Si una vez fue escenario de violencia intensa, hoy al centro de Belfast lo envuelve una imagen de normalidad. La nueva ciudad orientada al consumidor, con sus bares y tiendas de lujo, no deja lugar a rastros visibles del pasado truculento.
No muy lejos, sin embargo, los barrios de clase trabajadora son otro mundo. En ellos sí es perceptible la larga sombra del enfrentamiento que a lo largo de tres décadas mantuvieron los republicanos, en su mayoría católicos, que querían unirse a Irlanda, y los leales, en su mayoría protestantes, que querían seguir siendo parte del Reino Unido. Los barrios obreros fueron testigos de parte de la peor violencia que caracterizó a The Troubles (los disturbios), como se conoció al conflicto. Más de 3.500 personas —en una población de aproximadamente un millón y medio en ese momento— fueron asesinadas entonces, muchas de ellas en las zonas de clase trabajadora de Belfast.
La mayoría de los jóvenes que crecen en estas áreas no han experimentado el conflicto directamente —los enfrentamientos terminaron hace 20 años con el Acuerdo de Viernes Santo de 1998—, pero las consecuencias siguen afectando sus vidas. Los barrios de clase trabajadora todavía están divididos por líneas sectarias y las comunidades católica y protestante llevan vidas en gran medida segregadas. Los jóvenes de la clase trabajadora crecen en una sociedad profundamente dividida, en la que está muy arraigado el “nosotros contra ellos”.
—No nos enseñan a odiar a la otra comunidad, sino a no tener mucha confianza en ellos —dice Pearse, de 21 años, voluntario en el centro juvenil Artillery, en New Lodge, un área de clase obrera católica en el norte de Belfast, donde las torres de varios pisos tienen inscripciones que recuerdan los nombres de los huelguistas republicanos.
Las barreras físicas, los llamados “muros de la paz” —un eufemismo—, son el recordatorio más visible del conflicto de Irlanda del Norte. Separan a las comunidades protestantes de las católicas; se comenzaron a construir en 1969 como una solución temporal para reducir la violencia, pero aumentaron en número y tamaño desde el inicio del proceso de paz. El gobierno prometió derribar los muros en 2023, pero muchas personas temen que su eliminación rápida traiga más violencia.
Michael, de 19 años, del área de Tiger’s Bay, en el norte de Belfast, es uno de ellos:
—Quitar los muros de la paz no va a eliminar la amargura. Los muros evitan que se produzcan enfrentamientos. Son límites para el rencor. Habría que dejarlos en pie por lo menos 100 años. Todavía hay mucho dolor. Los muros evitan la violencia. Belfast sigue siendo una ciudad totalmente dividida.
A muchos jóvenes les sorprende el interés de los extranjeros en los muros. Para varios, el paisaje dividido es parte natural de su mundo. Niamh, de 16 años, vive al lado de un muro de la paz en Catholic Moyard, en el oeste de Belfast.
—Estoy acostumbrada. Siempre ha estado ahí —dice.
No todas las barreras espaciales son físicas: muchas son psicológicas, líneas divisorias invisibles en las que la gente de la ciudad basa sus rutinas cotidianas. Muchos construyen mapas mentales en los que el espacio se etiqueta como “nuestro”, “suyo” o “neutral”.
—No podés ir a todas partes, tenés que permanecer en tu comunidad o estar cerca de lugares conocidos —dice Eva, de 14 años, de la zona de Catholic New Lodge, al norte de Belfast.
Lo que resulta es un mapa estratégico de espacios y amenazas asociadas a moverse más allá de los límites. Algunas áreas de la otra comunidad se consideran totalmente prohibidas.
—Es más seguro para las niñas que para los niños —dice Briege-Anne, de 16 años, que vive en Catholic Lenadoon, en el oeste de Belfast, pero a menudo visita a su mejor amiga en el vecino enclave protestante de Suffolk—. Los niños son vistos como amenazas, las chicas se salen con la suya —agrega.
Vivir con barreras restringe la movilidad de los jóvenes. El temor a ser identificado como perteneciente a “la otra comunidad” limita su movimiento y actividades y reduce sus oportunidades educativas, económicas y culturales.
—Hay un “síndrome de la burbuja”.
Los jóvenes se sienten limitados al área de clase trabajadora de su propia comunidad —dice Ciaran McLaughlin, que trabaja para la organización de desarrollo comunitario SLIG en el oeste de Belfast. McLaughlin observó que el transporte público puede percibirse como amenazador cuando se viaja a través de una zona de “la otra comunidad”.
