pantalla gigante que está sobre un estrado justo frente a la catedral, en la plaza Asamblea. El relato de Rodrigo Romano se escucha a un par de cuadras a la redonda gracias al sistema line array, ese enjambre de parlantes levemente curvado que suele colgar de espigadas columnas de metal, como se ve en cualquier recital respetable. No es que a los floridenses se les dé por armar sesiones masivas para mirar fútbol con toda la pompa, sino que en una hora arrancará un acto de Lacalle Pou.

Ciudad de Florida. Foto: Alessandro Maradei.

“Sí, es tiempo de avanzar y estar unidos”, dice el spot del candidato blanco, que aparece por la pantalla durante el entretiempo del partido. Las comparaciones son odiosas, por eso hay que hacerlas: en términos de puesta en escena, los actos de Martínez por el interior son un toque de cantautor indie con guitarrita acústica en un antro cavernoso, y los de Lacalle Pou, un recital de AC/DC en el Maracaná. Si el “voto a voto” de Martínez es foquismo, lo del blanco es la operación Barbarroja o el desembarco de Normandía. La pregunta clave es: ¿cuál es la mejor estrategia para cazar indecisos?

Blanca fue una de las primeras en llegar a la plaza Asamblea. Se sentó en un banco con una bandera de Aparicio Saravia. Como no podía ser de otra manera, Blanca hace 47 años que es blanca; de Wilson Ferreira Aldunate, aclara. La señora floridense opina que Lacalle Pou hizo una campaña “muy buena, sin ofender a nadie”, y comenta que recorrió siete veces el departamento. En cambio, a Martínez no lo ve como a un político, y piensa que si la fórmula oficialista hubiese sido con Carolina Cosse “olvidate de nosotros”. “Yo tengo muchas amigas del FA y lo charlamos. A mí me gustó mucho la primera campaña de Tabaré Vázquez, pero esta vez se les fue de las manos, y [Eduardo] Bonomi no sirvió para nada”, dice. Blanca confía en que su candidato va a ganar, pero dice que “si no cumple” será la primera en machacárselo.

En una esquina de la plaza Asamblea hay un puesto en el que se puede elegir la bandera opositora que se quiera, siempre y cuando no sea del Partido Independiente (PI) ni del Partido de la Gente (PdlG). Hay de Cabildo Abierto (CA), del Partido Colorado, también de Uruguay y, por supuesto, del PN. De esta, incluso, hay dos modelos: una con la imagen de Aparicio Saravia y otra con las caras de la fórmula Lacalle-Argimón. El señor que las vende dice que no hace del PI ni del PdlG porque, como todo, tienen un costo de producción, y se venden pocas, por lo tanto no le rinde. Desde el punto de vista comercial, no parece una omisión descabellada, ya que en Florida ambos partidos sumados no llegaron a obtener 1.000 votos; las chances de que alguno de esos votantes esté en el acto y a su vez quiera comprar una bandera son más remotas que las posibilidades de que Uruguay le gane a Argentina.

“¿Este cómo es?”, le pregunta Lacalle Pou a una mujer mientras sostiene el celular para sacarse una selfie. Cuando llega a un lugar, el candidato blanco puede pasar diez minutos o muchos más firmando banderas y dando besos, pero lo que más le roba el tiempo son las fotos. Para empezar, como suele tomar el celular de su dueño y sacar la foto él mismo, están esos segundos en los que le agarra la mano al aparato, pero también hay un tiempo considerable en que se queda como estatua esperando la dichosa toma.

La mayoría de la gente se irritaría con semejantes niveles de requerimiento en medio de una tropa de señoras, pero Lacalle, como buen político que se crio entre políticos haciendo política, lo maneja con soltura y naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo demorar 20 minutos en empezar un acto porque la gente te pide una foto. Encima, mientras saluda para acá y para allá como un pulpo, le da para prestar atención a un militante y mandar un saludo personalizado: “¿Qué hacés, Martín? ¿Trajiste algún chiste nuevo?”. Lo connotado por ese mensaje es: “No sólo sé quién sos, sino que además recuerdo una particularidad de tu ser”.

