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Carlos Machado en el paraninfo de la Universidad, en 1955.

Recuerdos en torno al historiador Carlos Machado

18 minutos de lectura
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Machado fue uno de los representantes más claros del revisionismo histórico en Uruguay, una corriente que cuestionaba los relatos oficiales y que se hizo fuerte durante los años 60.

Su colega Gabriel Quirici traza su semblanza y reúne testimonios de otros que, como él, fueron sus discípulos y amigos.

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Machado tuvo una formación peculiar. Su padre era corredor de avisos en prensa y llevaba diarios y revistas a sus clientes como comprobante de esas operaciones. Por eso, al caer la tarde en su casa estaban disponibles todas las publicaciones del día. Y como no le gustaba la radio, leía. “Me crie entre papeles”, solía recordar. Voraz y crítico lector, Machado era una persona harto informada que manejaba varios idiomas (leía y traducía italiano, inglés, francés y portugués) cuando ingresó al Instituto de Profesores Artigas (IPA) y a la militancia política en el Partido Socialista (PS).

Las Piedras fue otro lugar de formación para Machado (“estamos los pedrenses por adopción”, decía), no sólo por la importante presencia de la figura intelectual, docente y política de Vivian Trías sino por la experiencia del liceo de Las Piedras, en el que dictó clases en un contexto de alto involucramiento de la comunidad. Aquellos eran momentos fermentales de discusión educativa y social que llegaron a incluir experiencias de contracursos y talleres, más allá de lo institucional.

Su amplio conocimiento lo llevó a cubrir la página de noticias internacionales en los medios vinculados al PS, y con frecuencia era invitado a programas de radio y televisión, conferencias y ateneos para abordar temas diferentes y complejos, como la situación de Palestina, la independencia de Argelia, la guerra de Biafra, la política argentina o la Revolución cubana.

Se destacaba su genuina posición tercerista, crítica del imperialismo norteamericano y del modelo soviético, pero también opuesta a la Internacional Socialista, que no condenó la ofensiva francesa en Argelia. Crecía, además, su vocación americanista, muy vinculada a las lecturas del revisionismo argentino y del propio Trías.

Al tiempo que miraba con esperanzada atención los sucesos de la Revolución Cultural en China, se desencantaba de manera crítica del régimen cubano, luego de una visita –la segunda– en la que percibió una deriva autoritaria, que incluía la represión a los homosexuales. A esto sumó una mirada crítica sobre el proceso de reforma agraria a través de los estudios de René Dumont.

No dejó de militar, dar clases, leer y participar durante toda la década de los 60. Asumió varias responsabilidades dentro del PS (Asuntos Internacionales, Comité Central), y se destacó como responsable de formación. De allí surgió la idea de dictar un curso de historia de Uruguay para militantes, que luego se convirtió en páginas del periódico Época, sobre las que Heber Raviolo le dijo: “Carlitos, ahí tenés un libro”. Así, en 1972 nació Historia de los orientales. Una popularidad inesperada, varias ediciones seguidas y más de 20.000 ejemplares vendidos fueron una clara demostración de la necesidad de una historia renovada y crítica, al mismo tiempo narrada desde una postura de cercanía del autor con sus lectores.

Machado sufrió la persecución, la tortura y la proscripción, y por eso se exilió en Argentina. Allí trabajó en la Universidad de Buenos Aires y también en la Universidad Católica de La Plata, y comenzó a dictar cursos particulares para personas (muchas de ellas ex alumnos) que le pedían que diera clases de esto o de lo otro, fascinadas por su sabiduría y su modo de compartir.

Luego de 20 años, en 1996 comenzó a visitar Montevideo cada 15 días para dar clases en la fundación Vivian Trías, reencontrarse con antiguos alumnos y formar a otros nuevos, pero ya sin militancia política. Dictó casi un centenar de cursos (daba un tema distinto cada día). Uno de sus alumnos fue Eduardo Galeano, a quien le preguntó si de veras quería ir a clase. Obtuvo como respuesta: “Carlitos, yo siempre aprendí contigo, desde Época”.