—Muchos jóvenes no están listos para ir a trabajar fuera de su área, sólo se sienten seguros en el confinamiento de su propia zona —agrega.
Además de las divisiones estructurales, la segregación del sistema de educación primaria y secundaria afecta especialmente la vida de los jóvenes. El sistema fuertemente dividido, en el que más de 90% de los estudiantes asisten a escuelas de identidad única, es uno de los sostenes de la polarización de la sociedad. Pearse, voluntario de un club juvenil, cree que las escuelas integradas son el único camino a seguir:
—Deberían ordenar sus prioridades. Dividen a los niños y luego esperan que trabajemos juntos.
La segregación en la educación también limita el movimiento de los jóvenes. La mayoría de las escuelas tienen su propio uniforme distintivo y, dado que las escuelas son abrumadoramente protestantes o católicas, los uniformes escolares identifican la pertenencia comunitaria de cada joven. Por eso, temiendo atraer la atención sobre su identidad, la mayoría de los jóvenes se mantienen alejados de ciertas áreas cuando están uniformados. Adoptan estrategias para mantenerse seguros, y en áreas más allá de su propio vecindario generalmente se abstienen de usar ciertos tipos de ropa (como camisetas de fútbol o uniformes escolares) o cualquier otro elemento que pueda identificar a su comunidad.
Las divisiones sectarias en vivienda, educación, deportes y vida social dejan pocas oportunidades para conocer a jóvenes de la otra comunidad. Algunos clubes juveniles organizan actividades intercomunitarias, pero tienen un impacto limitado, ya que cuando finalizan los jóvenes regresan a sus vecindarios divididos. Con una limitada interacción y socialización en la vida cotidiana, es difícil para los jóvenes tener amigos reales a través de la división. Muchas personas sólo conocen a alguien de la otra comunidad cuando comienzan a trabajar.
—No conocí a un protestante hasta que cumplí 18 —dice Orla, de 24 años, del área de Catholic Falls, en el oeste de Belfast.
La segregación no es la única realidad posconflicto con la que tienen que lidiar los jóvenes. Los grupos paramilitares que habían participado en el conflicto todavía controlan sus comunidades, porque se transformaron en organizaciones delictivas dedicadas al tráfico de drogas, la protección mafiosa y otras actividades delictivas. Ejercen la vigilancia clandestina y, mediante intervenciones violentas, dicen proteger a sus comunidades del comportamiento antisocial y de delitos menores. La población de ambas comunidades, incluidos niños y adolescentes, tiene que hacer frente a intimidaciones, golpizas, tiroteos y expulsiones por parte de los paramilitares de su propia comunidad. Y además de lidiar con la violencia y el control de los paramilitares en sus vecindarios, los jóvenes vulnerables, tanto en áreas católicas como protestantes, son objeto de reclutamiento por parte de los paramilitares, a menudo por coacción o en pago de deudas por drogas.
Paul (no es su nombre real), de 17 años, cuenta sobre su experiencia con los paramilitares en su área de clase obrera protestante:
—No tendrían que decirnos nada. Sólo una minoría apoya a los paramilitares, pero decidieron seguir activos, aunque no tienen ninguna razón para hacerlo.
Cuando era más joven, los paramilitares trataron de reclutarlo:
—El año pasado, cuando aún estábamos en una edad más vulnerable, se nos acercaron a mí y a mi amigo una docena de veces. Querían que nos uniéramos. Antes hacían lo que había que hacer, ahora sólo destruyen sus comunidades. No es un lugar para criar hijos. Si hubiera otro conflicto nuevamente me uniría a los paramilitares, pero ahora los odio.
En sus actividades de vigilancia, las organizaciones paramilitares a menudo atacan a pequeños traficantes de drogas que interfieren con su propio negocio.
—Si vendés drogas te dan una advertencia: te golpean, te disparan o te sacan del vecindario. El negocio de las drogas es su oficio y lo ven como si les estuvieras robando dinero —dice Paul.