Colonia Valdense. Foto: Alessandro Maradei.

A diferencia de Martínez, en esta recta final hacia el balotaje el candidato blanco hace todos los actos junto con su compañera de fórmula. Beatriz Argimón habla primero y después se queda parada unos metros atrás, escuchando. La segunda vuelta trajo como protagonista estelar el documento de 48 páginas “Compromiso por el país”, firmado por los cinco líderes de la “coalición multicolor”, como la bautizó el nacionalista, y a cada acto lleva una copia, que también tiene un rol protagónico en el plano simbólico. En Florida, mientras Lacalle habla, Argimón sostiene el texto abrazado contra su cuerpo, como si fuera un bebé recién nacido al que hay que cuidar con mucho amor y apego; a su vez, la candidata a vicepresidenta asiente con la cabeza cuando habla su compañero de fórmula, como una maestra que ve orgullosa cómo su mejor alumno, que acaba de pasar al pizarrón, divide entre dos cifras.

Al igual que un buen recital masivo, los actos de Lacalle duran media hora, el doble de los de Martínez (y más si se tiene en cuenta el teloneo de Argimón), y son presentados por todo lo alto por un animador. “El 27 de octubre Uruguay nos dio una señal muy potente, que yo desde acá arriba veo, en cada acto, pero no sé si hemos llegado a dimensionar la señal potente que se nos dio”, arranca Lacalle. La canción sigue siendo la misma: hace énfasis en que en la primera vuelta la ciudadanía dijo que quería cambiar, pero que fue “la primera vez en la historia” que depositó la responsabilidad de ese cambio “en los hombros de cinco partidos políticos”, y no en uno o en dos. “Uruguay dijo: ‘Quiero un cambio diverso, en el cual se termine el Uruguay de una sola verdad; quiero que convivan muchas verdades’. Esa es la expresión máxima de libertad”, agrega.

“Vamo arriba, presidente”, le grita un señor mayor desde la primera fila casi lagrimeando. Lacalle dice que eso de los cinco partidos se dio “naturalmente”, y que no es una estrategia político-partidaria, ya que no sabe si lo hubieran podido lograr ex profeso: “¿Qué banderas hay en nuestros actos? ¿Qué banderas veo que se entrelazan acá cuando flamean? De cinco colores. Podríamos haber dicho que traigan sólo la uruguaya, pero al revés, lo natural y lo que está pidiendo el país es que convivan cinco banderas distintas y no tener que esconder lo que pienso, lo que soy y lo que siento”. “Vamo arriba, presidente”, grita de vuelta el señor. En medio del discurso, como a Lacalle no se le escapa una, ve a una mujer atrás del escenario y, con tono de alegría y de sorpresa, dice: “¡Inés! Amiga de un paraje...”; hace una pausa y le pregunta a la gente: “¿Alguien sabe dónde queda el paraje Las Nutrias?”. “Tala”, contestan varios. “Los mejores pollos de Canelones: Inés Torres, Las Nutrias, Canelones”, agita Lacalle, mientras señala a la señora con el dedo.

“Ya estamos cansados, hace 15 años que estamos con el FA”, dice un veterano que está junto a otros dos igual de veteranos en la Plaza de los Treinta y Tres Orientales, en la ciudad de San José, la capital del departamento del mismo nombre, que obviamente también está frente a una catedral. A diferencia de la austeridad de la gira de Martínez, la logística de los recitales de Lacalle genera que sólo pueda hacer dos por día. Después de Florida se vino para acá, donde el clima es mucho más festivo y multitudinario y hasta hay un tipo cantando cumbia a modo de previa. Son cerca de las 21.00. El hombre cansado dice que está jubilado, pero que ve que la situación del campo es “horrible”, al igual que la seguridad. “Hoy en día estamos acá, pero no podemos andar en la calle. Estamos los tres acá, pero no podemos andar de noche porque peligra que nos roben, que nos lastimen, todo eso”, agrega, y además desliza que ya fueron robados, pero no en la calle sino en las urnas, con el plebiscito de la reforma constitucional sobre seguridad que impulsó el senador blanco Jorge Larrañaga. “Hicieron cualquier cosa”, dice, “se robaban papeletas”.