Machado no dejó de promover investigaciones colectivas con jóvenes, como la que dio lugar a la publicación que salió con el semanario Brecha llamada “Desde las rotativas”, en la que coordinó un grupo intergeneracional de 20 alumnos que relevaron la cobertura en prensa de los primeros 50 años del siglo XX. Al mismo tiempo, desarrolló una extensa investigación junto con Naguy Marcilla para elaborar una cronología mundial que vio luz (en parte) en la publicación de la “Cronología de América Latina y el mundo en el siglo XX”.

Desde su segunda etapa entre Buenos Aires y Montevideo, la vitalidad de Machado (reconocida por todos los que han compartido tiempo con él) pareció centrarse en la formación y la enseñanza. También en la intensificación de los lazos interpersonales y afectivos, de forma poco común en un intelectual de su talla; en vez de hacer escuela o generar nucleamientos a su alrededor, Machado hizo amigos. “Tenemos raíces, pero no somos árboles”, decía cuando criticaba los tradicionalismos. La multiplicación de sus obras y sus amistades han sido probablemente el mejor legado de un referente difícil de encasillar porque enseñaba a ser libre, y él lo era.

El que no pregunta | Analaura Vallcorba socióloga y estudiante en la fundación Vivian Trías

Carlos fue un profesor con mayúscula, un amigo. Desde la primera vez que asistí a una de sus clases, hace más de diez años, ya no pude dejar de concurrir. Me fueron “imprescindibles”, como lo era Carlos.

Su saber y la manera en que lo transmitía me atraparon, eran algo único. Tuve diversos docentes en el liceo y luego en diferentes facultades, pero nunca hubo alguien que se le pudiera comparar en cuanto a conocimiento, memoria y capacidad de análisis. Te estimulaba a participar en clase, a preguntar frente a cualquier duda. Solía decir: “El que hace muchas preguntas puede parecer tonto; el que no hace ninguna es tonto”.

Su generosidad era enorme. Prestaba sus materiales (libros, revistas, recortes, algunos ejemplares únicos que ya no se podían conseguir) desde el comienzo de los cursos, aun sin conocer mucho a sus alumnos.

De sus clases se sabía el horario de comienzo pero no el de finalización, porque no se cansaba nunca y si era por él podíamos seguir hasta muy tarde en la noche. Era un placer escucharlo y compartir esos momentos. Me siento una privilegiada por haberlo conocido.

Rodeado de libros | Magdalena de Torres profesora de Historia y estudiante en la fundación

A Carlos lo recuerdo ansioso en el momento de dar clases. De palabras apresuradas, corriendo por el límite de ese tiempo que siempre desbordaba. Rodeado de una multitud de libros o notas de diarios, de ese saber vasto como el siglo XX del que tanto aprendí con él. Fue para muchos de nosotros una formación paralela a la del IPA, en la que enseñaba una forma de hacer historia alejada de la academia y próxima a un estilo ensayístico o periodístico, no exento de rigurosidad.

También tenía tiempo para la mirada y el gesto afectuoso, la certeza de que la historia no era la única pasión que nos atravesaba, y daba así lugar a la proximidad, al vínculo. Lo recuerdo un sábado de mañana charlando sobre artiguismo con mis alumnos de 2º año de la UTU, recorriendo librerías en el Once o museos en Buenos Aires, guiados por su mirada. Lo recuerdo visceral, apasionado...

Las noticias, todos los días | Gustavo Faget profesor de Historia y estudiante en la fundación

Lo que más rescato es su generosidad, su capacidad de compartir todo: su saber, su hemeroteca, estaba todo a disposición. Y de mostrarnos otra historia, una historia muy distinta a la del IPA. Fue el complemento perfecto para nosotros. Nos mostró que existía una historia de África, de Asia, y también el valor de la prensa. Nos enseñó que para ser profesor de Historia hay que leer las noticias todos los días.