Muchos desafíos y pocas perspectivas, así se presenta el panorama de los jóvenes. Los barrios de clase trabajadora, principales afectados durante el conflicto, están entre los más desfavorecidos económica y socialmente del Reino Unido. A diferencia del centro de la ciudad, estas áreas no se han beneficiado de la paz y fueron perjudicadas económicamente. El desempleo juvenil desenfrenado hace que sus expectativas sean bajas. Entre los jóvenes la pobreza está muy extendida, el rendimiento académico es bajo y el abuso de drogas y alcohol ha aumentado. La salud mental también se vio afectada y la tasa de suicidios, en particular entre los hombres jóvenes, es una de las más altas de Europa occidental.
Hace unos años Megan, de 25 años y madre soltera de dos hijos en el vecindario protestante de Oldpark, en el norte de Belfast, perdió a su pareja y padre de su hijo mayor cuando se suicidó tras ser intimidado y amenazado por los paramilitares.
—Cuatro personas cercanas a mí murieron de sobredosis de medicamentos recetados o por suicidio —cuenta.
Hay un sentimiento de descontento y alienación entre los jóvenes de la clase trabajadora. La inquietud generalizada es particularmente fuerte entre los jóvenes protestantes. Después de haber perdido su estatus históricamente dominante tras del Acuerdo de Viernes Santo, muchos de estos jóvenes se sienten relegados política y económicamente.
—Estamos por nuestra cuenta —dice Stephen, de 26 años. Está desempleado y vive con su esposa e hijos en el área de la calle protestante Roden, en el sur de Belfast.
Muchos protestantes de clase trabajadora experimentan una sensación de pérdida y creen que su cultura y sus valores están en peligro. Las normas sobre izar la bandera británica, por ejemplo, despiertan sus críticas:
—Dicen que es un pedazo de tela, pero es nuestra cultura. Están tratando de quitarnos nuestra cultura.
Los jóvenes de la clase trabajadora de ambas comunidades a menudo son estigmatizados y percibidos como un problema o amenaza. A su vez, se sienten incomprendidos y subestimados. Lamentan que no los escuchen, y también no haber participado en ninguna toma de decisiones. La mayoría están desconectados de la política tradicional de los naranjas (protestantes) y los verdes (católicos) en Irlanda del Norte. Como muchos otros jóvenes, Demi, de 15 años, de Catholic Lenadoon, cree que los políticos están encerrados en el pasado.
—Los dirigentes se criaron en una sociedad en la que las divisiones eran realmente simples: hombre-mujer y católico-protestante. Ya no somos así.
Quieren un cambio. A Michael, de 19 años, le gustaría ver a una nueva generación de políticos.
—Los dirigentes del Sinn Féin son vistos como pistoleros con traje. No queremos que ellos decidan nuestro futuro. No hay avance posible con ellos. ¿Cómo se puede confiar en alguien que le causó tanto dolor a tu familia?
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Irlanda del Norte ha sido un tema candente en las negociaciones del brexit. Su situación única hace que la cuestión de la frontera no sea sólo sobre economía y comercio. Es un tema mucho más complejo, y una hard border (frontera dura) podría llegar a amenazar la paz. Cuando se celebró el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, Gran Bretaña y la República de Irlanda eran miembros de la Unión Europea (UE). La membresía común, una frontera abierta y la cooperación con la República de Irlanda en el marco de la UE fueron componentes básicos del acuerdo de paz. Una hard border destruiría algunas de las bases del acuerdo y pondría potencialmente en peligro la estabilidad del proceso de paz.
Existe una preocupación generalizada de que el brexit profundizará las divisiones entre las comunidades protestante y católica, o incluso reavivará la violencia. No sería lo que precisa Irlanda del Norte cuando, incluso ahora, las tensiones entre la comunidad católica y la protestante persisten no sólo a nivel comunitario, sino también a nivel político. La asamblea regional de Irlanda del Norte, establecida como parte del Acuerdo de Viernes Santo, está suspendida desde enero de 2017 debido a las disputas entre los unionistas, en su mayoría protestantes, y los nacionalistas, principalmente católicos.
Como región, Irlanda del Norte votó a favor de permanecer en la UE con una mayoría clara: 56%. Pero la cifra también esconde una división profunda: la votación estuvo fuertemente vinculada a la división entre los nacionalistas y los unionistas. 85% de los votantes católicos votó por permanecer en la UE, frente a sólo 34% de los protestantes.
El brexit también puede tener un resultado inesperado y, para muchos, no deseado: la posibilidad de que Gran Bretaña abandone la UE sin un acuerdo ha reinstalado la idea de un solo estado irlandés. Así, el intento de brexit impulsó un referéndum sobre la reunificación.