Plaza Asamblea de Florida. Foto: Alessandro Maradei.

En los actos de Lacalle hay un gran vallado que deja un espacio adelante en el que colocan sillas blancas, una especie de VIP en cuya primera fila hay encumbrados dirigentes, como Larrañaga, además de periodistas, fotógrafos, camarógrafos y afines. Atrás del vallado es el lugar para el público “común y corriente”; allí está lleno de banderas, incluidas las del PdlG, y también el líder del sector, Edgardo Novick, pegado a la valla del lado de afuera, como un civil más, tomando mate, con su clásica expresión de constipado, todo lo contrario a Juan Sartori, que está pegado a la valla pero del lado de adentro, adelante, al costado del escenario, con su eterna sonrisa de feliz cumpleaños infantil. Acaba de saludar a Lorena Ponce de León, la esposa de Lacalle Pou, que se acodó en la mesa de sonido, en la carpa donde manejan la movida, para en minutos empezar a mirar y a escuchar el discurso de su marido con brillo en los ojos.

Faltan seis días para la elección y en San José hay olor a triunfo. La gente está exultante. Un muchacho en primera fila grita como desaforado “¡se van!”, aunque su candidato ha repetido hasta el cansancio que lo correcto es decir “venimos”. “Yo trato de venir rápido al estrado, pero por suerte hay algunos que no me dejan y se nos arriman a pedirnos cosas. Son mensajes que van directo al corazón. Son miles los mensajes que hemos recibido, de toda índole: madres pidiendo por sus hijos, productores rurales, jubilados, hoy hubo dos maestras rurales en Florida, desocupados, familiares que tienen algún ser querido enfermo, y le van depositando a uno arriba de los hombros la responsabilidad que es general, nacional, pero cada uno lo ve desde su situación”, empieza Lacalle.

El candidato sigue haciendo énfasis en que se contactó con la gente cara a cara, hasta en los lugares más recónditos, en lo que parece un mensaje implícito de que ellos también andan por ahí en plan “voto a voto”. “Esta es la séptima vez desde el 5 de febrero que estamos acá, en San José. Como me dijo un veterano, no me acuerdo dónde fue, pero era zona rural: ‘Me alegro de que haya arrancado por las cunetas, me alegro de que haya arrancado su campaña por donde va a ir poca gente’. Entonces le dije: ‘Me alegra que usted lo note’, porque en realidad lo que queremos transmitir es un mensaje de que nuestro sueño no es un conjunto de personas, sino cada una de las personas. Tenemos una campaña genuina, tenemos una relación directa y transparente con los uruguayos. No saben la satisfacción que es estar en los últimos días y haber terminado la campaña a corazón abierto, diciéndoles la verdad y nada más que la verdad a los uruguayos”.

Lacalle les recuerda a los maragatos que hace un tiempo estuvo en esa misma esquina y les mostró los programas de gobierno de los otros cuatro partidos que hoy integran la coalición multicolor, que dijo que eran “muy buenos” y que tenían “muchas coincidencias” con el del PN. Luego de surfear en una ola de aplausos, cuenta que un compañero, “preocupado”, le advirtió en su momento: “Luis, son competidores”. “Son competidores ahora, son socios y cooperantes después del 27 de octubre. Hay que mirar con luces largas y no cortas”, dice que le contestó. Y así, con un preámbulo más largo de lo común, dio pie a la canción de que cada dirigente de los distintos partidos de la oposición está “inundado” de sentido común y tiene un compromiso con el país, a lo que se le agregó “la espalda política” de 56 diputados, 17 senadores, mientras que el FA está “aislado, sin capacidad de hacer acuerdo con nadie”.

Plaza de los Treinta y Tres Orientales, San José. Foto: Alessandro Maradei.

Lacalle es más vehemente que Argimón con el “Compromiso por el país” en la mano. Lo zarandea para acá y para allá, como alardeando de lo que firmaron los multicolores. En un momento se lo pasa a su compañera de fórmula, que rápidamente se lo deja a una asistente que sube al escenario especialmente para tomarlo y llevárselo, como si se tratara de uranio-235, algo que no se puede andar dejando por el piso así nomás, o como si fuera imposible imprimir 750 copias más por si se pierde alguna.