Política, historia y cultura | José Díaz abogado, dirigente histórico del PS y presidente de la fundación Vivian Trías

Dividiría mis recuerdos cariñosos sobre Carlitos en tres partes. La primera, cuando se incorporó al partido, cuando Galeano no tendría más de 15 años. Empezó a militar allí en la Juventud Socialista mientras estudiaba en el IPA, que hizo muy rápido porque fue un brillante estudiante. En la Juventud militó en el Secretariado y en las secretarías Internacional y Estudiantil. Luego se incorporó a las tareas de formación, y dio el curso del cual surgió su famosa Historia de los orientales.

A mediados de los años 50, cuando hubo una renovación en la dirección del partido, Carlitos ingresó como miembro del Comité Ejecutivo y ocupó casi enseguida la Secretaría Internacional. En ese tiempo Carlos tenía una página, La ventana indiscreta, en la que demostraba una gran versación en la temática internacional política, histórica y cultural de todos los países del mundo.

Luego viene la segunda etapa, cuando nos exiliamos en la Argentina. Primero me fui yo, en 1974, y poco después Carlos fue apresado y torturado, sin que le probaran ninguna actividad subversiva, y se vino para Buenos Aires. Muchos socialistas hicimos juntos esa etapa –[Reinaldo] Gargano, [Hugo] Monetti y muchos más–. Él nos representaba ante diversas organizaciones del movimiento político y social argentino, que fue muy solidario con nosotros y con el Frente Amplio.

La última etapa llegó cuando empezamos a organizar la fundación Vivian Trías, a comienzos de los años 90. Yo decía, un poco en broma, que si lográbamos traer otra vez la sabiduría de Machado a Uruguay para que a través de cursos y talleres lograra incidir en la formación de jóvenes en nuestro país nos sentiríamos conformes con tener la fundación. Y vaya si eso ocurrió. Desde 1996 Machado organizó sus venidas a Montevideo una semana sí y una semana no, de miércoles a sábado. La verdad es que la obra de Machado desde 1996 a 2018 fue un puntal de la fundación, tal vez la principal contribución de nuestra institución a la cultura y formación de los jóvenes.

Fue una de las figuras más sabias y talentosas que he conocido.

Gracias, Carlos | Roberto Quirici maestro y militante

Este es un fragmento de un discurso que dio como docente de 6º año, el 19 de junio de 2014, en un aniversario del nacimiento de José Gervasio Artigas:

“Y no todos los orientales coincidían con él. La burguesía comercial montevideana nunca lo apoyó, y sus enemigos en ambas márgenes del Plata no ahorraban adjetivos: bárbaro, bandido, contrabandista, etcétera. Pasó más de medio siglo para que un ególatra dictador lo incluyera en los textos escolares. Fueron 30 largos años de exilio, en los cuales el poder dominante eligió dejarlo en la selva paraguaya.

Comprender nuestro proceso histórico es muy complejo; tan complicado como explicar a niños de 11 años que [Juan Antonio] Lavalleja encabeza su proclama con un ‘Argentinos, Orientales’, dirigida a los 33 (que no eran ese número) orientales (que no eran todos orientales). Resulta difícil explicar que en la Declaratoria de 1825, de las tres leyes, una reivindica la independencia y la otra la anexión”.

Terminado este discurso, hubo una verdadera ovación de padres y colegas.

Lo del título. Gracias, Carlos

En distintos tiempos | David Bogazc médico, estudiante en el liceo 14 y en la fundación

Fue mi profesor de liceo en los 70, y después de 30 años lo reencontré y fui su alumno y amigo nuevamente. Su cultura era enorme, su generosidad y honestidad intelectuales poco frecuentes. Respetaba la discrepancia y no te aplastaba con su conocimiento. Nos enseñó a dudar y buscar. La academia lo ignoró, pero no le importó. Dicen que nunca es tarde.

Era un tipo flaco. Se vestía bien y en forma particular. Llevaba un sombrero que se veía muy raro. En las clases lograba la atención de todo el mundo, se escuchaba el silencio.

Participando en el programa TV educativa, en 1967.