Al ser el último acto del día, el discurso de Lacalle es un poco más largo de lo normal. A una cuadra de la plaza, gracias a la amplificación recitalera, todavía se escucha lo que dice. Está contando los primeros pasos que dará en caso de ganar: “Lunes 2 de marzo, Torre Ejecutiva, nueve de la mañana, mate de por medio: presidente de la República, ministro del Interior, subsecretario del ministerio y los 19 jefes de Policía designados para cumplir órdenes claras”. Las palabras del candidato blanco se escuchan en la puerta del bar Amarillo, a una cuadra y media del escenario. Afuera hay un señor sentado que parece estar en otra, pero dice que está escuchando: “Tengo tantas mentiras en la vida, de Lacalle, del FA, de Martínez, que escucho nomás”.

“Cinco, cuatro, tres, dos, uno”, cuentan en el primer piso del comando de Lacalle, ubicado en Bulevar Artigas y Chaná, donde el candidato está recluido junto con su familia, Argimón y los más importantes dirigentes blancos —además del ex diputado colorado Washington Abdala, que también estaba arriba, vaya a saber por qué—. Es la noche del balotaje. Son las 20.30 clavadas. Terminó la cuenta regresiva y explotaron en un grito de lujuria. La onda expansiva llegó a la planta baja, donde está la prensa. Acaban de ver los primeros resultados en Canal 4, que dicen que su candidato le gana a Martínez 49,5% a 46,5%.

Afuera, donde está el escenario, con toda la aparatosidad de siempre y hasta con una carpa que oficia de “sala VIP” para allegados, tiran cuetes. Pero adentro, con el correr de los minutos, mientras la diferencia entre los candidatos se achica a medida que la Corte Electoral avanza en el escrutinio, el tiempo parece volverse más lento, la euforia se transforma en silencio cauteloso y el cohete de alegría con destino al infinito cae como el transbordador espacial Challenger. Todavía no son las 21.00. La mayoría de los periodistas pensaban que al rato ya iban a estar afuera y entrevistando, pero esto recién empieza.

Adentro del comando de Lacalle también hay vallas, al mejor estilo zona mixta de un partido de fútbol, por donde desfilan los jugadores, mientras los periodistas, apilados como monos a los barrotes de la jaula para agarrar caramelos, tratan de cazar comentarios. El último en llegar fue Guido Manini Ríos, el líder de CA y ex comandante en jefe del Ejército, que era el más esperado gracias al video que se mandó dos días antes solicitándoles a los miembros de las Fuerzas Armadas que no votaran al FA. Por supuesto, Manini pasó raudo por la zona mixta y no dijo ni “pum”.

Las acreditaciones de prensa en el comando de Lacalle eran por colores. Si tenías la roja debías estar adentro, y si tenías la verde, afuera, pegado al estrado. Si se te ocurría salir te decían que, por cuestiones de seguridad, no podías. Por lo tanto, mientras la Corte Electoral iba haciendo el escrutinio, los periodistas que estábamos adentro no teníamos nada mejor que hacer que esperar, tomar café, jugo de naranja, Coca Cola, comer sanguchitos y medialunitas y seguir esperando. Los periodistas de la televisión y la radio, mientras, tenían que sacar la guitarra y mandarse alguna payada, porque no había mucho para decir. “Entró Fulano, salió Mengano”. Ningún dirigente quería decir nada.

Integrantes de la coalición, la noche del 24 de noviembre. Foto: Federico Gutiérrez.

Muchos litros de café después empezó a haber movimiento en el primer piso, luego de que todos vieron por televisión cómo habló Martínez, que no se dio por derrotado. Empezaron a bajar los dirigentes blancos y los de la coalición multicolor. “Estamos contentos porque ganamos”, dijo un exultante Larrañaga mientras pasaba por la zona mixta. “Ganar es ganar”, lanzó Sartori. “El asunto es ganar”, dijo Julio María Sanguinetti. Y así.

“Que venga con nosotros el futuro presidente de los uruguayos, Luis Lacalle Pou”, anunció el animador. Entonces, el nacionalista subió al escenario junto con su esposa, la futura primera dama —aunque ese título acá no existe oficialmente—, donde esperaban Argimón, su marido (¿sería el vice primer caballero?) y los otro cuatro líderes de la coalición multicolor. “Saben que nosotros hacemos política a corazón abierto, entregamos todo lo que somos, y que eso significa dar energía constantemente. Pero es mucho más la energía que nos han dado que la que nosotros hemos sido capaces de dar”, dijo Lacalle, en un discurso que duró la mitad que los que venía haciendo en la campaña.

“En un día muy particular, hagamos historia reciente”, dijo Lacalle, y se mandó el preámbulo para cantar su “Yesterday”: “El 27 de octubre Uruguay empezó una alternancia en el gobierno, eligió 56 diputados, 17 senadores”, dice y tira estos últimos números con una cadencia cansina, como si fuera consciente de que ya lo dijo demasiadas veces. “Tenemos la convicción material de que el 1º de marzo asume un gobierno multicolor”, agrega. La gente aplaude, los cinco jinetes del gobierno multicolor también, pero Manini lo hace como autómata, para cumplir.

El ex comandante en jefe del Ejército se ubica en la punta derecha del escenario, al lado del colorado Ernesto Talvi, y por momentos no parece estar muy cómodo. De repente su cuerpo hace como un ligero vaivén de arriba hacia abajo, con centro en la pelvis, con un dejo de nerviosismo a lo Mr. Bean. Ahora mira a su derecha, para abajo del escenario, como el nene que en el acto de la escuela por el Día del Candombe se siente incómodo porque le tocó hacer de gramillero y la barba postiza le pica, entonces quiere que su madre lo saque de ahí cuanto antes. “Uruguay va a vivir un momento histórico, que está sobre los hombros de hombres y mujeres de cinco partidos políticos que a partir del 1º de marzo van a gobernar el país conjuntamente”, insiste Lacalle. Novick dibuja en su rostro la sonrisa que no tuvo en toda la campaña. Talvi está extasiado. Manini sigue igual.

“Presidente, presidente”, le grita el público, pero Lacalle aclara: “Lo dicen ustedes, yo no”. “Ustedes ya tendrán tiempo de festejar, yo ya tendré tiempo de ponerme a trabajar”, agrega, y recuerda que fue hace 22 años, el 17 de marzo de 1997, cuando se propuso vivir “este momento”. Pero este momento tuvo algo de sabor amargo, porque, como Martínez no reconoció explícitamente su derrota —aunque sí lo hizo de forma implícita al hablar primero—, Lacalle quedó en esa incómoda posición de sí pero no. El blanco ganó el partido, pero Martínez agarró la pelota y se la tiró a la casa de la vecina mala onda que la devuelve a los cinco días.

“Tendremos que organizar algo de nuevo. Vuelvan a sus casas. El día que finalmente se confirme lo que nosotros entendemos que ya pasó, que lo formal confirme lo material, lo que acá sabemos, al fin y al cabo, lo que todos saben y lamentablemente no aceptaron, cuando se confirme empezaremos a trabajar por ese país que no nos espera, por ese país que está necesitando un gobierno proactivo, por ese país que necesita estimular la fuerzas productivas, que necesita abrirse al mundo, separarse de dictadores y defender los derechos humanos”, dice Lacalle, y en ese instante Manini mira de vuelta hacia su derecha.

“Vuelvan a sus casas con cuidado, con alegría mesurada. Vuelvan a sus casas y nos estamos viendo en una semana para confirmar esto. Muchas gracias”. Son las últimas palabras de Lacalle, que se alinea con los integrantes multicolores, su esposa, Argimón y su marido, y saludan al público como los músicos al finalizar un recital. Lacalle posa su mano sobre el hombro de Talvi, el colorado abraza a Manini por la espalda. El líder de CA no devuelve el gesto: se queda duro, con las manos adelante y el rostro serio como perro en el Titanic. El diablo está en los detalles.

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