En 1971, en tercer año de liceo, nos ofreció dar el programa hasta el final con clases de reposición. La idea era llegar a dar las elecciones inclusive. Habíamos trabajado Estados Unidos, la URSS y Cuba hasta 1970, y cuando se hizo la reposición fuimos todos. Era una clase voluntaria y todos estábamos ahí para escuchar su análisis. Además de las clases, como profe dedicaba tiempo para charlar con los estudiantes fuera de hora en el bar San Antonio.

Razones de su exilio | Luis Nava imprentero y estudiante en la fundación

Este gran amigo y su generosidad. Todos sabemos de su militancia y trabajo en las secretarías internacionales. Recuerdo las largas tertulias que hacíamos en casa cuando se quedaba a dormir, una vez cada 15 días, con reuniones que a veces terminaban a las seis u ocho de la mañana. Nos íbamos sin dormir, yo a la imprenta y él a preparar los cursos.

Cuando se exilió llegó a Buenos Aires el 1° de julio de 1974, fecha de la muerte de Perón. Había sido detenido durante unos días. Viajó a Irak a la toma de posesión de Sadam Husein, lo detuvieron y lo tuvieron con plantón, encapuchado. Mientras lo golpeaban una persona le decía: “Dale, Carlitos, decime qué fueron a hacer, qué tienen planeado”. Carlos no sabía si la persona que le hablaba era la misma que lo golpeaba. “Dale, Carlitos, vos me conocés bien, no mientas”, le insistía. Por la voz, se dio cuenta de que era Amodio Pérez. “Esta es la tercera vez que caés, no va a haber otra, así que vos sabés lo que hacés”, le dijo. Después de esto, habló con su hermana y a las 48 horas se fueron a Buenos Aires.

De su generosidad | Pablo Ferreira profesor de Historia y estudiante en la fundación

Las anécdotas de Carlitos Machado –para nosotros, pese a la diferencia de edad, era Carlitos– son muchas y remiten a una etapa muy linda, de mucho aprendizaje, descubrimientos, proyectos colectivos, ganas de hacer cosas. Recuerdo especialmente un seminario sobre historia de América Latina, allá por 2002 o 2003, que se basaba en una metodología bastante peculiar: a unos jóvenes que recién arrancábamos nos traía los materiales que había juntado pacientemente a lo largo de toda una vida, nos fascinaba con un sinfín de anécdotas y luego nos lo llevábamos todo para devolvérselo algún día. De ahí derivó, en mi caso, un enamoramiento de la historia de Bolivia que continúa hasta hoy.

Por el seminario, y a través de los papeles de Carlos, transcurría una historia nada dogmática de las luchas populares, del accionar de los imperialismos, de los olvidados por las historias nacionales, en fin, otras historias.

Carlitos era generosidad intelectual en su más pura expresión; con sus materiales, con su tiempo, con sus historias, con el impulso a esas primeras líneas que nos animábamos a escribir. Nos regaló además su sentido del humor, su ironía, su sonrisa pícara, su amplitud para disfrutar los más diversos temas y su paciencia para discutir. En el acuerdo y, las más de las veces, en la discrepancia, él siempre discutía y en esos casos no había tiempos; las clases terminaban media hora más tarde, una hora, o cuando se acabara la charla. Y ahí te quedabas, con un montón de cosas repicando hasta el siguiente encuentro, la nueva conversación larga, las nuevas historias.

Los comunicados 4 y 7 | Jorge Rivera abogado, estudiante en el liceo 14 y en la fundación

Fui alumno de Carlos en el liceo 14 en los años 1968, 1970 y 1972. Me tocó tenerlo en los niveles pares: segundo, cuarto y sexto. En el último caso, era nuestro profesor de Proceso Histórico del Uruguay, que según el Plan 63 se llamaba así y era más o menos equivalente a lo que hoy es el sexto de Derecho, o anteriormente los preparatorios de Abogacía.

En realidad me había tocado otro docente, pero yo era tan devoto de Carlos que hice lo imposible para irme a su grupo y encontré la posibilidad de pedir el cambio de idioma como recurso para que me aceptaran. Justo fue el año en que se publicó Historia de los orientales.

La idea era llegar a dar hasta la actualidad, como siempre hacía Machado, pero los cursos se interrumpieron al final por la huelga de resistencia a la ley de educación promovida por [el entonces ministro de Educación, Julio María] Sanguinetti. Las clases terminaron un poco antes de la fecha prevista y no pudimos dar todo lo correspondiente al año 1972 (porque él trabajaba hasta la actualidad en serio). Como tampoco hubo exámenes, que eran obligatorios y se pasaron para febrero, Carlos decidió dar una clase de compensación antes de que se pusiera en funcionamiento la mesa examinadora, para terminar de dar antes del examen todo lo que no se había podido ver en el curso.

El examen de Historia justo cayó el 9 de febrero de 1973, el día del primer golpe. Entonces, cuando nos juntamos a las 8.00 para tener la clase de recuperación, nos enteramos de que los comandos del Ejército y de la Fuerza Aérea habían lanzado los famosos comunicados 4 y 7. Ese día, Carlitos Machado dio su clase sobre el año 1972 y llegó a hablar de los comunicados 4 y 7. Incluso anticipó una opinión esperanzada al respecto, asociándolos con el modelo peruano de Juan Velasco Alvarado, confiando o tal vez ilusionándose con que algo parecido pudiera ocurrir en Uruguay, y en que las Fuerzas Armadas pudieran tener una actitud progresista. Después ya sabemos lo que pasó, y el gran engaño y fraude que fue aquello.

Pero lo que quiero resaltar, que me parece que lo pinta de pies a cabeza, es que su responsabilidad era tal como docente que daba todos los temas y dedicaba el tiempo que fuera necesario. Y también su valentía para arriesgar una opinión, que llegó a cubrir lo que estaba ocurriendo ese mismo día, esa misma mañana, con toda la incertidumbre que existía.

La clase de recuperación duró, si mal no recuerdo, un par de horas. Luego tuvimos un recreo y comenzó el examen de sexto.

Inabarcable | Ana Buela profesora de Historia y estudiante en la fundación

Si pienso en Carlos me acuerdo de sus valijas llenas de libros, recortes de prensa, subrayados con lapicera, recortes que nos pasaba, que ponía sobre la mesa. Un despliegue de materiales que me hacía sentir cuánto había para saber, todo lo que había para leer. Era inabarcable. Carlos era generoso con sus materiales, que eran muchos, muchos. Lo que le faltaba en la oralidad (su dicción a veces era compleja) lo compensaba en el gesto, abierto, que invitaba a pensar en voz alta.

Caminando por Belgrano | Alicia Franzi hija de compañeros de militancia de Machado

En cada escapada que hacían mis padres a Buenos Aires a fines de los 70 se encontraban con Carlitos, y siempre contaban que habían descubierto algún lugar interesante ajeno al circuito turístico. En aquella época no era frecuente visitar cementerios, pero junto a él recorrieron el de la Chacarita. Mi madre contaba entusiasmada acerca de las obras de arte que conoció allí, y sumaba anécdotas que Carlos había aportado. Mi hijo y sus compañeros del IPA vivieron experiencias parecidas que yo escuchaba con interés y un poquito de envidia.

En 2005 viajamos a Buenos Aires los cinco miembros de la familia –mis padres habían fallecido en 2004– y acordamos celebrar un cumpleaños junto a Carlitos. Él nos sugirió reunirnos en Belgrano. Luego de almorzar recorrimos el barrio charlando de diferentes temas, pero surgían también las anécdotas o las explicaciones frente a edificios, iglesias o parques que marcaban el cariño que sentía por la ciudad. Llegamos así al Barrio Chino. Él nos hizo comentarios acerca de distintos artículos que se ofrecían en los supermercados, y nos invitó a entrar a un templo budista que hubiera pasado desapercibido para un turista desinformado. Todavía me acuerdo de la admiración que me causó su interior, especialmente las estatuas y otros elementos para el culto. Carlitos estaba allí para escuchar, comentar y aclarar. Así recuerdo esa tarde de descubrimientos junto a un maestro entrañable.

Compromiso | Sandra Álvarez psicóloga y antigua estudiante en el liceo 14

El profesor Carlos Machado era muy especial. No sólo era muy riguroso y estudioso, sino que tenía una verdadera pasión por el saber. Era un ser incansable. Dormía muy poco, leía mucho. No quería quedarse con lo dado, con lo mediocre.

Quizás lo que más lo distinguía era su honestidad, combinada con su generosidad. Su Historia de los orientales nos marcó porque allí la historia dejó de ser mentirosa y esclerosada. Ese libro no es una colección de anecdotario sino que pone sobre la mesa el tema central, que es la relación del proceso de este espacio al este del río Uruguay con la dependencia. Machado en realidad buscaba entender lo que había acontecido, y especialmente estaba comprometido con el deseo de transformarlo.

Se brindaba por completo | Fernando Mari profesor de Historia y estudiante en la fundación

Uno de los aspectos sobresalientes de Carlos era esa capacidad única para hacer sentir cómoda a cualquier persona que se acercara a él. Te podía conceder el mismo tiempo y atención siendo un muchachito de 20 años estudiante o alguien con un doctorado del MIT [Instituto Técnico de Massachusetts].

Lo conocí en la fundación. Carlos no tenía referencias de mí. Habían pasado cinco o seis encuentros. Yo intervenía, me quedaba un poco a ver libros y me retiraba. Carlos, siempre con ese gusto por interiorizarse por el prójimo y entablar comunicación, me invitó a tomar un café. Acepté gustoso, porque yo estaba fascinado con su figura.

Nos encontramos un sábado en un local del Centro, después de una clase que había terminado a las tres o cuatro de la tarde. Llegamos al café y comenzó una charla que fue eso, un diálogo, porque él escuchaba mucho. Se nos pasó la hora, llegaron las tres de la mañana y no habíamos mirado el reloj.

Más allá de la anécdota, supe que allí había encontrado un ser humano excepcional, de una talla intelectual única, que le dedicaba un tiempo absoluto de escucha a un novato. Él tenía esa capacidad de hacerte sentir copartícipe de la charla y ayudar, con semejante capacidad de entrega. La imagen que yo había tenido del intelectual era distante y un poco esquiva, y él sin conocerte de nada se brindaba por completo.

“Otra cosita” | Carolina Perdomo profesora de Historia y alumna de la fundación

Todos destacamos su generosidad porque siempre era muy desprendido con sus cosas, siempre tratando de que pudiéramos acceder al conocimiento, a lo que él sabía. También el manejo de idiomas que hacía en clase, su pasión, que nos hacía enamorarnos de los temas que trataba. Éramos muy chicos, estábamos recién empezando el IPA, y él fue fundamental. Aprendí mucho de él, de su rigurosidad, y además de todo eso era realmente un muy buen tipo.

Me encantaba esa muletilla que tenía. “Otra cosita”, decía, y no paraba más.

De Marc Bloch a Manuel Mujica Lainez | Fernando Benítez historiador argentino especializado en teología

Lo conocí en Buenos Aires, en un curso sobre América Latina. Hacía unos meses que había terminado la escuela secundaria y militaba en la Juventud Peronista. Un día nos llegó a la Unidad Básica la invitación para participar en un curso de historia que se dictaría en un local partidario que estaba a pocas cuadras. A la breve nota la acompañaba un texto largo en el que se mencionaban todos los temas que se desarrollarían en las clases. Éramos muy jóvenes y aún vivíamos en el clima de expectación que había traído la democracia recuperada hacía pocos años.

Carlos Machado venía con un bolso lleno de libros y papeles. Él desarrollaba sus clases leyendo directamente de los libros y los muchos recortes que traía. Leía y hablaba rápido. A veces yo no entendía muy bien lo que decía, pero uno sentía que él dejaba todo en cada clase, que no se guardaba nada.

Durante la presentación de Cronología histórico-cultural de América Latina y el mundo - Siglo XX, en 2015.

Para mí fue primero profesor y luego, poco a poco, se convirtió en amigo. Gracias a él supe de la existencia de los Manuscritos del Mar Muerto descubiertos en 1947, tema del que me volvería un verdadero apasionado. Nunca antes había escuchado nada sobre ellos, pero él leía de todo, tenía un archivo inmenso en el cual era posible hallar un libro, una breve nota o un erudito artículo sobre los más diversos tópicos. Y fue también él la persona que me dio a leer Combates por la historia, de Lucien Febvre, e Introducción a la historia, de Marc Bloch.

Fue Carlos Machado quien me hizo leer el primer cuento que leí de Isaac Bashevis Singer, uno de los escritores que más quiero, y el que me dijo, con ese énfasis que parecía no admitir disidencias, que Manuel Mujica Lainez era el mejor escritor argentino. Y la persona que me hizo leer a Jorge Luis Borges y a Felisberto Hernández, a Natalia Ginzburg y a Charles Guignebert, a Perry Anderson y a Ilan Pappé, a Pier Paolo Pasolini y a Amos Oz. Y los menciono así deliberadamente. Entrevero los nombres de los historiadores y de los novelistas porque así hacía él. Fundó una compleja trama de conexiones, un intrincado y precioso laberinto.

Era incansable. Un estudioso apasionado, un trabajador disciplinado, una persona que quería saberlo todo, que estaba segura de que en el mundo no había misterios, ni fuerzas extrañas, ni ángeles, ni demonios, ni dioses ni, por supuesto, Dios. Un mundo sólo habitado por los hombres, un universo de libros y papeles. Y de muchachos. Y de amigos.

Un panorama nuevo | Nicolás Duffau historiador uruguayo

Conocí a Carlos en los primeros años de facultad, cuando con algunos compañeros comenzamos a frecuentar sus talleres de la fundación Vivian Trías. La facultad me daba una formación muy acartonada, por períodos o por autores. A mis 18 o 19 años no tenía completamente claro si quería seguir en facultad (me anoté en el IPA, aunque nunca cursé). No terminaba de saber qué era investigar o si quería investigar, hasta que conocí a Carlos.

Debo confesar que comencé a ir a sus clases con recelo, porque tenía muy frescas las críticas a su obra (en las posturas de José Pedro Barrán o de Carlos Zubillaga). Fue una revelación comenzar a ir a esos talleres en los cuales para hablar, por ejemplo, de Mustafá Kemal, Carlitos comenzaba con el Imperio bizantino, o para referenciar a Vladimir Putin aludía a un zar que había vivido 1.000 años antes. A mi juventud occidental, marcada por todo el mainstream de la cultura popular, se le abrió un panorama completamente desconocido, que iba más allá del Atlántico o de la Revolución francesa.

Pero las enseñanzas de Carlos no pasaban sólo por los datos o los autores. Primero, tenía un enorme sentido de lo grupal; la historia, como disciplina y pasión, nunca podía ser algo individual, tenía que ser colectiva. Y él, que contaba que dormía dos horas, que trabajaba en la soledad de la madrugada, siempre fomentó entre los que íbamos a sus talleres esa necesidad de que cualquier razonamiento, cualquier cosa que escribiéramos siempre pasara por el colectivo.

Segundo, nos reafirmaba que las preocupaciones históricas son parte del presente, que primero hay que conocer y entender mucho la actualidad para poder hablar del pasado. Y, tercero, que para eso hay que leer los diarios, mirar películas (Carlos miraba una por día y no tenía computadora). En cuarto lugar, siempre se refería al amor por el oficio, decía que el buen historiador no podía tener sólo datos o especializarse en un tema determinado, que primero tenía que tener una pasión irrefrenable por descubrir algo nuevo y por compartir esa novedad.

No sé cómo uno se da cuenta de que una persona es o fue su maestro. Tal vez sea esa presencia/ausencia, esa especie de sombra que sobrevuela lo que uno hace, esa necesidad de tener presente a alguien importante lo que probablemente le dé a Carlitos el carácter de maestro.

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